La guerrilla de desgaste de la Restauración
Por FABIO HERRERA MINIÑO
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Gregorio Luperón surgió como la principal espada restauradora, y gracias a su inteligencia y ambiciones, se convirtió en el líder de un movimiento amorfo sin una cabeza definida, que aun cuando tenía mentes privilegiadas como Ulises Francisco Espaillat, Santiago Rodríguez, Benigno Filomeno de Rojas, Pepillo Salcedo y Pedro Francisco Bonó, solo poseía a los valientes cibaeños lanzados al campo de batalla para defender su independencia, haciéndole pagar a las tropas españolas la repudiada anexión que perdía sus pocas simpatías en todos los escenarios incluyendo en la misma España donde el eminente intelectual Emilio Castelar abogó por la retirada de las tropas de su país.
Mañana se conmemora el 152 aniversario cuando en Capotillo se le dio inicio formal a la lucha restauradora para sacudirnos del yugo español, impuesto por “inconsulto caudillo”, que en marzo de 1861 hizo ondear la bandera española en la Torre del Homenaje, ante las protestas sordas de una población sorprendida por su ingenuidad de creer en los políticos.
Desde ese momento, la rebeldía dominicana, que ya había cesado de sus luchas en contra de Haití y resignados estos por la pérdida del territorio oriental de la isla que habían ocupado por 22 años, estalló en San Francisco de Macorís con las primeras escaramuzas sin mucha organización, luego en junio de 1861 se produjo la gran tragedia del fusilamiento del patricio Francisco del Rosario Sánchez, ordenado por Pedro Santana, junto a otros compañeros que ingresaron al país desde Haití, apoyados por el presidente de ese país Fabre Geffrard.
Los pueblos de la Línea Noroeste se convirtieron desde 1861 en los escenarios de las luchas guerrilleras que impusieron los valientes dominicanos para enfrentar a un ejército muy organizado y heroico, que comenzó a enseñar sus garras al enfrentar cotidianamente los improvisados soldados dominicanos casi sin armas, sin uniformes, descalzos la mayoría y peor alimentados, pero sí con un profundo amor por su Patria que pocos años antes le había costado mucha sangre para frenar y derrotar las pretensiones haitianas de la reconquista.
Las confrontaciones restauradoras en el noroeste del país alcanzaron niveles de leyenda, y luego del grito de Capotillo, España envió al país lo más granado de sus tropas estacionadas en Cuba y Puerto Rico, llegando a desembarcar en Monte Cristi a miles de soldados fuertemente armados para combatir al improvisado ejército dominicano que ya sabía hacerle daño a las poderosas fuerzas españolas.
El episodio del asedio a la fortaleza San Luis en Santiago, precipitado por el incendio de varias cuadras de la ciudad por instrucciones estratégicas de Gaspar Polanco, se convirtió en la epopeya más importante de la lucha restauradora cuando los españoles comprendieron que sus esfuerzos eran en vano en el Cibao para consolidar su ocupación, mientras el resto del país mantenía una relativa calma con una aparente aceptación de España en Santo Domingo y en las regiones Sur y Este del país.
La batalla de Santiago propició el surgimiento de un joven desconocido, que tildado de aguajero por sus compañeros que lo veían presumiendo de valiente por andar siempre con una espada muy afilada, se transformó en un héroe imprescindible desde septiembre de 1863 en las calles de ese pueblo cibaeño hasta la culminación de la salida de las tropas españolas en 1865.
Gregorio Luperón surgió como la principal espada restauradora, y gracias a su inteligencia y ambiciones, se convirtió en el líder de un movimiento amorfo sin una cabeza definida, que aun cuando tenía mentes privilegiadas como Ulises Francisco Espaillat, Santiago Rodríguez, Benigno Filomeno de Rojas, Pepillo Salcedo y Pedro Francisco Bonó, solo poseía a los valientes cibaeños lanzados al campo de batalla para defender su independencia, haciéndole pagar a las tropas españolas la repudiada anexión que perdía sus pocas simpatías en todos los escenarios incluyendo en la misma España donde el eminente intelectual Emilio Castelar abogó por la retirada de las tropas de su país.
El episodio negro fue la diplomática expulsión de Juan Pablo Duarte del país en abril de 1864, a los pocos días de haber llegado, con riesgo de su vida, desde Venezuela. Se manchó la historia de unos hombres celosos y temerosos del arraigo que pudiera tener el patricio, que hasta el día de hoy ningún historiador criollo ha querido incursionar ni profundizar en tan espinoso episodio. Fue un bochornoso hecho para los restauradores, en que Ulises Francisco Espaillat fue uno de los artífices de esa deportación diplomática a nombre de que fuera a defender la causa dominicana en Venezuela y también a buscar recursos. El patricio se dio cuenta de esa maniobra tan burda y aceptó la expulsión para evitar malquerencias entre los restauradores a quienes no conocía y solo se le permitió permanecer al lado del otro patricio Ramón Matías Mella en lecho de muerte, y luego que él muriera, se marchó del país para siempre.
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