MORAL Y LUCES

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domingo, 29 de septiembre de 2013

La etapa de los barbarotes

POR JOSÉ RAFAEL LANTIGUA



En su discurso de toma de posesión como Presidente de la República -en un acto de esplendoroso populismo que los dominicanos no habían conocido nunca antes- Juan Bosch dejó claramente establecidas las reglas de juego de su gobierno. Los aspectos principales de la gran pieza oratoria -valorada hoy como documento histórico- pronunciada frente a Lyndon Johnson, Rómulo Betancourt, Ramón Villeda Morales, sir Alexander Bustamante, Francisco Orlich, Luis Muñoz Marín y José Figueres, pueden resumirse en los siguientes, como parámetros de su pensamiento político, muy ajeno a las motivaciones y ardides esgrimidos por los golpistas siete meses después:

1. En una democracia no debe haber más gobierno que el de las leyes.

2. El gobierno que se inicia hoy espera un trabajo continuo para dar a los dominicanos un puesto bajo el sol entre los países avanzados de América.

3. En la República Dominicana estamos obligados a avanzar de prisa, tan de prisa como sea posible hacerlo sin salirnos en momento alguno de las normas democráticas.

4. No deseamos el poder para gobernar contra enemigos, sino para gobernar con dominicanos por el bien de los dominicanos.

5. Un gobernante democrático debe tener oídos abiertos para oír la verdad, ojos activos para ver lo mal hecho antes de que se realice, mente vigilante para que nada ponga en peligro la libertad de cada ciudadano, y un corazón libre de odios, dedicado día y noche solo al servicio del pueblo.

6. Nosotros estamos aquí con la decisión de trabajar, no de odiar; dispuestos a crear, no a destruir; a defender y a amparar, no a perseguir.

7. Preparémonos a bastarnos a nosotros mismos, a levantarnos con nuestras fuerzas, a labrar la estatua de nuestro porvenir con manos dominicanas.

8. Edifiquemos un hogar para la dignidad, para la libertad, para la abundancia y la cultura.

9. Nuestro país es rico y nuestro pueblo inteligente. Tenemos una tierra fecunda y gente que desea trabajarla.

10. Todos seremos polvo algún día, y de nosotros quedará el recuerdo solo si le damos a este pueblo y a la América lo que el pueblo dominicano y la América esperan de nosotros.

11. Tesón para la lucha y humildad para recibir la opinión de los adversarios y el juicio de la historia.

12. Mientras nosotros gobernemos, en la República Dominicana no perecerá la libertad.

Era el discurso de un intelectual bien cultivado y de un político bien formado, donde primaba el culto a la libertad, la instancia al trabajo, el respeto por las leyes y el merecido derecho al progreso y al bienestar. Era la presentación de credenciales del estadista en embrión ante una masa que desconocía los avatares a que se someten los pueblos que comienzan a construir una democracia, y ante un abigarrado y denostador sector que a esa hora del mediodía de aquel miércoles de ceniza, aniversario 119 de la independencia nacional, languidecía frente al televisor con una rabia iracunda, mientras maquinaba cuáles serían los trucos que urdiría para acabar con aquel experimento democrático.

Bosch era un educador y como tal trataba de enseñar a sus connacionales el juego de la democracia. El suyo habría de ser un gobierno diferente, que no estaba presto a seguir corriendo las bases sin un adecuado plan de acción. Todos los frentes se le abrieron apenas días después de su juramentación, aunque ya el frente básico, el de sus opositores recalcitrantes, en contubernio con medios de comunicación y periodistas a sueldo, estaba conformado desde el mismo 20 de diciembre de 1962.

La izquierda presionaba creyendo que Bosch constituía un paso en falso para construir la revolución. La derecha instaba a Bosch a declararse anticomunista. En el propio PRD comenzaron a manifestarse profundas contradicciones. Viriato Fiallo, Juan Isidro Jimenes Grullón y Miguel Ángel Ramírez Alcántara se asociaron para denunciar la penetración comunista en el gobierno. Los comentaristas radiales Rafael Bonilla Aybar, desde Santo Domingo, y Rafael Rivas Jerez, desde Santiago, jugaban papeles estelares en la batalla antigobiernista. Las asociaciones empresariales se unían para combatir los proyectos de ley de Plusvalía y y la ley general de confiscaciones. Un sector de la Iglesia Católica manifestaba sus temores al proyecto de ley de la congresista Thelma Frías que establecía la escuela laica. Los líderes de la federación de empleados públicos, FENEPIA, y la de los maestros, FENAMA, se paseaban por el país enarbolando consignas contra Bosch y su gobierno y reclamando reivindicaciones a granel. Los trabajadores azucareros incitaban al paro. El Comité Civil Anticomunista del ingeniero Enrique Alfau paralizaba poblaciones llamando a huelga general. En las plazas de los pueblos de la República se desarrollaba un verdadero festival de fin de semana, a través de los mítines de "reafirmación cristiana" organizados por Acción Dominicana Independiente (ADI). El columnista norteamericano Hal Hendrix sentenciaba en el World Telegram and Sun que el gobierno de Bosch no llegaría al final de 1963, artículo que reproduciría alegremente el diario El Caribe y que leería Bonillita en su Periódico del Aire. Balaguer desde el exilio aunque reconocía que el pueblo se había dado "un gobierno con una noción justa de lo que significaba un estado de derecho" criticaba a Bosch porque no se sabía si buscaba desarrollar "un gobierno izquierdizante que preparara el terreno para el advenimiento de un sistema comunista típico" o un gobierno "dominado solamente por la noble ambición de realizar la auténtica revolución social".

Quiérase o no, el latigazo de Láutico estaba generando este panorama. Láutico García había quedado históricamente signado como el personaje que puso la primera piedra para que se produjese el grave suceso del 25 de septiembre de 1963. La especie, falsa y traumática, de que Juan Bosch era comunista comenzó a rodar desde que aquel fatídico artículo del sacerdote jesuita apareciese publicado en el diario El Caribe y luego remachado, en su concepto básico, en el famoso debate de la noche del 17 de diciembre de 1962. El sacerdote logró retractarse de la acusación que no pudo sostener a conciencia frente al experimentado político, pero la incriminación contra Bosch se mantendría invariable y sería el motivo básico para que se produjese en aquella madrugada septembrina de hace cincuenta años el golpe que cercenó el proceso de lanzamiento de la democracia dominicana con sus graves consecuencias posteriores.

Bosch se mantenía aparentemente impertérrito, sin hacer uso de la fuerza pública, sin clausurar emisiones radiales y sin establecer las censuras de prensa que tal vez en aquellos momentos hubiesen constituido una medida necesaria y saludable para la institucionalidad democrática y el respeto a la muy violada libertad de expresión. Aunque el PRD era dueño de una poderosa Hermandad de Campesinos y de una vigorosa Juventud Revolucionaria Dominicana (JRD), Bosch no supo hacer un uso adecuado de estos núcleos para defender su gobierno. Dirigido a lo interno por Ángel Miolán, el PRD había tenido que confrontar posiciones de divergencia en su seno frente al interés marcado de Bosch de que se abandonase la lucha partidista para integrarse de lleno en las tareas de gobierno, acción que a la postre no resultó favorable a su permanencia en el poder.

La conjura ya estaba en pie. Todos, de un modo o de otro, habían contribuido al descalabro del régimen de Bosch. Cuando horas antes del golpe, el almirante William E. Ferrall, comandante de las fuerzas navales de los Estados Unidos en la zona Sur, arribaba por la Base Aérea de San Isidro, los militares dominicanos sabían que el fin del gobierno estaba cerca. A las 2:30 de la madrugada del 25 de septiembre, dos días antes de cumplir siete meses en el poder, Juan Bosch era detenido en su propio despacho y su Ministro de Defensa, Elvys Viñas Román, tomaba el control del gobierno acusándole sorprendentemente de haber desconocido la Constitución y de promover el irrespeto a los derechos humanos.

Cuando los dirigentes oposicionistas Viriato Fiallo, Juan Isidro Jimenes Grullón, Mario Read Vittini, Horacio Julio Ornes Coiscou, Ramón A. Castillo y Miguel Ángel Ramírez Alcántara rubricaron el acto notarial de instalación del Triunvirato frente al abogado notario doctor Francisco Sánchez Báez, el país que había escogido mayoritariamente a Bosch para presidir aquel primer ensayo democrático después de la muerte de Trujillo, ignoraba que comenzaría desde ese momento la gris etapa de los barbarotes.

Entre los seis firmantes civiles del acta justificadora del golpe, cinco de ellos tenían apenas dos años que habían regresado del exilio y manifestado su empeño por establecer un régimen democrático. Uno de ellos había comandado una expedición fracasada para terminar con la dictadura. Y otro figuraba como parte de la avanzada perredeísta del 5 de julio. El número seis de este grupo, que entre los firmantes fue el primero, había sido el abanderado de la libertad y el orden, el ardiente proclamador del incesante grito de ¡Basta ya! contra la opresión y la vesania de la persecución política.

Desbarrando contra los principios que sirvieron de blasón a sus proclamas políticas y a sus ejercicios redentores, estos hombres -rostros graves, el temor y la vergüenza reflejándose en sus pupilas cansadas, sus huidizas personalidades gravitando sobre las frías amarguras de sus corazones- se ayuntaban ahora, más que con un episodio de coyuntura, con un capítulo negro de la historia, la misma historia que no tardaría en condenar su actitud, junto al grupo militar que les acompañó en aquel acto infame, con numerosos reveses y congojas, y al cabo de muy poco tiempo, con sus definitivas muertes políticas.

(Homenaje al Presidente Juan Bosch en el 50º aniversario del derrocamiento de su gobierno.)

www. jrlantigua.com

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