Las
estructuras sociales dependen de la forma en que se relacionan los hombres y
los medios de producción. En los países donde toda la sociedad, a través de sus
organismos superiores —gobiernos y otras instituciones—, es la dueña de todos
los medios de producción, el sistema económico y social se llama socialista;
aquellos donde la dueña de los medios de producción es una clase llamada
burguesía, el sistema económico se llama capitalista y el sistema político es
la democracia representativa, organizada generalmente en repúblicas, federales
o unitarias, y algunas veces monarquías de las llamadas constitucionales, en
las que los reyes representan al país, pero no lo gobiernan. En el caso de la
América Latina hay repúblicas que se llaman a sí mismas democracias
representativas, pero no lo son, pues aunque vivimos dentro del sistema
capitalista los medios de producción no pertenecen en su totalidad a las
burguesías nacionales.
Inversiones para la producción
Todo lo que produce un país se suma
cada año y al total de esa suma se le llama Producto Nacional Bruto, o PNB. Para que un país o un cierto número de países progrese,
su PNB tiene que aumentar por año más que
su población. Esto puede explicarse con un ejemplo. Si un hombre que hace
sillas de mesa produce al mes 100 pesos —cualquiera que sea la moneda de su país—,
y con esa entrada puede mantener a su mujer y a dos hijos, al tener otro hijo
el dinero no le alcanzará para que la familia viva al mismo nivel que antes; si
le nacen dos hijos más, la situación de la familia será más estrecha, y llegará
el momento en que ya no podrá mantenerse con la misma entrada. O ésta aumenta o
se pasarán estrecheces.
En el caso de un país, el aumento
del PNB tiene que ser cada año superior no
sólo al aumento de la población, sino que además deberá ser superior en una
cantidad determinada.
Si
la población aumenta un 1 por ciento, el PNB tiene
que aumentar más de esa proporción. ¿Por qué? Porque por cada 1 por ciento más
de personas hay que invertir al año siguiente un 3 por ciento del PNB
de ese año debido a que sin esa inversión no sería posible
aumentar la producción en la cantidad que hace falta para alimentar, vestir y
dar techo a ese 1 por ciento que nació el año anterior. El
asunto es complicado, pues este año nacen los niños, pero los que habían nacido
seis años antes y están vivos todavía, entran este año en la escuela, de manera
que hay que hacer más escuelas para ellos; los que habían nacido hace
diecisiete años entran este año en edad de trabajar, y es necesario que se
monten fábricas para que encuentren trabajo. Hay especialistas que consideran
que la inversión del 3 por ciento del PNB no
es suficiente para cubrir todas las necesidades que tiene una población que
crece un 1 por ciento al año y que debe invertirse el 4 por ciento del PNB. Ahora bien, en la América Latina la
población aumenta cada año a razón de 2,9 personas por cada 100 habitantes, y eso
quiere decir que los países latinoamericanos deben invertir en conjunto el 8,7 por ciento
de su PNB
cada
año, si es que se está de acuerdo con los que opinan que la inversión de un 3
por ciento por cada 1 por ciento de aumento de la población es suficiente, porque
si se está de acuerdo con los que piensan que lo correcto sería invertir el 4
por ciento, entonces la inversión total deberá ser el 11,6 por ciento del PNB.
En la América Latina no está haciéndose ni lo
uno ni lo otro. La inversión del conjunto de nuestros países no llega a esas cifras,
salvo los pocos años de precios muy buenos que coincidan con cosechas muy
buenas, cosa que se da muy pocas veces. En algunos países la inversión puede
llegar y hasta pasar del 8,7 por ciento o del 11,6 por ciento, pero no siempre
y nunca en todos.
En el mundo hay países que invierten
cada año proporciones muy altas de su PNB, y debido
a esa alta inversión aumentan también cada año su PNB de manera notable, lo que
les permite disponer cada vez de más
y más riquezas dado que sólo es riqueza lo que se produce. Por ejemplo, en 1966
el Japón invirtió 33 centavos de dólar de cada dólar que produjo en 1965; Suiza
invirtió casi 28 centavos de cada dólar; Alemania
del Oeste, un poco más de 26
centavos; Italia y Holanda, un poco más de 24 centavos, y aunque en ese mismo
año (1966) hubo un país latinoamericano que invirtió casi tanto como el Japón,
ese país es el único en toda América Latina que dispone de grandes entradas
debido a su enorme riqueza petrolera y minera, y nos referimos a Venezuela.
Los países del Mercado Común
Centroamericano —que son Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica—
invirtieron en 1966 12 centavos de cada dólar producido en 1965; Chile invirtió
11 y Bolivia 7. Ahora bien, esos números dicen poco si no se relacionan con el
aumento de la población. La población de Costa Rica, por ejemplo, crece a razón
de 3,8 anual por cada 100 personas, de manera que si debe invertir anualmente
el 3 por ciento por cada 1 por ciento de aumento de su población, en1966 debió
invertir el 11,8 por ciento de lo que produjo en 1965, y si invirtió el 12, que
es sólo 2 décimas de centavo más que el 11,8, no podía esperar en 1966 ningún
progreso importante a menos que lo tuviera por causas naturales, como tiempo excepcionalmente
bueno para el café, que es su principal producto de exportación; y el tiempo
excepcionalmente bueno o malo no puede predecirse, de manera que contando con
él es imposible planear el desarrollo de un país. Pero hay algo más que
aclarar, pues el tanto por ciento del PNB que se
invierte puede ser bajo, aunque la cantidad parezca alta; eso depende de cuál
fue el aumento del PNB en los años anteriores. Así, en
relación con el PNB de 1960, calculando éste en 100
dólares, el PNB de Uruguay en 1964 había bajado a
93, lo que quiere decir que fue de menos 7; Honduras no aumentó ni un centavo
entre 1960 y 1964; Ecuador aumentó en ese tiempo sólo 2 dólares; Argentina, que
había subido de 100 en 1960 a 107 en 1961, bajó 6 en 1963, de manera que en
1964 sólo había aumentado 3 sobre 1960; así, al invertir en 1966 el 21 por
ciento de su PNB de 1965, Argentina estaba en
realidad invirtiendo menos de lo que necesitaba para equilibrar el déficit que
tenía.
De
acuerdo con el criterio del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial
para la Reconstrucción y el Desarrollo, los países de la América Latina
necesitan crecer año por año a razón de un 5 por ciento; es decir, deben
producir cada año 105 dólares por cada 100 producidos el año anterior; pero de esos 105 tienen que
invertir de 15 a 20, lo que significa que hay que producir 105 y consumir sólo
de 85 a 90. Pues bien, si suponemos que en 1960 se produjeron 100, en 1961 se
produjeron 105, pero el aumento en 1962 fue sólo de 3,6 y en 1963 de 1,9, y
aunque en 1964 se llegó a 6,4, ya estábamos en déficit, y para cubrir ese
déficit debió haber en ese año de 1964 un aumento no de 6,4 sino de 9,5; en
1965 sólo llegamos a 4,8, en 1966 a 4,6 y en 1967 a 4,3 (Naciones Unidas, Estudio económico de América Latina 1967,
p.5, cuadro Nº 3). Como puede verse, a lo largo de siete años sólo se alcanzó
el aumento de 5 por ciento o más en dos años, en uno no se llegó a 4 y en otro
no se llegó ni a 2 por ciento. Son varios los países de la América Latina que
no pueden ahorrar del 15 al 20 por ciento de su producción anual; algunos como
Guatemala, Barbados y la República Dominicana ahorran sólo del 5 al 10 por
ciento, lo que está muy lejos de lo que se requiere para mantener un ritmo de
desarrollo; otros, como Bolivia, Costa Rica, El Salvador, Ecuador, Honduras, México,
Paraguay y Uruguay, van del 10 al 15 por ciento (ver André Lewin, en
publicaciones del Instituto de Administración Pública, París: Chapitre VIII a XII, Fasc. III, Années 1967-1968, pp.25-26). En años de buenas cosechas
que sean también por coincidencia de buenos precios para algunos de sus
productos, unos cuantos países latinoamericanos llegan a ahorrar del 15 al 20
por ciento de su producción. Pero lo cierto es que las inversiones no aumentan.
El coeficiente global de inversión interna bruta que fue de 18,1 en 1960 bajó al 17,2
en 1967 y sólo en 1961 subió a 18,6; a partir de ese año, en ningún otro llegó
a 18, y en 1963, 1965 y 1966 no alcanzó a 17 Estudio económico de América Latina 1967, p.5, cuadro 4). Si se
saca de ahí un país como Venezuela, el
coeficiente bajaría a menos del 15, y si se saca México, bajaría mucho más, lo que quiere decir que la mayor parte de los países tienen un coeficiente de inversión interna bruta totalmente inadecuado.
La producción por persona
Esos datos que se han dado se
refieren a los países; al trasladarse a cada una de las personas que viven en
la América Latina nos hallamos, como es claro, con la misma situación. Los
organismos internacionales que dirigen los planes para lograr el desarrollo de
la América Latina —Comisión Internacional de la Alianza para el Progreso (CIAP), Comisión Económica para la América Latina de las
Naciones Unidas (CEPAL)— habían calculado
que nuestros países necesitan aumentar su producción año tras año a no menos de
2,5 por ciento per cápita, lo que quiere decir por habitante, y que si no se
alcanza ese nivel será muy difícil que nuestros pueblos progresen. La
producción per cápita de un país se sabe dividiendo el PNB de ese país por
el número de sus habitantes, y como esa operación se hace cada año, cada año
puede sacarse en claro cuál es el producto por persona, y de acuerdo con lo que
establecieron los organismos internacionales, por cada 100 dólares de
producción per cápita o por persona debe haber cada año un crecimiento de 2
dólares 50 centavos en relación al año anterior.
En los años de 1950 a 1955 se había
alcanzado un crecimiento de 2,2 por ciento del producto bruto por persona, pero
de 1955 a 1960 se bajó a 1,8 y de 1960 a 1965 se bajó a 1,7. Los especialistas partidarios
de la Alianza para el Progreso, y especialmente los norteamericanos, se
alborozaron mucho en 1962 porque en 1961 se había subido a 2,4, pero sucedió
que en 1962 hubo un descenso violento, que llevó el crecimiento a menos de 1
por ciento —a 80 centavos de dólar por cada 100 dólares de la producción por
persona de 1961—, y la situación se agravó en 1963, cuando se bajó a menos de
0,5, es decir, a 99 dólares con 50 centavos por cada 100 dólares de la
producción por persona en 1962.Otra vez volvieron a saltar de alegría los
especialistas en 1965, porque en 1964 se había subido a 3,3, un nivel que no se
había alcanzado en quince años, pero en 1965 se volvió a descender a 2,4 y en
1966 a 1,1; en 1967 se llegó a 1,5 (Estudio
económico de América Latina 1967, p.1, cuadro 1), y los datos
preliminares de la OEA para 1963 indican que en 1968 hubo
13 países que no llegaron al 2,5, entre ellos Venezuela, que sólo llegó al 1,9;
Uruguay, que aumentó 1,8; Chile, 1,3, y Perú que apenas alcanzó el 0,1, esto
es, 10 centavos de dólar por cada 100 dólares de la producción por persona de 1967
(Comercio exterior, ya citado).
Todos esos números quieren decir que en los siete años que habían corrido de
1961 a 1967, en vez de alcanzar el 2,5 por ciento anual de aumento en el
producto bruto por persona que se considera indispensable para el progreso de la
América Latina se había logrado nada más un promedio de 1,6, y con ese promedio
no puede asegurarse el avance, pero tampoco puede asegurarse ni siquiera la
estabilidad de la situación actual. Los
mismos centros internacionales que dirigen la política del desarrollo de
nuestros países esperaban que la producción per cápita sería de 410 dólares al
terminar el año de 1967, y según una información fechada en Washington en abril
de 1969, en 1968 se llegó nada más a 385 dólares (El Caribe, Santo Domingo, 22 de abril de 1969, p.1). En un
folleto mimeografiado (América Latina,
indicadores socio-económicos seleccionados,
abril de 1968), el Banco Interamericano de Desarrollo, que es una de las
instituciones que tienen más responsabilidades en la tarea de dirigir y
acelerar el desarrollo de los países latinoamericanos, estimaba que la
población de la América Latina sería de 242 millones 941 mil al final de 1967, sin
incluir a Cuba, Barbados, Jamaica y Guayana; que en esa población había sólo 6
médicos y 31 camas de hospitales por cada 10 mil personas; que sólo es
económicamente activa la tercera parte de la población, sin incluir ni a Haití
ni a Paraguay; que por cada 100 dólares que producía en 1966 cada persona
económicamente activa en los Estados Unidos, el latinoamericano también
económicamente activo producía sólo 14,5; que en la mayoría de nuestros países
—en 170 millones de personas no se alcanza a ingerir el mínimo de 2.550 calorías que
se consideran indispensables para mantener funcionando el organismo humano; que nuestro consumo de energía eléctrica
era sólo de 409 kilovatios hora por habitante en 1965. En Notas sobre la economía y el desarrollo de América
Latina, publicación preparada por los Servicios Informativos de la CEPAL, Nº 7, de noviembre 30, 1968, se afirma que alrededor del
40 por ciento de la mano de obra latinoamericana se encuentra actualmente —es
decir, en 1968— en condiciones de subempleo, y que esas condiciones —que van
desde una desocupación parcial hasta el desempleo total— afectan a cerca de 100
millones de latinoamericanos. Ahora bien, de pronto todas esas proporciones
aparecieron incorrectas, pues un cable de la Associated Press (ver “Población Latinoamericana
se eleva a 276 Millones”, Listín
Diario, Santo Domingo, 23 de abril de 1969, p.11), sin dar con claridad
la fuente, informaba que “América Latina, acelerando su explosión demográfica,
ha elevado a 276 millones el número de sus habitantes”. Y eso, que de acuerdo
con el Director General de la Oficina Sanitaria Panamericana, otro organismo
oficial, “de cada 100 personas que fallecen en América Latina 45 son
niños menores de cinco años” (ver
“Informan Promedio Muerte Infantil”, El
Nacional, Santo Domingo, 22 de abril de 1969, cable de la AP). Según León Rozitchner (Moral burguesa y revolución, Argentina, Ediciones Proeyon, 1969,
p.9, nota), en 1963 “En enfermedades provocadas por la desnutrición. Al
cabo de 10 años hay 20 millones de niños muertos... que es el mismo número de
muertos que produjo la Segunda Guerra Mundial”.
En los datos que se han dado se
encuentran juntos los que se refieren a los países ricos y los que se refieren
a los países pobres, y también los que se refieren a las gentes ricas y los que
se refieren a las gentes pobres. Hay cinco países latinoamericanos que tienen
una producción anual superior a los 500 dólares por persona, y esos pueden ser
considerados entre nosotros como ricos; son Argentina, con 24 millones de
habitantes; Chile, con 9 millones 600 mil; Panamá, con algo más de 1 millón 300
mil; Uruguay, con algo más de 2 millones 800 mil, y Venezuela, que a fines de
1967 llegó a 10 millones 400 mil. Esos países suman un poco más de 47 millones
de personas. Tenemos dos países que producen más de 400 y menos de 500 dólares
anuales por persona; son México, que alcanzó a fines de 1967 los 49 millones, y
Costa Rica, que llegó a 1 millón 700 mil. Quedan entonces unos 178 millones
cuya producción por persona no llega a 1 dólar por día. La República Dominicana,
Honduras, El Salvador, Ecuador, Paraguay, por ejemplo, no alcanzan a 300 y
Haití ni siquiera a 100. Ahora bien, ¿cómo
se distribuye esa producción? ¿Qué proporción le toca a cada latinoamericano?
Según
Raúl Presbich, una verdadera autoridad en la materia, se distribuye así: de
cada 100 dólares que producimos, 5 personas de cada 100 se quedan con 6 dólares
cada una y a las 95 restantes les corresponden sólo 73 centavos por cabeza.
¿Cuál
es el resultado de esa situación en la vida de la gran mayoría de los
latinoamericanos?
Podemos verlo en el aspecto de la
vivienda. Galo Plaza, Secretario General de la Organización de Estados
Americanos (OEA), dijo en un discurso pronunciado
en New Orleans a fines de 1968 las siguientes palabras: “En la
actualidad, las ciudades latinoamericanas deberían estar construyendo un millón
de nuevas viviendas al año, y para 1975 el ritmo de construcciones de viviendas
debería ser de 1 millón 800 mil...al año. Sin embargo se está iniciando la
construcción de sólo 400 mil viviendas al año”. Y agregó: “Aparte de las
deficiencias del programa de viviendas, están surgiendo otras mayores todos los
años en materia de abastecimientos de agua, servicios comerciales, de gas, electricidad,
alcantarillado, transportes, escuelas y hospitales”. Al reproducir esas
palabras, la Carta Semanal que
edita el Equipo de Información de la Alianza para el Progreso, Unión
Panamericana, semana del 9 de diciembre de 1968, decía que “entre 1968 y 1980
será necesario destinar 80 mil millones de dólares para dar albergue y ofrecer
los servicios necesarios a la creciente población de la América Latina”.
¿De dónde van a
salir esos 80 mil millones de dólares, sólo para viviendas urbanas y servicios,
es decir, agua, electricidad, gas, alcantarillado, calles, transportes,
escuelas y hospitales?
Eso significa más
de 6 mil millones de dólares al año, o lo que es lo mismo, más de 500 millones
de dólares mensuales durante trece años. Seis mil millones de dólares por año equivalen
a la tercera parte de las inversiones brutas de toda la América Latina en 1967,
que alcanzó a 18 mil 68 millones. ¿Van a salir tantos dólares de la Alianza
para el Progreso, que en siete años proporcionó sólo 5 mil 800 millones y aun
de esa asuma cobró 4 mil 543 millones en capital e intereses en esos mismos
siete años?