Era muy bueno/ contando historias./ Tenía talento,/ tenía memoria./ Chicas bonitas,/ sin corazón;/ muchachos rudos,/ sin dirección./ Este es el arranque de la canción Contando historias, de la banda uruguaya Níquel. Y en ella habla de un fabulador que siempre, no apenas de tanto en tanto, tenía algo para decir sobre él que le daba cierto status en el ambiente rockero. Tenía dos cualidades fundamentales para serlo: creatividad y memoria para sostener una mentira en el tiempo. Todo eso configura las características de un mitómano.
Un niño miente para evitar un rezongo y un adulto lo hace, en caso de una mentira "blanca", para evitarle un dolor a otra persona. Todo el mundo, alguna vez, por diplomacia o conveniencia, le hace una gambeta a la verdad. El mitómano, en cambio, es un mentiroso compulsivo. "Son personas que se generan un paragolpes para la realidad que viven, que creen que dar una imagen distinta a lo que son les ayudará en algo. El problema es que eso se transforma en un hábito y esa construcción de una mentira tras otra termina siendo creída. Como dice el dicho, un buen mentiroso es el que se cree su propia mentira", afirma el psicólogo Richard Prieto.
La psicoanalista Ana Inés Bertón, que recuerda que la mitomanía no es vista como un trastorno en sí mismo desde el punto de vista psiquiátrico, sostiene en cambio que si el individuo está seguro de lo veraz de su mentira ya se estaría hablando de un "delirio". El mitómano sabe diferenciar lo que es cierto de lo que no lo es. "Sí puede ocurrir que al sujeto le sea difícil admitir sus propias mentiras ya que armó su vida en función de ello. Desmontar esta ficción puede ocasionarle mucha angustia y alterar sus vínculos con otros", añade.
Autoestima.
Carlos —nombre ficticio— tenía 18 años, vivía como uno mas y no había en su aspecto nada que llamara la atención. Cuando conoció a su suegro de entonces, le dijo que tenía un Land Rover. Si bien Carlos no era pobre, ni habiéndose sacado la lotería tenía chance de comprar un auto de ese tipo. A su novia le propuso hacer un viaje largo, sin tener cómo solventarlo ni por casualidad. Había fracasado en varios trabajos, porque cuando se presentaba a las entrevistas aseguraba ser poseedor de conocimientos que desconocía. Tenía algunos amigos, pocos y decreciendo, que aseguraban que tenía una moto de alta gama, otros un cero kilómetro, y otros que estudiaba en la facultad. Nada de eso era cierto.
Carlos terminó en el consultorio de Prieto cuando en su familia no podían aguantar tantas mentiras. Tras varias sesiones, ya que el mitómano es tan enfático en lo que dice que complica cualquier abordaje terapéutico, se encontró el origen de todo: su padre había fallecido cuando tenía siete años y su madre se había vuelto a casar con un hombre inteligente pero opresivo y poco afectuoso. "La primera mentira que recordaba era en la escuela: decía que había salido con su papá, que le compraba cosas, que lo llevaba al pasear. Ese fue el inicio, se sentía muy poca cosa".
Si bien hay dificultades en establecer una prevalencia de esta conducta, se toma como parámetro que una persona cada mil miente compulsivamente. No hay un género más mentiroso que otro. Según Prieto, los hombres fabulan más sobre sus hazañas sexuales o sus posesiones materiales, mientras que la mujer lo hace sobre lo felices que son en el amor o sobre lo conformes que están de su estado físico. "En todo caso, cuando uno los inquiere mucho y va al fondo de la cuestión, se ponen de mal humor. Esa es una característica habitual de quien miente".
¿Y por qué pasa esto? "Las causas por las que un sujeto miente tienen como base la relación con el otro. Quien miente está cubriendo una verdad que le es insoportable admitir, una verdad que le produce angustia", subraya Bertón. Los mitómanos, en general, son personas de baja autoestima. "Pero va más allá de eso: en todo caso, tendría que ver con la necesidad imperiosa que tienen algunos sujetos de satisfacer el deseo del otro. La presión que sienten por agradar, por ser lo que adivinan que el otro quiere que sean, suele ser disparador de una mentira que intentará enganchar al otro en su deseo y satisfacerlo", explica esta psicoanalista que agrega: "Paradójicamente, la mentira lo separa del otro dejando al sujeto solo con su verdad".
Y la verdad es, justamente, la que no le gusta que sea.
Consumo.
"La sociedad humana actual está impregnada de mentira como la peor de las contaminaciones morales (...). La mentira circula impunemente por todas partes, se ha erigido en una especie de otra verdad", escribió el Nobel de Literatura José Saramago en el prólogo de El Nerón del siglo XXI, de James Hatfield, una biografía de George W. Bush. Al genial escritor portugués, que acusaba al expresidente estadounidense de ser uno de los grandes responsables de ese estado de situación, se le atribuye haber dicho que el hombre evolucionó de la era de piedra a la de bronce, y de ahí a la de mentira. De cualquier forma, muchos especialistas sostienen que una sociedad donde el consumo y el éxito son valores apreciados, conforman un ambiente propicio para la aparición de mitómanos.
Cuando uno se reconstruye a través de la mentira (ya sea por poca autoestima o por carencias materiales o afectivas) no es raro que las cosas vayan creciendo como en un efecto bola de nieve. Y los problemas que se generan a partir de esa conducta —que pueden llegar a incluir un negocio o un matrimonio— ya no son ninguna fantasía sino una cruel realidad. "En ocasiones, el sujeto consulta cuando un acontecimiento del exterior rompe con su ficción y ya no puede perpetuar el engaño. Otras veces se ve abrumado por la carga que le implica sostener el engaño, se siente culpable o avergonzado y eso lo lleva a consultar", dice Bertón.
El tratamiento no es sencillo, ya que la mitomanía es más un síntoma que una patología. "Se trata de ver por qué el sujeto necesita de esta ficción para defenderse de la angustia, qué hay detrás de estas mentiras", señala esta psicoanalista. Cuando una persona sustituye un comportamiento "normal" por otro patológico —como mentir compulsivamente— hay que ir a la causa por la cual se necesitó apelar a ese recurso para darse un valor que no se cree tener. "Seguramente, en el caso de la mitomanía hay una visión de sí mismo muy empobrecida. Para revertir ese proceso, hay que lograr que la persona vale lo que vale y eso no es poco", resume, por su lado, Prieto.
Eso le vendría bien a Anna Allen, una actriz española relativamente conocida, que ganó una fama que seguramente no buscaba cuando se reveló que buena parte de su trayectoria era falsa: no era cierto que había sido invitada a la última entrega de los Oscar, ni que había participado de la serie The big bang theory ni en una serie de la BBC, versiones que ella mismo alimentaba en entrevistas y en imágenes trucadas mediante photoshop. Que la verdad saliera a la luz, prácticamente lapidó su carrera artística. "Era muy bueno,/ y se pasó/ contando historias/ que no vivió", terminaba Contando historias.
Prefiere alejarse antes de confrontar realidades.
Diez características de una persona mitómana, en base al libro Lies, lies, lies! (¡Mentiras, mentiras, mentiras!), del psiquiatra estadounidense Charles V. Ford.
Sus historias son creíbles, muy bien formuladas y con base real.
Sus relatos lo benefician: lo hacen ver más rico, exitoso o inteligente, u obtiene algún provecho.
Presionado, reconoce —de mala gana— que lo que cuenta no es cierto. Sabe reconocer la verdad de la mentira.
Miente compulsivamente; es un hábito, no una necesidad.
Justamente, miente por su escasa autoestima. No se cree lo suficientemente bueno para lograr lo que desea siendo él.
Está convencido que si se muestra tal cuál es, la gente lo rechazará.
Se siente un fracasado y que le falta mucho; por eso, exagera sus logros.
Cuando no puede sostener la mentira, se aleja y no confronta. No tolera confrontar. Y teme sobre todo a admitir su fracaso.
Es una persona a la que le resulta fácil mentir. Por eso lo hace reiteradamente.
Aunque a través de sus constantes mentiras quiere dar la imagen opuesta, suele ser sumamente inseguro y contar con muy baja autoestima.
Una falsa víctima del nazismo en España.
El sindicalista español Enric Marco (94), quien fuera secretario de la Confederación Nacional del Trabajo de su país, también fue conocido por haber presidido la Amicale de Mauthausen, que reunía a sobrevivientes de ese campo de concentración. Dio charlas en instituciones y en programas de televisión como testimonio de la resistencia al nazismo. Lo cierto es que su relato dejaba muchas lagunas y que lo único real era que había trabajado en la Alemania nazi como voluntario en la industria bélica (Franco había sido aliado de Hitler y existían convenios de cooperación). Solo había sido arrestado por distribuir propaganda de corte socialista, por lo que fue deportado a España. "Mentí porque así la gente me escuchaba más", dijo en 2005, desenmascarado.
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