-I-
Pedro Henríquez Ureña (29 de junio, 1884-11 de mayo, 1946) y Juan Bosch (30 de junio, 1909- 1 de noviembre, 2001), nacidos con veinticinco años de diferencia, son los intelectuales dominicanos con mayor proyección internacional y cuyas obras tuvieron una trascendental influencia en las épocas en que les correspondió vivir y actuar. En el caso de Bosch, su vida y su obra han tenido la más alta y decisiva impronta en la conciencia del pueblo dominicano: su elección como presidente de la República, en diciembre de 1962, obtuvo la mayor votación de la etapa democrática: 9.7 por ciento; el movimiento cívico-militar y popular en abril de 1965, en favor del retorno de la Constitución de 1963 y su reposición en la Presidencia sin elecciones, generó la guerra civil y su transformación en Guerra Patria, por la intervención estadounidense; del mismo modo que los partidos que fundó (PRD y PLD), llegaron al gobierno, el último de los cuales lleva ya cuatro períodos.
En días recientes de junio, instituciones gubernamentales, académicas y de la sociedad civil han celebrado las efemérides, vecinas, seguidas, de estos dos grandes humanistas de la República Dominicana y de América. Fueron muy buenos amigos, pero sobresale el hecho de que coincidieron en tantos aspectos de sus vidas y obras.
La formación intelectual de ambos tuvo vías y metodología distintas. Henríquez Ureña se desarrolló en la academia y Bosch fue autodidacta, aunque los dos lograron tener en plena juventud las bases educativas y culturales fundamentales en las que se cimentó toda su obra intelectual y social. En ello jugó un rol clave el ambiente familiar y sus relacionados de la etapa de adolescencia. Pedro confesó a Flérida de Nolasco, en carta del 27 de abril de 1941: “Yo debo a Santo Domingo la sustancia de lo que soy (…)”.
La primera escuela de Pedro y sus hermanos fue el hogar. Camila aparecería después. Así lo cuenta su hermano Max Henríquez Ureña, en su libro Hermano y maestro (Recuerdos de infancia y juventud):
”Estudiábamos los tres (Franc, Pedro y Max) en la propia casa, bajo la dirección de nuestros padres (Salomé Ureña y Francisco Henríquez y Carvajal), que deseaban ser nuestros propios maestros; pero el maestro de quien yo sacaba más provecho, porque estábamos juntos casi todo el tiempo, era Pedro, que al igual que mostraba destreza y rapidez para el cálculo matemático elemental, se interesaba grandemente por la zoología, lo que movió a mi padre a adquirir para él la Historia natural del doctor Brehm, publicada en ocho o diez grandes tomos, (…). También sentía gran atracción por la geografía, (…)”.
La enfermedad de su madre y las obligaciones profesionales de su padre “hacían cada vez más difícil el plan, que tan grato era a ambos, de que no tuviéramos otra escuela que el propio hogar. (…).” Su nuevo espacio de aprendizaje sería el Liceo Dominicano, con el hostosiano Emilio Prud’ Homme como profesor.
Además del plan de estudios del bachillerato, continuaron con su gran afición, desde la temprana adolescencia: la lectura. Para entonces, además de los autores dominicanos, ya leían Shakespeare. A todo ello, se agregaba el ambiente intelectual que capitaneaban los Henríquez y Carvajal (Federico y Francisco), a través de la Sociedad Amigos del País.
Así escribía en sus Días Alcioneos, desde México, en octubre de 1909, a Leonor M. Feltz, la destacada discípula de Salomé”: ¡Cuán largo ha corrido el tiempo, amiga y compatriota, desde que, alejándome de nuestra tierra, abandoné la familiar reunión y las lecturas de vuestra casa! A la vida exclusivamente intelectual que llevé antes, ha sucedido larga y variada experiencia de gentes y países, de ideas y de cosas; (…) y tal vez pensáis que se nubló ya en mi la memoria de los viejos días…
“Os digo que esa fue para mí la época decisiva. Mis temas son ya otros; (…). Pero vuestra influencia ha seguido presidiendo mis horas de estudio.”
Juan Bosch narra el ambiente en que nació y evolucionó su ser, así como el hombre que fue toda la vida. “En mi memoria está incorporado el recuerdo de la pobreza de los campos y la pobreza de los niños. Eso influyó mucho en mi vida. (…). A eso se unió otro hecho. Mi abuelo (Juan Gaviño) era un hombre culto. Tenía una biblioteca. Ahí leí yo, de niño, El Mío Cid, los Doce Pares de Francia, el Infierno de Dante, El Quijote; leía, además, mucha historia de España. Mi padre (José) también era lector.
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