MORAL Y LUCES

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jueves, 15 de diciembre de 2016

Antonio Maceo,José Martí y Máximo Gómez

Pedro Antonio García
Fuente: Granma
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Para encontrarse con Antonio Maceo, José Martí y Máximo Gómez llegaron el 5 de mayo de 1895 al batey del ingenio La Mejorana, cerca del poblado de Dos Caminos de San Luis, a pocos kilómetros de Santiago de Cuba. El ambiente en la fábrica de azúcar era como de un día de fiesta. Martí describiría luego en su diario: “A criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración; el amo, anciano colorado y de patillas, de jipijapa y pie pequeño, trae vermouth, tabacos, ron, malvasía. ‘Maten tres, cinco, diez, catorce gallinas’. De seno abierto y chancleta viene una mujer a ofrecernos aguardiente verde, de yerbas”.
La entrevista entre los tres grandes despertaba expectativas. Todos sabían que el Generalísimo y el Titán no estaban en buenos términos desde la ruptura del plan Gómez-Maceo, una década atrás. En realidad la reconciliación sucedió meses más tarde, a finales de noviembre de 1895, en Lázaro López. El Héroe de Baraguá también evidenciaba disgusto por la forma en que el Apóstol había manejado lo de la expedición que de­sem­barcó en Duaba, encomendada a Flor Crombet.
Maceo se apartó primero del gentío para conversar con Gómez. Luego se les incorporó Martí y los tres se adentraron en la vivienda. Sobre lo que se conversó allí no tenemos evidencias históricas concretas, no se conservan actas de la reunión ni declaraciones oficiales de sus participantes, solo inferencias y especulaciones, algunas lamentablemente festinadas y delirantes.
Según el consenso que predomina en la historiografía nacional, los aspectos principales abor­dados en esta reunión giraron sobre la forma y organización del gobierno independentista y la estrategia para la conducción de la guerra.
Tal parece que durante esta cumbre entre los tres grandes del independentismo, hubo diferentes criterios sobre la forma de gobierno. Martí propugnaba la existencia de un gobierno civil, con un presidente y una cámara de representantes con amplias facultades, pero sin posibilidades de interferir en el mando militar. Maceo abogaba por una junta de generales con mando y una secretaría general. Como no se llegó a acuerdo alguno, se decidió aplazar el debate hasta la Asamblea Cons­tituyente de la República en Armas.
Según algunos autores, un tema candente de discusión resultó la supuesta proposición a Martí para que partiera al extranjero donde podría ser más útil a la Revolución. El Delegado no compartía ese criterio, aseguran esas fuentes, pues entendía que en Cuba estaba su puesto de combate. Según infieren estos investigadores, durante el encuentro Maceo conoció y aprobó el contenido del Manifiesto de Mon­tecristi.
Alrededor de las cuatro de la tarde el General Antonio se separó de Martí y Gómez, quienes se trasladaron a un rancho en Banabacoa, solo acompañados de una pequeña escolta mal ar­mada. El Apóstol escribiría en su diario: “Y así como echados, y con ideas tristes, dormimos”.
El Titán recapacitó, comprendió cuan incorrecto era dejar al Generalísimo y al Delegado en un sitio abierto al ataque y envió al romper el día a una avanzada para que los trajera al campamento. Allí personalmente los presentó a la tropa, que los vitoreó. Martí describiría la escena en carta a Carmen Miyares y sus hijas: “Venimos de Maceo. ¡Qué entusiasta revista la de los tres mil hombres a pie y a caballo que tenía a las puertas de Santiago! […] Les hubiera enternecido el arrebato del Campamento de Maceo y el rostro resplandeciente con que me seguían de cuerpo en cuerpo los hijos de Santiago de Cuba”.
Después los tres grandes de la Re­vo­lución se refugiaron en la sombra de unos tamarindos, que aún en 1995 se conservaban y los habitantes del lugar mostraban orgullosos a los visitantes. Esta vez el en­cuentro rezumaba cordialidad, pero como en La Mejorana nadie supo lo que dialogaron. Horas más tarde Gómez y Martí continuaron su marcha.
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