El problema de los inteligentes en el mundo de las ciencias sociales
Marxistas pero no comunistas
Todos sabemos que el marxismo paso de moda en los 80's, fueron momentos difíciles, muchos compañeros murieron asesinados por la dictadura, otros se fueron al exilio y se volvieron europeos, otros tantos se dieron rápidamente vuelta la chaqueta, muchos de esos últimos terminaron, paradójicamente, trabajando en altos cargos del Estado, incluso algunos, con tiempo y esfuerzo, llegaron a ser Secretarios Generales de Gobierno. Otros, los menos, siguieron siendo marxistas, en la clandestinidad de los años más duros primero, y en el silencio frío de la indiferencia después. Las universidades, otrora centros de ebullición social, donde daban clases profesores comprometidos y se formaban miles de estudiantes con vocación social y espíritu combativo, caían ahora estrepitosamente en el silencio adormecedor que les imponía la censura fascista. Se cerraron las carreras más problemáticas, en donde más profundamente había calado la “infiltración marxista”, las direcciones militarizadas se deshicieron de bibliotecas completas de facultades, escuelas y departamentos, se prohibió cualquier literatura sospechosa y los estudiantes fueron obligados a leer fotocopias con paginas corcheteadas, ahí donde se hiciera la mínima alusión al marxismo.
En las universidades, con el tiempo, los ex marxistas desilusionados, caían ruidosamente en el pos-estructuralismo y en posmodernismo, las universidades se llenaban de derrideanos, foucaultianos y nietzcheanos.
Pero es hoy en Chile, en este caos de ebullición social, impulsado por miles y miles de estudiantes, en que la izquierda a crecido (para todos lados), en las universidades, los estudiantes más críticos optan por ser marxistas, los partidos políticos y los colectivos y organizaciones marxistas han crecido abundantemente y cada día su actividad política es cada vez más visible. Es por eso mismo que creo necesario hoy, más que nunca, revisar la idea de marxismo, y de su profunda concordancia con un horizonte comunista.
La opinión general sobre este hecho es que el abandono de la idea de comunismo se debe en primer lugar, a la gran desilusión que provocaron los “socialismo reales”, con sus glorias y atrocidades, pareciera ser que el compromiso político, lo que se pone en riesgo al decirse comunista, es demasiado grande. Pero ese es el problema de los inteligentes que solo piensan en términos de lo real, para los revolucionarios en cambio, lo real nunca debe estar por sobre lo posible, lo posible es siempre más importante que lo que de hecho ocurre u ocurrió, pensar en términos de lo posible es propio de los revolucionarios. Y lo posible es que el comunismo, una sociedad en que no hay luchas de clases, en que la opresión, la explotación y el sufrimiento no están contenidas en instituciones cosificadas, es absolutamente posible, por sobre, e incluso por fuera de los fracasos pasados. Pero en segundo lugar, la dificultad de los marxistas para decirse comunistas, radica que se asume una idea profundamente ilustrada de marxismo, se asume al marxismo como una suerte de método o de ciencia, se asume la diferencia weberiana entre ciencia y política.
Pero creo, por otro, que la tendencia a renegar de un horizonte político como lo es el comunismo, responde a la existencia de una profunda desconfianza en los órganos partidarios clásicos, y de una consecuente confusión entre estos y la idea general de comunismo. Los saltos tecnológicos en la producción, por otro lado, tuvieron un correlato en todos los momentos de la vida social, en un mundo pos-fordista, en que ya no es necesaria la homogeneidad generalizada para ejercer el poder y el dominio, han ido apareciendo diversas formas de heterogeneidad cultural, una heterogeneidad controlada y estimulada por el control, ahora en red, de los grandes bloques hegemónicos. Cualquier otredad que amenace con operar política, cultural o económicamente por fuera de los margenes establecidos, es rápidamente oprimido.
Estos hechos han permitido que la intelectualidad, en particular la que se dedica a las ciencias sociales, se refugie en una idea profundamente ilustrada de marxismo, en la que el marxismo aparece como una suerte de ciencia verdadera, marco teórico o como mero método. Esta idea ilustrada ve al marxismo como mera opción teórica de la cual se sigue un cierto activismo político radical, lleva a imaginar a los marxistas solo como científicos (como Gramsci, Lukacs o Mariategui) o como vanguardia que dirige las masas populares. Al intelectual marxista le cuesta imaginar que el obrero italiano o el campesino nicaragüense también era marxista. Para los intelectuales, para los ilustrados, es necesario haber leído “El Capital” para ser marxista, una cuestión bastante difícil si consideramos que la mayor parte de los marxistas del siglo XIX y XX apenas sabia leer y escribir.
Esta postura ilustrada en los cientistas sociales lleva a evitar los espacios más problemáticos en los que por ejemplo, Stalin o el Mariscal Tito aparecen como meros políticos, “no eran verdaderos marxistas”, “eran burócratas que deformaron el marxismo”. Lleva a pesar un “marxismo verdadero” frente a “desviaciones” o “deformaciones” de todo tipo.
¿Es el marxismo una ciencia?
El marxismo no es de suyo una ciencia, ni menos una disciplina social, a pesar de la existencia de una profunda matriz ilustrada en el marxismo del siglo XX, impulsada por la dogmatización que el propio marxismo necesitó para extenderse de manera masiva y homogénea en un mundo industrializado. Hay, en la historia del marxismo, un discurso cientificista, en el que se dice que el marxismo es científico, que hay comunismo científico, que hay socialismo científico. Sin embargo, tanto las características conceptuales como históricas difieren en un sentido muy profundo con el concepto y la historia de la ciencia, y en particular, de las disciplinas sociales.
No es posible asimilar al marxismo a la ciencia en general, pero tampoco a las ciencias sociales como disciplinas, hay en la obra de Marx una serie de elementos que muestran su honda trascendencia sobre la racionalidad científica moderna, una forma ejemplar de entender esto es comparar la economía marxista con la economía burguesa. En la economía burguesa (en buenas cuentas científica) se asume como principio una estabilidad, una quietud permanente (competencia de agentes económicos en un contexto de igualdad de condiciones) frente a la cual aparecen elementos externos que luego son incorporados, como tales, a la teoría, las crisis económicas son entendidas como efectos de situaciones externas, como catástrofes naturales (inundaciones, sequías, terremotos), o simplemente como efectos de la subjetividad humana (temor de los inversionistas, conflictos militares, errores administrativos, etc.). En la economía marxista, en cambio, las crisis son un elemento inicial, el capitalismo es inestable de suyo y sus crisis no son coyunturales, son sistemáticas.
Mientras la economía científica se articula en torno a la idea de precio, y se desarrolla teóricamente en función de la necesidad de resultados técnicos y administrativos, el marxismo se articula en torno a la idea de valor de cambio, a diferencia del precio, que es un concepto local, que depende de un momento particular y que gira en torno a agentes individuales y particulares, valor de cambio es un concepto profundamente histórico en el que hay sujetos históricos, en que la historia misma no es un dato secundario, optativo y exterior, entendido como mero transcurso de tiempo. Al contrario de la economía científica que depende de la contingencia de un momento y un lugar empíricamente constatables, en el análisis marxista, las clases sociales y la lucha de clases son visualizables de manera plena solo a lo largo de un periodo histórico y solo en virtud del modo de apropiación que diferentes sujetos sociales tienen respecto del producto social.
Pero la economía científica opera dentro de la racionalidad científica moderna, que al igual que las ciencias duras o las ciencias sociales, entienden al todo como una colección de cosas que existe en un estado de permanente quietud, cosas anteriores y exteriores a las relaciones que en realidad las fundan como tales, cosas anteriores y exteriores a los sujetos.
Pero además, nunca hay consecuencias epistemológicas que no se sigan de actitudes o necesidades políticas, es perfectamente razonable que un científico opte por hacer ciencia en virtud de las necesidades técnicas de las empresas o del gran capital1, es perfectamente razonable que efectos epistemológicos, por muy mediocres que sean, se sigan de necesidades políticas efectivas. El marxismo como método de análisis contiene dos cuestiones que pueden ser diferenciables en determinado plano plano; que en su concepto no solo trasciende la racionalidad científica moderna, si no que su contenido teórico se sigue de una voluntad política radical, el marxismo es ante todo, una voluntad revolucionaria, no una mera teoría de la que se siguen consecuencias políticas, al contrario, es una voluntad política que se ha dado, a si misma, una teoría para operar ante la realidad. El marxismo no es una herramienta para “ver” el mundo, es una herramienta para “hacer” el mundo, para operar sobre el.
Sobre la idea de comunismo
Alguna vez, hace mucho tiempo, los cristianos predicaron la “buena nueva”, la “buena nueva” consistía en que el Dios cristiano, que había venido a la tierra en la forma de un carpintero y que había sido perseguido y crucificado por andar hablando cosas raras, había resucitado en la “Ecclesia”, es decir en la comunidad cristiana. Como todos saben, con el tiempo, el cristianismo se expandió por Europa y duró mucho tiempo. Se llama comunismo, en su versión medieval, a la idea de propiedad comunal de los bienes, predicada por los cristianos primitivos, esta idea de comunismo recorrió toda la historia marginal europea durante la época medieval, sirviendo como fundamento religioso y político, por ejemplo, para grandes revoluciones campesinas hacia 1520 d.c.2 La idea medieval de comunismo tuvo un fuerte impacto entre la intelectualidad europea, en particular, en la alemana. Moses Hess fue uno de los últimos intelectuales predicadores de la propiedad comunal de los bienes en -el sentido medieval-, Marx, amigo cercano de Hess, pensó que la idea de la propiedad comunal de Hess calzaba muy bien en el mapa de sus propias formulaciones teóricas, la idea moderna de comunismo, la idea que ha primado durante los últimos 200 años, no solo estuvo profundamente impregnada del laicismo humanista de Marx, si no, por sobre todo, por que se especificaba la propiedad común de los medios de producción. Con el tiempo, la idea de propiedad comunal de los medios de producción fue apropiada por el movimiento obrero y por el marxismo, y usada como consigna político-teórica fundamental.
La idea de comunismo, en principio, no tiene por que corresponder a un tipo de administración política en que un Estado de derecho centralizado posee la propiedad y el control de las empresas industriales, al estilo de la Unión Soviética, o en general, al estilo de los “socialismos reales”, en primer lugar, por que esa idea es muy posterior, fue promulgada por un economista italiano llamado Enrico Barone en 1908 y solo comenzó a ser aplicada a comienzos de la primera guerra mundial, y en segundo lugar, por que no hay razones para pensar que los medios de producción y la división social del trabajo tengan que estar obligatoriamente bajo el control social cristalizado en un Estado de derecho clásico. La lucha por el control de Estado no es el fin de una revolución socialista, es solo el comienzo.
Ese hacer el mundo, contenido en la voluntad comunista, es precisamente el contenido que anima al marxismo que, ante todo, es ante todo una voluntad revolucionaria, una voluntad que tiene como centro fundamental, la idea de que solo un cambio radical en la realidad establecida puede alejarnos de la violencia estructural, de la infelicidad cosificada, de la explotación histórica, del dominio de clase, de la mediocridad permanente, y acercarnos a un horizonte en que la vida humana no sea sino abundancia de humanidad, un horizonte en el que la injusticia y la desigualdad no estén cosificadas en la historia, un horizonte en que la felicidad sea trazable en términos puramente íntersubjetivos y que no dependa de instituciones cosificadas y alienantes, un horizonte en que el producto social este administrado de manera absoluta por los que lo producen, no por burgueses o burócratas, un horizonte en que cada uno pueda desarrollar su humanidad en virtud de la sociedad que lo produce, una sociedad de entes libres, que se han enterado que hacen toda la historia. Esa sociedad es el comunismo, alejados ya de las derrotas pasadas, enterradas como mera nota pie de pagina en una la historia y un pasado que no necesitamos, el comunismo es puro futuro, contenido puro que debe ser llenado por nuestra voluntad. Por sobre la realidad mínima del pasado, por sobre las derrotas insignificantes, comunismo es la sociedad en que no hay explotación, en que la valorización de un sujeto no depende de la desvalorización cosificada de otro sujeto, en que la cosificación esta situada en la historia, y depende plenamente de la voluntad humana.
* Referencias: La mayor parte del contenido de este articulo corresponden a las ideas del profesor Carlos Pérez Soto, que se pueden encontrar en sus libros, todos disponibles en internet, en particular en “Para una crítica del poder burocrático. Comunistas otra vez”. LOM Ediciones, Santiago, 2001; “Sobre un concepto histórico de Ciencia. De la epistemología actual a la Dialéctica”. LOM Ediciones, Santiago, 2008; “Desde Hegel. Para una critica radical de las ciencias sociales”, Mexico, 2001; y “Proposición de un marxismo hegeliano”. Editorial ARCIS, Santiago. Y de manera más especifica, en otros artículos publicados bajo Ediciones Clinamen, que ha publicado textos del profesor bajo la iniciativa de Copyleft y de Creative Commos. Es posible además encontrar muchas otras de las ideas expuestas aquí en las cátedras que realiza en distintas universidades.
Notas:
1 Si, la elección que un individuo hace respecto de la totalidad que es el capitalismo es perfectamente racional, los marxistas no necesitamos argumentos éticos para criticar al capitalismo, se puede hacer política con criticas morales, pero no se puede fundamentar la política a partir de una ética, eso se lo podemos al Hogar de Cristo.
2Ver, por ejemplo, las revueltas campesinas en la Alemania medieval, impulsadas por Thomas Muntzer.
En las universidades, con el tiempo, los ex marxistas desilusionados, caían ruidosamente en el pos-estructuralismo y en posmodernismo, las universidades se llenaban de derrideanos, foucaultianos y nietzcheanos.
Pero es hoy en Chile, en este caos de ebullición social, impulsado por miles y miles de estudiantes, en que la izquierda a crecido (para todos lados), en las universidades, los estudiantes más críticos optan por ser marxistas, los partidos políticos y los colectivos y organizaciones marxistas han crecido abundantemente y cada día su actividad política es cada vez más visible. Es por eso mismo que creo necesario hoy, más que nunca, revisar la idea de marxismo, y de su profunda concordancia con un horizonte comunista.
La opinión general sobre este hecho es que el abandono de la idea de comunismo se debe en primer lugar, a la gran desilusión que provocaron los “socialismo reales”, con sus glorias y atrocidades, pareciera ser que el compromiso político, lo que se pone en riesgo al decirse comunista, es demasiado grande. Pero ese es el problema de los inteligentes que solo piensan en términos de lo real, para los revolucionarios en cambio, lo real nunca debe estar por sobre lo posible, lo posible es siempre más importante que lo que de hecho ocurre u ocurrió, pensar en términos de lo posible es propio de los revolucionarios. Y lo posible es que el comunismo, una sociedad en que no hay luchas de clases, en que la opresión, la explotación y el sufrimiento no están contenidas en instituciones cosificadas, es absolutamente posible, por sobre, e incluso por fuera de los fracasos pasados. Pero en segundo lugar, la dificultad de los marxistas para decirse comunistas, radica que se asume una idea profundamente ilustrada de marxismo, se asume al marxismo como una suerte de método o de ciencia, se asume la diferencia weberiana entre ciencia y política.
Pero creo, por otro, que la tendencia a renegar de un horizonte político como lo es el comunismo, responde a la existencia de una profunda desconfianza en los órganos partidarios clásicos, y de una consecuente confusión entre estos y la idea general de comunismo. Los saltos tecnológicos en la producción, por otro lado, tuvieron un correlato en todos los momentos de la vida social, en un mundo pos-fordista, en que ya no es necesaria la homogeneidad generalizada para ejercer el poder y el dominio, han ido apareciendo diversas formas de heterogeneidad cultural, una heterogeneidad controlada y estimulada por el control, ahora en red, de los grandes bloques hegemónicos. Cualquier otredad que amenace con operar política, cultural o económicamente por fuera de los margenes establecidos, es rápidamente oprimido.
Estos hechos han permitido que la intelectualidad, en particular la que se dedica a las ciencias sociales, se refugie en una idea profundamente ilustrada de marxismo, en la que el marxismo aparece como una suerte de ciencia verdadera, marco teórico o como mero método. Esta idea ilustrada ve al marxismo como mera opción teórica de la cual se sigue un cierto activismo político radical, lleva a imaginar a los marxistas solo como científicos (como Gramsci, Lukacs o Mariategui) o como vanguardia que dirige las masas populares. Al intelectual marxista le cuesta imaginar que el obrero italiano o el campesino nicaragüense también era marxista. Para los intelectuales, para los ilustrados, es necesario haber leído “El Capital” para ser marxista, una cuestión bastante difícil si consideramos que la mayor parte de los marxistas del siglo XIX y XX apenas sabia leer y escribir.
Esta postura ilustrada en los cientistas sociales lleva a evitar los espacios más problemáticos en los que por ejemplo, Stalin o el Mariscal Tito aparecen como meros políticos, “no eran verdaderos marxistas”, “eran burócratas que deformaron el marxismo”. Lleva a pesar un “marxismo verdadero” frente a “desviaciones” o “deformaciones” de todo tipo.
¿Es el marxismo una ciencia?
El marxismo no es de suyo una ciencia, ni menos una disciplina social, a pesar de la existencia de una profunda matriz ilustrada en el marxismo del siglo XX, impulsada por la dogmatización que el propio marxismo necesitó para extenderse de manera masiva y homogénea en un mundo industrializado. Hay, en la historia del marxismo, un discurso cientificista, en el que se dice que el marxismo es científico, que hay comunismo científico, que hay socialismo científico. Sin embargo, tanto las características conceptuales como históricas difieren en un sentido muy profundo con el concepto y la historia de la ciencia, y en particular, de las disciplinas sociales.
No es posible asimilar al marxismo a la ciencia en general, pero tampoco a las ciencias sociales como disciplinas, hay en la obra de Marx una serie de elementos que muestran su honda trascendencia sobre la racionalidad científica moderna, una forma ejemplar de entender esto es comparar la economía marxista con la economía burguesa. En la economía burguesa (en buenas cuentas científica) se asume como principio una estabilidad, una quietud permanente (competencia de agentes económicos en un contexto de igualdad de condiciones) frente a la cual aparecen elementos externos que luego son incorporados, como tales, a la teoría, las crisis económicas son entendidas como efectos de situaciones externas, como catástrofes naturales (inundaciones, sequías, terremotos), o simplemente como efectos de la subjetividad humana (temor de los inversionistas, conflictos militares, errores administrativos, etc.). En la economía marxista, en cambio, las crisis son un elemento inicial, el capitalismo es inestable de suyo y sus crisis no son coyunturales, son sistemáticas.
Mientras la economía científica se articula en torno a la idea de precio, y se desarrolla teóricamente en función de la necesidad de resultados técnicos y administrativos, el marxismo se articula en torno a la idea de valor de cambio, a diferencia del precio, que es un concepto local, que depende de un momento particular y que gira en torno a agentes individuales y particulares, valor de cambio es un concepto profundamente histórico en el que hay sujetos históricos, en que la historia misma no es un dato secundario, optativo y exterior, entendido como mero transcurso de tiempo. Al contrario de la economía científica que depende de la contingencia de un momento y un lugar empíricamente constatables, en el análisis marxista, las clases sociales y la lucha de clases son visualizables de manera plena solo a lo largo de un periodo histórico y solo en virtud del modo de apropiación que diferentes sujetos sociales tienen respecto del producto social.
Pero la economía científica opera dentro de la racionalidad científica moderna, que al igual que las ciencias duras o las ciencias sociales, entienden al todo como una colección de cosas que existe en un estado de permanente quietud, cosas anteriores y exteriores a las relaciones que en realidad las fundan como tales, cosas anteriores y exteriores a los sujetos.
Pero además, nunca hay consecuencias epistemológicas que no se sigan de actitudes o necesidades políticas, es perfectamente razonable que un científico opte por hacer ciencia en virtud de las necesidades técnicas de las empresas o del gran capital1, es perfectamente razonable que efectos epistemológicos, por muy mediocres que sean, se sigan de necesidades políticas efectivas. El marxismo como método de análisis contiene dos cuestiones que pueden ser diferenciables en determinado plano plano; que en su concepto no solo trasciende la racionalidad científica moderna, si no que su contenido teórico se sigue de una voluntad política radical, el marxismo es ante todo, una voluntad revolucionaria, no una mera teoría de la que se siguen consecuencias políticas, al contrario, es una voluntad política que se ha dado, a si misma, una teoría para operar ante la realidad. El marxismo no es una herramienta para “ver” el mundo, es una herramienta para “hacer” el mundo, para operar sobre el.
Sobre la idea de comunismo
Alguna vez, hace mucho tiempo, los cristianos predicaron la “buena nueva”, la “buena nueva” consistía en que el Dios cristiano, que había venido a la tierra en la forma de un carpintero y que había sido perseguido y crucificado por andar hablando cosas raras, había resucitado en la “Ecclesia”, es decir en la comunidad cristiana. Como todos saben, con el tiempo, el cristianismo se expandió por Europa y duró mucho tiempo. Se llama comunismo, en su versión medieval, a la idea de propiedad comunal de los bienes, predicada por los cristianos primitivos, esta idea de comunismo recorrió toda la historia marginal europea durante la época medieval, sirviendo como fundamento religioso y político, por ejemplo, para grandes revoluciones campesinas hacia 1520 d.c.2 La idea medieval de comunismo tuvo un fuerte impacto entre la intelectualidad europea, en particular, en la alemana. Moses Hess fue uno de los últimos intelectuales predicadores de la propiedad comunal de los bienes en -el sentido medieval-, Marx, amigo cercano de Hess, pensó que la idea de la propiedad comunal de Hess calzaba muy bien en el mapa de sus propias formulaciones teóricas, la idea moderna de comunismo, la idea que ha primado durante los últimos 200 años, no solo estuvo profundamente impregnada del laicismo humanista de Marx, si no, por sobre todo, por que se especificaba la propiedad común de los medios de producción. Con el tiempo, la idea de propiedad comunal de los medios de producción fue apropiada por el movimiento obrero y por el marxismo, y usada como consigna político-teórica fundamental.
La idea de comunismo, en principio, no tiene por que corresponder a un tipo de administración política en que un Estado de derecho centralizado posee la propiedad y el control de las empresas industriales, al estilo de la Unión Soviética, o en general, al estilo de los “socialismos reales”, en primer lugar, por que esa idea es muy posterior, fue promulgada por un economista italiano llamado Enrico Barone en 1908 y solo comenzó a ser aplicada a comienzos de la primera guerra mundial, y en segundo lugar, por que no hay razones para pensar que los medios de producción y la división social del trabajo tengan que estar obligatoriamente bajo el control social cristalizado en un Estado de derecho clásico. La lucha por el control de Estado no es el fin de una revolución socialista, es solo el comienzo.
Ese hacer el mundo, contenido en la voluntad comunista, es precisamente el contenido que anima al marxismo que, ante todo, es ante todo una voluntad revolucionaria, una voluntad que tiene como centro fundamental, la idea de que solo un cambio radical en la realidad establecida puede alejarnos de la violencia estructural, de la infelicidad cosificada, de la explotación histórica, del dominio de clase, de la mediocridad permanente, y acercarnos a un horizonte en que la vida humana no sea sino abundancia de humanidad, un horizonte en el que la injusticia y la desigualdad no estén cosificadas en la historia, un horizonte en que la felicidad sea trazable en términos puramente íntersubjetivos y que no dependa de instituciones cosificadas y alienantes, un horizonte en que el producto social este administrado de manera absoluta por los que lo producen, no por burgueses o burócratas, un horizonte en que cada uno pueda desarrollar su humanidad en virtud de la sociedad que lo produce, una sociedad de entes libres, que se han enterado que hacen toda la historia. Esa sociedad es el comunismo, alejados ya de las derrotas pasadas, enterradas como mera nota pie de pagina en una la historia y un pasado que no necesitamos, el comunismo es puro futuro, contenido puro que debe ser llenado por nuestra voluntad. Por sobre la realidad mínima del pasado, por sobre las derrotas insignificantes, comunismo es la sociedad en que no hay explotación, en que la valorización de un sujeto no depende de la desvalorización cosificada de otro sujeto, en que la cosificación esta situada en la historia, y depende plenamente de la voluntad humana.
* Referencias: La mayor parte del contenido de este articulo corresponden a las ideas del profesor Carlos Pérez Soto, que se pueden encontrar en sus libros, todos disponibles en internet, en particular en “Para una crítica del poder burocrático. Comunistas otra vez”. LOM Ediciones, Santiago, 2001; “Sobre un concepto histórico de Ciencia. De la epistemología actual a la Dialéctica”. LOM Ediciones, Santiago, 2008; “Desde Hegel. Para una critica radical de las ciencias sociales”, Mexico, 2001; y “Proposición de un marxismo hegeliano”. Editorial ARCIS, Santiago. Y de manera más especifica, en otros artículos publicados bajo Ediciones Clinamen, que ha publicado textos del profesor bajo la iniciativa de Copyleft y de Creative Commos. Es posible además encontrar muchas otras de las ideas expuestas aquí en las cátedras que realiza en distintas universidades.
Notas:
1 Si, la elección que un individuo hace respecto de la totalidad que es el capitalismo es perfectamente racional, los marxistas no necesitamos argumentos éticos para criticar al capitalismo, se puede hacer política con criticas morales, pero no se puede fundamentar la política a partir de una ética, eso se lo podemos al Hogar de Cristo.
2Ver, por ejemplo, las revueltas campesinas en la Alemania medieval, impulsadas por Thomas Muntzer.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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