MORAL Y LUCES

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sábado, 20 de junio de 2015

Ante la tumba de Máximo Gómez

Por: René González Barrios

maximo gomez baez
Máximo Gómez Báez (18 de noviembre de 1836 – 17 de junio de 1905) fue uno de los principales oficiales del Ejército Libertador cubano durante la Guerra de los Diez Años y el General en Jefe de las tropas revolucionarias en la Guerra del 95. Este 17 de junio, en el aniversario 110 de su muerte, se le rindió homenaje ante su tumba, en el Cementerio de Colón, de La Habana. Estas fueron las palabras del Presidente del Instituto de Historia de Cuba, René González Barrios.
Con respeto sagrado, y admiración profunda, rendimos tributo a la memoria de uno de los próceres más relevantes de la historia americana, a una de las vidas más transparentes, lúcidas y virtuosas, que brotara de las entrañas de la noble Quisqueya, y que esta, bondadosa, ofreciera como ofrenda de hermandad a su vecina Cuba.
Hace 110 años el pueblo habanero despidió, anegado en lágrimas, al hombre símbolo que servía de escudo, bandera, e inspiración, a todos los cubanos, fallecido un día como hoy. El generalísimo Máximo Gómez Báez encarnaba la Patria, y en su cuerpo delgado, músculo todo de cubanía y patriotismo, veían sus contemporáneos el rostro múltiple del martirologio cubano, al hombre que compartió glorias y sinsabores con todos los grandes: Céspedes, Aguilera, Agramonte, Vicente, Calixto, Maceo y Martí. Él los resumía.
Las honras fúnebres para despedir al ser amado, fue la ceremonia luctuosa más imponente que conociera la isla hasta entonces. Gómez dejaba su impronta de paz, mesura y cordura política, y a la vez, un inmenso vacío: marchaba el consejero exacto de nuestros destinos, y la más profunda y auscultadora mirada de nuestra realidad.
Pocos conocieron como él la psicología y cultura de nuestro pueblo, pensaron en el futuro de la Patria, y alertaron sobre la necesidad de la unidad, y la educación, como armas para enfrentar el ingerencismo y las ambiciones expansionistas del gobierno de Estados Unidos sobre la Isla. Al respecto, el 8 de mayo de 1901 reflexionaba al patriota puertorriqueño Sotero Figueroa:
“El triste pasado ya lo conocemos, y en el presente abierto tenemos el libro de nuestras tristezas para leerlo. Lo que tenemos que estudiar con profundísima atención, es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera.
“De no hacerlo así, llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee”.
Más que una alerta, parecería una profecía, escrita para los cubanos de todos los tiempos.
Tuvo el Mayor General Máximo Gómez Báez, el indiscutible don del magnetismo. Su mística figura resaltaba por su educación, austeridad, sencillez y modestia. En la guerra, fue impetuoso y temerario. En la paz, un humilde trabajador agrícola que con sus propias manos sacaba a la tierra el fruto de la vida para el sustento de su prole.
Como jefe, despertó entre sus contemporáneos, opiniones diversas. Idolatrado, admirado, respetado y querido, era a la vez temido. Aquel veterano y excepcional militar que confesara que en la vida no había “…odiado más que una cosa: la Guerra…”, fue rara simbiosis: un tierno corazón cubierto en delicada coraza de acero. La impactante figura del hermético general se transformaba en colosal ternura, ante la presencia de niños y mujeres. Quizás por su delicadeza de espíritu, a lo largo de las contiendas independentistas, se hizo acompañar siempre por poetas.
Uno de ellos, el puertorriqueño Francisco Gonzalo Marín, su ayudante, presenció el bochornoso incidente en que un miembro del Consejo de Gobierno ofendiera a Gómez tildándolo de extranjero. Bajo un árbol, instantes después, escribió el sentido poema “En días aciagos”.
Tiene de Hidalgo el ímpetu divino,
del noble Sucre el idealismo ciego,
la egregia estirpe del titán andino
y la serena intrepidez de Riego.

De su vida en el épico destino
Belona misma, con buril de fuego,
le marcó con la fé de un girondino
y la bravura heráldica de un griego.

La Gloria es un poema de dolores
en que la Ingratitud, genio atrevido,
escupe manchas y se lleva flores…

¡Nada le importe a quien la Gloria ha ungido,
que siempre a los que fueron redentores
les escupió la frente un redimido!

Llamado por la tropa “el chino”, “el viejo”, “el prieto”, o “el Generalísimo”, aquel hombre, “…aproximación de Don Quijote…” como el mismo se hiciese llamar en una ocasión, llevaba consigo un arma singular que ordenaba con silenciosa precisión: su mirada.
Sus pequeños y vivaces ojos producían centellantes llamaradas de fuego, muchas veces irresistibles para quienes sintieron su peso abrumador. Un simple gesto con ellos, un guiño, un parpadeo, eran expresiones extraverbales, bien identificadas por los hombres de su Estado Mayor. Su mirada, ordenaba silenciosa. Era un fulgurante rayo de fuego que según las circunstancias, alumbraba esplendorosamente o quemaba. Historiadores y contemporáneos, dejaron constancia de ello.
Su joven ayudante de la guerra del 95, Comandante Miguel Varona Guerrero, apuntaba que aquel hombre ejemplar, enemigo de la ostentación y la espectacularidad, “…siempre buscó la verdadera jerarquía humana en el fondo del alma de los individuos a quienes trataba…”
Genio mortal, duro en la batalla, llenó de amor filiar su hogar, con toda la ternura de su abrasadora mirada. Aquellos pequeños y achinados ojos tuvieron el privilegio de una visión intensa de un mundo complejo y cambiante. Vieron mucho. Cruzaron relampagueantes destellos con gigantes de Cuba y América, con hombres de pueblo de toda la amplia gama del espectro social y escudriñaron en lo más hondo de las entrañas del pueblo cubano, su psicología y esencia misma.
Los tiempos que corren nos exigen volver a Gómez; al político, al humanista, al educador, al intelectual, al hombre ético de vida ejemplar. El estudio de su obra, debería convertirse en un referente de obligatoria consulta para la defensa de nuestra soberanía y proyecto de nación. En el altar de la Patria, está él, incansable, como faro y guía de la más pura y noble Cubanía.

sábado, 23 de mayo de 2015

José Martí: De La Playita a Dos Ríos

Por: Luis Toledo Sande

Esta plumilla de Miguel Alexis Machado Valdés (1977-2003) recuerda la profecía de Martí en carta en versos a su amigo uruguayo Enrique Estrázulas: “¡Que ya verán mi cabeza/ Por sobre mi sepultura!”
Esta plumilla de Miguel Alexis Machado Valdés (1977-2003) recuerda la profecía de Martí en carta en versos a su amigo uruguayo Enrique Estrázulas: “¡Que ya verán mi cabeza/ Por sobre mi sepultura!”
…y a la vida futura con permanente utilidad de la virtud
El 25 de marzo de 1895, “en vísperas de un largo viaje”, como escribió desde Montecristi a la madre, José Martí se sabía “en el pórtico de un gran deber”. Lo expresó en otra de sus despedidas escritas ese día, la dirigida al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, a quien le dijo: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar”. Hacía todo para ocupar su sitio en la contienda, que había estallado el 24 de febrero de acuerdo con el plan que él decisivamente contribuyó a trazar como fundador y guía, Delegado, del Partido Revolucionario Cubano.
En la misma carta alude a criterios —no necesariamente nacidos todos de iguales intenciones— sobre si debía incorporarse a la gesta o permanecer en el exterior; pero él no duda: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”. Nada de vocación suicida, como algunos han conjeturado, ni concesión a quienes intentaran acusarlo de rehuir el peligro.
De lleno en el cumplimiento del deber, no tenía que responder a murmuraciones. Lo henchía un altísimo sentido de la responsabilidad y, por tanto, de los cuidados que sabía ineludibles para que la guerra fuera eficiente no solo en la táctica. Era vital que también lo fuese en los principios y las virtudes indispensables para que la república mereciera los sacrificios que costaría fundarla.
Poner la patria por encima de la vida propia no significaba renunciar inútilmente a vivir. Aunque, “hasta muertos, dan ciertos hombres luz de aurora” —como sostuvo a propósito de Sebastián Lerdo de Tejada—, se es especialmente útil estando vivo, y cuando era niño juró “lavar con su vida el crimen” de la esclavitud, no “con su muerte”, como a veces se ha citado erróneamente. Morir sería, en todo caso, una contingencia más de la lucha, y no la temía, ni la buscaba. Por más que hasta filosóficamente el final de la existencia física le fuera familiar, en 1879, en las honras fúnebres al poeta Alfredo Torroella, terminó exclamando: “¡Muerte, muerte generosa, muerte amiga! ¡ay! ¡nunca vengas!”

Pensar en la patria

Tampoco procuraba imponerse autoritariamente para hacer valer su voluntad, que por ese camino, aun siendo la mejor del mundo, encallaría en formas del egoísmo: “Quien piensa en sí, no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes pone al curso natural de los sucesos”. Ejemplo de voluntad activa y sacrificio propio, no de voluntarismo autoritario, el 20 de octubre de 1884 le escribió a Máximo Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
Si la patria le imponía, contra su más firme deseo, alejarse de la lucha armada, él acataría la decisión. De su actitud dio muestras desde que fundó el mencionado Partido, organización política entre cuyos fines sobresalía impedir, desde los preparativos de la nueva gesta, la prosperidad del caudillismo que se entronizó en otras tierras de América y en la misma Cuba contribuyó al fracaso de la Guerra de los Diez Años. A Henríquez y Carvajal le dijo: “De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”.
Como no apuesta a morir, le expresó al mismo amigo: “Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas”, y como la patria no es cuestión de títulos personales, por muy grandes virtudes que se tengan, en la citada carta a Gómez planteó: “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.
Su aspiración de servicio no solo a Cuba, sino a nuestra América toda, y al mundo, debía encarar desafíos tremendos: de fuera, en primer lugar, las voraces ambiciones de la nación imperialista que crecía en el Norte; de dentro, obstáculos varios, entre ellos los intereses de los poderosos. Estos, que, salvo honrosas excepciones, preferían tener un amo extranjero, yanqui o español, que les premiara sus servicios lacayunos, negaban su apoyo a la independencia y procurarían someter a sus compatriotas pobres empleando recursos similares a los implantados por la metrópoli colonial.
Valoraba esos males cuando en las Bases del Partido escribió que el objetivo cardinal de la organización era “fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.
Con motivo del aniversario 120 de su muerte, a esos peligros y a otros —vistos en relación con la actitud y las ideas de Martí para conjurarlos—, Bohemia ha venido publicando en lo que va de año textos sobre el tramo final de la vida del héroe. Este artículo se ciñe a su decisión de llegar a Cuba, y permanecer en ella, para contribuir a darle a la guerra una institucionalización que la hiciera fuerte y lo más breve posible. En esto lo guiaban su perspectiva humanitaria y el afán de no dar tiempo a que los Estados Unidos pusieran en práctica las maquinaciones orquestadas por sus gobernantes para apoderarse de Cuba.
Había protagonizado una ingente campaña unitaria para lograr una guerra emancipadora a la altura de los tiempos y de los peligros que urgía enfrentar, y sabía que debía estar en el campo de operaciones para cuidarla. Si a inicios de 1895 pudo ya salir de Nueva York e iniciar un intenso periplo rumbo a Cuba, no lo interrumpiría a mitad del camino para regresar al sitio donde las circunstancias lo habían obligado a permanecer.

Hacia la plenitud

“Todo me ata a New York, por lo menos durante algunos años de mi vida: todo me ata a esta copa de veneno”, le confesó a Manuel Mercado en carta del 22 de abril de 1886. Desde allí debía desplegar entonces la conspiración y la organización revolucionarias. En 1895, otros —como el propio Gómez, deseoso de cuidar la vida de quien había logrado lo que nadie en la unidad de las fuerzas patrióticas—, podían creer que él no debía participar en la guerra; pero no podrían impedírselo.
Para cumplir su propósito se valió incluso de una falsa información difundida en The New York Herald, y de la cual el 9 de marzo se hizo eco el periódico dominicano Listín Diario: Gómez y Martí se hallaban en Montecristi, pero esos diarios propalaron que ya estaban en Cuba. Martí —ha escrito el investigador Ibrahim Hidalgo Paz— valoró “la repercusión que tendría esta noticia”, y “con fuerza irrebatible” argumentó “que su presencia en el campo insurrecto” era “una necesidad política, razonamiento que sus futuros compañeros de expedición se vieron obligados a aceptar”.
Sus cartas del 25 se basaban, pues, en esa decisión, que en la noche del 11 de abril de 1895, después de una travesía llena de peligros, le permitió desembarcar junto a Gómez y otros compañeros expedicionarios —Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario—, por “La Playita, al pie de Cajobabo”. Así lo anotó en su Diario de campaña, empleando el nombre con que hoy los pobladores de la zona siguen identificando aquel paraje; y en el mismo Diario testimonió el significado que para él tuvo el desembarco: “Dicha grande”.
Desde ese momento, y hasta su caída en Dos Ríos el 19 de mayo, vivió lo que tuvo por más venturoso de su existencia: “Es muy grande, Carmita, mi felicidad, sin ilusión alguna de mis sentidos, ni pensamiento excesivo en mí propio, ni alegría egoísta y pueril”, le escribió el 16 de abril a Carmen Miyares, para añadir: “Solo la luz es comparable a mi felicidad”.
Tal sentimiento de plenitud se explica en carta de entre el 15 y el mismo 16 de abril a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, sus colaboradores en la emigración: “Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio”.
El 18 de mayo, en su carta póstuma a Manuel Mercado, con términos que precisan aún más lo escrito a Henríquez y Carvajal, expresó que disfrutaba la satisfacción de estar “todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber […] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Trasmitía su felicidad a los combatientes que lo oían hablar y lo veían marchar por las montañas con una resistencia que asombró al curtido general Gómez. También conversaba con los niños de la zona. Algunos de ellos, ancianos ya, lo testimoniaron en un libro entrañable: Martí a flor de labios, de Froilán Escobar. Uno, ciego desde años antes de ser entrevistado, declaró que él quería a sus ojos, porque habían visto a Martí. Lo vieron en la plenitud de su personalidad, que le permitía disfrutar la hermosura del paisaje, como se aprecia en esa página de su Diario en la cual plasmó la impresión de su alma estética ante la naturaleza de la patria: “La noche bella no deja dormir”.
Todo le daba fuerzas para encarar los desafíos que la revolución debía vencer, entre ellos las trabas de las contradicciones militarismo-civilismo heredadas de la Guerra de los Diez Años y de la Asamblea de Guáimaro. Esta, en 1869, abonó una civilidad que era indispensable asumir y desarrollar, sin poner estorbos innecesarios a la eficacia de las armas. No es casual que para proclamar la creación del Partido, en 1892, Martí escogiera el 10 de abril, fecha que rendía homenaje y superación a la imperfecta pero fundadora Asamblea, cuna de la Cuba republicana.
Nota de Martí para Máximo Gómez del 18 de mayo de 1895. Tal vez su último texto escrito.
Nota de Martí para Máximo Gómez del 18 de mayo de 1895. Tal vez su último texto escrito.

Vórtice fundacional

La primera tarea que Martí se planteó en campaña fue precisamente lograr la asamblea que crease la nueva República en Armas, contra la cual operaban prejuicios que venían de aquellas contradicciones. El 5 de mayo tuvo una fuerte evidencia de esa realidad: la tesitura de Antonio Maceo en La Mejorana. Sobre esa entrevista se han hecho especulaciones de todo tipo, aunque lo fundamental está plasmado en los diarios de campaña de Gómez y del propio Martí, y en las cartas escritas por este último a raíz de los hechos.
En esas páginas están claramente expresadas la admiración de Martí por Maceo y la discrepancia del héroe de Baraguá con el plan concebido por aquel. La envergadura de la divergencia, y el peso de un héroe como Maceo, le confirmaron a Martí la importancia de cuidar hasta el último detalle la campaña que él —así lo expresó en carta del 13 de noviembre de 1884 a Mercado— había preparado “como una obra de arte”. Ya en el terreno de operaciones ratificó, firme, que solo la asamblea constituyente tendría autoridad para decidir si él debía estar dentro o fuera de Cuba.
Lo más probable era que, limpiamente orientada y ordenada con toda la seriedad que se requería, y con Martí presente, la asamblea no confiara la dirección de la República a otro que a él, a quien las tropas mambisas llamaban el presidente. Sabía, incluso por reacciones del propio Gómez, que ese título suscitaba prejuicios, y expresó que lo rechazaba, porque no estaría bien ni en él ni en nadie. Pero no rechazaba de antemano una misión, y era capaz de crear nuevos títulos para una revolución nueva. Lo había demostrado cuando, para el mayor cargo en el Partido, que se le confió a él, escogió un título humilde y democrático: Delegado.
Con admiración, en la semblanza que el 23 de agosto de 1893 le dedicó a Gómez enPatria, narró que para entregarle al general el cargo de jefe del ramo de la guerra en el Partido —merecido rango para el cual había sido electo por votación entre relevantes veteranos mambises: lo más democrático en los preparativos de una guerra—, había ido a verlo “junto a su arado”. Y recordó evidencias de la humildad del hogar de Gómez, de su familia, y de su identificación con los pobres: “Para estos trabajo yo”, sostuvo el viejo combatiente frente a un “gentío descalzo”, y él lo citó en la semblanza.
Martí representaba una guerra de carácter popular, y ese mismo carácter esperaba del ejército de patriotas que la librarían. No le era indiferente ningún detalle, como que un héroe —ni siquiera alguien a quien admiraba por ser tan extraordinario, corajudo y fiel a la patria como Antonio Maceo— tuviera en campaña una silla de montar adornada con estrellas de plata.
Quien echaba su suerte “con los pobres de la tierra”, concibió métodos organizativos en función de los cuales escribió páginas como la circular fechada el 26 de abril: “Los poderes creados por el Partido Revolucionario Cubano, al entrar este en las condiciones más vastas y distintas en que le pone la guerra en el país, deben acudir al país y demandarle, como lo hace, que dé al gobierno que lo ha de regir formas adecuadas a las nuevas condiciones”.
Para ello, añadió, el Partido acudía “a todo el pueblo cubano revolucionario visible, y con derecho a elección”, que en las circunstancias de la guerra era “el pueblo alzado en armas, y a cada comarca de él pide un representante, para que reunidos, sin pérdidas de tiempo, los de las comarcas todas acuerden la forma hábil y solemne de gobierno que en sus actuales condiciones debe darse la revolución”.
Buscaba una solución política superior: no lo que podría entenderse como un “gobierno civil”, ni concesiones al militarismo. Lo ratificó en La Mejorana: “Insisto en deponerme”, no ante ninguna voluntad o capricho individual, sino “ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno”. Procuraba cerrar puertas al caudillismo; pero las sicologías individuales, trenzadas con el peso de las jerarquías, aun bien ganadas, suelen generar complicaciones.
En carta del 30 de abril escribió: en Gómez “ha ido cuajando el pensamiento natural, que es el de reunir representantes de todas las masas cubanas alzadas, para que ellos sin considerarse totales y definitivos, ni cerrar el paso a los que han de venir, den a la revolución formas breves y solemnes de república y viables, por no salirse de la realidad, y contener a un tiempo la actual y la venidera”. Pero, en La Mejorana, Maceo declaró no querer “que cada jefe de operaciones” mandara “el suyo, nacido de su fuerza: él mandará los cuatro de Oriente: ‘dentro de 15 días estarán con Vds.—y serán gentes que no me las pueda enredar allá el doctor Martí’”.

Raíz y permanencia

La discrepancia es clara, pero —fuera de ciertos textos— una revolución verdadera no se hace sin desavenencias; y Martí no transigía en lo que entendía vital: “Mantengo, rudo: el Ejército, libre,—y el país, como país y con toda su dignidad representado”, porque “la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército”, no debían quedar “como secretaría del ejército”.
En esas miras debe situarse lo que el 18 de mayo le escribe a Mercado: “seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas”.
Además de echar abajo desde la raíz ciertas conjeturas, de entonces y posteriores, según las cuales se preparaba para salir del país, esa declaración se corresponde con lo fundamental: “La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios”.
Antes que su propia autoridad, estaba para él la necesidad de que la patria contara con una estructura de poder válida para librarla de caudillismos y otras aberraciones. A Mercado le dice: “Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución”.
Los años de la incansable y ejemplar faena que lo llevaron a dirigir a sus compatriotas, no lo hacían creerse con derechos especiales para imponer su voluntad, aunque supiera que en ella estaba el mejor camino para la patria. El 14 de mayo, afanado en lograr la celebración de la asamblea, escribió en su Diario: “Escribo, poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener libertad de aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo”.
Táctica, ética y estrategia lo afirmaban en un juicio que había expresado en Patria el 3 de abril de 1892, en vísperas de la fundación del Partido Revolucionario Cubano: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere”. No bastaba que las ideas valieran: era necesario que las abrazara el pueblo. Por eso no cejó ni en su prédica para abonar las ideas emancipadoras, ni en la búsqueda de estructuras y formas de dirección que las sustentaran.
Sabía que en ese camino estaban la fuerza de la revolución, y de su propio pensamiento. No actuaba por demagogia oportunista, y sometió a prueba tanto sus criterios como la consistencia del proyecto que tanto esfuerzo le había costado poner en marcha. Firme y optimista, escribió en su última carta a Mercado con respecto a su voluntad de deponer ante la asamblea, sin temer a los riesgos, la autoridad que había ganado: “Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.—Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros”.
Deponer la autoridad no significaba abandonar la lucha ni ceder irresponsablemente el terreno que él debía cubrir. Solo la muerte lo sacó de la lucha; y desde el mismo día de esa tragedia —tan costosa para la patria, pero de la cual emergió él lleno de luz— no ha cesado de cumplirse su profecía: su pensamiento, lejos de desaparecer, ha seguido ganando en el valor de su claridad, y de su ejemplo, refrendado con cada acto de su vida. Si Maquiavelo, interpretando la política al uso, afirmó que el príncipe tiene el corazón en los labios, Martí demostró vivir con los labios en el corazón.
De la serie Imágenes en el tiempo, de Agustín Bejerano (1964). Col. de Araceli García-Carranza.
De la serie Imágenes en el tiempo, de Agustín Bejerano (1964). Col. de Araceli García-Carranza.
(Publicado en el número del 15 de mayo de 2015 de la revista Bohemia).

jueves, 29 de enero de 2015

José Martí en Montecristi: Noticias que cambiaron la Historia

Por: Carlos Rodríguez Almaguer

José Martí y Máximo Gómez
LOS HECHOS
El martes 26 de febrero 1895, es recibida en la casa del General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, Máximo Gómez, en Montecristi, República Dominicana, la noticia del alzamiento de los patriotas cubanos contra el dominio colonial de España. José Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano, había llegado a esa ciudad el día 7 del mismo mes para reunirse con el viejo soldado a fin de recomponer los hilos del entramado conspirativo que habían sido destrozados en parte por los sucesos de La Fernandina, dejando a los revolucionarios sin los recursos allegados durante tres años de trabajo sigiloso y fecundo.
El levantamiento había tenido lugar el 24 de febrero simultáneamente en varios lugares del país, según lo acordado por los dirigentes de la insurrección y reflejado en la orden de alzamiento firmada el 29 de enero en Nueva York, por el Delegado y los generales José María Rodríguez y Enrique Collazo.
Al conocerse la noticia el general Gómez convoca a una reunión urgente de los patriotas que se encontraban con él. Acuerdan que Gómez, Francisco Borrero, José María Rodríguez, Ángel Guerra, Enrique Collazo y ocho o diez hombres más se embarcaran hacia Cuba, y que el Delegado regresara a Nueva York para fortalecer la contienda militar de la isla con el envío constante de pertrechos y hombres, además del apoyo propagandístico en favor de la revolución, labores que pocos como él podrían realizar con tanta diligencia y acierto. Martí luego de oponerse con vehemencia a esta decisión que consideraba injusta e impolítica, terminó acatándola para no socavar el principio de autoridad y disciplina tan necesarios en esa hora decisiva. Consideraba no solo útil, sino imprescindible, su presencia en las filas de la insurrección, pues esto contribuiría a satisfacer su interés principal de ayudar con su autoridad y visión política a dar forma viable y eficaz a la República que habría de llevar dentro y sin estorbo la revolución armada y, al mismo tiempo, deshacer los reproches de quienes veían en él a un político verboso incapaz de hacer acto de presencia en los campos del honor una vez sonada la hora de la contienda.
Dando una muestra superior de dominio de su carácter, Martí asumió contra su voluntad la decisión de la mayoría y se dio a la tarea de acopiar recursos y armas para la expedición. Con este objeto, había previsto su viaje a Santo Domingo para el sábado 9 de marzo, pero el periódico dominicano Listín Diario de este día publicó una nota en la que reseñaba, variando ligera y al cabo catastróficamente su significado,una noticia aparecida en el New York Herald del 2 del propio mes, donde se aseguraba que Martí y Gómez eran los caudillos del alzamiento insurreccional en Cuba y que ambos jefes se encontraban ya en la isla.
Demás está decir la vehemencia con que Martí defendió en este nuevo contexto lo imperioso que resultaba, desde el punto de vista moral y político, su arribo a los campos de Cuba. No pudo el general disuadirlo otra vez, y fue incluido desde entonces como un miembro principal de la expedición que finalmente llevaría únicamente a seis de ellos, cuatro cubanos: José Martí, Francisco Borrero, César Salas y Ángel Guerra; y dos dominicanos: Máximo Gómez y Marcos del Rosario. Solo sobrevivirían a la contienda los dos quisqueyanos, cayendo lo cuatro cubanos en distintas operaciones combativas durante la guerra, el primero sería el propio Martí.
LAS NOTICIAS DEL HERALD
En su edición del sábado 2 de marzo de 1895, el diario New York Herald publicaba varias noticias sobre la situación de la guerra de Cuba, muchas de ellas contradictorias teniendo en cuenta lo prematuro de la insurrección y el énfasis del gobierno colonial en desfigurar los hechos para restarles importancia ante la opinión pública. Junto a las noticias sobre apresamientos, deserciones y enfrentamientos entre rebeldes y tropas del ejército ocurridas en sitios como Ibarra, Colón, Pinar del Río, La Habana y Santiago de Cuba, aparece un despacho fechado el día anterior en La Florida donde se asegura que Martí llegaría a los campos de la guerra:
MARTÍ DESEMBARCARÁ
Exhortación a los patriotas de La Florida por los líderes de Nueva York.
(Por el Telégrafo del Herald)
Tampa, Florida, Marzo 1, 1895.—El coronel Figueredo, jefe cubano aquí, recibió hoy un telegrama desde Nueva York firmado por Guerra y Quesada, que dice:–“Hemos recibido noticias las cuales nos aseguran la fortaleza del movimiento, y garantizamos el arribo de Martí, Gómez y Collazo.”

Conociendo bien los esfuerzos de España por desacreditar o eliminar toda noticia sobre la rebelión, los cubanos aquí leen entre líneas y creen que su revolución es fuerte y pujante. Poseen cartas privadas confirmándolo. Un caballero dice:–“Noticia de Santiago es que el general La Chambre perdió un número de hombres en su encuentro con los insurgentes dirigidos por Brooks y estos son mucho más numerosos que lo que los despachos han hecho parecer. Henry Brooks es natural de Boston y dueño de grandes minas de cobre y oro, donde trabajan cerca de cuatro mil hombres muchos de ellos americanos, y se cree que la mayoría lo acompaña.”
El Dr. Valdés Domínguez, de Tampa Occidental, quien se exilió desde Santiago hace seis meses debido a su fuerte sentimiento patriótico, conoce bien a Brooks, y dice que sus movimientos han estado dirigidos por el Dr. Ramos.
Otras cartas dicen que las cárceles y prisiones están llenas de cubanos, arrestados por sospecha simplemente, muchos de ellos son ricos. Ellos probablemente compartirán la suerte de los cuatrocientos cubanos ricos lanzados a prisión por sospecha en 1869. Los españoles finalmente cambiaron la tortura de los prisioneros cubanos por la muerte en vida en Fernando Poo, fortaleza militar española en el Golfo de Guinea.
Se cree que los arrestos de cubanos prominentes, forzará a muchos de ellos a salir al campo para evitar ser arrestados.
Un periódico español publica un llamado hecho a Martí y Gómez, a deponer las armas en ocho días, o les pondrán precio a sus cabezas. El País, el periódico conservador y oficialista español, dice de Maceo, el general mulato con rango próximo a Gómez en habilidad y destreza:–“España debe vigilar mucho a Costa Rica y a Maceo, porque si se le permite desembarcar, Cuba está perdida.”
Las noticias revolucionarias están despertando la generosidad entre los tabaqueros cubanos aquí, eso es maravilloso. Con dos mil dólares han contribuido hoy en una sola fábrica, y los fondos levantados esta semana para Cuba alcanzarán treinta o cuarenta mil dólares para mañana en la noche. Un hombre hoy se comprometió a entregar mil dólares —todo lo que posee— a la causa, y otro que gana cuatro dólares al día ha prometido vivir con veinticinco centavos hasta que pueda irse a Cuba a pelear, el resto será para contribuir a la causa.
MARTI 3
LAS NOTICIAS EN EL LISTÍN DIARIO
Por su parte, el principal periódico dominicano con el subtítulo de “La insurrección en Cuba” reseñaba ese día ampliamente la noticia de la muerte del patriota Manuel García , hombre de controversial trayectoria conocido como “El Rey de los campos de Cuba”, alzado y muerto el mismo 24 de febrero en la región de Matanzas.
La noticia sobre el desembarco de Martí y Gómez, sin embargo ocupa un pequeñísimo, casi invisible, espacio en la sección de Avisos y expresa textualmente:“El “NewYork Herald” dice que don José Martí y el general Máximo Gómez son los jefes de la actual insurrección en Cuba, y que ambos se encuentran en aquella Isla.”Como puede verse la información del periódico norteamericano, que anuncia esto como una posibilidad más o menos inmediata, ha sido “interpretada” por los redactores del diario dominicano, quienes dan como un hecho la presencia de Gómez y Martí en las filas de los insurrectos cubanos. Esta nota afirmativa, categórica, es la que el Apóstol lee en Montecristi y la que determina finalmente su inclusión en la expedición de Gómez, que sale de esta ciudad de la costa norte quisqueyana, protegida por la lobreguez de la noche y el beneplácito de las autoridades locales , el 1 de abril de 1895para, luego de varios contratiempos, desembarcar en la Playita, al pie de Cajobabo, en la costa sur de Guantánamo, el 11 de abril a las 10 y 30 de otra noche tormentosa y oscura.
EN TORNO A LOS HECHOS
El artículo del Herald dice claramente que el coronel Figueredo ha recibido un telegrama de Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada, el tesorero del Partido Revolucionario Cubano y el secretario del Delegado, respectivamente; los dos hombres a quienes Martí confió elmanejo de los hilos conspirativos desde Nueva York, así como la edición del periódico Patria, entre otras tareas. Según el cable, que reproduce textualmente el diario, ellos dicen haber recibido información que les permite “garantizar” el arribo de Martí, Gómez y Collazo. ¿De dónde recibieron esa información tan categórica? Ninguna comunicación de las conocidas hasta hoy enviadas por Martí desde la República Dominicana en los días previos a la publicación de estas noticias, en uno u otro diario, nos permite entrever que el Apóstol haya indicado tal “estrategia”para obligar a Gómez a llevarlo con él. De manera que solo la necesidad de aumentar el crédito de las acciones combativas, lo cual nos parece irresponsable e improbable en esos dos patriotas, o acaso fuera la ambigüedad del telegrama enviado a Figueredo lo que permitió a su vez una “interpretación” de los redactores del Herald tal como lo hicieran a todas luces los del Listín Diario, lo que provocó la cadena de sucesos que conllevaron al desenlace fatal aquel mediodía del 19 de mayo de 1895 en los potreros de Dos Ríos.
El propio Máximo Gómez, al referirse a estos acontecimientos, el 22 de agosto de 1895, en carta a Tomás Estrada Palma, confiesa: “Seis días antes de embarcarnos lo había yo decidido a quedarse, pero un aviso publicado imprudentemente en Patria lo hizo volver atrás, y ya a mí no me fue posible convencerlo y nos echamos a la mar. Pudiera decirse que los amigos de Martí, que alocados lo endiosaban, lo empujaron a ocupar un lugar que no era el suyo y donde pereció sin beneficio para la patria y sin gloria para él.” Evidentemente esta opinión absoluta del amigo y compañero dolido tiene un peso relativo en la historia, pues los sucesos posteriores demuestran que, aun cuando su vida hubiera sido sin duda más valiosa a la causa y al porvenir de Cuba, su muerte a destiempo contribuyó desde entonces y de forma creciente a unir el espíritu cubano y a fortalecer el sentimiento de amor a la sufrida isla antillana.
Tal fue el sino trágico de estas breves noticias que cambiaron el rumbo del Apóstol de Cuba y también el de la historia.

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