MORAL Y LUCES

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sábado, 16 de agosto de 2014

El revolucionario señor Hostos


Yvelisse Prats Ramírez De Pérez 
yvepra@hotmail.com
El lunes se cumplieron 111 años de la muerte del señor Hostos. Insisto en que solo él intentó en nuestro país hacer una revolución educativa.
Las revoluciones, ya se sabe, no son reformas más o menos “light”, más bien “proformas”. Los cambios revolucionarios van a las raíces; sacuden estructuras y sistemas, constituyen paradigmas distintos, patean rutinas. Se hacen, como decía Martí, con sangre de las venas y del alma. 
Eugenio María de Hostos no fue un reformador, más o menos prudente, de la educación. Puesto que era rebelde ante las injusticias y los prejuicios, las asimetrías entre países- tiburones y paisitos-sardinas, devino en revolucionario del sistema de ideas y saberes que consolida la opresión o libera de ella: la educación. 
Era hombre de paz, nadie vio un arma en sus manos. La revolución educativa que pretendía la hizo con el fuego de ígneas concepciones, la lava hirviente de sus convicciones, la persuasión  casi hipnótica de su verbo. Su voluntad embestía ídolos solemnes que impedían la búsqueda de la verdad; la razón, ese icono de la modernidad, era el ariete. 
Igual que en las otras batallas por la independencia de Las Antillas, en esta lucha por librar la educación de sus grilletes escolásticos y consagrarla como formación científica a la vez que humanística, Hostos no desmaya. Es un visionario que se convierte en guerrero. Aquí en la antañona Santo Domingo de Guzmán, eclosiona con vigor esa revolución que desde el principio, encuentra, como todo cambio radical que se respete, detractores, enemigos, también una cohorte de partidarios leales. 
En la Escuela Normal que fundó, cada clase rompía esquemas, develaba misterios, ponía en marcha un proceso desconocido, deslumbrante: se aprendía observando, pensando, analizando, criticando, en lugar de recitar  con los ojos del entendimiento cerrados, nociones perimidas, absurdas, axiomas alienantes. 
Porque una práctica revolucionaria requiere una teoría, Hostos formula una PEDAGOGÍA también revolucionaria. Al asignarle carácter de ciencia, sin que pierda su fina condición de arte, Hostos advierte, “la pedagogía es la ciencia de la educación, no de la enseñanza”. Tantos años después, sin embargo,  profesores titulados siguen enseñando. 
Su pensamiento pedagógico, como toda su vida, gira en torno a una ética, que es eje transversal de un sistema filosófico que establece concepciones clarísimas sobre los fines del proceso educativo; para Hostos sin esa definición teleológica la educación pierde su sentido. 
Acompaña esa exigencia de propósitos con otra que apunta a los valores que deben cultivarse en el espacio escolar que él reclama nítido, para que la razón pueda operar libremente. De ahí la prescindencia de religiones confesionales que no es el ateísmo del que se le acusa falsamente, sino laicismo que respeta el libre albedrío. 
La revolución educativa hostosiana se mostraba así, entendiendo la educación en su ínsita naturaleza, con leyes didácticas, y principios metodológicos enmarcados en una visión del mundo y de la vida, con un PARA QUÉ señalado por la filosofía y las doctrinas. 
Revolucionario, combatiente frontal contra los dogmas, Hostos no nos legó ninguno, en cuanto a educación se refiere. Nos deja sí, huellas convincentes que podemos rastrear, no para imitar lo que él hizo, criatura como fue de su tiempo, sino para interpretar esas pistas y actuar como él hoy lo haría: buscando la verdad, o mejor dicho, las verdades. 
Creyente de los cambios, Hostos no nos encierra en la catequesis ortodoxa de sus posiciones. Nos abre las puertas para que busquemos esas verdades de ahora, y formulemos una agenda que parta de la esencia de su pensamiento contextualizándolo críticamente. 
“Todo ha cambiado en el mundo”, decía el maestro, para incitar a los discípulos a acompañar esos cambios. 
¿No lo diría, con más certezas que antes, el Sr. Hostos, en este siglo sorpresivo y  trepidante?
Su revolución educativa, que permeó varias generaciones, incluso la mía, se coaguló cuando al gobierno liberal de Luperón, su gran aliado y escudo, sucedió una dictadura. ¡Una muestra más de la condición de variable dependiente de la educación! Cerrada su escuela, cercado por desencantos y dolores, Hostos siguió siendo revolucionario: la persecución a sus ideas lo demuestra, aun después de muerto, lo acosó Trujillo. Actualmente, se ofende su memoria al hablar de una revolución educativa que no llega siquiera a ser reforma. 
Porque sin valores definidos, sin fines que la orienten, desconocida en las aulas y en la sociedad  la Moral Social que Hostos nos dejó como brújula, conformada una dictadura de partido a juego con la piramidal estructura del sistema, no existe revolución educativa. 
El revolucionario señor Hostos espera, todavía, que en nuestra agenda educativa figure como tema central retomar sus ideales.
TOMADO DEL LISTIN DIARIO

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