MORAL Y LUCES

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jueves, 18 de marzo de 2021

La "gran política" y la revolución digital



Raúl Zibechi

En los Cuadernos de la cárcel Antonio Gramsci diferenciaba entre la "gran política" y la "pequeña política". La primera se concentra en las funciones que desempeñan los Estados y en las estructuras económico-sociales. La segunda aborda la política del día, parlamentaria, de corredores, de intriga.

La gran política es necesariamente creativa. La pequeña es conservadora y apenas busca mantener los equilibrios prexistentes. En el mundo actual, la alta política la definen las grandes multinacionales, las fuerzas armadas y sus think tanks estratégicos, y grupos de presión y de poder como el deep State en Estados Unidos.

De la pequeña política se ocupan los gobiernos, en particular los progresistas que no tienen posibilidades de influir en la gran política, ya que no se proponen cambios estructurales y, por tanto, se limitan a cuestiones de maquillaje y estética políticas, sobre todo utilizando los medios de comunicación de masas.

Lo más común es que propongan como gran política cuestiones que no pasan de ser políticas de lo cotidiano, a menudo rescatadas de fracasos anteriores. La represa Belo Monte que promovió el gobierno de Lula en Brasil fracasó casi medio siglo antes por la oposición de los pueblos amazónicos a la obra faraónica que propuso la dictadura militar. El Tren Maya entra en la misma categoría de la política de intriga, que se quiere hacer pasar como obra estratégica.

El desarrollo digital forma parte de la gran política que los gobiernos, en general, tratan con los modos de la pequeña política. Se limitan a bendecirla como si fuera un proceso inevitable en la vida humana, como el nacimiento y la muerte, como el amanecer y el crepúsculo.

Sin embargo, la digitalización es considerada como la tercera revolución antropológica, luego de la creación del lenguaje articulado y la invención de la escritura, como estima el sicoanalista y epistemólogo franco-argentino Miguel Benasayag en La tiranía del algoritmo, aún inédito en castellano.

Miguel es un compañero cuyos análisis son agudos y penetrantes. Pertenece a la generación de 1968, estuvo tres años en las cárceles de la dictadura por pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo y ahora participa en el colectivo francés Malgré tout (A pesar de todo). Sigue comprometido con causas colectivas y se ha focalizado en estudiar las consecuencias de las nuevas tecnologías en la sociedad.

Su libro anterior, El cerebro aumentado, el hombre disminuido (Paidós, 2015), señala que, a diferencia de los inventos anteriores, desde la rueda a los antibióticos, "la digitalización no termina de producir un nuevo modo de ser en el mundo para el hombre, sino que aleja al hombre del mundo y su poder de actuar, a pesar de que desencadene un poder muy fuerte en lo tecnológico"(p. 116).

Sostiene que la revolución de la digitalización ha llevado a que 95 por ciento del conocimiento que tenemos sobre el mundo sea indirecto. Pero ese conocimiento indirecto no se suma al conocimiento que nace de la experiencia corporal, sino que lo remplaza y lo cancela. Por eso considera la digitalización como violencia, porque niega y suprime la diferencia (y a los diferentes) y las identidades singulares.

La rapidez y la omnipresencia caracterizan la revolución digital, estima Benasayag. En el mundo del algoritmo no existe la alteridad, pero la delegación de las decisiones políticas en los algoritmos suspende el conflicto, lo bloquea y lo inhibe. "La negación del conflicto puede producir la barbarie", sostiene en Elogio del conflicto, escrito con su compañera Angélique del Rey (Brueghel, 2018).

La tiranía del algoritmo coloniza la vida, al eliminar la singularidad de los seres y, en consecuencia, suprimir el conflicto. De ese modo nos deja inermes, nos desmaterializa y descorporiza, convertidos apenas en datos binarios inscritos en chips, lo que nos inmoviliza al enrejarnos en lo individual.

Para evadir esta tiranía, sostiene Benasayag, debemos resistir la supresión de la diferencia y del conflicto, algo que parecen estar deseando los gobiernos, en general, y los progresistas en particular. Por eso se engalanan con las prendas de los pueblos originarios y esgrimen sus bastones de mando haciendo creer que todo es lo mismo, que es igual arriba que abajo. Las diferencias y los diferentes son sentidos como amenazas por un sistema incapaz de procesar los conflictos, como hizo la humanidad en su historia.

La pequeña política gubernamental se muestra impotente ante la gran política de las grandes empresas de la información, esas que pueden hasta bloquear y cancelar las cuentas de los presidentes del imperio. Lo peor que podemos hacer es ignorar la potencia de esta tiranía, su capacidad de anular a los seres humanos.

Aún no hemos encontrado los modos de actuar capaces de enfrentar la revolución digital, no para negarla, sino para evitar que destruya la vida. Lo que vamos aprendiendo es que nada puede cambiar si nos limitamos a la pequeña política de palacio.
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2 comentarios:


La politica es una actividad exclusiva humana, ni las computadoras ni su símbologia pueden hacerla, aunque si puedan ser utilizadas en el control y manipulacion de la voluntad de los electores.
En un mundo de tontos se puede alterar la opinion popular con la basura electronica, resultando fácil la manipulacion de los resultados electorales con las nuevas tecnologías y las posibilidades de operarlas a distancia sin dejar huellas para hacer que gobiernen sicarios del sistema

Los ecos de la Comuna de París que llegaron a España

 De la Guerra Civil al 15M: los ecos de la Comuna de París que llegaron a España


Las reminiscencias del levantamiento francés impregnaron a una España que se dividió: el movimiento cantonalista, la persecución a La Internacional, la simbología compartida y las conmemoraciones de la revolución parisina fueron algunos de los hechos que llegaron del país fronterizo


Guillermo Martínez, Público

París era un hervidero de libertad y fervor patriótico. Aquella revolución del 18 de marzo de 1871 dio comienzo al primer gobierno de la clase obrera del mundo. Duraría poco, tan solo 60 días, el tiempo que trascurrió hasta que una implacable represión acabaría con la novedosa legislación vertebrada en torno al socialismo autogestionario.

La Comuna de París murió el 28 de mayo, y con ella los decretos que daban más poder al pueblo, entre otros: la obligación de las iglesias a acoger asambleas de vecinos, la laicidad del Estado, la creación de guarderías para los hijos de las obreras, la autogestión de las fábricas abandonadas por los patrones y la abolición de los intereses de las deudas.

En España, la revolución fue ampliamente difundida por la cobertura que hicieron los periódicos de la época con sus diferentes líneas editoriales. "El arco político se dividió entre aquellos que la apoyaron y los que la denostaban, pero hay referencias explícitas de La Comuna hasta 1937", comenta Marie-Angèle Orobon, profesora en la Université Sorbonne Nouvelle-Paris 3 (La Sorbona) y estudiosa del tema.

Una Francia en el calderero que acaba de salir de la guerra franco-prusiana se convirtió en la protagonista de la prensa española. "Los diarios republicanos españoles, muy importantes en aquella época, recalcaron en seguida la legitimidad de la reacción del pueblo ante lo que consideraban un ataque gubernamental, mientras que los medios monárquicos, liberales, conservadores e incluso carlistas denunciaron la anarquía y el desorden que reinaba en París", explica Orobon. En España, inmersa en su sexenio democrático, el republicanismo percibe a La Comuna como un modelo de nuevo orden social, llegándolo a tildar de "templo de la libertad, igualdad y fraternidad".

Las primeras consecuencias de la revolución parisina no se hacen esperar: "Los círculos internacionalistas son prudentes con el apoyo al levantamiento popular, pero el 2 de mayo, una fecha muy señalada al marcar el inicio de la resistencia antifrancesa, la sección madrileña de La Internacional organiza una velada de té fraternal en apoyo de La Comuna; un acto que terminó siendo reprimido", en los términos de Orobon.

Casi de forma inmediata a la revolución se produce una gran historiografía sobre la misma en España. "Los republicanos en España no apoyaron La Comuna de forma unánime, y después algunos de ellos escribieron algunas obras como un servicio a la ciudadanía para aclarar qué fue el movimiento comunal", comenta al respecto la profesora universitaria.


Ilegalización de La InternacionalLa primera vez que las masas ascendieron a la historia repercutió en la sociedad española, donde los círculos adheridos al levantamiento vieron realizados sus ideales, aunque frustrados. De hecho, un par de años después el movimiento cantonalista español bebería de algunas de las reivindicaciones efectuadas en La Comuna: "En el cantón de Cartagena de 1873 participó Antonio de la Calle, quien también había estado en París, pero aunque el movimiento cantonal surgido en la Primera República española tuviera cierta relación, no creo que sea producto de lo ocurrido en París", puntualiza Orobon.

La represión contra La Internacional en España fue una de las consecuencias directas que dejó el corto triunfo de La Comuna parisina. "A finales de mayo de 1871, Mateo Sagasta, Ministro de Gobernación en aquel momento, reprimió a sus miembros con persecuciones y encarcelamientos; incluso la cúpula de La Internacional tuvo que huir a Portugal. En España terminaron por ilegalizarla en octubre de 1871 al ser considerada como una organización que podía poner en peligro la seguridad del Estado, pese a que Fernado Garrido, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar se hubieran pronunciado en contra de la decisión durante el debate en el Congreso de los Diputados", se explaya la experta.


El petróleo: caos y desordenDe esta forma, la represión que sufrió el pueblo de París fue la cristalización de la separación que ya se venía fraguando dentro de las filas republicanas en España. Las diferencias entre el obrerismo y el republicanismo federal empezaron a ser insalvables, ya que los republicanos españoles eran ligados a aquella Francia que había perpetrado la masacre anticomunera, parafraseando a Orobon. La simbología que dejó la revolución de París también tuvo gran presencia en España. Como ejemplo de ello, el petróleo se convirtió en un símbolo de desorden y caos.

Así lo explica la propia Orobon: "La Comuna terminó con un incendio terrible durante la Semana Sangrienta, cuando la derrotan. Pese a que hubo muchos incendios, empezó a circular la idea de que casi todos ellos eran provocados por mujeres, a las que se denominó las petroleras. Se dijo que los comuneros querían arrasar París para destruirlo, pero en realidad los primeros fuegos empezaron con las bombas incendiarias que tiraron los enemigos de La Comuna. Este símbolo, el del petróleo, circuló por España desde 1871 hasta la década de los 80, llegando a ser un símbolo asimilado por la cultura política española debido a que ya era utilizado de forma independiente en diferentes caricaturas publicadas en la prensa de la época".


De La Comuna a la Guerra CivilPero España no olvidaba lo ocurrido, y mucho menos lo hacían quienes defendían las ideas que habían aupado al poder al pueblo de la capital francesa. En el primer aniversario del levantamiento se celebraron banquetes y fiestas en varias ciudades y durante los próximos años, tanto los círculos socialistas como anarquistas, conmemoraron la revolución como una expresión de memoria colectiva obrera que poco a poco se va elaborando a finales del siglo XIX.

Un militante en Catalunya, ya en 1887, diría: "El hecho que aquí conmemoramos es puramente nuestro, del Partido Socialista Obrero, pues las ideas que dieron a la Commune verdadero carácter revolucionario fueron las nuestras", cita recogida en El Socialista el 1 de abril. Los círculos anarquistas organizan veladas artísticas con la misma vocación, como ocurrió con la revista mensual catalana Acracia con ocasión del XV aniversario de La Comuna en un teatro de Barcelona. La entrada del siglo XX no perturbó las reminiscencias comunales en España. Así, el teatro del Ensanche de Bilbao estrenó el 18 de marzo de 1904 la obra La gran lucha, de Francisco Olabuénaga.

En la Guerra Civil la experiencia parisina seguía candente. El 14 de marzo de 1937, en Valencia, la ministra anarquista Federica Montseny conmemoró el levantamiento con una conferencia denominada La Comuna de París y la Revolución española. En ella, la líder libertaria hizo un paralelismo entre las aspiraciones de la Comuna y la España republicana en aquel momento. Orobon cita las palabras de Montseny: "Hay toda una causa mundial unida a la nuestra. La Commune vencida, fue la represión en todo el mundo. La revolución española, vencida, sería el principio del fin de una revolución internacional en Europa y en América. El fascismo se extendería como una mancha de aceite".

"Una profecía que sí se cumplió", puntualiza la profesora de La Sorbona. En el siglo XXI, según la experta, también se pudo ver algo de La Comuna en el movimiento de los indignados y el 15-M: "Antisistema, como se dice ahora, pero también espontáneo, procedente de las bases populares y con cierta proyección internacional al margen de partidos políticos en donde se aglutinaban diferentes ideologías distintas que convergían en la autonomía son los aspectos que comparten".

Aunque La Comuna funciona como una especie de mito, en el que el movimiento espontáneo surgió de las entrañas de la sociedad y de los que siempre habían callado, hay que verla como una revolución, tal y como defiende la experta. "Fue una revolución profundamente social en defensa de la república democrática y social, lo que en aquel momento denominaban como la República con todas sus consecuencias", concluye Orobon.


Tomado de Jake al neoliberalismo

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