Juan Bosch y el Coronel Tomas Fernandez Dominguez |
Yo conocí al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez en el ensanche Ozama, una noche de fines de octubre o principios de noviembre de 1962. Nos reunimos él, llevado por Martín Fernández, hermano de su esposa Arlette, un hermano del coronel y el Lic. Silvestre Alba de moya. En esos días Fernández Domínguez no tenía aún el grado de coronel, y debo repetir esta noche que inmediatamente después de esa reunión les dije a varios miembros de la dirección del Partido Revolucionario Dominicano, entre los cuales algunos deben recordarlo: que Rafael Tomás Fernández era el dominicano que más me había impresionado después de mi vuelta al país. Me impresionó su integridad, su firmeza, que se veía a simple vista como si aquel joven militar llevara por dentro un manantial de luz.
Fernández Domínguez
se comportó esa
noche muy discretamente; apenas
habló. Por lo
demás, según pude
apreciar después, él
no era parlanchín,
sino más bien
dado a oír
cuidadosamente lo que
se le decía
y analizar lo
que oía, Esa
noche me preguntó
qué pensaba yo
de lo que
debería ser un
ejército. Observen que
no me preguntó
cuál era mi
concepto de las
Fuerzas Armadas Dominicanas,
sino de lo
que deberían ser
las Fuerzas Armadas
de un país como
la República Dominicana,
y le di
mi opinión.
Aquella noche
tanto él como
yo estábamos seguros
de que a
mí iba a tocarme la
pesada responsabilidad de
iniciar la etapa
democrático constitucional de
la vida dominicana.
Así sucedió, y
cuando volvimos a
vernos yo era
Presidente de la
República. En esa
segunda ocasión me
pidió una entrevista
que celebramos en
mi casa, y en esa
oportunidad me preguntó
cuándo pensaba yo
poner en práctica
las ideas de
que habíamos hablado
acerca del tipo
de ejército que
debía tener nuestro
país.
En este
momento no puedo
recordar con precisión
si la próxima
vez que nos
vimos fue estando
el coronel Fernández
Domínguez en Constanza,
donde daba un
curso de antiguerrilla, o
si nos vimos
en el despacho
que yo ocupaba
en el Palacio
Nacional; lo que
sí puedo asegurar
es que la
tercera o cuarta
de las entrevistas
se llevó a
cabo en el
despacho presidencial y en horas
de la noche.
En esa ocasión
él insistió de
nuevo en la
necesidad de hacer
un plan para
organizar el ejército
dominicano como él
creía que debía
organizarse y como
yo le había
dicho que debía
hacerse.
En esa
entrevista le pregunté
su opinión acerca
de la oficialidad
joven; le pedí
que me dijera
si creía que
sobre esa oficialidad
joven podría edificarse
un ejército de
tipo moderno, respetuoso
de la Constitución,
cuyos hombres no
tuvieran intenciones de
dedicarse, mientras llevaran
el uniforme, a
actividades que no
tenían nada de
militares. Al responderme,
Fernández Domínguez mencionó
nombres de unos
cuantos oficiales y
me dijo que
el país podía
contar con ellos;
además, me dio
el de un oficial que
se hallaba fuera
del país, a
quien consideraba como
el líder natural
de esos jóvenes
oficiales que me
había mencionado y
como la persona
que debía encabezar
la tarea de
renovación de las
Fuerzas Armadas.
Algunas de
las personas con
quienes él habló
de esas entrevistas
conmigo debió cometer
una indiscreción, y
lo creo porque
pasado cosa de
un mes no
volví a ver
a Fernández Domínguez,
y como quería
saber de él
pregunté dónde se
hallaba, a lo
que se me respondió que
estaba viajando por
Argentina, lugar adonde
lo habían enviado
sus jefes militares
sin informárselo al
comandante en jefe,
que era el
Presidente de la
República. Así pues,
lo habían mandado
bien lejos a
cumplir una misión
que yo desconocía,
y en esa
misión debió tardar
por lo menos
dos meses, si
no más; y
digo que dos
meses, sino más,
porque me parece
recordar que cuando
volvió al país
estábamos ya en
el mes de
agosto. Al llegar
me lo hizo
saber, yo lo
mandé a llamar
y fue a
verme a casa,
también de noche.
Yo quería
hablar con él
de los planes
para la reorganización de
las Fuerzas Armadas
y me dijo
que le parecía
conveniente esperar la
llegada al país
del oficial a
quien consideraba como
líder natural de
la oficialidad joven,
y decidí esperar;
y así fue
como pasaron los
últimos días de
agosto y muchos
de septiembre hasta
que llegó el
día 24 de
ese mes.
Fue en
horas de la
tarde de ese
día cuando me
enteré de que
había un golpe
militar organizado para
estallar en la
noche, y le
pedí al jefe
del Cuerpo de
Ayudantes, el coronel
Julio Amado Calderón,
cuyo nombre puedo
mencionar porque ya
no está en
las filas del
ejército, que localizara
al teniente coronel
Fernández Domínguez, y
una hora y
media después del
coronel Calderón me dijo
que no se
hallaba en la
ciudad y que según
los informes que
le habían dado
estaba en Cotuí
donde un alto
oficial de la
policía tenía una
propiedad. En el
acto le ordené
al coronel Calderón
que mandara a
buscar de la
manera que fuera
necesaria al coronel
Fernández Domínguez, quien
se presentó en
mi casa a
las diez de
la noche.
Hablé con
el coronel Fernández
Domínguez en presencia
del coronel Calderón
y le informé
de lo que
estaba sucediendo; le
dije que debía
movilizar inmediatamente a
los oficiales en
quienes él tenía
confianza, que yo
me iría al
Palacio Nacional, que
no iba a ir a
ningún otro sitio,
que no me
asilaría en ninguna
embajada, que en
el Palacio Nacional
estaría, vivo o
muerto, esperando que
él actuara.
Esa noche,
a eso de
las 2 de
la mañana, se
produjo el golpe.
Yo quedé preso
con Molina Ureña,
que está aquí
presente esta noche.
El Dr. Molina
Ureña logró salir
de Palacio disimulando,
después de haber
comprobado que todos l os
esfuerzos que yo
hacía para comunicarme
con alguien en
la calle eran
inútiles, y allí estaba
cuando uno de
los ministros, que
era familiar del
coronel Fernández Domínguez
por vía política,
el Lic. Silvestre
Alba de Moya,
recibió la visita
de su señora,
quien llegó en
horas muy tempranas
del día 25
con un mensaje
del coronel Fernández
Domínguez.
Ese mensaje
era el siguiente:
Estamos listos para
asaltar el Palacio
Nacional, somos doce
oficiales nada más
pero cumpliremos nuestro
deber. Pedimos, sin
embargo, que se
le informe al
Partido Revolucionario Dominicano,
a fin de
que desate una
huelga general.
Con la misma
persona que había
llevado el mensaje
la señora del
ministro Alba de
Moya, le mandé
decir al coronel
Fernández Domínguez que
un ataque hecho
al Palacio Nacional
con doce hombres
era un suicidio,
que esa acción
no conduciría a
nada positivo, pero
no quise referirme a
su solicitud de
pedirle al PRD
que desatara una
huelga general, cosa
que no podría
llevarse a cabo
porque el PRD
no tenía contactos
ni la autoridad
necesaria sobre las
pocas organizaciones obreras
que había entonces
en el país.
Unos días
después fuimos sacados
al país en
un barco de
la Marina de
Guerra Dominicana doña
Carmen y yo,
y se nos
dejó en un
puerto de las
Antillas francesas, en
el Guadalupe, adonde
el barco entró
sin solicitar siquiera
autorización para hacerlo.
De ahí pasamos
a Puerto Rico
y estando en
Puerto Rico llegó
allí el coronel
Fernández Domínguez, que
había sido enviado
a España como
agregado militar de la Embajada
dominicana en Madrid.
En los pocos
días que pasó
aquí antes de
ser nombrado agregado
militar de la
Embajada dominicana en
Madrid. En los
pocos días que
pasó aquí antes
de ser nombrado
agregado militar en
España, el joven
teniente coronel había
organizado un grupo
de oficiales constitucionalistas que
se convirtió en
el núcleo central
del movimiento, llamado
a estallar el
24 de Abril
de 1965, pues
Fernández Domínguez fue
fundamentalmente eso: el
creador del Movimiento
Militar Constitucionalista que
iba a iniciar
la Revolución de
Abril.
En esa
ocasión, cuando él iba hacia
España, estuvimos hablando
de la situación
política del país
y de lo
que él había
dejado hecho en
el país y
de lo que
se propuso llevar
a cabo sin
éxito a finales
del año 1963. Desde España
mantuvo el contacto
con sus compañeros
y volvió a
Puerto Rico tal
vez en septiembre
o en octubre
de 1964; tal
vez en noviembre,
y no mucho
más allá porque
me parece recordar
que en diciembre
fue varias veces
a casa acompañado
de Arlette, su
joven y fina
esposa.
Quiero aclarar
en este momento
en que me
toca decir cosas
desconocidas del pueblo
dominicano, que la
Revolución
Constitucionalista no habría
podido hacerse si no hubiera
comenzado con el
levantamiento de una
fuerza militar considerable, no
tanto por su
número como por
su decisión y por su
convicciones políticas de
defensora de la
constitucionalidad; y ese
levantamiento fue la obra de
Rafael Tomás Fernández
Domínguez. El fue
no solamente el
que encendió la
chispa histórica de
Abril de 1965,
sino además el
que había constituido
la base de
ese hecho y
el que mantuvo
encendida la llama
de la fe
de un grupo
de militares desde
España y el
que le dio
el toque final
a su obra cuando
vino al país
en diciembre de
1964 cumpliendo una
misión que yo
le había encomendado.
El coronel
Fernández Domínguez tenía
dos de las
condiciones que trae
al mundo todo
aquel que tiene
de manera natural las
condiciones del líder;
primero, era un
hombre decidido a jugárselo
todo en cualquier
momento, y en
segundo, tenía el
don de conocer
a los hombres.
Estando en Puerto
Rico en esos
meses finales de
1964 me decía
que el movimiento
militar se aceleraría
si se podía
sumar a él
al coronel Francisco
Alberto Caamaño, de
quien decía que
tenía dos condiciones
que él podía
garantizar: su lealtad
a cualquier causa
a la que
se uniera y
un valor que
no reconocía límites.
Al volver
a Puerto Rico
de ese viaje
que hizo al
país en diciembre
de 1964, el joven
inspirador y líder
del Movimiento Constitucionalista me
contaba que en
una reunión que
tuvo con el
coronel Caamaño él
le invitó a
unirse al grupo
que había dejado
formado y que el coronel
Caamaño le preguntó
cuál era la
razón de que
él le propusiera
tomar parte en
el levantamiento que
se proyectaba, a
lo que el
coronel Fernández Domínguez
respondió: “Porque Ud.
es un hombre
honesto”.
Esa respuesta
del coronel Fernández
vino a coronar
una actitud que
el coronel Caamaño
estaba adoptando, para
decirlo de alguna
manera, desde poco
después del golpe,
especialmente desde que
se dio cuenta
de que entre
los militares golpistas
había muchos que
se habían dedicado
a actividades no
militares. Y efectivamente, tal
como lo había
esperado Fernández Domínguez,
el coronel Caamaño
quedó comprometido en
el movimiento y
cuando éste estalló
tres meses o tres
meses y medio
después de la
visita del coronel
Fernández Domínguez, al
coronel Caamaño le
tocó encabezar ese
movimiento como su
jefe militar.
Lo que
hizo aquí el
coronel Fernández Domínguez
llegó a conocimiento
de algunos de
sus superiores porque
esos jefes no
tardaron en nombrarlo
agregado militar dominicano
en Chile. Fue
en Chile donde
él entró en
contacto con el
poete Manuel del
Cabral, que vivía
en esos días
en aquel país
y está aquí
con nosotros esta
noche para testimoniar
acerca de lo
que él conoce
de las actividades
del coronel Fernández
Domínguez mientras vivió
en Chile. Al
pasar para Chile,
Fernández Domínguez y
yo acordamos una
clave para escribirnos
y en la exposición
de documentos que
se presenta en
la entrada de este
edificio hay algunas
copias fotostáticas de
las comunicaciones que
mantuvimos mientras él
se hallaba en
Chile y aquí
iba creciendo, desarrollándose, el
movimiento que él
había organizado, hasta
que produjo el
estallido del 24 de Abril.
Todavía no
sé cómo fue
posible que el
coronel Fernández Domínguez
volara de Santiago de
Chile a Puerto
Rico tan de
prisa como lo
hizo a tal
punto que su
llegada a mi
casa me sorprendió
y no puedo
precisar ahora si
esa llegada tuvo
lugar el 26
ó el 27
de abril (posteriormente su
viuda me aseguró
que había sido
el 26), pero
es el caso
que él estaba
allí, en Puerto
Rico, el día
desgraciado en que
pisaron tierra los
infantes de marina
de Lyndon Johnson;
y digo que
fue desgraciado porque
lo fue para
mí, que me sentí
directamente responsable porque
si hubiese sospechado
en algún momento
que los infantes
de marina, soldados
del mismo cuerpo
de las fuerzas
militares norteamericanas que
estuvo abusando en
este país de
su poderío ocho
años, de 1916
a 1924, iban a retornar
otra vez en
son de ocupantes
armados como consecuencia
del levantamiento constitucionalista del
24 de Abril,
no me hubiera
puesto a trabajar
ni siquiera media
hora para que
se produjera ese
levantamiento porque es
preferible para cualquier
dominicano, y para
cualquier ciudadano de
un país débil,
pequeño y pobre
como el nuestro,
tener un tirano
de su propio
pueblo que tener
un salvador extranjero.
En ese
momento tengo presente
al coronel Fernández
Domínguez de pie
ante mí en
la casa que
nos había prestado
en San Juan
de Puerto Rico
un amigo (José
Arroyo Riestra) donde
recibíamos a los
periodistas que llegaban
de todas partes,
y especialmente de los Estados
Unidos, y las
llamadas telefónicas de
muchos puntos del
mundo, porque desde
México, desde Montevideo,
desde Londres, París
y Canadá o
Santiago de Chile llamaban periodistas
que pedían declaraciones
e informaciones acerca
de ese acontecimiento tan
increíble como era
el envío de
la infantería de
la marina norteamericana para
aplastar con tanques
y aviones una
revolución democrática, porque
ésa era una
revolución que estaba
haciéndose dentro de
los límites de
la llamada democracia
representativa o burguesa.
Tal vez
la suerte de
la República Dominicana,
que ha sido
muy mala durante
largos años pero
que no puede
ser siempre mala
(y la suerte,
como dijo el
padre del materialismo
dialéctico, es una
categoría histórica que
hay que tomar
en cuenta); tal
vez la suerte
de la República,
repito, quiso que
esa revolución fracasara
porque a partir
de ese fracaso
todos los dominicanos
sabemos que la
próxima revolución de
este país no puede ser
democrática.
Cuando recuerdo
aquel barullo de
personas, de noticias,
de informes, veo
allí, siempre delante
de mí, al
coronel Fernández Domínguez,
y al lado
de él a Arlette Fernández.
Debo hacer un
pequeño paréntesis para
decir que Fernández
Domínguez fue afortunado
en varias cosas.
Los griegos de
la edad heroica,
de la edad
de Pericles, decían
que los amados
de los dioses
mueren jóvenes, y
Rafael Tomás Fernández
Domínguez tuvo la
fortuna de morir
joven como para
que pudiéramos recordarlo
en la flor
de su vida,
pero también tuvo
la fortuna de
tener una compañera
de la cual
él se sentía
justamente orgulloso, pero
se sentiría más
orgulloso todavía si
pudiera saber que
este acto en
que se le rinde homenaje
ha sido la
creación de esa
compañera que estuvo
a su lado
en la lucha
de aquellos años
y sigue estando
a su lado
y al lado
del pueblo.
Probablemente el
tercer día después
de su llegada
a San Juan
Puerto Rico, o
sea cuando iba
terminando el mes
de abril, le
dije al coronel
Rafael Fernández Domínguez
que había una
persona que podía
traernos a Santo
Domingo en un avión y
le di su
nombre y su
dirección. Ese avión
tendría que salir
de Puerto Rico
clandestinamente porque yo
estaba atrapado en
territorio norteamericano y
no iba a
poder salir en
forma legal hacia
la República Dominicana
donde al poner
pie volvía a
ser automáticamente el
presidente constitucional, y
además, si venía
por el aeropuerto
de la Capital
me cogían ahí
las fuerzas de
San Isidro. El
coronel Fernández Domínguez
se fue a
ver a esa
persona; entre los
dos visitaron varios
lugares desde los
cuales el avión
podía salir de
noche, de manera
clandestina, con la
seguridad de que
no iban a
sorprenderlos ni al
piloto ni a
él ni a
mí. El se
encargó de arreglar
las cosas de
forma que pudiéramos
llegar o a
Neyba o a
Constanza… .
El piloto
que debía traernos
al país no
podía arriesgarse a
salir sino era
de un sitio
que le sirviera
de aeropuerto, y
buscando ese lugar
pasaron dos días,
tres días, cuatro
días. Al cuarto
día se recibió
la noticia de que la
persona en quien
el coronel Fernández
Domínguez confiaba que
nos garantizaría el
aterrizaje en Neyba
ya no estaba
en Neyba porque
había sido detenida
y traída a
la Capital, y
no fue posible
establecer contacto con
alguien que pudiera
esperarnos en Constanza.
En ese punto
el piloto nos
hizo saber que
no había posibilidades
de hacer el
vuelo saliendo de
Puerto Rico.
A San
Juan de Puerto
Rico habían llegado
el general Rodríguez
Echavarría, que había
sido secretario de
Estado de las
Fuerzas Armadas en
el gobierno del
Dr. Balaguer, el
que había terminado
en enero de
1961; y en
ocasión en que
fui con el
coronel Fernández Domínguez
a un sitio
donde se había
montado una estación
de comunicación con
el país, se encontraron allí
Fernández Domínguez y
Rodríguez Echavarría.
Debo aclarar
que la comunicación
entre Puerto Rico
y Santo Domingo
era telefónica, pero
algunas de las
personas que trabajaban
en las compañías
telefónicas de los
dos países facilitaban
la conexión para
que no pudieran
tomarse las comunicaciones y
ni siquiera quedaban
registros de las
llamadas.
Cuando se
dio el golpe
que derrocó ese
gobierno del Dr.
Balaguer, dos oficiales
del ejército fueron
a detener al
general Rodríguez Echavarría,
y uno de ellos era
Fernández Domínguez, que
entonces tenía el
grado de mayor.
El general Rodríguez
Echavarría me había
contado en el año
1964 que cuando
esos dos oficiales
fueron a detenerlo,
él le había
dicho al de
mayor graduación: “¡Muchacho,
ten cuidado con
esa ametralladora, que
se te puede
zafar un tiro
y matarme!”; y
agregó: “Pero cuando
le vi los
ojos a Rafaelito
me di cuenta
de que él
era el que
iba a matarme
si yo no
me daba preso”. Por
cierto, una noche
en que se
hallaba en casa,
allá en Puerto
Rico, acompañado de
Arlette, estuvimos hablando
de los acontecimientos políticos
dominicanos, cuando yo
explicaba el origen
de la campaña
que se había hecho,
Fernández Domínguez me
miró, con aquella
mirada a la
vez iluminada y
triste que tenía,
y me dijo:
“Profesor, cómo nos
engañan”; y dos
días después pasó
por casa en
horas de la
mañana y lo
único que dijo
en esa ocasión fue
que los oficiales
militares deberían estudiar
política, opinión que
relacioné con la
frase que me
había dicho hacía
dos noches: “Profesor,
cómo nos engañan”.
Cuando llegué
con Fernández Domínguez
al sitio donde
se hacían las
comunicaciones con Santo
Domingo encontré allí
al general Rodríguez
Echavarría, y en el
acto les
pedí a él
y a Fernández
Domínguez que se
saludaran como compañeros
de armas y
olvidaran el pasado. El coronel Fernández
Domínguez, que sabía
mandar porque sabía
obedecer, se cuadró,
saludó, a lo que
respondió en igual
forma el general
Rodríguez Echavarría, y ambos
se dieron las
manos y sin
hablar una palabra
del pasado volvieron
a actuar juntos
en los episodios
en que les
pedí que lo
hicieran. Por ejemplo,
los dos fueron
a Venezuela, hacia
donde los mandé
a hacer una
gestión, que era
la de conseguir
la manera de
salir ellos y
yo desde ese
país hacia Santo
Domingo, para lo
cual le llevaron
una carta mía
al presidente de
Venezuela, Raúl Leoni,
que era un
amigo mío de
muchos años. Esa
gestión terminó en
un fracaso porque
el presidente Leoni
dijo que él
no podía dar
su consentimiento para
que se hiciera
ese viaje. A
ese fracaso se
debió que el
coronel Fernández Domínguez
no pudiera llegar
al país antes
de lo que
llegó.
Debo aclarar
también que aun
antes de que
Rodríguez Echavarría y
Fernández Domínguez volaran
a Venezuela yo
me había convencido
de que no
iba a ser
fácil mi vuelta
a la República
Dominicana porque el
poder norteamericano haría
lo imposible para
impedirlo a menos
que yo aceptara
volver para actuar
bajo sus órdenes,
y por esa
razón había resuelto,
llamar por teléfono
al cuartel general
del Movimiento Constitucionalista para
pedir que se estableciera un
gobierno revolucionario encabezado por
el coronel Francisco
Alberto Caamaño Deñó.
Con quien se
hizo la comunicación
en ese momento
fue con Héctor
Aristy, que está
hoy en el
destierro y cuando
Aristy le hizo
saber al coronel
Caamaño lo que
yo decía, el
coronel Caamaño respondió
que él no
podía aceptar eso,
que ellos estaban
participando en la
Revolución para cumplir
con un deber
y no porque
anduvieran detrás de
posiciones. Entonces yo
pedí que el
coronel Caamaño cogiera
el teléfono y
le dije: “Coronel,
yo no lo
estoy consultando; le
estoy dando una
orden, la de
que asuma la
presidencia del gobierno
revolucionario”, a lo
que el coronel
Caamaño respondió diciendo:
“Si se trata
de una orden,
la cumpliré lo
mejor que pueda”; y
a seguidas pedí
que Héctor Aristy
tomara de nuevo
el teléfono y
le di la
lista de los
miembros del Gabinete,
que encabecé con
el del Ministro
de las Fuerzas
Armadas y seguí con
el del ministro
de Interior y
Policía; y al
decir: “Ministro de
Interior y Policía”,
el coronel Rafael
Tomás Fernández Domínguez
éste, que se
hallaba a pocos
pasos de mí,
me hizo una
seña con la
mano indicándome que
no aceptaría ese
cargo; pero yo
seguí dando la
lista de los
ministros y así
se formó el
gobierno del coronel
Caamaño, y así
vino a quedar
ese gobierno con
el ministro de
lo Interior y
Policía en Puerto
Rico y no
en Santo Domingo,
que era donde
debía estar.
(Ahora debo
intercalar en estas
breves noticias que
di en el
acto de homenaje
al fundador del
Movimiento
Constitucionalista, que se
celebró al conmemorarse
el decimocuarto aniversario
de su muerte,
el episodio de
su llegada al
país, a lo cual
no me referí
en esa ocasión.
Lo hago porque
debo explicar por
qué razón ese
soldado de la lucha
imperialista, que cayó
víctima de las
balas norteamericanas, vino
a la República
Dominicana en un
avión militar de
los Estados Unidos.
Con la excepción
de una parte
de la Capital
de la República,
todo el territorio
dominicano se hallaba
controlado por las
tropas yanquis o
las dominicanas que
estaban bajo sus
órdenes, de manera
que no había
manera de llegar
al país, pero
se presentó una
oportunidad que no
podía ser desperdiciada. Acosado
por la opinión
pública de los
Estados Unidos y también extranjera,
el gobierno de
Johnson decidió negociar
con el de
Caamaño para formar
un gobierno de
transición que sustituyera
al Constitucionalista y al
llamado Reconstrucción Nacional,
que había inventado
Johnson y servidores
del Departamento de
Estado. Para esa
negociación vinieron al
país McGeorge Bundy,
que era ayudante
especial de Johnson
para asuntos de
seguridad nacional; Cyrus
Vance, el mismo
que es secretario
de Estado de
Carter, y no
sé que otras personas. Esos
dos y Harry
Shlauderman, que había
sido secretario político
de la embajada norteamericana, viajaron
a Puerto Rico
para entrevistarse conmigo
a fin de
discutir la posibilidad
de que el gobierno de
transición estuviera encabezado
por Antonio Guzmán,
el actual presidente
de la República.
En la reunión
estuvieron presentes el
propio Antonio Guzmán
y Jaime Benítez,
rector de la
Universidad de Río
Piedras, y yo
le pedí a
Shlauderman un puesto
para el coronel
Fernández Domínguez en
el avión en
que ellos, con
la excepción del
rector Benítez, volverían
a Santo Domingo.
Cuando le comuniqué
a Fernández Domínguez
esa decisión mía me dijo que
él no podía
llegar al país
en un avión
de las fuerzas
invasoras; entonces le
expliqué que él
debía hacer ese
viaje porque yo no
podía usar como
mensajero ante el
presidente Caamaño a
don Antonio Guzmán;
el que tenía
que llevarle mensaje
al coronel Caamaño
debía ser tercera
persona y sólo
podía y debía
ser él, que
era miembro del
gobierno Constitucionalista en
su condición de
ministro de Interior
y Policía; y
por último le
dije: “Si Ud.
puede utilizar las
armas del enemigo
para derrocarlo, ¿se
negaría a hacerlo?.
Al oír esas
palabras esbozó una
sonrisa y respondió:
“Está bien, señor.
¿A qué hora
es la salida?).
El día
19 recibí una llamada desde
aquí, desde Santo
Domingo, y con
ella la noticia
de que el
coronel Rafael Tomás
Fernández Domínguez había
sido muerto por
balas norteamericanas. Eran
algo más de
las 12 de la noche
y yo me
sentí sacudido de
adentro afuera. Para
mí lo que
había caído en
tierra dominicana no
era un hombre,
era una estrella;
y no lloré
porque en las
horas de adversidad
los hombres que
tienen responsabilidades no
pueden llorar. Pedí
que se le
rindieran honores de
general muerto en
campaña; después cerré
el teléfono y
estuve un rato
concentrado en mí
mismo; luego lo
levanté para llamar
a Arlette, pero
no lo hice.
Fue en la
mañana del día
siguiente cuando hablé
con ella y
le comuniqué que
su marido, tan
joven y tan
gallardo, había muerto
en Santo Domingo.
Le transmití
esa noticia con
dolor, pero sin
pena. No me
sentía apenado porque sabía
que para Rafael Tomás
Fernández Domínguez la
carrera militar no
significaba ningún privilegio
sino una oportunidad
que le había
brindado el destino
y que él
aprovecharía a fondo
para servirle a
su patria. Y
me satisface decir
esta noche, con
la presencia de
todos ustedes aquí,
que los hombres
que saben entregarse
a la causa
de su pueblo
como lo hizo
él, no merecen
lágrimas; que su
caída es un
tránsito hacia la
inmortalidad, desde l a cual
los hombres como
él le sirven
a su pueblo
mejor aún que
estando vivos.
Santo Domingo,
D. N.
Mayo 19, de 1979.