MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

martes, 5 de junio de 2012

ALGUNOS PASAJES SOBRE LA VIDA DE JUAN BOSCH


BIOGRAFIA: PROFESOR  JUAN BOSCH.
Por Domingo Núñez Polanco
Juan Emilio Bosch Gaviño (30 de junio de 1909 – 1 de noviembre de 2001) fue un político dominicano, historiador, ensayista, novelista, cuentista y educador.
 Bosch fue el primer presidente de la República Dominicana elegido democráticamente después de la dictadura de Trujillo en 1963. Previamente, había sido el líder de la oposición dominicana en el exilio contra el régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo durante más de 25 años. A día de hoy se le recuerda como un político honesto y como uno de los escritores más prominentes de la literatura dominicana. Bosch es el fundador tanto del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en 1939, como de la Liberación Dominicana (PLD) en 1973.
A Bosch se le considera uno de los escritores más preclaros de Latinoamérica destacándose en el cuento.
Juan Bosch nació en la ciudad de La Vega el 30 de junio de 1909. Hijo de José Bosch Subirats, español de ascendencia catalana y la puertorriqueña de ascendencia española Ángela Gaviño Costales. Vivió los primeros años de su infancia en una pequeña comunidad rural llamada Río Verde, donde comenzó sus estudios de primaria; los estudios secundarios los hizo en el colegio San Sebastián de La Vega, llegando sólo hasta el tercer nivel de bachillerato. En 1924 se trasladó a Santo Domingo, donde trabajó en varias tiendas comerciales. Más tarde en 1929 viajó a España, Venezuela y algunas islas del Caribe.
Regresa a República Dominicana en 1931. Para 1933 publicó su primer libro de cuentos, “Camino Real”, y más adelante “La mujer”. Bosch creaba y editaba la sección literaria del periódico Listín Diario, convirtiéndose en crítico y ensayista.
En 1933, Bosch junto a varios escritores destacados de la época forman el grupo conocido como La Cueva.
Durante los primeros meses de 1935 es nombrado en la Dirección General de Estadísticas. Organiza, bajo la dirección de Mario Fermín Cabral el Censo Nacional de la República Dominicana de ese año. En 1936 publica la novela “La Mañosa”, sobre las guerras civiles del siglo XIX, la cual fue muy bien valorada por los críticos.
Vida en el exilio
Bosch fue encarcelado por sus ideas políticas, siendo liberado después de varios meses. En 1938, a sabiendas de que el tirano lo quería comprar con un puesto en el Congreso, Bosch logró salir del país, estableciéndose en Puerto Rico.
Para esos años a su llegada a Puerto Rico, Bosch refiere “ El Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, no olvidaba que había nacido en la República Dominicana, donde su padre y sus hermanos mayores eran figuras de gran prestigio intelectual y político, y en Cuba leía la revista Carteles en la cual se publicaron cuentos míos en 1936 y 1937.  El Dr. Henríquez bajó cierto día del año 1938 a los muelles de la capital dominicana adonde había llegado en uno de los barcos cubanos que hacían la ruta Habana-Santiago de Cuba-Santo Domingo y se dirigió a la casa de un familiar al que le preguntó mi dirección. La respuesta que le dieron fue que yo estaba viviendo en San Juan de Puerto Rico, y unos meses después el Dr. Henríquez se presentó en la Biblioteca Carnegie, donde yo trabajaba en la transcripción de todo lo que había escrito Eugenio María de Hostos. Lo que el Dr. Henríquez fue a tratarme, o mejor sería decir, a proponerme, fue que yo debía dedicarme a la creación de un partido político cuya finalidad sería liberar a la República Dominicana de la dictadura trujillista. Ese partido, explicó, se llamaría Revolucionario Dominicano…  (…) Yo no quería ser político. Para mí la política era lo que me había llevado a abandonar mi país, pues tal como lo dije en una carta dirigida a Trujillo, fechada en San Juan de Puerto Rico el 27 de febrero de 1938, cuatro o cinco meses antes de recibir la visita del Dr. Henríquez, de seguir viviendo en la República Dominicana, “además de no poder seguir siendo escritor, tenía forzosamente que ser político”, y aclaraba: “…yo no estoy dispuesto a tolerar que la política desvíe mis propósitos o ahogue mis convicciones y principios.  
 (…) Yo, que repudiaba y repudio tal proceder, vivía perennemente expuesto a ser carne de chisme, de ambiciones y de intrigas. Yo no concibo la política al servicio del estómago, sino al de un alto ideal de humanidad”.
“Tan fuerte era mi repudio a la actividad política que se ejercía en la República Dominicana, que en otro párrafo de esa carta le decía al dictador: “Yo sé que he salido de mi tierra para no volver en muchos años, porque considero que la actual situación será de término largo y porque sé que fuera de un cargo público yo no tendría ahora medios de vida en mi país, y no podría estar en un cargo público absteniéndome de hacer política”.  “(…) la mayor parte del tiempo que usamos en hablar de ese tema la consumió él explicándome la diferencia que había entre la política que se ejercía en Cuba y la que se llevaba a cabo en la República Dominicana. Precisamente, decía el Dr. Henríquez, para que el pueblo dominicano pudiera aprender en la práctica diaria qué es la política y cómo debe ejercerse, era absolutamente necesario librar al país de la tiranía trujillista. Esa entrevista con el hijo del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal me dejó tan impresionado que pocos días después empecé a buscar información acerca de cómo había organizado José Martí su Partido Revolucionario Cubano, y lo que llegué a saber fue poco, o mejor sería decir muy poco. Lo que me interesaba era tener una idea precisa de lo que había que hacer para formar hombres que al mismo tiempo que tuvieran una idea clara de lo que debía ser la política dominicana…
Una cosa piensa el burro… Como desde mi niñez había leído en la casa de mi abuelo materno la historia del Cid Campeador y en la mía el Don Quijote, y como mi padre destacaba siempre que se hablaba de episodios históricos de algún país, sobre todo si se trataba de uno europeo, la importancia de los jefes militares no sólo en las guerras sino también en actividades civiles, yo crecí con una idea fija, aunque no sabía por qué, acerca del papel que juega en cualquier país la persona que ahora llamamos líder, y en la conversación que mantuve con él, o sería más apropiado decir que él mantuvo conmigo, le pregunté al Dr. Henríquez quién, a su juicio, debía o podía ser el líder de ese partido que él me proponía fundar, y su respuesta fue que debía ser yo, a lo que respondí diciendo que yo no tenía las condiciones que se requerían para dirigir un partido político; que a mi juicio el líder debía ser el Dr. Juan Isidro Jiménez Grullón…
El Dr. Henríquez volvió a Puerto Rico y en esa segunda ocasión le presenté al Dr. Jiménez Grullón. Con la presentación quedaba yo libre de seguir ocupándome en tareas políticas, al menos, así lo creía, pero el campesino dominicano de esos años repetía con frecuencia un refrán: “Una cosa piensa el burro y otra el que lo está aparejando”, y el que aparejaba al burro de la historia dominicana tenía planes diferentes a los míos; tan diferentes que de buenas a primeras Adolfo de Hostos, hijo de Eugenio María de Hostos, entró en el salón de la Biblioteca Carnegie, donde bajo mi dirección dos mecanógrafas copiaban los trabajos de Hostos, y me dijo: “Prepárese para ir a Cuba a dirigir la edición de las obras completas”.   (Juan Bosch)
En 1939, Bosch se trasladó a Cuba, donde dirigió una edición de las obras completas de Eugenio María de Hostos, algo que define sus ideales patrióticos y humanistas.
A su llegada a la patria de José Martí, Juan Bosch dice: ”En la vida de algunos seres humanos se dan hechos que parecen fortuitos y no lo son, pero es al cabo de algún tiempo cuando los protagonistas de esos hechos advierten que no fueron casuales. Por ejemplo, un año antes de mí llegada a La Habana rodeado de varios bultos en los que iban las copias mecanográficas de todo lo que Eugenio María de Hostos había escrito —al menos, todo lo que se había reunido hasta el año 1937— yo no conocía al Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez y ni siquiera tenía noticias de su existencia; y sin embargo cuando descendí la escalera del vapor Iroquois para llegar al muelle junto al cual había atracado el buque de ese nombre, allí estaba él esperándome, y mientras aguardábamos la bajada del equipaje el Dr. Henríquez me dijo que había contratado para mi uso, en una pensión, una habitación con baño y servicio sanitario, que en el alquiler estaba incluida la comida y que la casa donde se hallaba la pensión estaba cerca de la suya; que él me acompañaría en el viaje del muelle a esa casa y me visitaría al día siguiente para llevarme al lugar donde él vivía, al cual iríamos a pie porque la distancia entre las dos casas era corta, y en efecto, así era, y por ser así al segundo día de mi llegada a La Habana estaba yo en los altos de una casa de piedra situada frente al mar, en el paseo llamado Malecón. Delante de mí, separado de él por un escritorio, el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez leía unos papeles en los cuales se describía lo que sería el Partido Revolucionario Dominicano, incluyendo un esbozo de sus futuros estatutos, y con esa lectura comenzaba una etapa nueva en mi vida, la del aprendiz de la teoría y la actividad política” (Juan Bosch)  
Para  julio de 1939, Juan Bosch con otros exiliados políticos, fundó el Partido Revolucionario Dominicano, el cual se destacó por ser el organismo más activo contra Trujillo fuera de la República Dominicana.
Bosch simpatizaba fuertemente con las ideas de izquierda… Colaboró con el Partido Revolucionario Cubano y tuvo un papel importante en la elaboración de la Constitución que fue promulgada en 1940.
Juan Bosch en su tiempo libre lo dedicaba  principalmente a buscar dominicanos anti trujillistas. “Los dominicanos residentes en Cuba a quienes yo me proponía ver para invitarlos a organizar el partido eran Lucas Pichardo, Pipí Hernández y los hermanos Mainardi, de todos los cuales supe que vivían en La Habana por informaciones de las personas que visitaban la casa del Dr. Henríquez. A Lucas Pichardo lo conocía y antes de salir del país sabía que él estaba en Cuba, pero no lograba localizarlo en La Habana; Ni Lucas Pichardo ni Pipí Hernández quisieron participar en la organización del Partido Revolucionario Dominicano, el primero porque alegó que carecía de las condiciones que a su juicio debía tener un militante político y el segundo porque era trotskista. Ambos iban a morir muchos años después de 1939 a causa de su oposición a la tiranía trujillista. A Pipí Hernández lo asesinó en La Habana un agente cubano de Trujillo y Lucas Pichardo y su hijo fueron fusilados en el año 1959 cuando llegaron al país con los expedicionarios del 14 de junio” (Juan Bosch)
 El Dr. Henríquez estaba casado con la hermana de uno de los líderes más importantes del Partido Revolucionario Cubano y su casa era punto de reunión de miembros y dirigentes de ese partido con la mayor parte de los cuales Juan Bosch estableció relaciones de amistad, de manera que en pocas semanas acabo  siendo, en el orden político, tan conocedor de la política cubana como cualquiera de ellos, “pero eso no significa que había relegado a un segundo plano los problemas dominicanos; al contrario, dediqué mis ratos libres a averiguar dónde vivían algunos dominicanos con los cuales pensaba que debía iniciarse la organización de ese Partido Revolucionario Dominicano que proponía el Dr. Henríquez” (Juan Bosch)

En los años transcurridos entre 1940 y 1945, Juan Bosch se destacó como uno de los más notables escritores de cuentos de la región y laboró activamente en la formación de un frente antitrujillista encabezado por el Partido Revolucionario Dominicano.
Bosch fue uno de los principales organizadores de la conspiración militar de 1947 que aterrizó en Cayo Confites, en la costa norte de la República Dominicana, para derrocar la dictadura de Trujillo. Sin embargo, la expedición fracasó, y Bosch huyó a Venezuela, continuando su campaña contra Trujillo. En Cuba, a donde regresó por exigencia de sus amigos en el Partido Revolucionario Auténtico, desempeñó un papel notorio en la vida política de La Habana, siendo reconocido como promotor de la legislación social y autor del discurso pronunciado por el presidente Carlos Prío Socarrás, cuando el cuerpo de José Martí fue trasladado a Santiago de Cuba.
Al mismo tiempo, su carrera literaria fue ascendente, obteniendo importantes reconocimientos como el Premio Hernández Catá en La Habana, el cual se le otorgaba a los cuentos escritos por autores de América Latina. Sus obras tenían un hondo contenido social, entre ellas “La Noche Buena de Encarnación Mendoza”, “Luis Pie”, “Los Maestros” y “El indio Manuel Sicuri”, todas ellas descritas por la crítica como obras maestras del género.
Cuando Fulgencio Batista dirigió un golpe de Estado contra Prío Socarrás y asumió la presidencia en 1952, Bosch fue encarcelado por las fuerzas de Batista. Después de ser liberado, se fue de Cuba y se dirigió a Costa Rica, donde dedicó su tiempo a tareas pedagógicas y a sus actividades como líder del PRD.
En 1959, se llevó a cabo la Revolución Cubana, dirigida por Fidel Castro que motorizó un reordenamiento político, económico, y social en los países del Caribe. Bosch, con instinto certero, percibió el proceso histórico que se había iniciado, y escribió una carta a Trujillo, el 27 de febrero 1961. Le dijo a Trujillo que su papel político, en términos históricos, había concluido en la República Dominicana.
Atentado en su contra
En 1947 estando Bosch en el exilio, específicamente en una visita a México, fue víctima de un atentado ordenado por Trujillo. El atentado fue malogrado por su potencial rival político Joaquín Balaguer, quien mientras se desempeñaba como embajador en México, advirtió a las autoridades de dicho país dándoles detalles del plan del tirano.3
Presidencia y oposición
Después de 23 años en el exilio, Juan Bosch regresó a su país cuando Trujillo fue asesinado el 30 de mayo de 1961. Su presencia en la vida política nacional, como el candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano, fue un nuevo cambio para los dominicanos. Su manera de hablar, directa y sencilla, sobre todo al dirigirse a las capas más bajas de la población, tanto rurales como urbanas, le permitió desarrollar una profunda influencia y simpatías populares. Inmediatamente fue acusado por la Iglesia y los conservadores de ser comunista, pero en las elecciones del 20 de diciembre de 1962, Bosch obtuvo un triunfo total sobre su principal opositor Viriato Fiallo de la Unión Cívica Nacional, lo que se conoce como las primeras elecciones libres en la historia del país.
El 27 de febrero de 1963, Bosch y Segundo Armando González Tamayo tomaron posesión como nuevo Presidente y Vicepresidente de la República Dominicana, en una ceremonia que contó con la participación de importantes líderes democráticos y personalidades, como Luis Muñoz Marín y José Figueres. Bosch hizo inmediatamente una profunda reestructuración del país. El 29 de abril, se promulgó una nueva constitución liberal. El nuevo documento concedía la libertad que los dominicanos nunca habían conocido. Entre otras cosas, declaró los derechos laborales, y mencionó los sindicatos, las mujeres embarazadas, las personas sin hogar, la familia, los derechos del niño y los jóvenes, los agricultores, y los hijos ilegítimos.
Sin embargo, Bosch se enfrentó a poderosos opositores. Se trasladó a romper latifundios, provocando la ira de los terratenientes. La Iglesia Católica Romana creyó que Bosch estaba tratando de secularizar el país. A los industriales no le gustaba los beneficios que la nueva Constitución le otorgaba la clase obrera. Los militares, que antes disfrutaban de la libertad de hacer lo que quisieran, sintieron que Bosch los sometía. Además, el gobierno de los Estados Unidos se mostró escéptico ante el menor indicio de la política de izquierda en el Caribe después de que Fidel Castro se declarara abiertamente comunista.
Golpe de Estado
El 25 de septiembre de 1963, después de sólo siete meses en el cargo, Bosch fue derrocado en un golpe de estado encabezado por el coronel Elías Wessin y Wessin con el apoyo de la Embajada de los Estados Unidos y de sectores del frente oligárquico que se oponían al nuevo rumbo de democracia y justicia social que trillaba la República Dominicana. Bosch volvió a exilio, en esta oportunidad en Puerto Rico.
A menos de dos años, un descontento creciente generó otra rebelión militar el 24 de abril de 1965, que exigía la restauración de Bosch. Los insurgentes, al mando del coronel Francisco Caamaño y la oficialidad joven de las distintas ramas de las fuerzas armadas comprometida por un mejor destino para la patria; exigiendo la vuelta a la constitucionalidad con Bosch sin elecciones. Pero el 28 de abril, cuando las fuerzas constitucionalistas tenían control de la situación, la victoria popular fue tronchada con la intervención de 42.000 tropas de la 82va.dvision de la infantería de la marina de los Estados Unidos a la isla; Con la  intervención militar americana, la segunda en 40 años (la primera 1916) al pueblo se le prohibía la oportunidad de elegir su propio destino en democracia. 
Se formó un gobierno interino, y nuevas elecciones fueron fijadas para el 1 de julio 1966. Bosch regresó al país y se lanzó como candidato presidencial de su partido. Sin embargo, hizo una campaña algo menos intensa, amenazado por el Departamento de Estado Americano de manera subliminal que de no ir a la farsa electoral, las tropas Norte-americanas se quedarían en el suelo patrio hasta tanto no se efectuaran las elecciones montada y supervisada por los propios invasores.
Juan Bosch propuso  al Coronel Caamaño que asumiera el la candidatura por el PRD y el Coronel respondió:” Profesor no es verdad que los Yanquis van a perder en votos lo que vinieron a perder en balas”. Definitivamente, Bosch fue el candidato por PRD. Fue como candidato presidencial a esas elecciones amañadas, aun sabiendo que era una farsa,  por razones patrióticas, con ello garantizaba las salidas de las tropas de ocupación. “La  decisión de Bosch de participar en las elecciones de 1966, no solo libero la presión generada a nivel continental por la intervención norteamericana en Santo Domingo, sino que cambio en cierto sentido la historia mundial, aunque no ha sido adecuadamente valorada por los estudiosos del periodo.(…)Como ya lo señale, confirmo el carácter de estadista de Bosch, no solo por su anterior gestión al frente del gobierno…de 1963,sino porque al aceptar la confrontación electoral a cambio de la salida de los norteamericanos, permitió la sobrevivencia de la nación independiente y reiniciar el proceso de democratización de la vida dominicana, aunque ya en la década de los setentas, después de reflexionar sobre esa experiencia y someter a un largo periodo de critica sus viejas concepciones sobre la democracia, elaboraría e intentaría implantar  esa particular visión del Estado democrático, soberano y socialmente justo que había visto frustrarse en 1963 y con la invasión norteamericana de 1965”. (Jesús Adolfo Becerril Valencia)
 Durante la última mitad de la década de 1960, Bosch se marchó al exterior radicándose en España, donde sigue siendo un escritor muy prolífico de ensayos, tanto políticos como históricos. Publicó algunas de sus obras más importantes durante este tiempo: “Composición social dominicana”, “Breve Historia de la Oligarquía en Santo Domingo”, “De Cristóbal Colón a Fidel Castro”, “El Caribe, “Frontera Imperial” y numerosos artículos de diferentes tipos. El periodo que va desde la llegada de Juan Bosch a Benidorm, España, y el regreso definitivo a la Dominicana en abril de 1970, constituiría el de mayor importancia creativa en su vida por haber escrito y dado a conocer las cuatro obras que determinarían el camino de su pensamiento sobre la historia dominicana y sobre la democracia, así como el de su futuro ejerció político. Las  ideas vertidas en esos libros, en la que quizás haya sido la polémica más importante de la historia intelectual y política dominicana del siglo veinte: la discusión en torno de la propuesta de Bosch sobre la instauración de un gobierno de dictadura con respaldo popular.
Aquí, los Términos, tales como: Lucha de clases, feudalismo, formas económicas y sociales, burguesía, constituían el armazón conceptual y categórica a partir de la cual Bosch realiza su estudio, pero en la búsqueda de un sentido eminentemente político de sus objetivos. Juan Bosch habría entrado, como el mismo lo dice, en contacto con la obra de Marx y Engels  “por el año 1969, después de haberme instalado en Paris, y fue de ese conocimiento, no muy amplio, por cierto, de donde salió mi afiliación al marxismo”  En estas últimas obras de Bosch, las que escribió en el viejo continente, se percibía una clara influencia del pensamiento marxista. Bosch, en relación de Marx y Engels decía: “leyéndolo directamente, no a través de interprete suyos, descubrió que la verdad era de ellos y era el equivocado”.
En 1970, Bosch tuvo la intención de reorganizar el Partido Revolucionario Dominicano, volviendo a sus miembros militantes activos, estudiosos de la realidad histórica y social del país. Su proyecto no fue aceptado por la mayoría de los perredistas, debido a que la mayoría de los miembros se inclinaban hacia una dirección más de corriente socialdemócrata. Además, dada la represión militar, y la falta de igualdad política entre el PRD y el Partido Reformista Social Cristiano, Bosch se abstuvo de las elecciones de 1970.
Las diferencias y contradicciones entre Bosch y un sector importante del PRD, así como la corrupción que había empezado a crecer dentro del partido, le hicieron abandonar la organización en 1973, y así se fundó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) el 15 de diciembre de ese mismo año.
1934, Bosch se casó con Isabel García Aguiar, con quien procreó dos hijos, León y Carolina.
Durante su exilio volvió a contraer nupcias El 30 de junio de 1943 con la cubana Carmen Quidiello, con quien tuvo dos hijos, Patricio y Bárbara. 
Don Juan, como es cariñosamente recordado por muchos, murió el 1 de noviembre de 2001, en Santo Domingo. Como ex presidente, recibió los honores correspondientes en el Palacio Nacional, y fue enterrado en su ciudad natal de La Vega.
Hasta la fecha, se le recuerda como un hombre de principios. Él mismo se describió como Marxista y amigo de Fidel Castro.
Su legado en la política es más que relevante: sus ideales, todavía son valorados a la hora de referirse a la buena administración pública. Muchos creen que la República Dominicana habría prosperado tanto económica como políticamente, sin ayuda exterior (es decir, EE.UU.) el gobierno de Bosch había sido capaz de defenderse de las manifestaciones y presiones encubiertas de la administración de Johnson, de llevar a cabo todas las reformas que propuso.
Las contribuciones del profesor Bosch a la literatura a través de sus relatos, novelas, cuentos y ensayos lo convirtieron en un modelo a seguir para varias generaciones de escritores, periodistas e historiadores. En un momento dado, el Premio Nobel Gabriel García Márquez dijo una vez que Bosch había sido uno de sus mayores influencias.4

 Obras
Cuentos
La mujer (1933)
Camino real (1933)
La bella alma de don Damián (1939)
Dos pesos de agua (1941)
Luis Pie (1942)
Maravilla (1946)
En un bohío (1947)
Callejón Pontón (1948)
La Muchacha de La Guaira (1955)
Cuentos de Navidad (1956)
Cuentos escritos en el exilio (1962)
Más cuentos escritos en el exilio (1962)
Cuentos escritos antes del exilio
Cuentos (1983)
Cuentos selectos (1992)
El algarrobo
Cuentos más que completos
Todo un hombre
Fragata
Dos amigos
Un niño
El río y su enemigo
Un hombre virtuoso
El difunto estaba vivo
Mal tiempo
El socio
Capitán
Los últimos monstruos
Rosa
Novelas
La mañosa (1936)
El oro y la paz (1975)
Ensayos y artículos
Indios (1935)
Mujeres en la vida de Hostos (1938)
Hostos, el sembrador (1939)
Judas Iscariote, el calumniado (1955)
Póker de espanto en el Caribe (1955, publicada en 1988 tras habérsele perdido Bosch)
Cuba, la isla fascinante (1955)
Apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1958)
Trujillo: causa de una tiranía sin ejemplo (1959)
Simón Bolívar, biografía para escolares (1960)
Apuntes para una interpretación de la historia costarricense (1962)
David, biografía de un rey (1963)
Bolívar y la guerra social (1964)
Crisis de la democracia de América en la República Dominicana (1964)
El pentagonismo, sustituto del imperialismo (1966)
Dictadura con respaldo popular(1969)
De Cristóbal Colón a Fidel Castro (1969)
Breve historia de la oligarquía (1970)
Composición social dominicana (1970)
El Caribe, frontera imperial (1970)
Tres conferencias sobre el feudalismo (1971)
La revolución haitiana (1971)
De México a Kampuchea (1975)
Guerrilleros y crisis eléctrica (1975)
De la concordia a la corrupción (1976)
EL Napoleón de las guerrillas (1976)
Viaje a los Antípodas (1978)
La revolución de abril (1980)
Juan Vicente Gómez: camino del poder (1982, en colaboración con Luis Cordero Velásquez)
La Guerra de la Restauración (1982)
Las clases sociales en República Dominicana (1982)
Perfil político de Pedro Santana (1982)
El partido: concepción, organización y desarrollo (1983)
Capitalismo, democracia y liberación nacional (1983)
La pequeña burguesía en la historia de la República Dominicana (1985)
La fortuna de Trujillo (1985)
El capitalismo tardío en la República Dominicana (1986)
Máximo Gómez: de Monte Cristi a la gloria, tres años de guerra en Cuba (1987)
El Estado: sus orígenes y desarrollo (1987)
Textos culturales y literarios (1988)
Las dictaduras dominicanas (1988)
33 artículos de temas políticos (1988)
La función del líder (1988)
Consideraciones acerca del político: la vocación y el oficio (1989)
La Revulución Rusa comenzó en 1905 (1989)
No todas las revoluciones han tenido programa
Obras completas I y II (1989)
El PLD, Un partido nuevo en América (1989)
Temas económicos I y II (1990)
El PLD: Colección de Estudios Sociales (1990)
Obras completas III y IV (1990)
Temas históricos I (1991)
Breve historia de los pueblos árabes (1991)
Obras completas V, VI y VII (1991)
Obras completas VIII (1992)
Obras completas IX (1993)
Ideología y táctica en la actividad política
Táctica y estrategia
Opiniones sobre cultura política
Algunos conceptos acerca del Estado: cómo funciona ese aparato de poder
Las luchas obreras en los Estados Unidos
En la República Dominicana la socialdemocracia es una estafa política
Simón Bolívar el de las luchas portentosas
La muerte de Trujillo: secreto develado
Haití a través de su historia
La crisis capitalista en la economía norteamericana
Los dólares que nos prestan valen cada vez menos
Conferencias
Tres conferencias sobre la inflación.
Món Cácerez, el tiranicida.
García Godoy y su obra.
El PRD y la lucha de clases.
Opinión sobre dos novelas de Gabriel García Márquez y una de Miguel Otero Silva.
Las Panteras Negras: un caso de sociología política.
Datos para la historia del azúcar en la República Dominicana.
Prólogo indispensable a una breve historia de la oligarquía.
En 1943, Obtiene el premio Hernández-Catá en Cuba por su cuento Luis Pie.
En 1944, Obtiene el Premio Extraordinario Hatuey, otorgado por la Sociedad Colombista Panamericana.
En 1982, fue condecorado por el gobierno cubano con la Orden Félix Varela.
En 1988, es condecorado por el presidente Fidel Castro con la Orden de José Martí. Ese mismo año obtiene el premio de mejor libro de cuentos extranjeros, de la Fundación FNAC de París, por su libro Vers le port d’Origine.
En 1989, el presidente Joaquín Balaguer le impone la condecoración de la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella, en el grado de Gran Cruz Placa de Oro. Un año más tarde Bosch lo devolvió.
En 1990, obtiene el Premio Nacional de Literatura, el cual compartió con su rival político Joaquín Balaguer.
En 1993, es investido como Doctor Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ese mismo año es investido como Doctor Honoris Causa en Letras por el City College de la Universidad de Nueva York.
En 1994, es investido como Doctor Honoris Causa en Humanidades de la Universidad O&M de Santo Domingo. Ese mismo año es declarado por el Senado y la Cámara de Diputados de la República Dominicana Maestro de la Política y Gloria Nacional.
En 1995, recibe el premio El Guachupitazo de Oro. Ese mismo año es investido como Doctor Honoris Causa de la Universidad Tecnológica de Santiago.
En 1996, recibe una placa de reconocimiento por sus aportes a la cultura Dominicana y por su condición de ciudadano ejemplar, durante la ceremonia de entrega de los Premios Casandra de ese año. En marzo del mismo año el embajador de Francia en República Dominicana le impone a la Orden del Mérito en el grado de Comendador de Artes y Letras.
En 1997, Vanguardia del Pueblo, órgano del PLD, le hace entrega de una placa de reconocimiento por su obra política y literaria. Ese mismo año una nueva especie de palmera es bautizada con el nombre de Coccothrinax boschiana en su honor.
En 1998, es condecorado por el gobierno francés con la Legión de Honor, en el grado de Gran Oficial. En junio es investido como Doctor Honoris Causa en Humanidades por las universidades Católica Tecnológica del Cibao y Pedro Henríquez Ureña.
En 1999, el senado de la República Dominicana le otorga un pergamino que lo acredita como uno de los más grandes líderes dominicanos del siglo XX. La embajada dominicana en Quito, Ecuador inaugura una biblioteca especializada con su nombre. En octubre la Universidad, la Biblioteca Nacional y la Sociedad de Escritores de Chile le rinden un homenaje por su aporte a la literatura de lengua española. En diciambre la Federación Latinoamericana de Periodistas acoge la propuesta de la Asociación de Periodistas Profesionales de la República Dominicana para otorgar a Juan Bosch el Premio José Martí a la Excelencia del Periodismo Dominicano, en su mención Escritor Destacado del Siglo.
 En 2009, el cineasta dominicano René Fortunato hizo un documental basado en los siete meses de gobierno de Bosch el cual se titula Juan Bosch: Presidente en la Frontera Imperial.
En 2010, René Fortunato publica el libro “La Democracia Revolucionaria”, el cual también trata sobre el gobierno de Juan Bosch.
Domingo Núñez Polanco

Un proyecto estratégico para las izquierdas latinoamericanas


Un proyecto estratégico para las izquierdas latinoamericanas


Moisés Pérez Mok

Buenos Aires (PL) Insertadas en un nuevo escenario político internacional, las izquierdas latinoamericanas enfrentan hoy un reto de magnitud colosal, como lo es la construcción colectiva de un nuevo proyecto estratégico y de mayor alcance histórico.


  Así lo definió aquí el académico, diplomático y reconocido escritor panameño Nils Castro, quien advirtió en diálogo con Prensa Latina que "nadie, desde ningún sectarismo, puede llegar a construir un proyecto de estas características".

Castro viajó a esta capital para presentar su obra Las izquierdas latinoamericanas en tiempo de crear, "un libro con muchos méritos" al decir del asesor especial de política exterior de la presidenta brasileña Dilma Rousseff, el catedrático Marco Aurelio García.

Precisión factual y agudeza en los comentarios se funden en este volumen que, aprecia García, se beneficia con la experiencia personal del autor, quien al estar situado en el puente natural de las Américas contempla la evolución económica, social y política de la región desde una posición privilegiada.

El libro, según el propio Castro, está escrito en un lenguaje para que la gente joven lo pueda entender (de ahí la profusión de notas al pie de las páginas) y de ningún modo pretende hacer la historia de las izquierdas latinoamericanas.

Se trata, aclaró, de una recapitulación de algunas de las experiencias paradigmáticas y aleccionadoras en la evolución de estas fuerzas en la región, a las cuales adicionamos algunas apreciaciones sobre qué las desató y, en muchos de los casos, cuáles fueron los factores que impidieron coronarlas con éxito.

El también cofundador de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPAL), significó además la notable presencia de la Revolución cubana en la obra, en tanto acontecimiento que abrió una nueva época en la historia de las ideas y prácticas políticas en América Latina.

Sin duda, la gesta revolucionaria de la Isla fue por varios lustros "el estímulo que más contribuyó a impulsar otros desarrollos creativos del pensamiento y la movilización política de las izquierdas latinoamericanas", destaca el texto.

De hecho, subrayó Castro, el libro comienza y termina citando el ensayo Nuestra América, del Héroe Nacional cubano José Martí, quien ya desde 1891 advertía que la reflexión latinoamericana debía reemplazar al conocimiento exótico.

"Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas", dijo Martí, quien impulsó el pensamiento latinoamericano contemporáneo y postuló la necesidad de organizar un partido político para alcanzar la emancipación frente al colonialismo español y la previsible hegemonía estadounidense.

Por otra parte, abundó el autor, el texto aborda también la vigencia y funcionalidad del sistema político latinoamericano; la necesidad de rehacer la cultura política, así como de reformar la democracia para hacerla más participativa.

"Las izquierdas latinoamericanas en tiempo de crear" tiene en general un balance optimista y deja en claro que estas fuerzas políticas viven en la actualidad un proceso de renovación, con características diferentes en cada país y según la naturaleza de sus procesos nacionales.

A los gobiernos progresistas surgidos en las últimas décadas en la región les ha tocado reparar los dolorosos estragos ocasionados por el tsunami neoliberal, y aunque saben qué deben hacer ahora, no tienen un horizonte de transformaciones sociales como el que creíamos tener en las décadas del 60 y el 70, opinó.

La izquierda -sentenció- está probando vías para llegar a un ideal; trabaja en el campo de la incertidumbre y la experimentación, mientras la derecha sólo tiene que reciclar lo ya existente para mantener el orden vigente, cuenta con los instrumentos para hacerlo y son todos "accionistas de las mismas corporaciones".

De tal suerte, los principios éticos a fin de elaborar este nuevo proyecto estratégico de las izquierdas latinoamericanas resultan claros para todos: justicia, equidad e inclusión social. Lo que no está definido es el modo de construirlo y eso sólo puede lograrse colectivamente, insistió.

Nadie, desde ningún sectarismo, puede llegar a construir un programa de estas características, aún cuando puedan existir varios "borradores" y coincidencias respecto hacia dónde queremos marchar, que es en dirección a un sueño factible, pero también sustentable, acotó.

PARTIDOS Y MOVIMIENTOS POLITICOS A LA ZAGA

En su presentación del libro en la Casa Patria Grande Néstor Kirchner, de esta capital, Nils Castro destacó que en la actualidad hay gobiernos progresistas o de izquierda democrática en la mayoría de los países suramericanos y en dos naciones centroamericanas.

Ellos -dijo- son expresiones de una diversidad que resulta de distintas realidades y procesos nacionales; pero, aunque representan diferentes modelos político-ideológicos y programáticos, coinciden en algunos rasgos muy importantes.

Mencionó entre estos últimos el hecho de ser resultado de los rechazos social y electoral a las calamidades socioeconómicas y morales provocadas por la imposición del neoliberalismo.

Repudios que en algunos casos llegaron a ser tan masivos que hicieron colapsar al sistema político tradicional y posibilitaron reformas constitucionales que buscaron "refundar" el Estado, subrayó.

En otros lugares, esos gobiernos llegaron al poder a través de elecciones realizadas dentro del viejo sistema político, con lo cual siguen derroteros de reformas más moderadas.

Lo que todos tienen en común es su origen anti neoliberal  y su aspiración a recuperar mayor soberanía y autodeterminación, así como a reconocer las responsabilidades sociales del Estado, lo cual facilita el diálogo y la concertación.

De ahí, explicó, los progresos alcanzados en la formación de varios foros integracionistas, de concertación y cooperación, algo que "no ha sido igualmente notable en nuestras agrupaciones regionales de partidos y movimientos políticos".

La cuestión está en que la elección de esos gobiernos progresistas no resultó de los atractivos de ofrecer una propuesta de nuevo tipo, argumentó Castro, en opinión de quien la masa electoral generalmente votó por actores asociados a las izquierdas, "pero no por sus anteriores programas rupturistas".

Hoy, anticipó, una de las tareas fundamentales es volver a actualizar la cultura política socialista de las grandes masas populares y con ellas encabezar los acontecimientos; superar el rezago de los llamados "factores subjetivos", para trazarnos una ruta más ambiciosa; adelantarnos a la dramática situación objetiva y construirle soluciones factibles y sustentables.

Formular un nuevo horizonte, las vías para construirlo y educar a las organizaciones populares necesarias a fin de desbrozar esos caminos es tarea de los partidos y de las colectividades internacionales de partidos, consideró el ganador del premio Pensar a Contracorriente.

Mas, alertó, esto no puede hacerse según la batuta de ninguna instancia política transnacional, sino a partir de las experiencias y perspectivas nacionales de nuestros propios pueblos.

"Es decir, como expresiones y como vocación de un pensamiento nacional que, en el caso de los latinoamericanos, no es excluyente sino solidario".

*Corresponsal de Prensa Latina en Argentina.

arb/mpm

Juan Bosch: El Camino de la Historia [Vídeos-Discursos]


Juan Bosch: El Camino de la Historia [Vídeos-Discursos]

lunes, 4 de junio de 2012

JUAN BOSCH:DEBILIDAD DE LA FUERZA

DEBILIDAD DE LA FUERZA
JUAN BOSCH

 las revoluciones las han perdido los más fuertes. Una revolución tiene su origen en fenómenos peculiares de su medio social, económico y político, y tiene su fuerza en el corazón en el cerebro de las gentes. Ninguno de esos dos factores de una revolución puede ser medido por computadores electrónicos. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido los más fuertes. Las trece colonias americanas eran más débiles que Inglaterra, y le ganaron la revolución de Independencia; el Pueblo francés era más débil que la monarquía de Luis XVI y le ganó la revolución del siglo XVIII; Bolívar era más débil que Fernando VII, y le ganó la revolución de América del Sur; Madero era más débil que Porfirio Díaz y le ganó la revolución de 1910; Lenin era más débil que el Gobierno ruso, y le ganó la revolución de 1917. Todas las revoluciones triunfantes a lo largo de la historia, sin una sola excepción; han sido más débiles que los gobiernos combatidos por ellas. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores. Para saber si una revolución es verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo histórico. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores. Para saber si una revolución es verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo histórico. Al entrar en su tercer mes, la Revolución Dominicana, que había estado durante dos meses circunscrita a la capital de la república, comenzó a extenderse por el interior del país. Esto era inevitable, dado que una revolución no es una simple operación militar que pueda ser contenida por fuerzas militares dentro de límites determinados. Era inevitable, pero es inexplicable que en Washington nadie se diera cuenta de ello. Al embotellar la revolución dentro de una parte de la ciudad de Santo Domingo, el Gobierno de los Estados Unidos hizo cálculos en términos de fuerza: los revolucionarios son tantos hombres con tales armas, y por tanto podemos dominarlos e inmovilizarlos con tantos hombres y tal equipo. Llegar a conclusiones en términos de fuerza es fácil, sobre todo hoy, y sobre todo en los Estados Unidos, donde una batería de computadores electrónicos da las respuestas adecuadas a problemas de esa índole en pocos minutos y tal vez en pocos segundos. Pero una revolución es un hecho histórico que no ofrece posibilidad de cálculos de esa naturaleza, porque escapa a las definiciones aritméticas. Una revolución tiene su origen en fenómenos peculiares de su medio social, económico y político, y tiene su fuerza en el corazón en el cerebro de las gentes. Ninguno de esos dos factores de una revolución puede ser medido por computadores electrónicos. La de Santo Domingo fue —y es— una típica revolución democrática a la manera histórica de la América Latina y se originó en factores sociales, económicos y políticos que eran y son al mismo tiempo dominicanos y latinoamericanos. Para situarla en el contexto latinoamericano, su patrón más cercano en el tiempo es la revolución mexicana de 1910, aunque no debía ni debe esperarse que fuera exactamente igual a esa revolución de México. En términos históricos, nada es igual a nada. A pesar de que habían transcurrido cincuenta y cinco años desde que estalló la revolución mexicana hasta que comenzó la dominicana, y a pesar de que en ese largo tiempo —más de medio siglo— se han extendido por el mundo los estudios políticos, sociales, económicos e históricos, los Estados Unidos actuaron ante la Revolución Dominicana de 1965 en forma casi igual a como hicieron ante la revolución mexicana de 1910. En 1965 se ha aducido el peligro comunista como razón de la intervención militar en Santo Domingo; en 1910 no podía usarse ese pretexto para desembarcar tropas en Veracruz porque entonces no existía el peligro comunista. ¿Por qué la actuación ha sido tan parecida? Porque tradicionalmente el mundo oficial norteamericano se ha opuesto a las revoluciones democráticas en la América Latina. Con la excepción de los años de Kennedy, la política exterior norteamericana en la América Latina ha sido la de entenderse con los grupos de poder y la de usar la fuerza para respaldar a esos grupos. Durante los años de Franklyn Delano Roosevelt se abandonó el uso de la intervención armada, pero no se abandonó el apoyo a los grupos dominantes, y todavía en el caso de la revolución cubana de 1933 se hicieron presentes los buques de guerra norteamericanos en aguas de Cuba como un recordatorio ominoso. Fue John Fitzgerald Kennedy quien transformó los viejos conceptos y puso en práctica una nueva política, pero desaparecido él, volvió a imponerse el criterio de que el poder se ejerce sólo a través de la fuerza. Esta idea parece no ser correcta. La fuerza como expresión única de poder tiene sus límites: es un instrumento idóneo cuando se enfrenta a la fuerza, pero no lo es cuando se enfrenta a fenómenos que tienen su origen en las bases más profundas de las sociedades. Stalin pudo haber tenido razón al decir, durante la última guerra mundial, que esa guerra sería ganada por el país que fabricara más motores; pues la lucha de 1939-1945 fue llevada a cabo entre poderes militares organizados, y el poder de cada uno de ellos se medía en términos de fuerza, de divisiones, de cañones, de bombas. Pero una revolución no es una guerra, y hasta se conocen revoluciones que se han hecho sin que haya mediado un disparo de fusil. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido los más fuertes. Las trece colonias americanas eran más débiles que Inglaterra, y le ganaron la revolución de Independencia; el Pueblo francés era más débil que la monarquía de Luis XVI y le ganó la revolución del siglo XVIII; Bolívar era más débil que Fernando VII, y le ganó la revolución de América del Sur; Madero era más débil que Porfirio Díaz y le ganó la revolución de 1910; Lenin era más débil que el Gobierno ruso, y le ganó la revolución de 1917. Todas las revoluciones triunfantes a lo largo de la historia, sin una sola excepción; han sido más débiles que los gobiernos combatidos por ellas. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores. Para saber si una revolución es verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo histórico. En Washington nadie estudió estos aspectos de la Revolución Dominicana. En Washington se recibieron noticias de que el sábado 24 de abril, a mediodía, había habido cierta inquietud en algunos cuarteles de Santo Domingo y en el Pueblo; un poco más tarde se supo que el jefe del ejército había sido hecho preso por sus subalternos, y en el acto se pensó en desembarcar fuerzas militares norteamericanas en el pequeño país antillano. Eso lo dijo el propio presidente Johnson al afirmar en una conferencia de prensa que “as a matter of fact, we landed our people in less than one hour from the time the decision was made. It was a decision we considered from Saturday until Wednesday evening”. (TheNew York Times, Friday, June 18, 1965. Pág. 14 L). Desde el sábado, pues, el Gobierno de los Estados Unidos consideró necesario desembarcar tropas en Santo Domingo; y ese día el Gobierno de los Estados Unidos no sabía qué clase de revolución estaba desarrollándose o iba a desarrollarse en la República Dominicana. Es evidente que la actitud del Gobierno norteamericano era la de defender el statu-quo dominicano, sin tomar en cuenta la voluntad del Pueblo dominicano. La reacción en Washington fue, pues, la habitual; el grupo dominante en la República Dominicana estaba amenazado y había que defenderlo. Ese grupo dominante era sin duda pronorteamericano, pero también era antidominicano, y en grado sumo. En 19 meses de gobierno, el régimen predilecto de Washington había desmantelado la economía dominicana, había establecido un sistema de corrupción no visto en el país desde el siglo pasado y además se burlaba todos los días de las esperanzas del Pueblo en una solución democrática. Cuando los revolucionarios tomaron en la mañana del domingo día 25 de abril el Palacio Nacional, hallaron allí montones de carteles de propaganda para la campaña política de Donald Reid Cabral, que había resuelto continuar en el poder mediante elecciones amañadas. La Revolución Dominicana de abril no fue un hecho improvisado. Era un acontecimiento histórico cuyos orígenes podían verse con claridad. En realidad, esa revolución estaba en marcha desde fines de 1959, y fue manifestándose gradualmente, primero con una organización clandestina de jóvenes de la clase media que fue descubierta a principios de 1960, después con la muerte de Trujillo en mayo de 1961, más tarde con las elecciones de diciembre de 1962 y por último con la huelga de mayo de 1964. El golpe de Estado de septiembre de 1963 no podía detener esa revolución. Fue una ilusión de gente ignorante en achaques de sociología y de política pensar que al ser derrocado el Gobierno que yo presidí la revolución quedaba desvanecida. Fue una ilusión creer, como consideraron los que formulan en Washington la política dominicana, que una persona de buena sociedad y de los círculos comerciales era el hombre indicado para dominar la situación dominicana. Fueron precisamente el uso de la fuerza y la frivolidad del favorito de Washington —Donald Reid Cabral— los factores que aceleraron el estallido de la revolución de abril. La Revolución Dominicana tenía causas no sólo profundas, sino además viejas. La falta de libertades de los días de Trujillo y el desprecio a las masas del Pueblo volvieron a gobernar el país a partir del golpe de Estado de 1963; el hambre general se agravó con la política económica sin sentido del equipo encabezado por Reid Cabral, y la corrupción trujillista resultó a la vez más extendida y más descarada que bajo la tiranía de Trujillo. Se pretendió volver al trujillismo sin Trujillo, un absurdo histórico que no podía subsistir. La clase media y las grandes masas se aliaron en un mismo propósito; barrer ese pasado ignominioso que había renacido en el país y retornar a un estado de ley y de honestidad pública. Veamos ahora el punto que toca al tiempo histórico. Lo que le da carácter peculiar a la historia de Santo Domingo es lo que en otras ocasiones he llamado su “arritmia”. Los acontecimientos dominicanos suceden en un tiempo que no corresponde al tiempo histórico general de la América Latina. El momento histórico en que se hallaba la República Dominicana en abril de 1965 era el equivalente de 1910 en México, y es curioso que los Estados Unidos actuaran sobre Santo Domingo, en cierto sentido, como lo hicieron sobre México en 1910, aunque alegaran para ello que en Santo Domingo estaba en marcha una segunda Cuba. Pero en Santo Domingo no podía estar en marcha en abril de 1965 una segunda Cuba como no podía producirse en México de 1910. Lo que había estallado en la República Dominicana en abril de 1965 era —y es— una revolución democrática y nacionalista; y el 1965 era el momento histórico exacto para que los dominicanos iniciaran su revolución democrática y nacionalista. En términos de 1965, una revolución democrática no debe ser, y no puede ser, una mera lucha por las libertades públicas. Eso equivaldría a combatir para conquistar solamente una democracia política, y ningún pueblo latinoamericano de hoy puede conformarse con una democracia que no ofrezca al mismo tiempo que libertades políticas, la igualdad social y la justicia económica. Por otra parte, el nacionalismo es un sentimiento que se origina en la necesidad vehemente de hacer progresar en todos los órdenes el propio país, en la necesidad de afirmar la conciencia nacional en el campo económico, en el político y en el moral, y toda revolución verdadera, sobre todo si es democrática, tiene un alto contenido de nacionalismo. Para no equivocarse en el caso de la Revolución Dominicana de 1965 bastaba con situarla en su tiempo histórico. Eso hubiera servido también para evitar el costoso error político de considerar que era una revolución comunista o en peligro de derivar hacia el comunismo. El precio que pagarán los Estados Unidos por ese error será alto, y a mi juicio lo veremos en nuestro propio tiempo. Un índice de la magnitud del error es el tamaño de la fuerza usada originalmente para embotellar la revolución. Los Estados Unidos, que en el mes de abril tenían en Viet Nam 23 mil hombres, desembarcaron en Santo Domingo 42 mil. Para los funcionarios de Washington, los sucesos de la República Dominicana eran de naturaleza tan peligrosa que se prepararon como si se tratara de llevar a cabo una guerra de la que dependía la vida misma de los Estados Unidos. Siempre recordaré como un síntoma de esa enorme equivocación un detalle de la densa propaganda hecha por el departamento de guerra psicológica, el del famoso submarino ruso capturado en el puerto de la vieja capital dominicana. Ese submarino desapareció misteriosamente tan pronto llegaron a Santo Domingo los primeros periodistas norteamericanos independientes, pero sigue navegando en las aguas del rumor interesado. La fuerza de los Estados Unidos se usó en el caso de la Revolución Dominicana de una manera absolutamente desproporcionada. Un pueblo pequeño y pobre que estaba haciendo el esfuerzo más heroico de toda su vida para hallar su camino hacia la democracia fue ahogado por montañas de cañones, aviones, buques de guerra, y por una propaganda que presentó ante el mundo los hechos totalmente distorsionados. La revolución no fusiló una sola persona, no decapitó a nadie, no quemó una iglesia, no violó a una mujer; pero todo eso se dijo, y se dijo en escala mundial; la revolución no tuvo nada que ver ni con Cuba ni con Rusia ni con China, pero se dio la noticia de que 5 mil soldados de Fidel habían desembarcado en las costas dominicanas, se dio la noticia de que había sido capturado un submarino ruso y se publicaron “fotos” de granadas enviadas por Mao Tse-Tung. La reacción norteamericana ante la Revolución Dominicana fue excesiva, y para comprender la causa de ese exceso habría que hacer un análisis cuidadoso de los resultados que puedan dar la fe en la fuerza y el uso ilimitado de la fuerza en el campo político, y convendría hacer al mismo tiempo un estudio detallado del papel de la fuerza cuando se convierte en sustituto de la inteligencia. En el caso de la Revolución Dominicana, el empleo de la fuerza por parte de los Estados Unidos comenzó a tener malos resultados inmediatamente, no sólo para el Pueblo dominicano sino también para el Pueblo norteamericano. Con el andar de los días, esos resultados serán peores para los Estados Unidos que para Santo Domingo. Pero mantengámonos ahora dentro del límite estrecho de los daños causados a Estados Unidos en Santo Domingo. Por de pronto, la Revolución Dominicana, que hubiera terminado en el propio mes de abril a no mediar la intervención de los Estados Unidos, quedó embotellada y empezó a generar fuerzas que no estaban en su naturaleza, entre ellas odio a los Estados Unidos. Ese odio no se extinguirá en mucho tiempo. El nacionalismo sano de la revolución irá convirtiéndose a medida que pasen los meses en un sentimiento antinorteamericano envenenado por la frustración a que fue sometida la revolución. Y es una tontería insigne considerar que el nacionalismo de los pueblos pequeños y pobres puede ignorarse, desdeñarse o doblegarse. La más poderosa de las armas nucleares es débil al lado del nacionalismo de los pueblos pequeños y pobres. El nacionalismo es un sentimiento profundo, casi imposible de desarraigar del alma de las sociedades una vez que aparece en ellas, y ese sentimiento, según lo demuestra la historia, lleva a los hombres a desafiar todos los poderes de la tierra. Ahora bien, cuando el nacionalismo democrático es ahogado o estrangulado, pasa a ser un fermento, tal vez el más activo, para la propagación del comunismo. Estoy convencido de que el uso de la fuerza de los Estados Unidos en la República Dominicana producirá más comunistas en Santo Domingo y en la América Latina que toda la propaganda rusa, china o cubana. La fuerza, en su caso, fue empleada para impedirles que alcanzaran su democracia. Para muchos norteamericanos esto no es y no será cierto, pero yo estoy exponiendo aquí lo que sienten y sentirán por largos años los dominicanos, no las intenciones norteamericanas. Debido a que la fuerza nunca es tan fuerte como creen quienes la usan, los Estados Unidos tuvieron que recurrir en Santo Domingo a un expediente que les permitiera usar la fuerza sin exponerse a las críticas del mundo; y eso explica la creación de la junta cívico-militar encabezada por Antonio Imbert. Esa junta, como es de conocimiento general, fue la obra del embajador John Bartlow Martin, es decir, de los Estados Unidos; y pocas veces en la historia reciente se ha cometido un error tan costoso para el prestigio de los Estados Unidos como el que se cometió al poner en manos del señor Imbert parte de las fuerzas armadas dominicanas y al proporcionarles como justificación para sus crímenes el argumento de estar combatiendo el comunismo en Santo Domingo. Las matanzas de dominicanos y extranjeros —entre los últimos, un sacerdote cubano y uno canadiense— realizadas por las fuerzas de Imbert bajo el pretexto de que estaban aniquilando a los comunistas, quedarán para siempre en la historia dominicana cargadas en la cuenta general de los Estados Unidos y en la particular del señor Martin. Esas matanzas fueron hechas mientras estaban en Santo Domingo las fuerzas norteamericanas; y además el embajador Martin sabía quién era Imbert antes de invitarlo a encabezar la junta cívico-militar. La tiranía de Imbert fue establecida a ciencia y conciencia, y después de la tiranía de Trujillo no había excusa que pudiera justificar el establecimiento de la de Imbert. La revolución no fusiló a nadie ni decapitó a nadie; pero las fuerzas de Imbert han fusilado y decapitado a centenares, y aunque a esos crímenes no se les ha dado la debida publicidad en los Estados Unidos, figuran en los expedientes de la Comisión de los Derechos Humanos de la OEA y de las Naciones Unidas, con todos sus horripilantes detalles de cráneos destrozados a culatazos, de manos amarradas a la espalda con alambres, de cadáveres sin cabezas flotando en las aguas de los ríos, de mujeres ametralladas en los “paredones”, de los dedos destruidos a martillazos para impedir la identificación de los muertos. La mayor parte de las víctimas fueron miembros del Partido Revolucionario Dominicano, un partido reconocidamente democrático, pues la función de la llamada democracia de Imbert es acabar con los demócratas en la República Dominicana. Parece un sangriento sarcasmo de la historia que los crímenes que se le achacaron a la revolución sin haberlos cometido, hayan sido cometidos por un falso gobierno creado por los Estados Unidos sin que eso conmueva a la opinión norteamericana. La mancha de esos crímenes no caerá toda sobre Imbert, que al fin y al cabo es un ave de paso en la vida política dominicana; caerá también sobre los Estados Unidos y, por desgracia, sobre el concepto genérico de la democracia como sistema de gobierno. O yo no conozco a mi pueblo, o va a ser difícil que a la hora de determinar responsabilidades los dominicanos de hoy y de mañana sean indulgentes con los Estados Unidos y duros solamente con Imbert. En general, va a ser difícil salvar a los Estados Unidos de responsabilidad en todos los males futuros de Santo Domingo, aún de aquellos que se hubieran producido naturalmente si la revolución hubiera seguido su propio curso. El Pueblo dominicano no olvidará fácilmente que los Estados Unidos llevaron a Santo Domingo el batallón nicaragüense “Anastasio Somoza”, el émulo centroamericano de Trujillo; que llevaron a los soldados de Stroessner, los menos indicados para representar la democracia en un país donde acababan de morir miles de hombres y mujeres del Pueblo, peleando por establecer una democracia; que llevaron a los soldados de López Arellano, que es para los dominicanos una especie de Wessin y Wessin hondureño. En todos los textos de historia dominicana del porvenir figurará en forma destacada el bombardeo a que fue sometida la ciudad de Santo Domingo durante 24 horas los días 15 y 16 de junio. Todos estos puntos a que me he referido a la ligera son consecuencias del uso de la fuerza como instrumento de poder en el tratamiento de los problemas políticos. Una apreciación inteligente de los sucesos de Santo Domingo hubiera evitado los males que ha producido y producirá el uso de la fuerza que se desplegó en el caso dominicano. Para la sensibilidad de los pueblos de la América Latina, para su experiencia como víctimas tradicionales de gobiernos de fuerza, todo empleo excesivo e injusto de la fuerza provoca sentimientos de repulsión. Desde el punto de vista de los latinoamericanos, los Estados Unidos cometieron en Santo Domingo el peor error político de este siglo. El presidente Johnson dijo que los infantes de marina de su país habían ido a Santo Domingo a salvar vidas, pero lo que puede asegurar el que conozca la manera de sentir de los latinoamericanos es que esos infantes de marina destruyeron en todo el Continente la imagen democrática de los Estados Unidos. Es que parece estar en la propia naturaleza de la fuerza destruir en vez de crear, y cuando se usa en forma excesiva e inoportuna, la fuerza tiende a destruir a quien la usa. Una revolución puede detenerse con la fuerza, pero sólo durante cierto tiempo. En muchos sentidos, las revoluciones son terremotos históricos incontrolables, sacudimientos profundos de las sociedades humanas que buscan su acomodo en la base de su existencia. Y la Revolución Dominicana de abril de 1965 fue —y es— una revolución auténtica. Por lo menos eso creen los que tienen razones para conocer la historia, las fallas, las angustias y las esperanzas dominicanas, es decir los dominicanos que las hemos estudiado y estamos vinculados al destino de aquel pueblo por razones tan justas y tan honorables como puede estar vinculado el mejor de los norteameicanos al destino de los Estados Unidos.
 Puerto Rico. 29 de junio de 1965

La familia Maceo en palabras de José Martí

CARTA DE JOSE MARTI A MACEO

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

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