MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

martes, 9 de octubre de 2012

La joven Weil y el viejo Marx



Conmemoramos el 24 de agosto el sesenta y nueve aniversario de la muerte de Simone Weil a los 34 años de edad, en Ashford, Inglaterra. La actualidad de su pensamiento es incuestionable frente a los múltiples y decisivos acontecimientos globales contemporáneos. Hace más de medio siglo discutió sobre temas que apenas comienzan a tener relevancia en el análisis político y social: cuestiones de primer orden como los límites del crecimiento económico, la sacrosanta idea de progreso heredada del siglo XIX y la crítica al marxismo en relación con la construcción de la sociedad alternativa al capitalismo, entre otras. Su obra, pues, arriba con extraordinaria vigencia a nuestro propio tiempo.
La opresión: una constante histórica en la civilización moderna
Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social [1] –un meditado discurso sobre la civilización, la cultura y la dignidad humana- es tal vez el libro más complejo de Simone Weil, escrito en 1934 cuando apenas tenía 25 años y enriquecido probablemente por su experiencia como operaria en cadenas de montaje en varias fábricas de París, actividad que dejó honda huella en su corta vida. Su amplio y crítico conocimiento sobre economía política marxista la condujo a despejar allí el camino de dogmas, al revelar los profundos mecanismos sociales –y no sólo económicos- de la opresión en la sociedad moderna.
Constató que había sólo dos aspectos sólidos e indiscutibles en la obra de Marx. Uno es el método que permite el estudio científico de la sociedad y la definición de las relaciones de fuerza que actúan en ella; otro, el análisis de la sociedad capitalista tal como existía en el siglo XIX. El resto –afirmó-, es demasiado inconsistente y vacío para poder calificarlo incluso como erróneo. Así, argumentó que al ignorar los factores espirituales, por ejemplo, Marx no se había equivocado demasiado en la investigación de un mundo social que prescindía de ellos. En el fondo –escribió-, el materialismo de Marx expresaba en realidad la influencia de esta misma sociedad sobre él, convirtiéndose en el mejor ejemplo de sus tesis acerca de la subordinación del pensamiento a las condiciones económicas. Además, el filósofo alemán heredó del siglo XIX la arriesgada e insostenible idea de que el crecimiento industrial no tiene límites; la certidumbre de que la prosperidad de la humanidad depende del desarrollo ilimitado de la producción industrial. Es decir –sostuvo Weil-, mantuvo la tesis de los economistas, a quienes pretendió criticar, que justificó la explotación de generaciones de niños en Europa sin el menor remordimiento; la contradicción que permitió identificar progreso social, explotación de las personas y destrucción de la naturaleza en una misma, irrazonable e ilegítima ecuación. Marx –afirmó-, simplemente tomó esta idea y la trasladó al campo revolucionario.
Simone Weil argumentó además que, aunque había comprendido el fenómeno de la opresión en el mundo capitalista del siglo XIX como un instrumento al servicio del desarrollo de las fuerzas productivas –una función social-, Marx no demostró el modo de eliminarla en una futura organización alternativa de la sociedad. La razón es que el marxismo sólo toma en cuenta el aspecto económico de la opresión; es decir, la producción de plusvalía, la relación entre la explotación del trabajo y la propiedad privada. A su juicio, esto representaba una simplificación que ha llevado a creer que la eliminación de la propiedad capitalista conduciría automáticamente a la desaparición de la opresión de los trabajadores, dejando diversas e importantes cuestiones sin resolver. Para Weil, los marxistas no han resuelto ninguno de estos problemas, ni siquiera han creído que fuera su deber explicarlos. Como señaló Nikola Tesla, cuando el objetivo de la ciencia se aparta del bienestar humano, ésta se convierte en una perversión.
Al investigar el carácter de la opresión, en consecuencia, Simone Weil intentó comprender no sólo su origen, sino también las causas de su reproducción y la posibilidad real de eliminarla. Mientras el fin último de la sociedad sea el progreso –dadas las versiones conocidas de la sociedad industrial: la del extremo individualismo y la del extremo estatismo-, la opresión –sostuvo- será inherente a la vida de los trabajadores. Esto es así porque las razones de su explotación no se reducen a factores económicos, pues son además de naturaleza cultural y social, inherentes al régimen de producción de la gran industria y no sólo a las formas de propiedad. Su origen, pues, está en la cultura moderna que es principalmente una cultura de especialistas, asentada en la división entre trabajo manual y trabajo intelectual. Unos dirigen y otros ejecutan -tanto en el ámbito económico como en el político-, y quienes ejecutan permanecen subordinados a quienes coordinan. La opresión es, entonces, primordialmente una cuestión cultural que cumple una función social vinculada al progreso económico.
Subrayó entonces Simone Weil el hecho de que el mecanismo de la opresión capitalista se hubiera mantenido sorprendentemente intacto en el sistema de producción socialista, precisamente después de la revolución y el cambio del régimen de propiedad. Reflexión que la condujo además a incorporar a su análisis las implicaciones de la lucha por el poder -un problema que obvió Marx-, dado que la revolución no tiene lugar en todas partes y a un mismo tiempo. El surgimiento de la URSS, en su opinión, había revelado que la competencia por el poder en la civilización moderna estaba indisolublemente vinculado al crecimiento industrial y a la intensidad de la explotación del trabajo. Concluyó entonces que la opresión había permanecido como una constante histórica en la civilización contemporánea y, en consecuencia, las revoluciones habían fracasado en el objetivo de liberar a los trabajadores. La victoria de la revolución –afirmó- ha consistido sólo en transformar una forma de opresión en otra; los cambios jurídicos y políticos, por tanto, resultan del todo insuficientes para destruirla.
Mientras garantice el crecimiento de la economía, puesto siempre al servicio de la lucha por el poder, la opresión será invencible. Son las cosas –afirmó- y no los individuos las que otorgan límites al poder, dado que éste depende del desarrollo de la producción y requiere un considerable excedente de bienes. En la dinámica de una sociedad opresora todo poder, pues, mantiene y reproduce hasta el límite las relaciones sociales en las que se fundamenta; entre ellas, las relaciones económicas que se nutren de la opresión. Es imposible, entonces, construir una sociedad libre sin derribar el principio que fortalece la opresión: la relación entre la lucha por el poder y el desarrollo de las fuerzas productivas. La revolución subordinó así el fin de la emancipación de los seres humanos al objetivo del crecimiento de la producción, lo que se traduce en la subordinación del desarrollo de la democracia y de la libertad que permanece prisionera de la economía en el mundo contemporáneo.
La idea de que el crecimiento industrial no tiene límites constituía para Simone Weil precisamente la contradicción interna que todo régimen opresor lleva en sí como un “germen de muerte”. Contradicción que expresa la oposición entre el carácter limitado del crecimiento de la producción como base del poder y el carácter ilimitado de la lucha por el poder; circunstancia que se percibe siempre en cada proceso de transformación social. Juzgó, pues, como un rotundo fracaso la teoría del socialismo científico, sesenta y cinco años antes de la desaparición de la URSS. Marx, en efecto, nunca explicó por qué las fuerzas productivas tienden obligatoriamente a desarrollarse, como si poseyeran naturalmente esa virtud. Y es en esa “misteriosa” tendencia donde descansa precisamente la teoría marxista de la revolución. Una creencia que se trasladó al movimiento socialista –afirmó Weil-, poniendo a los seres humanos al servicio del progreso y no al revés. Advirtió, sin más, que esta posición coincidía por completo con la corriente general del pensamiento capitalista que hizo del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas la “divinidad de la religión económica”. Concluyó, entonces, que dicha teoría era “ingenua” y “utópica” y calificó a Marx de “idólatra” de la sociedad futura, al estimar que esta surgiría de una transformación mecánica, de un sombrío dispositivo generador de justicia y de libertad permaneciendo intactas la técnica y la cultura de la organización del trabajo. La fe en el crecimiento económico, además, permitió a Marx concebir la ilusión de que en la nueva sociedad el trabajo podría llegar a ser superfluo; una utopía en cuyo nombre –afirmó Weil- “se ha derramado inútilmente la sangre de los revolucionarios y de los trabajadores”. La conclusión inevitable era, desde luego, preguntarse por los límites del progreso económico; la respuesta de Weil fue que el progreso se había transformado en regresión.
Qué hacer siguiendo el método de Marx
La sociedad libre significó para Simone Weil un ideal del cual sería posible alcanzar una aproximación real. Abolir la opresión, en efecto, transformando las condiciones materiales de la existencia humana: provocando un cambio en la concepción misma del trabajo que caracteriza a la civilización industrial. Construir un régimen social que se acercara a este ideal supondría, pues, modificaciones no sólo en el ámbito de la producción, sino también a nivel cultural, principalmente en lo que se refiere a la separación existente entre trabajo manual y trabajo intelectual. El movimiento revolucionario, de hecho, ignoró siempre la necesidad de este planteamiento, aun cuando –aseguró Weil- es justamente lo que habría que hacer si se siguiese el método de Marx. [2] Es decir, investigar primero la cuestión del trabajo en relación con la reorganización del sistema de producción, como un medio para garantizar el bienestar de la población. Se daría, de esta forma, verdadero sentido al ideal revolucionario, vinculándolo a la abolición de la opresión social.
Habría que construir, pues, una primera representación: un ideal de la nueva civilización alejada de la religión de la economía y de la producción. Para Simone Weil sería aquella donde el trabajo manual fuese el núcleo de la actividad económica, considerado un “valor supremo”. En consecuencia, sería evaluado no por su productividad, sino como actividad vital del individuo; no sólo objeto de honores y de recompensas, sino estimado como una necesidad del ser humano que da sentido a su existencia. La futura civilización, en fin, revaloraría el trabajo manual, posicionándolo en el centro mismo de la cultura. Otorgar al trabajo tal jerarquía sería, sin duda, un verdadero logro revolucionario; un punto de partida para construir el mundo social alternativo. Revisar la condición del trabajo y su relación con la libertad, la justicia y la democracia significaba para Simone Weil, en suma, “la única conquista espiritual del pensamiento humano desde la civilización griega”.


CEPRID



Notas
[1] Weil, Simone. Las causas de la libertad y de la opresión social. Paidós. Barcelona, 1995.
[2] “Ningún marxista, incluyendo al propio Marx, se ha servido realmente de él. La única idea verdaderamente valiosa de su obra es también la única que ha sido completamente desatendida. Por eso no es extraño que los movimientos sociales surgidos de Marx hayan fracasado”. Op. cit., p. 54.
Mailer Mattié es economista y escritora. Este artículo es una colaboración para el Instituto Simone Weil de Valle de Bravo en México y el CEPRID de Madrid.


Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1497 


Che: Sólo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso


Tragicómix

Extrañaremos a Hobsbawm


Mi primer contacto adherente con los escritos de semejante escritor de Historia, fue en la Universidad Nacional de Bogotá en 1966. Había llegado una edición en castellano de su libro Rebeldes Primitivos publicado en inglés 7años antes, y se discutía amplia y apasionadamente sobre los últimos coletazos del bandolerismo colombiano y la transformación de bandidos en revolucionarios que estábamos viviendo; estimulados por los profesores Fals Borda y el sacerdote Camilo Torres Restrepo autores del libro pionero sobre la Violencia en Colombia, y con la obligación consciente de enfrentar la visión parroquial y provinciana de la historia oficial colombiana, agenciada durante tantos años desde los púlpitos también oficiales. Entonces, nada mejor que para universalizar o si se quiere mundializar nuestras concepciones, leer el capítulo 10 de este libro, titulado “Anatomía de la Violencia en Colombia”.
Pero no fue esta su única opinión científica crítica sobre la realidad colombiana dentro de su macro-obra. Hay menciones sugerentes e inspiradoras sobre nuestro país en toda su tetralogía esencial publicada por editorial Critica: La era de la revolución (págs. 117 y 149) La era del capital (págs. 22, 50, 183) La era del imperio (pág.74) La historia del Siglo XX (págs. 113, 118, 140,143, 293, 296, 367, 370, 439) Amén de numerosas referencias a la Primera Independencia de Nuestramérica (Latinoamérica y el Caribe) y su inserción en la economía mundial en la mayoría de sus otras obras históricas; en sobre el nacionalismo, o en los ecos de la marsellesa, o de las revueltas a las revoluciones (los comuneros españoles y su influencia en América) etc. Y por si fuera poco, en 1986, escribió sobre Colombia un artículo clásico, es decir insuperable, titulado “Colombia Asesina”, donde talvez la única inexactitud achacable es haber ubicado a Misael Pastrana por fuera de las dinastías oligárquicas. Hoy se puede leer en http://www.rebelion.org/docs/156970.pdf.
Hobsbawm ya no está, Sobre su partida se ha escrito poco resaltando sus enseñanzas y en cambio mucho, destacando su “fuera”, su endeblez y desdén. Su nariz de judío centro-europeo agrandada por semejantes anteojos. Su heterodoxia (es decir el verdadero marxismo, recordemos la frase de Lukács: “en cuestiones de Marxismo lo único ortodoxo es el método”) Su universalismo macro tildado de “cosmopolitismo” (volvamos a leer el sugerente prólogo de 1971 a las “Formen” de Marx en la edición de S XXI ) y en fin, hasta sobre su monumental erudición que le permitía tratar los más diversos temas socio-históricos del momento para dar apuntes orientadores a los marxistas revolucionarios sobre el sutil hilo conductor de las tendencias universales futuras: El imperialismo actual, la guerra en el Siglo XXI, el llamado Estado nacional, el optimismo de la voluntad, la política para una Izquierda racional.
Quizás sea alguna forma de reclamo tardío ante su ultimo libro “cómo cambiar el mundo”, considerado escandaloso por muchos, porque entre tantos marxistas que en el mundo han sido, solo dedicó un capitulo a Antonio Gramsci y su historicismo de la filosofía de la praxis. Sin embargo, nadie se ha atrevido a negar que Hobsbawm llegó a ser un anciano respetable por su abrumadora “práctica teórica” como diría Althusser, y que mientras más viejo se volvía más radical se declaraba, y entre más radical, más libre, liviano y feliz.
Por todo eso y algunas otras irreverencias suyas, extrañaremos a Hobsbawm ahora que ya no está.



Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Chávez frente a Chávez



Hablar de socialismo



Cuando hace un año la enfermedad de Chávez parecía poner punto y final al proceso bolivariano, los analistas más serios coincidieron en que, fuera el que fuese el desenlace, ya no sería cierto que los logros del proceso bolivariano pudieran revertirse. La politización del pueblo —desde ese comienzo en que una sociedad con un enorme grado de analfabetismo fue capaz de discutir, enmendar y aprobar una nueva Constitución— se tradujo en la capacidad de exigir derechos. Escuchando al candidato Capriles durante la campaña, uno podría imaginar, de no conocer al personaje, que estaba ante un genuino representante de la izquierda. Chávez, en cualquier caso, había logrado que la cuestión social volviera a estar en la agenda política venezolana. Algo que los que se han presentado contra el comandante olvidaron durante, al menos, los 30 últimos años. Ahora, el pueblo venezolano ha vuelto a recordárselo. Con una participación histórica y con casi 10 puntos de distancia frente al candidato de la oposición. ¿Tendrá Chávez derecho a gobernar con ese resultado? Hollande le sacó a Sarkozy apenas tres puntos. Chávez a Capriles, diez. Qué dirá hoy la doliente prensa del mundo libre...
Chávez ha logrado que la cuestión social vuelva a estar en la agenda política venezolana Mientras que en Europa la democracia se está vaciando, en Venezuela gana puntos elección tras elección. El sentido común electoral europeo ya no permite escoger entre modelos diferentes. Si llega el caso de ponerse en riesgo el modelo existente, aparece un técnico (Monti, Papademos) o se amenaza al candidato alternativo y a sus votantes con las siete plagas (caso de Syriza). En Venezuela las elecciones merecen ese nombre porque cada candidato implica un tipo radicalmente diferente de sociedad. Y a Chávez nunca se le ocurriría, si viera que iba a perder las elecciones, llamar a un técnico para salvaguardar el modelo. Pero Vargas Llosa, como un idiotés descongelado, cree que es al revés, que donde la democracia peligra es en Venezuela, y los medios afines lo amplifican. La brillantez de su verbo parece agotar toda su inteligencia para el resto de tareas. Por debajo de Vargas Llosa, ni mencionarlo. Ya que no han matado a Chávez, regresan a las maniobras de antaño. El dictador bolivariano...
La victoria de Chávez, y eso es lo que debiera ocupar a la derecha, implica cumplir su programa (en cuanto a cumplimiento de compromisos electorales, Chávez ha demostrado hasta el día de hoy que no es Rajoy). Ese programa, ahora refrendado popularmente, habla de soluciones socialistas. Un gesto de radical honradez de Chávez, nunca lo suficientemente reconocido, tiene que ver con el anuncio en 2005, en el estadio Gigantinho de Porto Alegre, de que la solución a los problemas de su país y del mundo sólo podía venir del socialismo. Nada más sensato, desde otra lógica, que proponer un modelo que se basara en el "chavismo". Si, como reza la hueca crítica, Chávez fuera un abusivo populista —un curioso populista que comenzó su gobierno con una nueva Constitución y aumentando a cinco los poderes del Estado (añadiendo un poder moral y un poder electoral), mientras que los que lo acusan de populista en España, están desmantelando en silencio y sin referéndum la propia—, difícilmente hubiera renunciado a construir un régimen personalista. De esa manera, podría haber chavistas de derechas y chavistas de izquierdas, algo que no cabe cuando el asunto va de "socialismo". Apostar por el socialismo resta apoyos. ¿Alguien recuerda en nuestro entorno a algún gobernante dispuesto a perder votos antes que perder ideas?
Los que le acusan de populista en España están desmantelando en silencio y sin referéndum su Constitución Pero Chávez no se quedó ahí, sino que, además, dijo que el socialismo del siglo XXI no podía repetir los errores del socialismo del siglo XX. Por eso se abrieron líneas de discusión —donde el Centro Internacional Miranda tuvo un papel estelar— que debían identificar qué aspectos del socialismo del siglo XX debían conservarse y cuáles debían superarse. Muros y alambradas, desconfianzas ante el pueblo, campos de reeducación, adoctrinamiento, confusión del Estado y el partido, autoritarismo, estatización de todos los medios de producción, partido único, primacía de los fines sobre los medios o falta de respecto a la diversidad (recordemos el trato concedido a los homosexuales en muchos países socialistas o cómo la Komintern fue a Perú a recriminar a Mariátegui por hablar de un socialismo indígena en su país o) forman parte de aquellos aspectos que durante el siglo XX alejaron al socialismo de la libertad y del apoyo popular.
Sin embargo, la entrega y el sacrificio (fue el ejército rojo quien frenó a los nazis), la eficacia económica (Rusia y China salieron del feudalismo), la conquista de derechos sociales y políticos, la descolonización, el pacifismo, el ecologismo son todos logros de la izquierda. Proponer el socialismo en un país petrolero rentista, donde el consumismo es casi una religión, con unos militares formados durante 40 años para combatir a los izquierdistas, con un Estado débil y "anárquico" (Macondo se empeña en mudarse a Venezuela) y en un momento de crisis mundial de la izquierda y de auge del modelo neoliberal o es un rasgo de genialidad o lo es de locura tropical. Aunque, ¿acaso no tienen mucho que ver ambas? Chávez conecta con su pueblo. Y resulta que Venezuela está en Venezuela.
Esa coherencia hace daño en no pocos oídos. Si el neoliberalismo sólo puede sobrevivir en tanto en cuanto convenza de que no hay alternativa, la Venezuela bolivariana es en exceso disolvente. Una piedra en el zapato de la lógica una, grande y libre, como ayer fue el Chile de Allende, la Cuba de Fidel, la España del Frente Popular, la Rusia de Lenin, la Comuna de París, el Haití de Petion o la Roma de Espartaco.
En el caso de España, el odio de los que viven de odiar viene de lejos. Aznar, ya presidente del Gobierno, mandó en 1998 a Venezuela a su futuro yerno Alejandro Agag, a su asesor político Pedro Arriola, el jefe de comunicación del PP, García Diego, y al entonces desconocido empresario Francisco Correa (ya andaba fraguándose la red Gürtel) a montarle la campaña presidencial a Irene Sáez, una ex Miss Universo que si bien iba si no a solventar los problemas de un país con un 60% de pobreza, iba, al menos, a llenarlo de glamour (quizá, si hubiera sido así, Boris Izaguirre no habría venido a España a bajarse los calzoncillos en la tele y a pegar gritos que desvelaban a los pensionistas). Pero Chávez ya apuntaba maneras y arrasó en aquellas elecciones. Le sacó a la candidata de Aznar más de 50 puntos. Nada extraño que cuando el golpe contra Chávez en 2002, Aznar mandara al embajador español a reconocer al golpista, a la sazón, además, presidente de la patronal. Todo un exceso (que las patronales den un golpe y pongan al patrón de patrones al frente ¿Se imaginan a Cuevas o a Díaz Ferrán de jefes de gobierno después del 23-F? Bueno, la pregunta no deja de ser retórica).
Por parte del PSOE, el desencuentro viene de las relaciones de Felipe González con Carlos Andrés Pérez, el presidente corrupto (así lo sancionó el congreso que lo juzgó mucho antes de que llegara Chávez) y responsable de mandar al ejército a disparar contra el pueblo durante el Caracazo de febrero de 1989. Esas complicadas amistades que hace la Internacional Socialista... Añadamos que a González, quien ya debería estar tanteando el terreno que le llevaría a trabajar para Carlos Slim (el hombre más rico de América Latina), le presentó el mismo Carlos Andrés a un empresario, Gustavo Cisneros (una de las principales fortunas de Venezuela). Aquello debió ser el comienzo de una hermosa amistad, pues González le vendería a Cisneros Galerías Preciados por 1.500 millones de pesetas. Tras un saneamiento con dinero público de 48.000 millones de pesetas, el avispado empresario vendería cinco años después la empresa por 30.600 millones, esto es, 20 veces más. No es de extrañar el enfado de Cisneros, Carlos Andrés y Felipe González con el comandante Chávez. Más extraño es por qué tuvo que hacer de su enfado personal una cuestión política. Aunque a lo mejor el enfado ya era también política. Quedaba por ver la posición de la izquierda del PSOE. La que siempre ha tenido dificultades para procesar lo que estaba fuera de los partidos comunistas. Anda aún dándole vueltas al asunto. 40 años de dictadura militar han generado igualmente algunos anticuerpos ante todo lo que tenga que ver con la milicia.
Sin embargo, como dice Boaventura de Sousa Santos, tenemos que empezar a aprender del Sur. No para repetir el error de importar acríticamente modelos, como ellos hicieron en el pasado. En esta situación de pérdida del Estado social y democrático de derecho en Europa motivado por el embate neoliberal, pudiera ser interesante saber cómo América Latina sufrió lo mismo hace 30 años (incluidas privatizaciones, pérdida de infraestructuras, también del transporte ferroviario, cierre de hospitales y escuelas, rescates bancarios, primas de riesgo, empobrecimiento general de la población) y cómo salieron a través de procesos constituyentes que están sentando las bases de un nuevo pacto social. Y ahí puede aparecer un Chávez diferente. Un Chávez que nos ayude a mirarnos de otra manera. Un militar zambo y de Sur. ¿Nos atrevemos al menos a entenderlo?



* Juan Carlos Monedero Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid 
Fuente: http://www.publico.es/internacional/443570/chavez-frente-a-chavez-hablar-de-socialismo

lunes, 8 de octubre de 2012

Republicanos españoles: soldados luchando por la libertad


Alejandro M. Gallo presenta su novela épica "Morir bajo dos banderas"


Hace algunos años, de cañas con los compañeros de trabajo, nos pusimos a charlar de la II República y de la Guerra Civil que acabó ilícitamente con ella. La mayoría de nosotros estaba con los valores del progresismo social que representó la República. Éramos jóvenes y, aunque muy tecnificados, obreros al fin y al cabo, así que apoyar a los que se sublevaron y defender el retroceso que impusieron a este país terratenientes, poder financiero, militares e iglesia no estaba en los esquemas de ninguno. Sin embargo uno de mis compañeros se mostró violento y nos dijo: «No me habléis de ideales, lo único que sé es que mi abuelo se fue a luchar por ellos y lo que consiguió es dejar una viuda con ocho hijos y sin ninguna paga». Todos nos quedamos cayados ante la cruda realidad que nos había expuesto, sin saber que decir después de aquello. En realidad mi compañero estaba utilizando el mismo discurso que aquellos que defienden la opción asumida de vivir de rodillas ante el poderoso aún por injusto que éste se muestre, los que dicen que el camino correcto es la sumisión y lo irremediable de la situación que tocó en suerte, los que se niegan a intentar soluciones por si los que mandan injustamente toman represalias contra su entorno. Las decisiones que tomamos afectan a los demás, a los que más queremos primero, y no solo cambian nuestra vida. Es así. Mi compañero nos decía que nadie tiene derecho a defender lo que piensa si eso pone en riesgo la vida y que cada quien carga con la responsabilidad de mantener a su familia por encima de todo lo demás. Aquella frase me dolió y no supe muy bien discutirla. Lo que sabía entonces es que quien así pensaba estaba totalmente equivocado, que habrá que pelear siempre por defender las ideas de progreso si es que una vez queremos vivir en un mundo más justo y humano.

Es difícil rebatir experiencias personales que a otro le afectan de lleno y ha estado rumiando toda su vida. Hoy tengo argumentos para responder, los he encontrado leyendo Morir bajo dos banderas , la novela de Alejandro Gallo. En ella un puñado de hombres, vencidos por el franquismo, siguieron luchando por la libertad y para acabar con cualquier fascismo. Salieron de España hacia un exilio miserable y eligieron volver a tomar las armas regresando a las trincheras. Incansables les llegó la gloria en su pelea cuando derrotaron al Mariscal Rommel, liberaron París, Estrasburgo… y hasta entraron los primeros al mismísimo Nido del Águila en el que se refugiaba Hitler. Franceses, ingleses y norteamericanos les colmaron de medallas y ellos soñaron entonces que los mismos tanques, con el apoyo de los aliados, seguirían hasta Madrid para acabar con Franco y derrotar por completo el fascismo. Pero no fue así, cada uno de los países con los que, en las mismas filas, habían combatido les fueron dando la espalda y el camino de la liberación para España se truncó. De la gloria ya solo pudieron emprender rumbo hacia la tumba que les sirviera de descanso.

No soy aficionado a la literatura bélica, y sin embargo reconozco que he leído Morir bajo dos banderas con gusto, pues circula en ella una marea subterránea de principios básicos y humanos que nos adentra en el libro y con los que se establece un fuerte vínculo. Quizá sea la forma sencilla de su autor la que nos va transmitiendo una emoción que hace latir más fuerte el corazón. Gallo nos cuenta a través de la familia Ardura la historia épica de los soldados republicanos en la Segunda Guerra Mundial. Lo hace con una novela extensa en la que abundan batallas y triunfos, pero también comportamientos silenciosos de héroes callados y en cierta forma anónimos; las mismas actitudes que surgen en las situaciones límites, las que son difícilmente soportables fuera de ese marco, las que marcan que no hay vida sin dignidad. El dolor es el motor que agita a los personajes y el sueño de que un día cese para todos, la esperanza que les hace invulnerables.

A Nico y Fran, los hermanos Ardura, les toca estar en todas las batallas importantes de la Segunda Guerra Mundial. Su madre y su hermana viven el exilio tras las alambradas de un campo de prisioneros en Orán. Su padre está prisionero en un campo de trabajo en las minas de wolframio del Bierzo, del que le permiten salir para alistarse en la División Azul y que él acepta tomándolo como una posibilidad de desertar y poder unirse a las tropas antifascistas de la Unión Soviética para seguir peleando. La novia de Fran nos adentra en la resistencia francesa y nos une con el maquis español. No queda un escenario sin visitar en sus duras vidas de soldados por la libertad, las de aquellos que cerraron la puerta al fascismo en Europa.

Francia reconstruyó su historia y difuminó a los soldados españoles que fueron los primeros en entrar a liberar París. Lo mismo hicieron norteamericanos e ingleses. En cierta manera, nuestros soldados republicanos, por su nacionalidad, han pasado al olvido de esa Historia vivida en Europa. Morir bajo dos banderas es un homenaje a esos luchadores que combatieron al fascismo en todos sus frentes y una manera de contribuir a que se pueda escuchar también nuestra Historia, recuperar sus gestas, su memoria, su honor y su dignidad y hacer que perdure. En España batallaron durante tres años enfrentándose a los ejércitos fascistas de Franco, Hitler y Mussolini. Perdieron, pero ningún otro ejército les resistió tanto. Luego, en los frentes africanos y europeos, con lo que aquí aprendieron, se volvieron colosos, soldados invencibles que se mandaban solos, con una ética infranqueable y por encima de cualquier orden.

Se convirtieron en los mejores soldados del siglo y Alejandro Gallo se ha preocupado de señalar al lector una otra vez por qué lo fueron. Nuestros compatriotas exigieron mandos valientes, que no pidieran a sus tropas lo que ellos mismos no se ofrecían a hacer, y a cambio se dejaron la piel en el campo de batalla, más allá de cualquier fatiga, venciendo cada obstáculo. Luchaban y mientras se fueron haciendo camaradas por encima de todo. Combatían y a la vez fueron forjando un deber honesto de borrar a Franco y su régimen del presente para que volviera la República que nunca debieron arrebatarnos. Les dividieron en diferentes unidades para que no pudieran estar juntos, pero así, cada vez que les cambiaban de destino volvían a coincidir con otros compatriotas que atesoraban las mismas ilusiones como una necesidad. Eligieron nunca más derramar la sangre de un hermano, de ningún otro español.

Su compromiso ante el fascismo fue firme y nunca vacilaron en ese camino hacia la libertad, anteponiéndola a todo, incluso a su vida. Un convencimiento que en Morir bajo dos banderas pone la emoción a flor de piel, especialmente con la leyenda que los niños crean en un campo de exterminio judío sobre el soldado de las chocolatinas. No hay demasiado pasajes de nuestra literatura que puedan resultar tan sentidos y llegar tanto al corazón.

Pero a aquellos soldados un tanto anárquicos, a aquel ejército de ratas como les llamaba Pétain, no les entendieron, ni quisieron hacerlo, y cuando cumplieron la última misión les apartaron. Morir bajo dos banderas también es una historia de traiciones, las de una Europa sorda que tras la guerra admitió y reconoció la dictadura de Franco como gobierno legítimo, la que dio la espalda a los españoles que quisieron entrar por el Valle de Arán y la que desarmó un pequeño ejército que tras terminar la guerra tomó el camino directo hacia la frontera de España.

Aquellos soldados españoles defendieron dos banderas con el mismo orgullo, la tricolor de la república y la francesa con la cruz de Lorena. A veces la dignidad está por encima y la vida es un precio aceptable para que los que queden puedan seguir manteniéndola.

A modo de pequeño anecdotario: En la Semana Negra del 2009, Evelyn Mesquida presentaba su libro La nueve, un trabajo de investigación de muchos años apoyado en los testimonios de aquellos republicanos españoles que liberaron París. Alejandro Gallo compartía mesa con la autora en aquella ocasión y se mostraba impresionado por el libro. Fruto de aquella pasión es el trabajo que comenzó entonces para novelar aquel momento histórico y que hoy culmina con la presentación de su novela Morir bajo dos banderas.





Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

En el aniversario del “Descubrimiento de América


Repensando a Colón: Hacia una verdadera historia popular

En enero pasado, casi exactamente 20 años después de su publicación, las escuelas de Tucson prohibieron Rethinking Columbus [Repensando a Colón] el libro que edité en colaboración con Bon Peterson. Fue uno de una serie de libros adoptados por el celebrado programa de Estudios Mexicano-Americanos, un programa que desde hace tiempo ha sido objeto de ataques de los políticos conservadores de Arizona.


El distrito escolar quería aplastar el programa de Estudios Mexicano-Americanos; nuestro libro en sí no era el objetivo, simplemente quedó atrapado en el aplastamiento. El ataque de Tucson –y Arizona– contra Estudios Mexicano-Americanos y Rethinking Columbus comparte una raíz común: el intento de silenciar historias que perturban el actual orden de poder desigual.


Durante años inicié mis clases de historia para el undécimo grado preguntando a los estudiantes: “¿Cómo se llama ese tipo del que se dice que descubrió América?” Unos pocos estudiantes podían objetar a la palabra “descubrió”, pero todos sabían de quién estaba hablando. “¡Cristóbal Colón!” gritaban varios al unísono.


“Correcto. ¿Y qué encontró cuando llegó aquí?” preguntaba. Usualmente, unos pocos estudiantes decían: “Indios”, pero les pedía que fueran más explícitos: “¿De qué nacionalidad? ¿Cuáles son sus nombres?”


Silencio.


En más de 30 años de enseñanza de historia estadounidense, como titular y como invitado en otras clases, nunca tuve un solo estudiante que dijera: “Taínos”. Por lo tanto les pedía que pensaran sobre ese hecho. “¿Cómo explicamos eso? Todos conocemos cómo se llamaba el hombre que vino de Europa, pero nadie sabe el nombre de los que estaban aquí antes, y eran cientos de miles si no millones. ¿Por qué no habéis oído hablar de ellos?”


Esa ignorancia es un artefacto del silencio histórico, rendir invisibles las vidas e historias de pueblos enteros. Es lo que los educadores comenzaron a encarar en serio hace 20 años, durante los planes para del V Centenario de la llegada de Colón a las Américas, que entonces el Chicago Tribune alardeó sería “la más estupenda celebración internacional en la historia de las celebraciones notables”. Activistas americanos nativos y por la justicia social, junto con educadores conscientes, prometieron interrumpir las festividades.


En una entrevista con Barbara Miner, incluida en Rethinking Columbus, Suzan Shown Harjo del Morning Star Institute, que es creek y cheyenne, dijo: “Como pueblos americanos nativos en esta región roja de la Madre Tierra, no tenemos motivos para celebrar una invasión que causó la muerte de tanta de nuestra gente y sigue causando destrucción en la actualidad”. Después de todo, Colón no solo “descubrió”, se apoderó. Secuestró taínos, los esclavizó –Sigamos, en nombre de la Santa Trinidad, enviando todos los esclavos que se puedan vender", escribió Colón– y los “castigó” ordenando que les cortaran las manos o que fueran perseguidos por malignos perros de ataque si no entregaban la cuota de oro exigida por Colón. Un testigo presencial que acompañaba a Colón escribió que “hizo mucho daño, ya que un perro es igual a 10 hombres contra los indios”.


Libros de texto corporativos y biografías de Colón para niños no incluían nada de esto y estaban repletos de desinformación y distorsiones. Pero el problema más profundo era el subtexto de la historia de Colón: Está bien que las naciones grandes intimiden a naciones pequeñas, que los blancos dominen a la gente de color, que se celebre a los colonialistas sin prestar atención a las perspectivas de los colonizados, que se vea la historia solo desde el punto de vista de los vencedores.


Rethinking Columbus no solo tenía que ver con Colón. Formaba parte de un movimiento más amplio para sacar a la luz otras historias que se han silenciado o distorsionado en el plan de estudios dominante: activismo de base contra la esclavitud y el racismo, luchas de trabajadores contra propietarios, movimientos por la paz, el largo camino hacia la liberación de las mujeres, todo lo que Howard Zinn llamó “una historia popular de EE.UU.”


Lo que nos trae de vuelta a Tucson: Una de las hostiruas más silenciadas en el plan de estudios es la de los mexicano-americanos. A pesar de que la guerra de EE.UU. contra México llevó a que México “cediera” –a punta de bayoneta– cerca de la mitad de su país a EE.UU., ese trascendental evento apenas merece alguna mención en nuestros libros de texto. En el mejor de los casos sde enseña únicamente como prólogo de la Guerra Civil.


Los mexicano-estadounidenses fueron centrales en la construcción de este país, pero no lo sabréis por nuestros libros de texto. Trabajaron en las minas de cobre de Arizona, aunque en un sistema de apartheid en el cual se les pagaba un “salario mexicano”. En los años ochenta del siglo XIX la mayoría de los trabajadores que construyeron el Ferrocarril de Texas y México fueron mexicanos, y en 1900, el ferrocarril Southern Pacific tenía, solo en California, 4.500 trabajadores mexicanos.


Trabajaban para el ferrocarril y trabajaron por sus derechos. Los trabajadores agrícolas mexicanos y japoneses se unieron en 1903 en Oxnard, California, para formar la Asociación Laboral Japonesa-Mexicana. Como señala Ronald Takaki en A Different Mirror, “por primera vez en la historia de California, dos grupos minoritarios, sintiendo una solidaridad basada en la clase, se habían unido para formar un sindicato”. Se declararon en huelga por más paga, y escribieron una declaración diciendo que: “Si las máquinas se detienen, la riqueza del valle se detiene, y de la misma manera, si los trabajadores no reciben un salario decente, deben dejar de trabajar y toda la gente de este país sufrirá con ellos”.


En ninguna parte se exploró con más sutileza, rigor y sensibilidad esta rica historia de explotación y resistencia que en el programa de Estudios Mexicano-Americanos de Tucson. Como Rethinking Columbus, los profesores de Estudios Mexicano-Americanos apuntaban a romper el silencio de la sala de clases sobre cosas que importan, la opresión, la raza, la clase, la solidaridad y la organización para hacer un mundo mejor. Ved Precious Knowledge, el excelente filme que ofrece una mirada íntima a ese programa –y hace la crónica de los ataques horribles, incluso ridículos contra él– y obtendréis una idea del enorme impacto que este currículo del “repensamiento” tiene sobre las vidas de los estudiantes.


Sigamos utilizando éste y todos los denominados "Días de Colón" para contar una historia más completa de lo que significó el viaje de Colón para el mundo y especialmente para las vidas de la gente que había estado viviendo aquí durante generaciones. Y vayamos más allá de “Colón” para alimentar un currículo de “historia popular” buscando esas historias que ayudan a explicar por qué este mundo se ha hecho tan profundamente desigual y  también que la gente ha buscado constantemente más justicia. Es el trabajo en el cual educadores, padres y estudiantes tienen que colaborar.


Nota: Hay un llamado nacional a un día de solidaridad el 12 de octubre con el Fondo de Defensa de la Raza y la campaña para Salvar los Estudios Étnicos.


Common Dreams




Bill Bigelow fue profesor de estudios sociales en la escuela secundaria de Portland, Oregón, durante casi 30 años. Es el editor curricular de Rethinking Schools y co-director del Proyecto de Educación Zinn. Bigelow es autor o coeditor de numerosos libros, incluyendo A People’s History for the Classroom y The Line Between Us: Teaching About the Border and Mexican Immigration.

Fuente: http://www.commondreams.org/view/2012/10/06
rCR

Un triunfo esperado, gratificante, alentador



Latinoamérica sigue respirando sin sobresaltos: en las inmaculadas elecciones presidenciales venezolanas, el presidente Hugo Chávez fue reelecto para un tercer mandato, impidiendo la restauración neoliberal alentada desde Estados Unidos y varios países europeos y avivando, una vez más, el proceso integrador de la región.

El triunfo bolivariano es un aliento para aquellos que en Latinoamérica y el mundo buscan salida a la crisis del neoliberalismo: sí se puede luchar contra el capitalismo. “Venezuela ha cambiado. La lucha de clases (ocultada por la historia tradicional) que se inició desde el mismo siglo XVI, hoy día está culminando: la antigua hegemonía de la cultura burguesa está siendo suplantada por una contrahegemonía de la clase popular”, dice el historiador y antropólogo Mario Sanoja Obediente.

Seguramente el análisis de los guarismos compruebe que la oposición derechista y ultraderechista del pasado ha logrado calar sectores de las clases medias e incluso a sectores populares. Sectores que gracias a la Revolución Bolivariana no tienen como preocupación principal comer, acceder a la educación y a la salud y tener techo propio.

Entre los logros en los 14 años de gobierno bolivariano, se pueden sumar la reducción de la pobreza y del desempleo, la eliminación del analfabetismo, la consecución de un alto nivel de desarrollo humano, un acceso gratuito al sistema de salud y a una red eficiente de alimentos, y la ubicación del país como el quinto en matrícula universitaria.

Hoy las preocupaciones de muchos son las de las clases medias urbanas latinoamericanas: la inseguridad, la corrupción y la ineficiencia e ineficacia del aparato burocrático. Jesse Chacón, ex ministro del Interior y ahora director de una encuestadora, señala que en Venezuela el contrato social se rompe en el ’89, con el Caracazo, cuando la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes estaba en 6. En una década pasó de seis a 37 y en 2009 estaba en 44.

“El Estado creyó algo que no es cierto: si disminuyes la pobreza, disminuye la violencia. Del ’99 al 2009 la pobreza se redujo a la mitad y la pobreza extrema del 27 por ciento bajó al siete por ciento, sin embargo, la violencia no decreció. Las medidas neoliberales de los noventa desarticularon la estructura social. Es un tema de veinte años de deterioro del campo simbólico que no se resuelve fácilmente”, indicó Chacón.

Del análisis de los resultados saldrá también el rumbo que emprenderá el nuevo período –el tercero- del gobierno bolivariano bajo la conducción de Hugo Chávez, porque en el aparato existe una tendencia dispuesta a negociar con la oposición de derecha.

El propio Chávez –siempre magnánimo en la victoria- dijo dos días antes de las elecciones: “Yo estoy dispuesto a abrir las compuertas, estas puertas de Miraflores, a tomar nuevas iniciativas de diálogo, a nombrar comisiones de diálogo con los distintos sectores de la vida económica (…) El socialismo del siglo XXI es democracia. Nosotros no estamos hablando de la dictadura del proletariado; no”.

Hay muchos perdedores. Entre ellos, la prensa comercial nacional e internacional que, cartelizadamente, quisieron crear un clima de violencia y de eventual fraude. La oposición no tendrá derecho a quejarse (aunque sin duda lo hará), pues controla la gran mayoría de los medios de información de masas, que mienten, manipulan, insultan e intentan imponer imaginarios colectivos virtuales, bien alejado de la realidad real.

El civismo fue absoluto, la violencia no apareció en ningún rincón del país durante el acto electoral. Uno de los mayores triunfos del bolivarianismo es haber convertido al ciudadano en sujeto de política (tradicionalmente fue objeto), como eslabón imprescindible para soñar con una democracia no declamativa sino participativa.

La próxima batalla

Asegura el sociólogo argentino-mexicano Guillermo Almeyra que la campaña de Chávez fue antes que nada de aparato y reforzará, por lo tanto, al aparato chavista, que está muy por detrás del radicalismo del presidente. “Eso es particularmente peligroso en el caso de que en las futuras elecciones del 16 de diciembre (de gobernadores de los estados) la oposición burguesa consiga aprovechar el desprestigio de los candidatos chavistas para conquistar el control de posiciones claves en el aparato estatal que hoy están en manos del gobierno”.

Seguramente retornará a los medios comerciales el tema de la enfermedad del presidente (su rendimiento, su eventual incapacidad), buscando la desestabilización, quizá el camino antidemocrático que una buena parte de la oposición no ha archivado aún, sabiéndose incapaz de acceder al poder por las vías electorales . En esta revolución bolivariana, Chávez no solo tiene el rol protagónico sino un papel irremplazable y hoy por hoy no hay sucesor ni plan posChávez.

La elección de gobernadores, a su vez, estará marcado por el resultado de las elecciones en Estados Unidos y enmarcada por la crisis del neoliberalismo a escala mundial. Algunos expertos alertan que una caída de la producción mundial reducirá el precio del petróleo y, por lo tanto, dificultará los planes sociales y económicos del chavismo en Venezuela, en la Unasur, el Mercosur y un encarecimiento de los alimentos que el país importa.

“Con Estados Unidos estamos siempre dispuestos a mejorar las relaciones (…) ojalá con el próximo gobierno y ojalá sea el de Obama, como ya lo dije, podamos nosotros rehacer el diálogo con los Estados Unidos”, señaló el presidente Chávez este sábado.

Destacó asimismo que Venezuela tiene una gran relevancia en el mundo, pues es la primera reserva de crudo del planeta. "Cuando se acabe el petróleo en casi todo el mundo, que podría ocurrir quizá a finales de este siglo (...), quedarán cinco países todavía con reservas importantes: Rusia, Irán, Arabia Saudí, Irak y Venezuela", detalló. "Esto da a Venezuela una importancia especial desde hace un siglo", agregó.

Recordó, asimismo, que todos los presidentes del país que pretendieron tomar las riendas del negocio petrolero fueron derrocados: Cipriano Castro, Isaías Medina, Carlos Delgado, Rómulo Gallegos y él mismo. "La causa fundamental: el petróleo, porque los países poderosos de Occidente necesitan ese petróleo”.

Señaló que su gobierno también es adversado desde Occidente porque representa "lo que algunos llaman el mal ejemplo de Venezuela", es decir, "un país que es capaz de levantarse" contra el neoliberalismo. "Hemos demostrado muchas cosas sin el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), libres y soberanos, y acosados por todos esos poderes", comentó.

La oposición

La nueva caída significará que nuevos reacomodos se producirán en la oposición venezolana, antes o después de las elecciones de gobernadores, luego del giro táctico producido tras la caída en las presidenciales de 2006, con el abandono –al menos discursivo- de la vía violenta y la adopción de una estrategia anclada en la dura crítica de la gestión de gobierno, y la reapropiación de algunas de las principales ideas-fuerza del chavismo originario.

Seguramente el nuevo discurso se base en la necesidad de reconciliación nacional, que cuenta con el agrado del Departamento de Estado estadounidense, de ONGs internacionales o trasnacionales e, incluso, con el beneplácito de sectores académicos y una parte de la dirigencia chavista.

En tiendas chavistas el desafío será avanzar en el proyecto hacia el Socialismo del Siglo XXI, lo que supone la necesidad de una nueva forma de hacer política, eliminando de cuajo la “dedocracia” y la representación, para avanzar en la participación popular y protagónica, que incluye, sin lugar a dudas, la elección de las candidatos desde el poder comunal, desde las bases.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

domingo, 7 de octubre de 2012

EL PROGRESISMO: RETO DEL MOMENTO

“…Los Pueblos son superiores a sus dirigentes Jorge Eliecer Gaitán 


Cuando un pueblo adopta  su destino, la historia avanza. Fue la lectura principal de lo ocurrido  en las últimas elecciones para la alcaldía de Bogotá. El naufragio del Polo, la frustración y la esperanza se juntaron, allí nació la coyuntura. La audacia política de Gustavo Pedro se hizo presente, ubicándose a la altura de su papel histórico.
Estos eventos insólitos son generadores de cambios profundos en la consciencia nacional. Dejan lecciones que urge retomar. Es la motivación fundamental para esta reflexión.

La izquierda colombiana ha recorrido caminos  tortuosos, y aún hoy, a las aturas del siglo XXI, no ha logrado cuajar sus sueños. Colombia se rezagó en el proceso latinoamericano. Brasil, Argentina y Chile nos tomaron ventaja en esta marcha hacia el  futuro y los movimientos de la izquierda nacional, no se escapan a esta crítica. Los soñadores originales no tuvieron descendientes para continuar el desafío. Los pioneros fueron sacrificados prematuramente, o fueron ahogados en las tormentas de los egos. En ambos casos, las proclamadas vanguardias herederas, renunciaron a la dialéctica del crecimiento social y conceptual, se aferraron a la supervivencia del aparato y expulsaron a su fuente natural: el Pueblo.

En los últimos cincuenta años surgieron experiencias políticas que hoy no existen; Frente Unido, la Uno, Firmes, Unión Patriótica, Anapo Socialista,  ADM-19, para concluir en el ultimo fiasco del Polo Democrático. Este último, si bien promovió batallas políticas e ideológicas importantes a nivel parlamentario, no estuvo a la altura de las expectativas generadas. Sin embargo, la historia no se detiene, prosigue su curso trazado por las corrientes sociales.
Curiosidades del realismo mágico: precisamente gracias a esta crisis política, se originó el movimiento Progresista.

Ahora, que Gustavo Petro asume la alcaldía de Bogotá, nos preguntamos con preocupación: ¿Se repetirá la historia?
Sin vacilar respondemos: ¡Los ciudadanos progresistas  no lo permitiremos!
Según nuestra interpretación, el error aberrante de los movimientos y partidos de  izquierda, fue no asumir las reglas de juego que rigen un movimiento político,  ni mucho menos aceptaron las de un Partido. Como dice el zapatero remendón de la esquina: “no fueron ni chicha ni limoná”.
En el caso más reciente, la escasa estructura política del Polo Democrático, favoreció la presencia en su interior de bandas delictivas, que llevaron al traste los sueños y esperanzas de la colectividad. Sin citar agendas electorales de caudillos barriales ligados directamente al clientelismo tradicional. Paralelo a estas disonancias, se multiplicaron alianzas no programáticas que propiciaron el puntillazo final. Como resultado, los pocos dirigentes cualificados de este movimiento, fueron, poco a poco, anulados por la inercia institucional de una práctica inmediatista y cínica de la política.
Pero no todo son tristezas en este maremagno.
Junto a Gustavo Petro aparecen otras figuras como la del dirigente antioqueño Sergio Fajardo, quien en actitud solitaria se negó a aceptar oscuras alianzas con sectores abiertamente corruptos de la política nacional. Su valiente actitud fue premiada por los electores al ser elegido para la gobernación de Antioquia. Fenómenos similares en otros puntos del país, nos permiten vislumbrar una exigencia social de Ética a los funcionarios públicos.                  
También nos deja entrever que las nuevas generaciones de votantes, exigen la aparición de otro tipo de dirigente,  que se aparte de prácticas inmorales, y que a su vez, sepa mediar entre la gama de intereses sociales opuestos. He aquí el poder convocador del dirigente auténtico, que educa a sus electores, los eleva desde la ignorancia instintiva y los conduce a los actos de consciencia. 
 La Tarea del momento

Esta misma educación que señalamos para el dirigente individual, la debe realizar el sujeto colectivo, el organismo social que oriente el proceso político en un momento histórico.

¿Cuál sería la labor fundamental de un movimiento o partido para la sociedad?

Sin dudarlo, consideramos que el punto de partida es la Educación y la Formación. Estimular el empoderamiento del ciudadano y liberar sus capacidades creativas para la transformación del medio social
La gran tarea de comenzar a darle cuerpo a los sueños de un país, es a través de la Cultura. Esta tiene que ver con el imaginario social, el mayor poder dinamizador de la sociedad.  Tratamos con seres que sueñan, que aman, que  inventan mundos.

La educación social un tema primario y el Progresismo como escenario del debate

No solamente de la política, sino de acciones para la  conservación de la Naturaleza, de los animales, del planeta en general. Comprometer a la población urbana en acciones comunitarias para enfrentar con sabiduría el calentamiento global, tema que el positivismo científico ha delegado al cajón de los efectos colaterales del ejercicio tecnológico. El último invierno, sacó a flote la ignorancia  de la cultura ciudadana con respecto al manejo de las aguas y de las basuras.
   
La creación de un Movimiento Progresista, educador y conductor es inaplazable. Debe ser convocador y promotor del rescate de valores ancestrales y étnicos, que fortalezcan los tejidos sociales, estimulen la investigación propia y la producción de conocimiento que apoye el ejercicio y la creatividad en las artes y que promueva la organización de redes sociales y la participación comunitaria, tareas urgentes para un proceso social.

Si el Progresismo nació de la desilusión y de la audacia de un dirigente, para ubicarse a la altura del origen, debe constituirse en una nueva experiencia organizativa, social, política y cultural, superando errores del pasado y haciendo aportes a los irreversibles cambios sociales de  la época.  

            Atentamente
            Omar Vesga Núñez
            Ensayista                                                               
            Bogotá 30 de diciembre de 2011. 

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

De  Juan Pablo Duarte  solo se conoce una fotografía hecha en  Caracas  en 1873 cuando el patricio contaba con 60 años de edad.  A...