EEUU en descomposición: La movilización que ha de empezar ahora
Con el coronavirus hundiendo nuestra economía, debemos desplegar ahora todos nuestros recursos para sobrevivir. Así, un día podremos florecer
James K. Galbraith (The Nation)
Muy simple: se ha desmoronado el castillo de naipes. Un mundo entero de ilusiones, autoengaños y sofismas ha muerto. Hemos llegado al final de una larguísima cadena, una cadena que se lleva desenrollando desde los triunfos de Milton Friedman y Friedrich von Hayek, popularmente relacionados con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero semejantes también a Jimmy Carter y Bill Clinton, a Tony Blair y Gordon Brown, a Bush y Obama, y a otras figuras menores. Una catastrófica coalición binacional y bipartidista en el orden de ideas anglosajón. Donald Trump y Boris Johnson son consecuencias, no causas, de esta catástrofe conceptual.
El espejismo es la economía tal y como la conocemos. Aquí han primado dos conceptos: la auto-organización y el velo monetario (veil of money). El primero aboga porque los mercados y toda la sociedad esté sujeta a la ley de la oferta y la demanda. Sus supuestas virtudes eran la competencia, la flexibilidad, los incentivos, la eficiencia; la realidad es una frágil red tejida con hebras de cristal. El segundo sumergió el sistema financiero (bancos, inversores o especuladores), convirtiendo a estas personas e instituciones en simples mensajeros sin importancia e invisibles.
Los más ilusos son los que peor salen parados. En un primer momento, el aturdido gobierno británico, un país dirigido por banqueros, inversores y oradores de la Oxford Union, se inclinó por dejar arder el fuego. Darwinismo social al nivel de la Gran Hambruna irlandesa. Mientras malgastaban el tiempo, el incendio se fue desmadrando. El 16 de marzo, cambiaron de rumbo: en Reino Unido empezaba la guerra. En Estados Unidos, nuestros líderes planean inyectar dinero como “estímulo”, y creen que con eso el mercado se auto-organizará. Es otro espejismo.
Europa se ha disuelto. Un amigo, encerrado solo en su apartamento en Roma, me corrigió: Europa en realidad nunca ha existido. Igual que la ficción de una sociedad organizada por el mercado, el espejismo de una unión gestionada por ministros de economía y por bancos centrales se ha evaporado. Macron habla solo para Francia; Merkel para Alemania y para ningún otro sitio. No hubo auxilio sanitario alemán para Italia en esos momentos de necesidad. La respuesta del Banco Central Europeo (la compra de algunos bonos) quedó eclipsada por el torpe comentario de Madame Lagarde.
Cuando colapsó la Unión Soviética, los Estados que la sucedieron sufrieron seis años en un infierno de privación, violencia, desesperación y suicidios. El problema no era, como muchos pensaron, un asunto de capacidad interna. Las fábricas existían, pero estaban inactivas; los campos existían, pero quedaron abandonados. La causa fue una parálisis con aspecto de shock: la incapacidad de soportar saqueos internos, privatización y la apertura a suministros extranjeros. La recuperación empezó en 1998 bajo el mandato del primer ministro Yevgeny Primakov, con un impago de la deuda, una devaluación y con una vuelta a un semisocialismo modernizado, ahora ampliamente desarrollado, como ha podido apreciar cualquiera que haya visitado Rusia últimamente.
Mientras tanto, en China hemos podido ver el poder del Estado, apoyado por una ciudadanía muy comprometida y cooperativa. Dígase lo que se quiera sobre los medios, que incluyeron vigilancia digital, control social, una cuarentena de 60 millones de personas y la cruda decisión de sacrificar a miles para salvar a cientos de miles. Así es la guerra. Pero China parece haber controlado el brote y quedado socialmente intacta. El caso de Corea no es tan claro pero resulta esperanzador por su competencia, su organización, su capacidad productiva y sus cortas cadenas de suministro.
La situación en Estados Unidos
¿Y Estados Unidos? También está en descomposición. Las autoridades federales, salvo contadas excepciones, son abusivas, indiferentes o simplemente estúpidas. Los líderes del Congreso parecen bloqueados. Las únicas manos dispuestas son las de algunos gobernadores –de ambos partidos–, de muchos alcaldes, de jueces de condado y de otras autoridades locales.
Para la población es una prueba de carácter. El estadounidense medio suele tener vocación de servicio, estar preparado para seguir instrucciones y hacer lo correcto, si el resto hace lo mismo. A mi alrededor, en Austin, la gente está restringiendo sus actividades mientras continúan yendo a sus trabajos en medio del riesgo creciente. Las piscinas, los parques infantiles y las bibliotecas están cerradas, según nos dicen, por varias semanas. Todos sabemos que pueden ser meses y meses.
En California, se ha instado a casi 6 millones de ancianos a quedarse en casa. Muchos viven solos o en pareja. ¿Quién les alimentará? El gobernador respondió: 'Buena pregunta'
Todos sabemos también que no se han hecho las suficientes pruebas. No hay reservas de camas ni equipos hospitalarios. Las cadenas internacionales de suministro están rotas, y faltarán medicinas de todo tipo. La única ventaja posible de estar en Estados Unidos ahora mismo es que es un país grande, por lo que la mayoría de las personas vive con más espacio y podrá aislarse más fácilmente por un tiempo. Lo cual no es consuelo para los pobres, ni para los neoyorquinos, ni para aquellos que dependen de una asistencia que no podrán obtener.
Es duro vislumbrar el colapso del sistema de salud, pero hay otros desastres más profundos en el camino. En California, se ha instado a casi 6 millones de ancianos a quedarse en casa. Muchos de ellos viven solos o en pareja. ¿Quién les alimentará? A esto el gobernador respondió: “Buena pregunta”. La realidad es que en este país hemos hecho un buen trabajo manteniendo a muchas personas ancianas y frágiles vivas, uno pésimo en mantenerlas sanas y nos encontramos sin ningún sistema para alimentarlas. Puede que ni sepamos dónde están.
Nos dicen que hay comida de sobra en el país. ¿Llega a las tiendas? Por ahora sí, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo seguirá habiendo gente para colocar, vender, cobrar en caja y mantener la seguridad? La distribución y la seguridad son los puntos débiles de la industria alimentaria. Si bien el mercado nos ha dado eficiencia y altos estándares de vida, la otra cara de la moneda es la falta de resiliencia, de capacidad extra, de coordinación o de liderazgo, es decir, nos ha dado también fragilidad. Una red de cristal. El pánico es así tanto la respuesta racional como el enemigo. Si el pánico toma el control acabará con todo lo que quede.
¿Qué hacer?
La economía norteamericana debe ponerse a luchar contra la pandemia inmediatamente y con todas sus fuerzas. Sería necesaria ahora una institución pública, al estilo de la Corporación de Reconstrucción Financiera de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, con poder para tomar prestado y redistribuir, así como para afrontar los problemas que lleguen. Se deben desplegar los cuerpos de seguridad del Estado y todos sus recursos, así como todos los recursos civiles. Todos los seres humanos disponibles deben ser alistados.
Las necesidades sanitarias inmediatas son suministros, camas y personal. Hemos aprendido que se pueden construir hospitales en días. Los espacios pueden ser requisados; los hoteles y las residencias están vacíos. Se dice que el Ejército sabe lidiar con sucesos graves y masivos. La Ley de Producción para la Defensa otorga la autoridad necesaria para producir mascarillas, tanques de oxígeno o respiradores. Hay empleos ilimitados, como limpiar y realizar otras funciones básicas. Son trabajos que implican riesgos, por lo que deben estar decentemente pagados. Si se garantiza el trabajo, la población lo hará. China dirigió todo esto, y muchas personas se presentaron voluntarias.
La siguiente necesidad es estabilizar los suministros básicos civiles: alimentos, medicinas, limpieza. El sistema existente puede aguantar un poco más. Lo esencial es atarlo a lo local, apoyando a los trabajadores para que puedan seguir: conductores, reponedores, vendedores, limpiadores, cocineros y ayudantes de cocina. Si los productos básicos siguen viniendo, la población continuará tranquila y en paz con los demás. Como en Corea, se podría movilizar a los taxistas y otros conductores profesionales para que desinfecten los automóviles y repartan comida o medicinas. De repente, todos estos trabajadores son esenciales y deben ser tratados como tal.
Deberán repensarse todos los servicios de información y, mientras esto dure, se tendrán que suspender los pagos de las correspondientes facturas domésticas: teléfono, internet, móvil. Que los gobiernos federales compensen a las empresas por los costes básicos. Asegurar la comunicación y el entretenimiento alentará a las personas a quedarse en sus casas. El aumento de los ingresos disponibles ayudará en proporción inversa a la riqueza: aquellos que dejen de percibir sus salarios son los que más se beneficiarán.
Entre las grandes empresas más necesarias del momento están aquellas que llevan redes de distribución masiva: Amazon, Walmart, FedEx, UPS, así como las farmacias y las principales cadenas de supermercados. Deberían ser gestionadas como servicios públicos por ahora. Esto significa hacer envíos de productos de primera necesidad a precio de coste y cancelar todas las florituras. Los altos ejecutivos deben contribuir con su tiempo, mientras que los trabajadores deberían percibir aumentos de sueldo, atención sanitaria, equipos de protección y sindicatos. A cambio de continuar en su trabajo durante la emergencia, esos trabajadores también deberían salir de esta situación en una posición totalmente distinta a la que tenían hasta el momento.
Muchos empleadores grandes, pequeños y medianos están en las últimas y quizás se enfrenten pronto a la bancarrota: aerolíneas, cadenas hoteleras, centros comerciales, centros de convenciones. Es imposible enumerarlos todos. El capital desaparecerá, por lo que será necesario usar la financiación para mantener las operaciones esenciales y asegurar la estabilidad de los activos físicos y de ingeniería. Es fundamental para mantener a raya a los prestamistas y a los buitres establecer una moratoria en el pago de créditos. Obviamente, los desahucios, las ejecuciones hipotecarias y los cortes de luz, agua y otros recursos básicos deben detenerse inmediatamente. Si fuera necesario, es mejor racionar los suministros. Al desmoronarse las empresas, los banqueros también. Cuando pase la tormenta, habrá que ver qué se puede reconstruir.
Durante todo este proceso las personas deben ser reconfortadas. Debemos cuidar a aquellos que están en casa. Y a los que sigan sanos se les deberá proveer con trabajos útiles. Solidaridad, organización, determinación. Estas son nuestras palabras ahora.
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Tomado de ctxt. Traducción de Blanca Planells Merchán