MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

viernes, 12 de octubre de 2012

FÉLIX ARCADIO MONTERO MONGE



FÉLIX ARCADIO MONTERO MONGE
(1850-1897)
La historia la hacen los pueblos, pero laescriben los que tienen el poder, y lamanipulan a su antojo y nos cuentanverdades mediasque soentoncesmentiras a medias.De la historia construida por el pueblocostarricense, la historia “oficial” haborrado hechos y personas. Una deéstaha sido liArcadiMonteroMonge. Por algo será. Veamos.Don Félix Arcadio, que nace en SantoDomingo de Heredia en 1846, estudiaDerechen la Universidade SantoTomás, en Costa Rica y en la Universidadde San Carlos, en Guatemala.Como dirigente del movimiento obrero-artesanalssumaPartidoConstitucional Democrático (fundadpoRafaeIglesias)con el que llegó serdiputado en el período 1890-1894. Crítico del Gobierno de turno -el de José JoaquínRodríguez-, y a sólo cinco meses de ser diputado, renuncia a aquél y funda el PartidoIndependiente Demócrata. En 1895, el ya Presidente Iglesias lo encarcela y destierra.Muere en 1897 en dudosas circunstancias al intentar regresar al país.Dirigente del movimiento obrero, diputado crítico, fundador de un nuevo partidoEraevidentemente un tipo incómodo para los poderosos. Y lo eraComdiputadpresental Congreso uproyectdreformaconstitucionaque entre otras cosas plantea:
Que el sufragio indirecto atenta contra el derecho del pueblo. En aquel momen-to votaban sólo los hombres mayores de 20 años, y para ser elegido en segun-da votación, se requería, además, saber leer y escribir y poseer un capital no in-ferior a 500 pesos. Estas condiciones dejaban por fuera al 80% de la población.Montero propone, entonces, la participación directa del pueblo en la elección desus representantes, porque, nos dice:
“los derechos deberes políticos esencialmente prácticos no se aprenden sinejecutándolosni se ejercen bien, sino por el mismo que siente ardeen su pecho el fuego del patriotismque lo impulsa buscar el bienestar felicidadde su Patria” 
De manera que los servidores públicos así elegidos rindan cuentas a los electores, noa los gobernantes, como era la práctica de la época: “Estos así servidores de lospueblos que los eligen y no aduladores del gobierno que los nombra.”
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Que cada cantón debe tener su propia Municipalidad. En ese momento soloexistían en las cabeceras de Provincia.
Eliminar la “Comisión Permanente”, que era un órgano que podía aprobar leyespropuestas por el Gobernante de turno, sin pasar por el Congreso, tan solo conque tuviera carácter de “urgente”.
Eliminar el ejército en tiempos de paz.
Dejar solo un vicepresidente, y no 3 como figuraba en la constitución.
“Otra reforma que debe hacerse a nuestra Carta Fundamental que será de grantrascendencia social y política pero que demanda la civilización moderna y elavance de los principios democráticos es hacer extensivo el derecho del sufra-gio a las mujeres”.No fue hasta 1953 en que las mujeres ejercieron este derecho, por primera vez, enelecciones nacionales, 63 años después de haber sido propuesto por Montero.Este Proyecto de reformas constitucionales, sobra decirlo, no fue aprobado por elCongreso.Fundado entonces el Partido Independiente Demócrata (PID), era “…el único partidoque exigía participación efectiva de sus adherentes…que debían participar en lasdecisiones”. Tenía el PID su principal apoyo en el Valle Central y en Limón, y llamabaa la organización de los trabajadores agrícolas y artesanos como único medio delograr un frente de lucha contra la oligarquía. Ésta última decía de los dirigentes delnuevo partido:
“Visitade continuo los talleres de trabajo, sin parar mienten con su propaganda retroceden nadmenos quun siglo, seducen al laboriosoartesano le hacealistarsen lafilaqucombaten contra laaristocracia, contra la supuesta aristocracia, contra la fortuna que jamásexistió en este suelo; y ofuscados en su empeño no ven que sus trabajosdejan en la clase obrera infiltrado el germen de las demagógicas doctrinasque actualmente ponen en terror y espanto en las sociedades de la viejaEuropa”.
Aunque la propuesta de gobierno del Independiente Demócrata es de corte liberal,proponen medidaqureduceel fuerte presidencialismo existentqueacrecentarían la democracia, debilitando por tanto el poder de la oligarquía.De entre los autores que han estudiado al PID se dice:
Fue un verdadero movimiento popular”, “es el primer partido que representa a laclasobrera”“siembra laprimeras semillas socialistaen el seno de lostrabajadores”, “defensor de las clases proletarias”, “primer partido que se organiza para disputar el poder a la oligarquía”.
 Y de don Félix Arcadio Montero que tenía “…conciencia clara de lucha de clases”,“fundador del socialismo en Costa Rica” o “…líder de artesanos y obreros, pero nosocialista”.Socialista o no, Montero introduce una concepción visionaria y nueva en el contextoliberal de la época en que los caudillos usurpaban el poder sin pensamiento odoctrina. Era, el Partido Independiente Demócrata, una organización de principios yde amplia participación.
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Desde el exilio seguía siendo incómodo. En una de sus cartas a su amigo y dirigente,don Albino Villalobos, de cara a las siguientes elecciones, leemos:
“…estar preparado a la lucha, caso que la haya, pues que creo que no la va ahaber, sí contrario una nueva farsa para hacerse reelegir al final como de-  senlace del drama, o elegir a alguien ministro, o al suegro para cumplir conel principio de alternabilidad en el Poder, esto es, estar alternando entre el suegro y el yerno, verificando el juego que los muchachos llaman de la
bu-rra
 , que mientras uno sube el otro baja, y viceversa, y, que burra tan lechera!Les da leche para curar a mas de cien tísicos, toda la familia Iglesias y Tino- co estaba tísica, y vistas a hoy ¡qué pulmones y que cachetes y más robustasque se pondrá si sigue tomando la leche de esa burra!. ¿No lo creé Ud.? Puesfíjese que no es el primer caso de tísicos que esa burra o mejor dicho, que laleche de esa burra cura. Ud. recordará lo dañada que estaba del pulmónnuestro insigne colega don M I en tiempo de la administración Soto, y conunos cuantos vasos de esa leche, no solo se curó sino que quedó sano y ro- busto para toda la vida.” 
A pesar del aliento e ideas que enviaba desde el destierro, el PID desaparece despuésde la muerte de don Félix Arcadio Montero.Es don Félix de las personas que la historia oficial obliga a olvidar. Hoy, es de las per-sonas que nos proponemos recordar. Si la historia la hacen los pueblos… ¡que los pue-blos escriban la historia! Don “Billo” Zeledón, autor de nuestro Himno Nacional, dedicóestas palabras a Don Félix, en 1909:
Fue de los eternos locos, visionarios cuyo verbo sigue de espacio en espacio sobre las tristezas del proletariado como una caricia revoloteandoFue de los que nunca la cerviz doblaron, de los que sucumben sin pedir amparo.¡Viva su memoria como ejemplo grato, orgullo de propios y asombro de extraños!; y ante su recuerdo jamás olvidado, lloren los humildes tiemblen los tiranos.
Las principales lecturas sobre el Partido Independiente Demócrata y sobre don FélixArcadio Montero Monge, son, de Vladimir de la Cruz, “Las luchas sociales en CostaRica”; de Arnoldo Mora, “Los orígenes del pensamiento socialista en Costa Rica”; y deOrlando Salazar, “El apogeo de la República liberal en Costa Rica, 1870-1914”. Peroeste resumen se basa en un documento de Consuelo Arce Benavides, domingueña yestudiosa de don Félix, elaborado en el contexto de su Maestría de Teoría Política deAmérica Latina, en 1995.
Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados, ANEP
Unidad de Formación, Información y Comunicación, UFICFebrero de 2009
Infórmate en
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jueves, 11 de octubre de 2012

50 años después del derrocamiento de Juan Bosch


La hora de la justicia social y el presidente Danilo Medina: 
50 años después del derrocamiento de Juan Bosch

Necesitamos una profilaxis, en todo el cuerpo social dominicano
Escrito por: VICTOR GRIMALDI CÉSPEDES
De una Revolución Democrática, la posible, lo menos que puede esperarse es un tratamiento justo para la gran mayoría de dominicanos y dominicanas que han ido quedando rezagados con el pasar de los 50 años que ya casi han transcurrido desde que en 1963 fue derrocado el primer esfuerzo serio por hacer de nuestra Patria una tierra de libertad.
El golpe de Estado de 1963 frustró un proyecto de nación y sociedad abierta concebido sobre la base de un desarrollo económico sano e independiente de los recursos del país, pero la desviación mayor del objetivo boschista lo produjo en más de dos generaciones el efecto de la intervención norteamericana de 1965.
Desde entonces, hemos estado sometidos a un modelo de explotación y dominación social que ha excluido y marginado a las grandes masas del pueblo dominicano de una vida digna.
La alineación y la degradación moral de nuestra sociedad han sido el resultado de aquel proceso que se inició en 1963, bautizado con sangre desde 1965 y apadrinado por el darwinismo socio-económico neoliberal que sin ninguna criticidad hemos aceptado.
Si ciertos políticos han dado malos ejemplos de vida, los tomaron y los aprendieron del sistema de dominación y enajenación que se nos impuso como consecuencia del aborto histórico de 1963 y 1965.
Ahora se pretende criticar a todos los políticos, o a algunos políticos. Pero, cuidado cuando miramos hacia otros litorales.
No es verdad tampoco que todo es buen ejemplo en el sector no gubernamental o “no político”.
Los patrones de consumo y mal comportamiento malignos los han impuesto como modelos deseables ciertas figuras del “empresariado” que pagan y promueven hace tiempo la resistencia a la justicia social.
No hablemos de dispendio público sin mencionar el saqueo de nuestros recursos naturales y minerales, ni de los fraudes fabulosos bancarios conocidos ni de los otros fraudes encubiertos, ni de las cuentas de miles y miles de millones en el exterior y sus activos expatriados, ni del estilo de vida lujoso y dispendioso de la élite privada que debe sentirse avergonzada ante millones de seres humanos que han tenido que abandonar sus campos para habitar cinturones de miseria por el abuso y la injusticia del sistema económico y social que se le ha impuesto al pueblo dominicano.
Es verdad que necesitamos una profilaxis, pero en todo el cuerpo social dominicano, y aquellos que se crean limpios, que tiren la primera piedra, como dijo el Maestro.
Hoy vive una parte de la Humanidad una crisis social, con manifestaciones económicas evidentes, y comienza a verse un resquejabramiento de las ideas y supuestos que han prevalecido en los últimos decenios.
Estas señales deberían alertarnos a los dominicanos y dominicanas. La época presenta signos de cambios profundos paradigmáticos que se avecinan en todo el mundo.
Echemos al zafacón de la historia las hipocresías y simulaciones, sin dejarnos manipular por los oportunistas de siempre, y hagamos conciencia de que estamos de nuevo, como en 1963, frente al desafío de la justicia social.
Apoyemos el esfuerzo del presidente Danilo Medina y del Gobierno del Partido de la Liberación Dominicana y sus fuerzas aliadas.

Ética y pedagogía en Juan Bosch


Julio Aníbal Fernández Javier
Finalmente, en una etapa posterior de su vida política, luego de una gran evolución ideológica en su pensamiento político, fundó los círculos de estudios, cuando aún presidía el Partido Revolucionario Dominicano, como después de la fundación del Partido de la Liberación Dominicana, donde los constituyó en el núcleo central por donde debían ingresar los simpatizantes de la nueva organización que deseaban hacer vida como militantes de ese instrumento político que fundó para servirle al pueblo, y completar la obra iniciada por los líderes de la sociedad secreta La Trinitaria, de liberar definitivamente al pueblo dominicano de las ataduras que le impedían transitar senderos de libertad y de desarrollo.
Otros instrumentos, de carácter pedagógico y difusión de las ideas y la educación que Juan Bosch fundó, junto con un selecto grupo de colaboradores políticos, fueron la revista “Política, Teoría y Acción”, el semanario “Vanguardia del Pueblo” y el programa radial “La Voz del PLD”, todos órganos de divulgación y difusión de ideas y conceptos ideológicos.
Además, está su fructífera producción intelectual, con más de cincuenta y siete libros escritos, de diferentes géneros literarios, en un lenguaje llano, sencillo y directo para el pueblo. Sin duda alguna, que el legado ético y pedagógico del profesor Juan Bosch, es tan vasto, que puede ser objeto de un estudio mucho más amplio, para dar a conocer a la sociedad contemporánea su aporte en temas tan importantes para el ejercicio de la actividad política.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La Constitución, el pluralismo y los partidos



Los partidos políticos son una expresión del pluralismo político y del principio democrático, (López Garrido). Desde esta idea se asume el surgimiento de los Partidos Políticos como el "non plus ultra" en la evolución de los conceptos ligados principalmente a la demanda de participación que realizan las personas en la medida que adquieren ámbitos de poder. Podrían ser enmarcados en el tránsito ideológico que ha permitido trabajar la construcción del concepto de soberanía popular frente al de soberanía nacional. La dimensión de este tránsito no es simple, está supuesto a obligar el incremento de las relaciones entre representantes y representados, lo que otorga a los partidos una connotación de gran importancia, pues deben cumplir una labor mediadora y sintetizadora de la voluntad popular y la estatal. Se resalta como un punto muy luminoso la evolución y ampliación del derecho al sufragio a todas las personas.
Afirmo con el Prof. García Guerrero, "que la aparición del partido político en sentido moderno es una consecuencia de la evolución de la soberanía nacional, el sufragio restringido y el sistema electoral mayoritario propios del Estado liberal, hacia la soberanía popular, el sufragio universal y la representación proporcional". Con una función principalísima, ya que es un instrumento fundamental en el proceso de formación de la voluntad del Estado.
La Constitución dominicana, en su artículo 216 establece que: "La organización de partidos, agrupaciones y movimientos políticos es libre, con sujeción a los principios establecidos en esta Constitución. Su conformación y funcionamiento deben sustentarse en el respeto a la democracia interna y a la transparencia, de conformidad con la ley". Le asigna tres fines esenciales, garantizar la participación de la ciudadanía en los procesos políticos para el fortalecimiento de la democracia. Contribuir en igualdad de condiciones a la formación y manifestación de la voluntad ciudadana. Servir al interés nacional, bienestar colectivo y el desarrollo integral de la sociedad.
La Constitución le reconoce expresamente un protagonismo extraordinario, lo que en términos teóricos es un significativo progreso para nuestra democracia. Asume una sociedad plural fundamentada en un Estado democrático y los partidos políticos como las vías institucionales para consolidar el pluralismo político, que implica libertad e igualdad de concurrencia de las organizaciones políticas, sobre una base de libertad, equidad y justicia.
Siguiendo a Lucas Verdú, podemos afirmar que el pluralismo político es un principio primordial en el desarrollo de sociedades democráticas, pues es un principio que se descompone en "subvalores" como tolerancia, cooperación y relativismo; asumidos desde una perspectiva muy bien definida académicamente y moralmente; sobre todo para responder con criterios claros a la denostación de los mismos que personas con visiones absolutistas de los procesos quieren asignarle. Tolerancia, cooperación y relativismo, sustentados desde la convivencia, la democracia, el respeto a la existencia de la diversidad, la interrelación, la cooperación en la búsqueda y protección de intereses comunes, la negociación y el consenso. O sea, el reconocimiento de que la construcción social requiere tomar en cuenta situaciones que no pueden mirarse desde contenidos absolutos, ni religiosos.
Produce una gran pena que en República Dominicana, los partidos políticos en su accionar cotidiano están absorbidos en el "clientelismo político" y en la lucha de intereses individuales que los entrampa y no les permite jugar el rol al que están destinados, ni se articulen como el espacio "natural" para construir la vida en democracia.
Con mi optimismo habitual que me permite creer en el enunciado de que "un mundo mejor es posible", esperaría que sea posible revertir el proceso de pérdida de confianza, de credibilidad, de transparencia, y legitimidad que viven los partidos políticos en mi país; y que, amparados en el artículo 216 de la Constitución, se pueda crear una verdadera institucionalidad partidaria, que responda al pluralismo político; que verdaderamente asuman su rol de promoción y responsabilidad en los cambios sociales, políticos y económicos necesarios para el desarrollo y el bienestar de todas las personas.
¿Será que el sistema de partidos amerita con carácter de urgencia de un rediseño, de una reingeniería profunda? Están establecidas las bases constitucionalmente legitimadas para que actúen como órganos aliados del desarrollo nacional. Lo que falta es que la dirigencia y la militancia lo asuman así. Me parece prudente que si vamos a seguir eligiendo nuestras autoridades por este mecanismo, necesitamos que sean Partidos Políticos fuertes, no maquinarias electorales. O ¿será que tendremos que ir pensando en la búsqueda de otras vías? Yo soy de las que quiero pensar, que a pesar de la crisis de representación y de legitimidad a lo interno de los partidos, existen las condiciones constitucionales para construir una verdadera democracia y un Estado Social y Democrático de Derecho. Lo que no me queda muy claro es el hecho de que las mismas personas que crean mediante Asamblea Constituyente estas condiciones óptimas, y la mayoría de la dirigencia partidaria, al momento de la aplicación práctica se vuelven buchipluma no más…

martes, 9 de octubre de 2012

La joven Weil y el viejo Marx



Conmemoramos el 24 de agosto el sesenta y nueve aniversario de la muerte de Simone Weil a los 34 años de edad, en Ashford, Inglaterra. La actualidad de su pensamiento es incuestionable frente a los múltiples y decisivos acontecimientos globales contemporáneos. Hace más de medio siglo discutió sobre temas que apenas comienzan a tener relevancia en el análisis político y social: cuestiones de primer orden como los límites del crecimiento económico, la sacrosanta idea de progreso heredada del siglo XIX y la crítica al marxismo en relación con la construcción de la sociedad alternativa al capitalismo, entre otras. Su obra, pues, arriba con extraordinaria vigencia a nuestro propio tiempo.
La opresión: una constante histórica en la civilización moderna
Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social [1] –un meditado discurso sobre la civilización, la cultura y la dignidad humana- es tal vez el libro más complejo de Simone Weil, escrito en 1934 cuando apenas tenía 25 años y enriquecido probablemente por su experiencia como operaria en cadenas de montaje en varias fábricas de París, actividad que dejó honda huella en su corta vida. Su amplio y crítico conocimiento sobre economía política marxista la condujo a despejar allí el camino de dogmas, al revelar los profundos mecanismos sociales –y no sólo económicos- de la opresión en la sociedad moderna.
Constató que había sólo dos aspectos sólidos e indiscutibles en la obra de Marx. Uno es el método que permite el estudio científico de la sociedad y la definición de las relaciones de fuerza que actúan en ella; otro, el análisis de la sociedad capitalista tal como existía en el siglo XIX. El resto –afirmó-, es demasiado inconsistente y vacío para poder calificarlo incluso como erróneo. Así, argumentó que al ignorar los factores espirituales, por ejemplo, Marx no se había equivocado demasiado en la investigación de un mundo social que prescindía de ellos. En el fondo –escribió-, el materialismo de Marx expresaba en realidad la influencia de esta misma sociedad sobre él, convirtiéndose en el mejor ejemplo de sus tesis acerca de la subordinación del pensamiento a las condiciones económicas. Además, el filósofo alemán heredó del siglo XIX la arriesgada e insostenible idea de que el crecimiento industrial no tiene límites; la certidumbre de que la prosperidad de la humanidad depende del desarrollo ilimitado de la producción industrial. Es decir –sostuvo Weil-, mantuvo la tesis de los economistas, a quienes pretendió criticar, que justificó la explotación de generaciones de niños en Europa sin el menor remordimiento; la contradicción que permitió identificar progreso social, explotación de las personas y destrucción de la naturaleza en una misma, irrazonable e ilegítima ecuación. Marx –afirmó-, simplemente tomó esta idea y la trasladó al campo revolucionario.
Simone Weil argumentó además que, aunque había comprendido el fenómeno de la opresión en el mundo capitalista del siglo XIX como un instrumento al servicio del desarrollo de las fuerzas productivas –una función social-, Marx no demostró el modo de eliminarla en una futura organización alternativa de la sociedad. La razón es que el marxismo sólo toma en cuenta el aspecto económico de la opresión; es decir, la producción de plusvalía, la relación entre la explotación del trabajo y la propiedad privada. A su juicio, esto representaba una simplificación que ha llevado a creer que la eliminación de la propiedad capitalista conduciría automáticamente a la desaparición de la opresión de los trabajadores, dejando diversas e importantes cuestiones sin resolver. Para Weil, los marxistas no han resuelto ninguno de estos problemas, ni siquiera han creído que fuera su deber explicarlos. Como señaló Nikola Tesla, cuando el objetivo de la ciencia se aparta del bienestar humano, ésta se convierte en una perversión.
Al investigar el carácter de la opresión, en consecuencia, Simone Weil intentó comprender no sólo su origen, sino también las causas de su reproducción y la posibilidad real de eliminarla. Mientras el fin último de la sociedad sea el progreso –dadas las versiones conocidas de la sociedad industrial: la del extremo individualismo y la del extremo estatismo-, la opresión –sostuvo- será inherente a la vida de los trabajadores. Esto es así porque las razones de su explotación no se reducen a factores económicos, pues son además de naturaleza cultural y social, inherentes al régimen de producción de la gran industria y no sólo a las formas de propiedad. Su origen, pues, está en la cultura moderna que es principalmente una cultura de especialistas, asentada en la división entre trabajo manual y trabajo intelectual. Unos dirigen y otros ejecutan -tanto en el ámbito económico como en el político-, y quienes ejecutan permanecen subordinados a quienes coordinan. La opresión es, entonces, primordialmente una cuestión cultural que cumple una función social vinculada al progreso económico.
Subrayó entonces Simone Weil el hecho de que el mecanismo de la opresión capitalista se hubiera mantenido sorprendentemente intacto en el sistema de producción socialista, precisamente después de la revolución y el cambio del régimen de propiedad. Reflexión que la condujo además a incorporar a su análisis las implicaciones de la lucha por el poder -un problema que obvió Marx-, dado que la revolución no tiene lugar en todas partes y a un mismo tiempo. El surgimiento de la URSS, en su opinión, había revelado que la competencia por el poder en la civilización moderna estaba indisolublemente vinculado al crecimiento industrial y a la intensidad de la explotación del trabajo. Concluyó entonces que la opresión había permanecido como una constante histórica en la civilización contemporánea y, en consecuencia, las revoluciones habían fracasado en el objetivo de liberar a los trabajadores. La victoria de la revolución –afirmó- ha consistido sólo en transformar una forma de opresión en otra; los cambios jurídicos y políticos, por tanto, resultan del todo insuficientes para destruirla.
Mientras garantice el crecimiento de la economía, puesto siempre al servicio de la lucha por el poder, la opresión será invencible. Son las cosas –afirmó- y no los individuos las que otorgan límites al poder, dado que éste depende del desarrollo de la producción y requiere un considerable excedente de bienes. En la dinámica de una sociedad opresora todo poder, pues, mantiene y reproduce hasta el límite las relaciones sociales en las que se fundamenta; entre ellas, las relaciones económicas que se nutren de la opresión. Es imposible, entonces, construir una sociedad libre sin derribar el principio que fortalece la opresión: la relación entre la lucha por el poder y el desarrollo de las fuerzas productivas. La revolución subordinó así el fin de la emancipación de los seres humanos al objetivo del crecimiento de la producción, lo que se traduce en la subordinación del desarrollo de la democracia y de la libertad que permanece prisionera de la economía en el mundo contemporáneo.
La idea de que el crecimiento industrial no tiene límites constituía para Simone Weil precisamente la contradicción interna que todo régimen opresor lleva en sí como un “germen de muerte”. Contradicción que expresa la oposición entre el carácter limitado del crecimiento de la producción como base del poder y el carácter ilimitado de la lucha por el poder; circunstancia que se percibe siempre en cada proceso de transformación social. Juzgó, pues, como un rotundo fracaso la teoría del socialismo científico, sesenta y cinco años antes de la desaparición de la URSS. Marx, en efecto, nunca explicó por qué las fuerzas productivas tienden obligatoriamente a desarrollarse, como si poseyeran naturalmente esa virtud. Y es en esa “misteriosa” tendencia donde descansa precisamente la teoría marxista de la revolución. Una creencia que se trasladó al movimiento socialista –afirmó Weil-, poniendo a los seres humanos al servicio del progreso y no al revés. Advirtió, sin más, que esta posición coincidía por completo con la corriente general del pensamiento capitalista que hizo del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas la “divinidad de la religión económica”. Concluyó, entonces, que dicha teoría era “ingenua” y “utópica” y calificó a Marx de “idólatra” de la sociedad futura, al estimar que esta surgiría de una transformación mecánica, de un sombrío dispositivo generador de justicia y de libertad permaneciendo intactas la técnica y la cultura de la organización del trabajo. La fe en el crecimiento económico, además, permitió a Marx concebir la ilusión de que en la nueva sociedad el trabajo podría llegar a ser superfluo; una utopía en cuyo nombre –afirmó Weil- “se ha derramado inútilmente la sangre de los revolucionarios y de los trabajadores”. La conclusión inevitable era, desde luego, preguntarse por los límites del progreso económico; la respuesta de Weil fue que el progreso se había transformado en regresión.
Qué hacer siguiendo el método de Marx
La sociedad libre significó para Simone Weil un ideal del cual sería posible alcanzar una aproximación real. Abolir la opresión, en efecto, transformando las condiciones materiales de la existencia humana: provocando un cambio en la concepción misma del trabajo que caracteriza a la civilización industrial. Construir un régimen social que se acercara a este ideal supondría, pues, modificaciones no sólo en el ámbito de la producción, sino también a nivel cultural, principalmente en lo que se refiere a la separación existente entre trabajo manual y trabajo intelectual. El movimiento revolucionario, de hecho, ignoró siempre la necesidad de este planteamiento, aun cuando –aseguró Weil- es justamente lo que habría que hacer si se siguiese el método de Marx. [2] Es decir, investigar primero la cuestión del trabajo en relación con la reorganización del sistema de producción, como un medio para garantizar el bienestar de la población. Se daría, de esta forma, verdadero sentido al ideal revolucionario, vinculándolo a la abolición de la opresión social.
Habría que construir, pues, una primera representación: un ideal de la nueva civilización alejada de la religión de la economía y de la producción. Para Simone Weil sería aquella donde el trabajo manual fuese el núcleo de la actividad económica, considerado un “valor supremo”. En consecuencia, sería evaluado no por su productividad, sino como actividad vital del individuo; no sólo objeto de honores y de recompensas, sino estimado como una necesidad del ser humano que da sentido a su existencia. La futura civilización, en fin, revaloraría el trabajo manual, posicionándolo en el centro mismo de la cultura. Otorgar al trabajo tal jerarquía sería, sin duda, un verdadero logro revolucionario; un punto de partida para construir el mundo social alternativo. Revisar la condición del trabajo y su relación con la libertad, la justicia y la democracia significaba para Simone Weil, en suma, “la única conquista espiritual del pensamiento humano desde la civilización griega”.


CEPRID



Notas
[1] Weil, Simone. Las causas de la libertad y de la opresión social. Paidós. Barcelona, 1995.
[2] “Ningún marxista, incluyendo al propio Marx, se ha servido realmente de él. La única idea verdaderamente valiosa de su obra es también la única que ha sido completamente desatendida. Por eso no es extraño que los movimientos sociales surgidos de Marx hayan fracasado”. Op. cit., p. 54.
Mailer Mattié es economista y escritora. Este artículo es una colaboración para el Instituto Simone Weil de Valle de Bravo en México y el CEPRID de Madrid.


Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1497 


Che: Sólo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso


Tragicómix

Extrañaremos a Hobsbawm


Mi primer contacto adherente con los escritos de semejante escritor de Historia, fue en la Universidad Nacional de Bogotá en 1966. Había llegado una edición en castellano de su libro Rebeldes Primitivos publicado en inglés 7años antes, y se discutía amplia y apasionadamente sobre los últimos coletazos del bandolerismo colombiano y la transformación de bandidos en revolucionarios que estábamos viviendo; estimulados por los profesores Fals Borda y el sacerdote Camilo Torres Restrepo autores del libro pionero sobre la Violencia en Colombia, y con la obligación consciente de enfrentar la visión parroquial y provinciana de la historia oficial colombiana, agenciada durante tantos años desde los púlpitos también oficiales. Entonces, nada mejor que para universalizar o si se quiere mundializar nuestras concepciones, leer el capítulo 10 de este libro, titulado “Anatomía de la Violencia en Colombia”.
Pero no fue esta su única opinión científica crítica sobre la realidad colombiana dentro de su macro-obra. Hay menciones sugerentes e inspiradoras sobre nuestro país en toda su tetralogía esencial publicada por editorial Critica: La era de la revolución (págs. 117 y 149) La era del capital (págs. 22, 50, 183) La era del imperio (pág.74) La historia del Siglo XX (págs. 113, 118, 140,143, 293, 296, 367, 370, 439) Amén de numerosas referencias a la Primera Independencia de Nuestramérica (Latinoamérica y el Caribe) y su inserción en la economía mundial en la mayoría de sus otras obras históricas; en sobre el nacionalismo, o en los ecos de la marsellesa, o de las revueltas a las revoluciones (los comuneros españoles y su influencia en América) etc. Y por si fuera poco, en 1986, escribió sobre Colombia un artículo clásico, es decir insuperable, titulado “Colombia Asesina”, donde talvez la única inexactitud achacable es haber ubicado a Misael Pastrana por fuera de las dinastías oligárquicas. Hoy se puede leer en http://www.rebelion.org/docs/156970.pdf.
Hobsbawm ya no está, Sobre su partida se ha escrito poco resaltando sus enseñanzas y en cambio mucho, destacando su “fuera”, su endeblez y desdén. Su nariz de judío centro-europeo agrandada por semejantes anteojos. Su heterodoxia (es decir el verdadero marxismo, recordemos la frase de Lukács: “en cuestiones de Marxismo lo único ortodoxo es el método”) Su universalismo macro tildado de “cosmopolitismo” (volvamos a leer el sugerente prólogo de 1971 a las “Formen” de Marx en la edición de S XXI ) y en fin, hasta sobre su monumental erudición que le permitía tratar los más diversos temas socio-históricos del momento para dar apuntes orientadores a los marxistas revolucionarios sobre el sutil hilo conductor de las tendencias universales futuras: El imperialismo actual, la guerra en el Siglo XXI, el llamado Estado nacional, el optimismo de la voluntad, la política para una Izquierda racional.
Quizás sea alguna forma de reclamo tardío ante su ultimo libro “cómo cambiar el mundo”, considerado escandaloso por muchos, porque entre tantos marxistas que en el mundo han sido, solo dedicó un capitulo a Antonio Gramsci y su historicismo de la filosofía de la praxis. Sin embargo, nadie se ha atrevido a negar que Hobsbawm llegó a ser un anciano respetable por su abrumadora “práctica teórica” como diría Althusser, y que mientras más viejo se volvía más radical se declaraba, y entre más radical, más libre, liviano y feliz.
Por todo eso y algunas otras irreverencias suyas, extrañaremos a Hobsbawm ahora que ya no está.



Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Chávez frente a Chávez



Hablar de socialismo



Cuando hace un año la enfermedad de Chávez parecía poner punto y final al proceso bolivariano, los analistas más serios coincidieron en que, fuera el que fuese el desenlace, ya no sería cierto que los logros del proceso bolivariano pudieran revertirse. La politización del pueblo —desde ese comienzo en que una sociedad con un enorme grado de analfabetismo fue capaz de discutir, enmendar y aprobar una nueva Constitución— se tradujo en la capacidad de exigir derechos. Escuchando al candidato Capriles durante la campaña, uno podría imaginar, de no conocer al personaje, que estaba ante un genuino representante de la izquierda. Chávez, en cualquier caso, había logrado que la cuestión social volviera a estar en la agenda política venezolana. Algo que los que se han presentado contra el comandante olvidaron durante, al menos, los 30 últimos años. Ahora, el pueblo venezolano ha vuelto a recordárselo. Con una participación histórica y con casi 10 puntos de distancia frente al candidato de la oposición. ¿Tendrá Chávez derecho a gobernar con ese resultado? Hollande le sacó a Sarkozy apenas tres puntos. Chávez a Capriles, diez. Qué dirá hoy la doliente prensa del mundo libre...
Chávez ha logrado que la cuestión social vuelva a estar en la agenda política venezolana Mientras que en Europa la democracia se está vaciando, en Venezuela gana puntos elección tras elección. El sentido común electoral europeo ya no permite escoger entre modelos diferentes. Si llega el caso de ponerse en riesgo el modelo existente, aparece un técnico (Monti, Papademos) o se amenaza al candidato alternativo y a sus votantes con las siete plagas (caso de Syriza). En Venezuela las elecciones merecen ese nombre porque cada candidato implica un tipo radicalmente diferente de sociedad. Y a Chávez nunca se le ocurriría, si viera que iba a perder las elecciones, llamar a un técnico para salvaguardar el modelo. Pero Vargas Llosa, como un idiotés descongelado, cree que es al revés, que donde la democracia peligra es en Venezuela, y los medios afines lo amplifican. La brillantez de su verbo parece agotar toda su inteligencia para el resto de tareas. Por debajo de Vargas Llosa, ni mencionarlo. Ya que no han matado a Chávez, regresan a las maniobras de antaño. El dictador bolivariano...
La victoria de Chávez, y eso es lo que debiera ocupar a la derecha, implica cumplir su programa (en cuanto a cumplimiento de compromisos electorales, Chávez ha demostrado hasta el día de hoy que no es Rajoy). Ese programa, ahora refrendado popularmente, habla de soluciones socialistas. Un gesto de radical honradez de Chávez, nunca lo suficientemente reconocido, tiene que ver con el anuncio en 2005, en el estadio Gigantinho de Porto Alegre, de que la solución a los problemas de su país y del mundo sólo podía venir del socialismo. Nada más sensato, desde otra lógica, que proponer un modelo que se basara en el "chavismo". Si, como reza la hueca crítica, Chávez fuera un abusivo populista —un curioso populista que comenzó su gobierno con una nueva Constitución y aumentando a cinco los poderes del Estado (añadiendo un poder moral y un poder electoral), mientras que los que lo acusan de populista en España, están desmantelando en silencio y sin referéndum la propia—, difícilmente hubiera renunciado a construir un régimen personalista. De esa manera, podría haber chavistas de derechas y chavistas de izquierdas, algo que no cabe cuando el asunto va de "socialismo". Apostar por el socialismo resta apoyos. ¿Alguien recuerda en nuestro entorno a algún gobernante dispuesto a perder votos antes que perder ideas?
Los que le acusan de populista en España están desmantelando en silencio y sin referéndum su Constitución Pero Chávez no se quedó ahí, sino que, además, dijo que el socialismo del siglo XXI no podía repetir los errores del socialismo del siglo XX. Por eso se abrieron líneas de discusión —donde el Centro Internacional Miranda tuvo un papel estelar— que debían identificar qué aspectos del socialismo del siglo XX debían conservarse y cuáles debían superarse. Muros y alambradas, desconfianzas ante el pueblo, campos de reeducación, adoctrinamiento, confusión del Estado y el partido, autoritarismo, estatización de todos los medios de producción, partido único, primacía de los fines sobre los medios o falta de respecto a la diversidad (recordemos el trato concedido a los homosexuales en muchos países socialistas o cómo la Komintern fue a Perú a recriminar a Mariátegui por hablar de un socialismo indígena en su país o) forman parte de aquellos aspectos que durante el siglo XX alejaron al socialismo de la libertad y del apoyo popular.
Sin embargo, la entrega y el sacrificio (fue el ejército rojo quien frenó a los nazis), la eficacia económica (Rusia y China salieron del feudalismo), la conquista de derechos sociales y políticos, la descolonización, el pacifismo, el ecologismo son todos logros de la izquierda. Proponer el socialismo en un país petrolero rentista, donde el consumismo es casi una religión, con unos militares formados durante 40 años para combatir a los izquierdistas, con un Estado débil y "anárquico" (Macondo se empeña en mudarse a Venezuela) y en un momento de crisis mundial de la izquierda y de auge del modelo neoliberal o es un rasgo de genialidad o lo es de locura tropical. Aunque, ¿acaso no tienen mucho que ver ambas? Chávez conecta con su pueblo. Y resulta que Venezuela está en Venezuela.
Esa coherencia hace daño en no pocos oídos. Si el neoliberalismo sólo puede sobrevivir en tanto en cuanto convenza de que no hay alternativa, la Venezuela bolivariana es en exceso disolvente. Una piedra en el zapato de la lógica una, grande y libre, como ayer fue el Chile de Allende, la Cuba de Fidel, la España del Frente Popular, la Rusia de Lenin, la Comuna de París, el Haití de Petion o la Roma de Espartaco.
En el caso de España, el odio de los que viven de odiar viene de lejos. Aznar, ya presidente del Gobierno, mandó en 1998 a Venezuela a su futuro yerno Alejandro Agag, a su asesor político Pedro Arriola, el jefe de comunicación del PP, García Diego, y al entonces desconocido empresario Francisco Correa (ya andaba fraguándose la red Gürtel) a montarle la campaña presidencial a Irene Sáez, una ex Miss Universo que si bien iba si no a solventar los problemas de un país con un 60% de pobreza, iba, al menos, a llenarlo de glamour (quizá, si hubiera sido así, Boris Izaguirre no habría venido a España a bajarse los calzoncillos en la tele y a pegar gritos que desvelaban a los pensionistas). Pero Chávez ya apuntaba maneras y arrasó en aquellas elecciones. Le sacó a la candidata de Aznar más de 50 puntos. Nada extraño que cuando el golpe contra Chávez en 2002, Aznar mandara al embajador español a reconocer al golpista, a la sazón, además, presidente de la patronal. Todo un exceso (que las patronales den un golpe y pongan al patrón de patrones al frente ¿Se imaginan a Cuevas o a Díaz Ferrán de jefes de gobierno después del 23-F? Bueno, la pregunta no deja de ser retórica).
Por parte del PSOE, el desencuentro viene de las relaciones de Felipe González con Carlos Andrés Pérez, el presidente corrupto (así lo sancionó el congreso que lo juzgó mucho antes de que llegara Chávez) y responsable de mandar al ejército a disparar contra el pueblo durante el Caracazo de febrero de 1989. Esas complicadas amistades que hace la Internacional Socialista... Añadamos que a González, quien ya debería estar tanteando el terreno que le llevaría a trabajar para Carlos Slim (el hombre más rico de América Latina), le presentó el mismo Carlos Andrés a un empresario, Gustavo Cisneros (una de las principales fortunas de Venezuela). Aquello debió ser el comienzo de una hermosa amistad, pues González le vendería a Cisneros Galerías Preciados por 1.500 millones de pesetas. Tras un saneamiento con dinero público de 48.000 millones de pesetas, el avispado empresario vendería cinco años después la empresa por 30.600 millones, esto es, 20 veces más. No es de extrañar el enfado de Cisneros, Carlos Andrés y Felipe González con el comandante Chávez. Más extraño es por qué tuvo que hacer de su enfado personal una cuestión política. Aunque a lo mejor el enfado ya era también política. Quedaba por ver la posición de la izquierda del PSOE. La que siempre ha tenido dificultades para procesar lo que estaba fuera de los partidos comunistas. Anda aún dándole vueltas al asunto. 40 años de dictadura militar han generado igualmente algunos anticuerpos ante todo lo que tenga que ver con la milicia.
Sin embargo, como dice Boaventura de Sousa Santos, tenemos que empezar a aprender del Sur. No para repetir el error de importar acríticamente modelos, como ellos hicieron en el pasado. En esta situación de pérdida del Estado social y democrático de derecho en Europa motivado por el embate neoliberal, pudiera ser interesante saber cómo América Latina sufrió lo mismo hace 30 años (incluidas privatizaciones, pérdida de infraestructuras, también del transporte ferroviario, cierre de hospitales y escuelas, rescates bancarios, primas de riesgo, empobrecimiento general de la población) y cómo salieron a través de procesos constituyentes que están sentando las bases de un nuevo pacto social. Y ahí puede aparecer un Chávez diferente. Un Chávez que nos ayude a mirarnos de otra manera. Un militar zambo y de Sur. ¿Nos atrevemos al menos a entenderlo?



* Juan Carlos Monedero Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid 
Fuente: http://www.publico.es/internacional/443570/chavez-frente-a-chavez-hablar-de-socialismo

lunes, 8 de octubre de 2012

Republicanos españoles: soldados luchando por la libertad


Alejandro M. Gallo presenta su novela épica "Morir bajo dos banderas"


Hace algunos años, de cañas con los compañeros de trabajo, nos pusimos a charlar de la II República y de la Guerra Civil que acabó ilícitamente con ella. La mayoría de nosotros estaba con los valores del progresismo social que representó la República. Éramos jóvenes y, aunque muy tecnificados, obreros al fin y al cabo, así que apoyar a los que se sublevaron y defender el retroceso que impusieron a este país terratenientes, poder financiero, militares e iglesia no estaba en los esquemas de ninguno. Sin embargo uno de mis compañeros se mostró violento y nos dijo: «No me habléis de ideales, lo único que sé es que mi abuelo se fue a luchar por ellos y lo que consiguió es dejar una viuda con ocho hijos y sin ninguna paga». Todos nos quedamos cayados ante la cruda realidad que nos había expuesto, sin saber que decir después de aquello. En realidad mi compañero estaba utilizando el mismo discurso que aquellos que defienden la opción asumida de vivir de rodillas ante el poderoso aún por injusto que éste se muestre, los que dicen que el camino correcto es la sumisión y lo irremediable de la situación que tocó en suerte, los que se niegan a intentar soluciones por si los que mandan injustamente toman represalias contra su entorno. Las decisiones que tomamos afectan a los demás, a los que más queremos primero, y no solo cambian nuestra vida. Es así. Mi compañero nos decía que nadie tiene derecho a defender lo que piensa si eso pone en riesgo la vida y que cada quien carga con la responsabilidad de mantener a su familia por encima de todo lo demás. Aquella frase me dolió y no supe muy bien discutirla. Lo que sabía entonces es que quien así pensaba estaba totalmente equivocado, que habrá que pelear siempre por defender las ideas de progreso si es que una vez queremos vivir en un mundo más justo y humano.

Es difícil rebatir experiencias personales que a otro le afectan de lleno y ha estado rumiando toda su vida. Hoy tengo argumentos para responder, los he encontrado leyendo Morir bajo dos banderas , la novela de Alejandro Gallo. En ella un puñado de hombres, vencidos por el franquismo, siguieron luchando por la libertad y para acabar con cualquier fascismo. Salieron de España hacia un exilio miserable y eligieron volver a tomar las armas regresando a las trincheras. Incansables les llegó la gloria en su pelea cuando derrotaron al Mariscal Rommel, liberaron París, Estrasburgo… y hasta entraron los primeros al mismísimo Nido del Águila en el que se refugiaba Hitler. Franceses, ingleses y norteamericanos les colmaron de medallas y ellos soñaron entonces que los mismos tanques, con el apoyo de los aliados, seguirían hasta Madrid para acabar con Franco y derrotar por completo el fascismo. Pero no fue así, cada uno de los países con los que, en las mismas filas, habían combatido les fueron dando la espalda y el camino de la liberación para España se truncó. De la gloria ya solo pudieron emprender rumbo hacia la tumba que les sirviera de descanso.

No soy aficionado a la literatura bélica, y sin embargo reconozco que he leído Morir bajo dos banderas con gusto, pues circula en ella una marea subterránea de principios básicos y humanos que nos adentra en el libro y con los que se establece un fuerte vínculo. Quizá sea la forma sencilla de su autor la que nos va transmitiendo una emoción que hace latir más fuerte el corazón. Gallo nos cuenta a través de la familia Ardura la historia épica de los soldados republicanos en la Segunda Guerra Mundial. Lo hace con una novela extensa en la que abundan batallas y triunfos, pero también comportamientos silenciosos de héroes callados y en cierta forma anónimos; las mismas actitudes que surgen en las situaciones límites, las que son difícilmente soportables fuera de ese marco, las que marcan que no hay vida sin dignidad. El dolor es el motor que agita a los personajes y el sueño de que un día cese para todos, la esperanza que les hace invulnerables.

A Nico y Fran, los hermanos Ardura, les toca estar en todas las batallas importantes de la Segunda Guerra Mundial. Su madre y su hermana viven el exilio tras las alambradas de un campo de prisioneros en Orán. Su padre está prisionero en un campo de trabajo en las minas de wolframio del Bierzo, del que le permiten salir para alistarse en la División Azul y que él acepta tomándolo como una posibilidad de desertar y poder unirse a las tropas antifascistas de la Unión Soviética para seguir peleando. La novia de Fran nos adentra en la resistencia francesa y nos une con el maquis español. No queda un escenario sin visitar en sus duras vidas de soldados por la libertad, las de aquellos que cerraron la puerta al fascismo en Europa.

Francia reconstruyó su historia y difuminó a los soldados españoles que fueron los primeros en entrar a liberar París. Lo mismo hicieron norteamericanos e ingleses. En cierta manera, nuestros soldados republicanos, por su nacionalidad, han pasado al olvido de esa Historia vivida en Europa. Morir bajo dos banderas es un homenaje a esos luchadores que combatieron al fascismo en todos sus frentes y una manera de contribuir a que se pueda escuchar también nuestra Historia, recuperar sus gestas, su memoria, su honor y su dignidad y hacer que perdure. En España batallaron durante tres años enfrentándose a los ejércitos fascistas de Franco, Hitler y Mussolini. Perdieron, pero ningún otro ejército les resistió tanto. Luego, en los frentes africanos y europeos, con lo que aquí aprendieron, se volvieron colosos, soldados invencibles que se mandaban solos, con una ética infranqueable y por encima de cualquier orden.

Se convirtieron en los mejores soldados del siglo y Alejandro Gallo se ha preocupado de señalar al lector una otra vez por qué lo fueron. Nuestros compatriotas exigieron mandos valientes, que no pidieran a sus tropas lo que ellos mismos no se ofrecían a hacer, y a cambio se dejaron la piel en el campo de batalla, más allá de cualquier fatiga, venciendo cada obstáculo. Luchaban y mientras se fueron haciendo camaradas por encima de todo. Combatían y a la vez fueron forjando un deber honesto de borrar a Franco y su régimen del presente para que volviera la República que nunca debieron arrebatarnos. Les dividieron en diferentes unidades para que no pudieran estar juntos, pero así, cada vez que les cambiaban de destino volvían a coincidir con otros compatriotas que atesoraban las mismas ilusiones como una necesidad. Eligieron nunca más derramar la sangre de un hermano, de ningún otro español.

Su compromiso ante el fascismo fue firme y nunca vacilaron en ese camino hacia la libertad, anteponiéndola a todo, incluso a su vida. Un convencimiento que en Morir bajo dos banderas pone la emoción a flor de piel, especialmente con la leyenda que los niños crean en un campo de exterminio judío sobre el soldado de las chocolatinas. No hay demasiado pasajes de nuestra literatura que puedan resultar tan sentidos y llegar tanto al corazón.

Pero a aquellos soldados un tanto anárquicos, a aquel ejército de ratas como les llamaba Pétain, no les entendieron, ni quisieron hacerlo, y cuando cumplieron la última misión les apartaron. Morir bajo dos banderas también es una historia de traiciones, las de una Europa sorda que tras la guerra admitió y reconoció la dictadura de Franco como gobierno legítimo, la que dio la espalda a los españoles que quisieron entrar por el Valle de Arán y la que desarmó un pequeño ejército que tras terminar la guerra tomó el camino directo hacia la frontera de España.

Aquellos soldados españoles defendieron dos banderas con el mismo orgullo, la tricolor de la república y la francesa con la cruz de Lorena. A veces la dignidad está por encima y la vida es un precio aceptable para que los que queden puedan seguir manteniéndola.

A modo de pequeño anecdotario: En la Semana Negra del 2009, Evelyn Mesquida presentaba su libro La nueve, un trabajo de investigación de muchos años apoyado en los testimonios de aquellos republicanos españoles que liberaron París. Alejandro Gallo compartía mesa con la autora en aquella ocasión y se mostraba impresionado por el libro. Fruto de aquella pasión es el trabajo que comenzó entonces para novelar aquel momento histórico y que hoy culmina con la presentación de su novela Morir bajo dos banderas.





Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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