Félix Jiménez (F.J) Don Juan, al leer los periódicos correspondientes al tiempo en que usted ejerció la Presidencia de la República resalta, por la forma reiterada en que lo planteó, su interés en multiplicar la generación de energía eléctrica en el país.
¿A qué se debía su criterio de la necesidad nada menos que de multiplicar por 4 ó 5 la producción de energía?
Juan Bosch (J.B.) A más de una razón; la primera de ellas que aunque sabía que el siglo pasado se había sacado petróleo de las cercanías de Azua sabía también que Trujillo hizo varios intentos de extraer petróleo, todos sin resultados positivos, y sin un elemento energético era imposible poner en práctica un programa de desarrollo industrial. En el año 1963 en la República dominicana no había un solo ingeniero eléctrico; el único dominicano que había estudiado ingeniería eléctrica vivía en Colombia, de manera que yo no tuve un técnico en electricidad a quien consultar sobre la materia, pero como sabía que la generación de energía eléctrica requería o petróleo o agua corriente, esta última en grandes cantidades, me opuse a que el Consejo de Estado le concediera, de gratis, el derecho a establecer en el país una refinería de petróleo a un señor griego apellidado Pappas porque entendía que una industria tan importante como ésa debía ser del Estado como debían serlo los grandes depósitos de agua llamados presas debido a que tanto el petróleo como el agua de las presas debían ser dedicados principalmente a generar electricidad.
¿Por qué pensaba yo que el país necesitaría electricidad en cantidades mayores que las que usaba en 1963?
Porque desde hacía muchos años, como se puede comprobar leyendo, por ejemplo, mi libro Trujillo: Causas de una tiranía sin templo, del cual se hicieron dos ediciones en Venezuela y una aquí, esta última en el año 1962, yo sabía que Trujillo había monopolizado la economía dominicana en su área industrial y pensaba que tras la muerte del dictador iba a iniciarse una época de creación de establecimientos industriales para lo cual iba a hacer falta energía eléctrica. Entre esos establecimientos industriales estaría una refinería de petróleo y una gran planta petroquímica que pensaba establecerse en el Sur, pero las dos, una al lado de la otra, porque la planta petroquímica iba a usar como materias prima lo mismo el petróleo que la sal y el yeso, y esa sal y ese yeso serían los minerales que se sacarían de las minas de Barahona. Los productos de esa planta podrían ser vendidos fuera del país, lo que iba a significar un importante ingreso de dólares, un aspecto de la actividad económica del país que me preocupaba mucho, tanto que me mantenía al tanto de los informes del Banco Central para tomar las medidas que hicieran falta a fin de evitar que la balanza comercial del país fuera deficitaria.
Par mí el aumento de producción de energía eléctrica era algo del consumo de esa energía causado por el establecimiento de empresa industriales, como tenían que ser las Zonas Francas de Puerto Plata y la de la provincia de Samaná, que estaban anunciadas, iba a establecerse la fábrica de acero que se llamaría Metaldom, contratada por mí en el viaje que hice por Europa después de ser elegido presidente, pero antes de tomar posesión de la presidencia. Junto con Metaldom contraté Escuelas Vocaciones, que se dedicarían a la formación de artesanos y técnicos prácticos en muchas actividades. Las Escuelas Vocacionales empezaron a llegar dos días después del golpe de Estado que derrocó el gobierno.
Para todo eso iba a necesitarse energía eléctrica, pero además iba a necesitarse para la fábrica de cemento que iba a levantar en Monte Cristi así como para las Villas de la Libertad, cuya construcción empezaría el 12 de octubre, 17 días después de la fecha en que el gobierno fue derrocado, y esos centros de población campesina que iban a ser levantados en todo el país usarían energía eléctrica no sólo para disponer de luz, sino, además, agua de pozos donde no la hubiera de ríos.
La convicción de que el país iba a necesitar mucha energía eléctrica me llevó a negociar con la General Electric de Inglaterra la electrificación de la presa Taveras y la construcción de la de Valdesia como presa hidroeléctrica, pero también a cancelar la concesión que el Consejo de Estado le había regalado a un griego apellidado Pappas para establecer en el país una refinería de petróleo, concesión que Pappas le había vendido a la Standard Oil (o tal vez fue a la Texaco) en 2 millones de dólares. Cuando fui a México, pocos días antes del golpe de Estado, le pedí al presidente López Mateo que enviara al país dos técnicos en refinación y comercialización de petróleo cuando yo se lo solicitara, que sería tan pronto recibiera un estudio sobre la instalación de una refinería de petróleo que le había solicitado a una firma norteamericana especializada en la materia, y dos días antes del golpe de Estado le envié un cablegrama al presidente López Mateo en el que le decía que enviara al país los técnicos porque acababa de recibir el estudio que había hecho la firma norteamericana.
F.J. El financiamiento de las presas e hidroeléctricas de Taveras y Valdesia, así como la termoeléctrica de Puerto Plata y el acueducto Valdesia-Santo Domingo, se haría con el préstamo de hasta 150 millones de dólares que daría al Estado dominicano la Oversea´s Industrial. Ese contrato fue muy criticado por sectores de oposición a su gobierno.
¿A qué razón podían obedecer los ataques al contrato con la Overseas?
J.B. A la mentalidad aldeana que tenían los políticos dominicanos de esos años. De esos políticos, los que vivieron exiliados, como el caso de Jimenes Grullón y de Julio Horacio Ornes, para mencionar sólo dos casos, pasaron sus años de exilio viviendo mentalmente en la República Dominicana, palabras con las cuales quiero decir que nunca dedicaron una hora de su destierro a estudiar las sociedades en que vivían, que eran Puerto Rico, donde pasaron los dos varios años, y Cuba, donde los pasó Jimenes Grullón. Ni el uno ni el otro llegaron a darse cuenta de que Puerto Rico y Cuba eran dos países mucho más desarrollados en todos los órdenes que la República Dominicana, y en consecuencia no estudiaron las causas de la diferencia eran de origen económico. Por ejemplo, Cuba y Puerto rico tenían refinerías de petróleo, y nosotros no; y debo aclarar que la refinería de petróleo que iba a establecerse aquí, pero no en Haina sino en Salinas de Barahona, iba a ser propiedad del Estado, así como el Estado tendría el 51 por ciento de las acciones de las Zonas Francas.
Por cierto, ahora que he mencionado a Haina creo oportuno decir que la última orden que di en mi condición de presidente de la República fue verbal y se la di a Orlando Haza, que era secretario de la Junta de Planificación. Fu el día 23 de septiembre. Orlando estuvo en el Palacio Presidencial para tratarme no recuerdo qué y yo había estado poco antes en Haina adonde fui, con doña Carmen, a recibir la tubería del acueducto de la Capital que había llegado en un barco procedente de Inglaterra y volví de esa actividad impresionado por la idea de que en quince o veinte años el puerto de Haina iba a sustituir el de la Capital. La orden fue que la Junta de Planificación hiciera un plano regulador de Haina para que el lugar se desarrollara como una ciudad que iba a ser en veinte años más un centro económico importante. Ese plano no se hizo porque yo debía hacer esa petición por escrito y no tuve tiempo de dictar la correspondiente comunicación porque el día 24 era el de Las Mercedes, que era de fiesta, y el 25 amanecí preso en el Palacio Nacional.
F.J. Para el año 1963 no había en América Latina ningún país con Zona Franca industrial. Según las informaciones obtenidas sólo había Zonas Francas para establecimientos comerciales, como tiendas, por ejemplo, y de servicios como el puerto libre de Colón en Panamá. Zonas Francas industriales había pocas en el mundo creo que en varios países asiáticos y quizá en algunos de los del Norte de Africa.
Y aquí en República Dominicana, usted propuso y fue convertida en ley, la número 38 de su gobierno, la Corporación de Zona Franca de Puerto Plata, con capital mixto; es decir, estatal y privado. ¿Cómo surgió la idea? ¿Y por qué en Puerto Plata?
J.B. Cuando fui elegido presidente, el 20 de diciembre de 1962, yo tenía contactos con la General Electric a través de la Overseas, que la representaba en América Latina, y también con la firma española que dirigía las Escuelas Vocacionales y tenía la representación de la firma vendedora de Metaldom; para iniciar las negociaciones con unos y con otros salí del país con doña Carmen hacia Nueva York donde debía esperar un buque italiano, el Leonardo Davinci, que nos llevaría a Europa. Estando en Nueva York, Amadeo Barletta me invitó a reunirme con un grupo de empresarios y de esa reunión salió la idea de establecer una o dos Zonas Francas en el país, y cuando iba a redactarse el proyecto de ley que las crearía escogí como sitios de emplazamiento Puerto Plata y Samaná porque eran dos lugares desde los cuales tendrían salida fácil hacia Estados Unidos las mercancías que se elaboraran en ellas debido a su situación geográfica. El corto tiempo que duró el gobierno impidió que el proyecto de las Zonas Francas fuera llevado a la realidad.
F.J. Hablando de las Villas de la Libertad, ¿las había usted visto en alguno o algunos de los países en los que vivió cuando usted estuvo en el exilio?
J.B. No, pero como había vivido en Cataluña, España, había visto allí la forma agrupada en las aldeas de las viviendas campesinas y desde entonces se me ocurrió la idea de que los campesinos dominicanos debían ser llevados a agrupar sus casas en concentraciones de 200 ó 300 casas y con el andar de los años esa idea fue madurando hasta quedar convertida en las Villas de la Libertad, nombre que había escogido en mis años de exilio.
F.J. Se habían sometido a concurso entre las firmas constructoras, ingenieros y arquitectos dos de esas villas, la de Los Guineos, en Sabana Grande de Boyá, y la otra en Básima, Villa Altagracia. ¿Cuáles otras se desarrollarían? ¿Las recuerda usted todavía?
J.B. La de Los Guineos empezaría a ser construida el 12 de octubre como dije ya, y la de Básima inmediatamente después, pero ésas no eran las únicas. Debían ser construidas 500 en todo el país, construidas por tres o cuatro gobiernos, lo que significaría 150 mil viviendas para 750 mil campesinos, y a las familias campesinas que iban a ocupar las Villas de la Libertad se les iba a dotar, a cada una, de 100 tareas de tierra. En esa época eso era posible, pero hoy no lo es porque el valor de la tierra se niegan a seguir viviendo en los campos y pasan a vivir en las ciudades grandes, como la Capital, Santiago, San Juan de la Maguana, o se van a Puerto Rico, a Venezuela y a Estados Unidos.
F.J. A juzgar por las informaciones de los periódicos en su gobierno usted privilegiaba la construcción de viviendas, o, más bien, de complejos habitacionales, en las áreas rurales, siempre girando alrededor de los bateyes de las áreas cañeras y de los asentamientos del Instituto Agrario Dominicano. ¿Por qué?
J.B. No había tal privilegio, pero algunas personas pensaron que sí porque las primeras Villas de la Libertad iban a hacerse en lugares como el que describes, y esos lugares habían sido escogidos para que las viviendas de esas villas fueran ocupadas por familias en las cuales el padre o los hijos mayores estuvieran trabajando en ingenios del Estado. El plan propuesto por mí era que esos trabajadores especializados en el corte de caña, que pasaban la mitad del año sin trabajar debido a que la zafra azucarera dura 6 meses, pudieran usar los terrenos que había entre hileras de cañas para sembrar en ellos verduras y batatas y maíz que serían vendidos por ellos.
F.J. ¿Cuál era el límite de la propiedad de la tierra que pensaba proponer al Congreso, habida cuenta de que la Constitución del 1963 prohibía el latifundio?
J.B. En ese punto había que hacer un estudio del destino que se les daría a las propiedades, si eran el de fincas agrícolas o ganaderas, y en el caso de ser agrícolas qué iba a sembrarse en ellas. En el caso de las tierras situadas en faldas de lomas mi plan era que en esos lugares se hicieran terrazas como las había visto en América del Sur porque así se ampliaba el terreno cultivable. Si se trataba de tierras dedicadas al ganado lo que se proponía el gobierno era aplicar un plan intensivo de creación de establos para reducir la superficie de terreno dedicada al cultivo de la pangola, la yerba que había sustituido a la yerba paez y la de guinea que habían estado en uso en el país desde hacía por lo menos un siglo. Con la estabulación del ganado éste daría más leche y más carne y aumentaría el empleo de la mano de obra campesina porque el corte de pangola y su traslado al establo lo requeriría.
F.J. Usted señaló que la Reforma Agraria la iniciaría en los terrenos que pertenecieron a los Trujillo y a sus favorecidos. Para fines de agosto de 1963 ya se habían recuperado cerca demedio millón de tareas, de las cuales sólo llegaron a repartirse unas 100 mil tareas. El ritmo de la recuperación podría ser juzgado como rápido pero el de distribución y asentamientos es obvio que fue lento.
¿A qué lo atribuye usted, si es que comparte el señalamiento?
J.B. Fueron distribuidas a ritmo lento, eso fue verdad pero una verdad impuesta por las circunstancias en que vivíamos, pues para distribuir las tierras de Reforma Agraria había que cumplir numerosas condiciones, una de ellas, tomando en cuenta las condiciones del terreno, establecer entre cuántas familias sería ese terreno repartido y a razón de cuántas tareas por familia, y cuáles serían las condiciones de los caminos que condujeran al sitio donde se hallaba. A lo mejor ahí debía hacerse una Villa de la Libertad en vez de bohíos dispersos.
F.J. Hablemos ahora de educación y cultura. Los días miércoles de cada semana usted desayunaba en el Palacio Nacional con representativos de los diferentes sectores del país. En uno de esos desayunos se reunió usted con maestros y funcionarios del Ministerio de Educación. Declaró usted que se había nombrado una comisión para revisar los planes de estudios los cuales se inspirarían, según sus palabras, “en una educación de esencia dominicanista”.
¿cuáles eran los aspectos principales de sus planes de educación para el país y cuáles proyectos tenía usted en lo relativo a la cultura popular y su promoción?
J.B. No fue en uno de los desayunos cuando me reuní con maestros y funcionarios del Ministerio de Educación; fue varias veces porque lo que encontré en materia de Educación al volver al país fue un desastre. La escuela dominicana, la que fundó Hostos, había sido disuelta bajo la tiranía y sustituida por otra que no impartía ni conocimientos ni disciplina ni formación ciudadana. Esa fue la obra de Manuel Arturo Peña Batlle, quien convenció a Trujillo de que había que desmontar pieza a pieza la escuela hostosiana alegando que su fundador, Eugeni María de Hostos, fue ateo, lo cual era una mentira porque en ninguna de las muchas obras que escribió hay una sola palabra que autorice a calificar a Hostos de ateo, y yo tengo autoridad para hablar así porque dirigí la transcripción de todo lo que él escribió y dirigí la edición de sus obras completas, que fueron editadas en La Habana. Es más, yo fui a Cuba, enviado por la Comisión encargada de organizar la conmemoración del centenario de Hostos, que había nacido el 11 de enero de 1839, porque fue en La Habana donde se editaron los libros que recogían todo lo que Hostos había escrito.
Repito que con maestros y funcionarios de Educación me reuní varias veces porque era necesario organizar la escuela dominicana pero además había que restaurar los valores culturales perdidos, porque los efectos destructores del trujillismo habían disuelto la cultura popular, que tal como puede comprobar cualquiera persona leyendo un diccionario, consiste en el conjunto de actividades de tipo cultural que lleva a cabo el pueblo, y con esto quiero decir bailes, música, manera de vestirse y divertirse de un pueblo. Al llegar al país encontré que en el cuarto de siglo de mi ausencia habían desaparecido las formas en que se manifestaba la cultura popular dominicana y había que restaurarlas, trabajo que en las manifestaciones folclóricas encomendé a un especialista venezolano en esa materia y a su señora, mexicana ella. Esa pareja vino al país y bajo su dirección se organizó el festival de cultura popular que se llevó a cabo en la Capital el 16 de agosto; pero el trabajo de Juan Cohen y su señora se perdió como se perdieron los planes destinados a hacer de la escuela dominicana una empresa formadora de hombres y mujeres nuevos.
En cuanto a tu pregunta de cuáles eran los aspectos principales, de esos planes lo que puedo decirte era que con ellos se perseguía darles a los niños dominicanos una formación intelectual y moral dominicanista, basada en la enseñanza de materias comunes a todos los estudiantes, como por ejemplo la de la lengua española, las geografía e historia del país, la aritmética, urbanidad y buenas costumbres, pero al mismo tiempo enseñanza para que se convirtieran en productores cada quien en lo que se relacionara con su medio ambiente; así, a los escolares de los lugares costeros se les enseñaría a producir todo lo que pudiera dar el mar, pero a los de la región montañosa del país, todo lo que pudieran dar las lomas; iban a crearse escuelas especializadas para hacer de los niños y los jóvenes campesinos agricultores que produjeran lo que mejor podía darse en sus campos; iban a ser creadas escuelas para cocineras, costureras, pero en los campos no se enseñaría mecanografía ni ninguna de las materias que debía conocer una muchacha para ser una buena secretaria; eso se enseñaría en las ciudades.
Creo útil decir, aunque repita en parte algo que ya dije, que el presidente mexicano Adolfo López Mateo me invitó a estar presente en la fiesta patria de su país, que se conmemora el 16 de septiembre de cada año, y en la última reunión que tuve con el presidente López Mateo él me preguntó, como es habitual entre jefes de Estado, en qué podía él ser útil a la República Dominicana, a lo que respondí de esta manera: “Primero, enviándome dos técnicos en refinación de petróleo cuando yo se lo pida, y segundo, dando las órdenes del caso para que aquí se seleccione a cien artesanos mexicanos especializados en trabajos en papel, cristal, madera, hoja de lata, barro o arcilla, en fin, en cualquier material; a esos artesanos les buscaremos lugares para vivir en las ciudades principales del país, a cada uno un barrio diferente, a todos les pagaremos cien pesos mensuales para que vivan y a sus familias de México le enviaremos cien dólares a cada una. Esos artesanos serán dotados de todo lo que necesiten para trabajar en las aceras de los lugares donde estarán viviendo y allí serán enviados los muchachos de la vecindad para que aprendan a hacer lo que ellos hagan, de manera, presidente, que el papel de esos artesanos será el de maestros de artesanías que en mi país no se conocen”. Y a ti te digo que si los cien artesanos mexicanos hubieran enseñado sus oficios a mil jóvenes dominicanos, éstos habrían vivido muy bien produciendo artículos artesanales y el país habría ganado dólares vendiendo esos artículos en Puerto Rico y en otros lugares del Caribe.
F.J. ¿Cómo enjuició usted los problemas que tuvo que enfrentar con la Federación Nacional de Maestro, FENAMA?
J.B. La verad es que yo no tuve problema con FENAMA sino con su presidente, que era un militante de Unión Cívica y en sus relaciones conmigo llegaba a tales extremos de grosería que en la última de sus visitas tuve que ordenarle al coronel Julio Amado Calderón, jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares, que lo sacara de mi oficina.
F.J. Pasemos ahora, en esa parte final de la entrevista, al aspecto político. Con relación a la Constitución de 1963. ¿Qué papel jugó usted en su concepción y elaboración?
J.B. Debo decirte que aunque nunca lo he dicho públicamente, en la elaboración de la Constitución cubana de 1940 a mi me tocó jugar un papel que me obligaba a interpretar uno por uno los capítulos de lo que decían, sobre la materia de cada uno de esos capítulos, las Constituciones más avanzadas de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, entre las cuales estaban la de México, la de Chile, la de la República Española. La última no tenía ya vigencia porque la República había sido destruida en la guerra civil de 1936-1939; además, tenía que estudiar algunas partes de la Constitución alemana de la llamada República de Weimar; es más, me tocó sin que se hiciera público, porque yo no era cubano, nada menos que ser parte de los delegados del Partido Revolucionario Cubano, el corrector de la versión final de esa Constitución; digo eso para que sepas que en materia de Constituciones yo no era un lego, sobre todo porque me había tocado trabajar en la formulación y la redacción de una Constitución que cuando fue promulgada estaba por encima de todas las de los países de América Latina, y lógicamente, si tenía esa experiencia, estaba en el deber de ponerla al servicio del pueblo dominicano contribuyendo a que el país rigiera su vida política por una Constitución moderna avanzada.
F.J. ¿Cuáles eran los lineamientos de la política exterior de su gobierno?
J.B. Lo que perseguía en ese campo era que se respetara, lo mismo por extranjeros que por dominicanos la soberanía nacional, el derecho del pueblo dominicano a mantener, en un mundo terriblemente agitado, la independencia que conquistó en el año 1844 y recuperó en el 1865 y en el 1924. Eso fue dicho por mí cuando dije que el gobierno que yo presidía no estaba de rodillas ni ante Washington ni ante Moscú; que a mí sólo me cubría la bandera dominicana.
F.J. Don Juan, no debemos terminar esta entrevista sin preguntarle algo que interesa a mucha gente, en especial a los estudiosos de nuestra historia y de la política dominicana.
¿Había o no correspondencia entre lo que su gobierno se proponía hacer y el grado de desarrollo alcanzado, hasta entonces por la sociedad dominicana?
J.B. Tu misma pregunta me parece, desde el punto de vista político, la más importante. Yo era consciente del escaso desarrollo económico, y por tanto social del pueblo dominicano, agravado por el atraso político en que lo había sumido la implacable tiranía trujillista; era consciente por lo que dije antes en esta entrevista: porque yo me incorporaba a las sociedades en cuyos senos viví durante mis años de exilio, y vivía en ellas muy atento a todo lo que significaba algún tipo de avance económico, social y político de esas sociedades, de manera que al llegar al país, y digo el mismo día de mi llegada, desde que llegué al aeropuerto, y más aun desde que crucé el puente camino hacia la Capital, me di cuenta de que el pueblo dominicano se hallaba en un estado de miseria general alarmante. Más aun: al entrar en la ciudad fui llevado directamente a la calle del Conde, donde se hallaba el local que ocupaba el Partido Revolucionario Dominicano, porque allí lo tenían todo listo para que yo dijera un discurso que iba a ser radiodifundido; fue el discurso que terminé con una frase de Martí a la que le cambié una palabra, la de dominicano donde él dijo cubano; aquella de “el cubano no puede vivir como la hiena en la jaula, dándole vueltas al odio”.
Al salir del local del PRD me dirigí a la casa de mi hermana Josefina, que vivía y sigue viviendo hoy en una casa de madera en la calle Polvorín, y el automóvil que me llevaba bajó por la calle del Conde, que vista desde el ángulo del observador de la realidad económico-social era un cementerio: casas con las puertas cerradas y casas de comercio en las que no se veía una sola persona que estuviera comprando algo; pero ni eso ni el espectáculo de miseria que vi en el trayecto del puente sobre el Ozama al parque Colón me sorprendieron. Yo esperaba que la situación del país fuera como la estaba viendo, y eso mismo confirmaba mi posición, que consistía en mantener el criterio de que la República Dominicana necesitaba un gobierno que echara las bases de un desarrollo económico tal como lo había tenido Cuba, Costa Rica, México, Venezuela, Chile, países en los cuales viví durante mi exilio. Entre los libros que publiqué en ese exilio estaba, ya te dije, el titulado Trujillo: Causas de una tiranía sin ejemplo, y en esa obra di por primera vez la lista de todas las empresas de Trujillo con las cuales monopolizaba uno por uno los negocios importantes del país, y me ocupé del tema porque sabía que a la vez que con el control de la economía nacional manejada en forma de suma de monopolios, Trujillo estaba impulsando el desarrollo capitalista del país, impedía precisamente que ese desarrollo se cumpliera porque él acaparaba todas las fuentes de beneficio con la excepción de alguna que otra empresa extranjera como era el Central Romana, que además de azúcar producía furfural. Antes aun de pasar a desempeñar la presidencia de la República yo calculaba que el país iba a necesitar de 12 a 20 años para echar las bases de una economía que lo llevara a compararse con la Costa rica de 1960 o la Cuba de 1940; pero nunca pensé en ser yo quien gobernara durante esos 12 o 20 años, y la demostración de lo que acabo de decir está en el hecho de que la Constitución de 1963 prohibía tajantemente la reelección.
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