Cuando se detuvo la ola de represión desatada por el gobierno, ante la emergencia nacional provocada por la incursión guerrillera, el escenario de la oposición al régimen de Balaguer empezaría a moverse en forma dramática.
Los sucesos ocurridos desde los días de playa Caracoles habían separado ya, total y definitivamente, a los dos principales líderes del PRD, profesor y discípulo, Bosch y Peña Gómez, enfrentados en pos de la razón histórica. El primero aferrado a una posición de principios frente a los grupos oligárquicos locales y los agentes del imperialismo o pentagonismo como prefería llamarle Bosch; y el segundo, abriendo cauce a la conciliación con la derecha oligárquica y procurándose vías de acercamiento con los sectores "liberales" de Washington, quienes en más de una ocasión ya le habían propuesto desde hacía tiempo la posibilidad de un rompimiento con Bosch, para salvar al PRD del radicalismo de izquierda hacia donde, supuestamente, lo llevarían sus peligrosas teorías políticas.
Con el frente democrático de oposición totalmente dividido a inicios del año 1974, el doctor Balaguer tenía abierto de par en par el camino hacia su segunda reelección para los comicios del 16 de mayo de ese mismo año. El Bloque de la Dignidad Nacional que encabezaba Bosch con su recién fundado PLD y un pequeño grupo de partidos de izquierda se desmoronó al primer asomo de contradicción entre los aliados. Por su parte, el Acuerdo de Santiago, encabezado por el PRD en alianza con pequeños partidos conservadores y de la izquierda radical, se empecinaba en llevar hasta las urnas la lucha electoral. Al final tuvieron también que tocar el clarín de retirada ante la brutal ofensiva del gobierno, que sacó a las calles a los militares en actitud intimidatoria y con trapos "colorao" en las bayonetas de sus fusiles.
Para finales de la década de los 70 el escenario político internacional estaba cambiando. En 1977 fue la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca en Washington, con su política de los derechos humanos y sus esfuerzos de concertación de la política internacional de Estados Unidos en el marco de la llamada Comisión Trilateral que incluía a Europa y Asia.
Independientemente de estos elementos coyunturales de carácter exógeno, sabiamente aprovechados por la ductilidad y pragmatismo político de Peña Gómez al frente del PRD, lo cierto es que a partir de aquel momento ya no sería posible ni para Bosch ni para los demás partidos de izquierda sustraerse del escenario electoral sin ofrecer a cambio una salida alterna viable y visible en el horizonte político nacional. El precio de mantener una línea electoral abstencionista hubiera podido significar la extinción gradual del partido que la sustentara.
Fue así como durante la campaña para las elecciones de 1978 Bosch condujo al PLD, estando aún en su fase de construcción, hacia un verdadero ejercicio de nado en contra corriente y supervivencia política en las condiciones más extremas. Solamente la fuerza y el carisma de su liderazgo, y en menor medida la entrega y capacidad de sacrificio de los militantes del partido, hizo posible llevar hasta el final la candidatura presidencial de Bosch, quien se anunciaba ante el electorado con la declaración insólita de que no le interesaba ganar las elecciones sino solamente aprovechar el escenario para difundir las ideas del partido.
Los resultados no pudieron ser más catastróficos. La enorme ola populista sobre la que navegaba el PRD desde 1974 arrastró tras de sí todo el sentimiento anti-balaguerista represado en el pueblo durante 12 años. Todo el arco iris de partidos de izquierda, y aun los núcleos oligárquicos organizados en la extrema derecha, se sumaron a una avalancha de votos que eliminó toda posibilidad continuista de Balaguer y dejó al PLD y a Juan Bosch reducidos a la más mínima expresión electoral.
El hombre que en las elecciones presidenciales de 1962 había logrado un 60 por ciento de los votos y que en 1966, en un proceso electoral adulterado, había alcanzado casi medio millón de sufragios, ahora recibía solo 18 mil votos en medio de la burla y el agravio de sus adversarios. Aun así, no habían podido doblegar el espíritu de lucha en sus partidarios ni la moral a toda prueba del líder.
La propuesta de Bosch de un acuerdo de unidad nacional para sortear la crisis post-electoral de 1978 – que no de "un gobierno de unidad nacional" como se le antoja decir a los detractores - solo buscaba sacar del juego político a los intereses foráneos, de los cuales había hecho depender Peña Gómez el ascenso al poder del PRD, y con los cuales Bosch se había mostrado intransigente en todo momento.
La enconada oposición de Bosch al PRD gobernante estuvo fundamentada, demás, en la certeza de los males que acarrearía para el país el populismo revestido de socialdemocracia. Es más, en la fase final del gobierno de Antonio Guzmán, en vísperas de las elecciones de 1982 y durante el mitin de cierre de campaña del PLD, Bosch se atrevió a profetizar que si el pueblo dominicano cometía el error de volver a votar por el PRD y elegía a Salvador Jorge Blanco presidente de la República, debería también prepararse para llorar lágrimas de sangre.
Los hechos acaecidos en el país en los meses y años subsiguientes terminarían por darle la razón a Bosch en forma dramática y, por cierto, también muy trágica.
En un próximo artículo finalizaremos esta serie abordando los hechos que marcaron el colofón de la carrera política del profesor Bosch.
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