La guerra de la restauración vista por Juan Bosch
Oleo del General de división Gregorio Luperon pintado por el pintor de la patria, Miguel Nunez |
Después de meses de “lobismo”, Pedro Santana y un círculo muy reducido de sus funcionarios echaron a andar el proyecto de la anexión del país a España, que no era otra cosa que la destrucción del Estado nacional creado en 1844 y la conversión del país en una extensión del Estado español.
La Anexión se produce el 18 de marzo de 1861. La única manifestación de oposición que recibió tan deleznable acción se presentó de manera espontánea en San Francisco de Macorís, el 23 de marzo, cinco días después de haber sido proclamada la disolución del Estado dominicano en la capital del país. Habrá que esperar hasta el 2 de mayo, 40 días después, para que se produzca la primera manifestación organizada y armada. El escenario de esta protesta fue Moca, donde se proclamó la independencia. Este movimiento duró apenas algunas horas porque en la noche los anexionistas recuperaron la comandancia de Moca e hicieron presos a los líderes de la protesta, que estaban encabezados por el coronel José Contreras.
Se sabe que Matías Ramón Mella había planeado un levantamiento para evitar la anexión, “pero fue expulsado del país a pesar de lo cual trató de impedir que la plaza de Puerto Plata aceptara el traspaso del país a España; y Francisco del Rosario Sánchez había comenzado a organizar la resistencia a los planes hateros desde que había recibido en su lugar de exilio —la isla de Santomas— la noticia de que estaba en marcha un plan para hacer de la República una provincia de España” (obra citada, dc). Sánchez entró por Haití. Sin embargo, los anexionistas no se quedaron de brazos cruzados. El capitán general de Cuba le ordenó al almirante Ruvalcaba dirigirse a Santo Domingo y desde aquí ir con una escuadra naval y en compañía de Pedro Santana a Puerto Príncipe, capital de Haití, “para exigirle al gobierno haitiano retirar su apoyo a las fuerzas que dirigía Sánchez”, acompañada de una indemnización de 25 mil pesos. La suerte de Sánchez y su gente quedó sellada con lo logrado por Ruvalcaba. Sánchez fue fusilado con algunos de sus compañeros de lucha el 4 de julio de 1861.
Portada del libro Gregorio Luperon, padre de la segunda República de autoria Mayor General Jorge R. Zorrilla Ozuna |
Con la muerte de Sánchez y sus compañeros se impuso una paz que duró un año y siete meses, tiempo durante el cual no se produjo ninguna reacción contra la anexión. Decimos un año y siete meses porque a partir de febrero de 1863 se iniciaron lo que Bosch llama “una ola de agitación armada” que se extendería hasta el 16 de agosto glorioso.
En opinión del profesor Juan Bosch, los dominicanos que protestaron contra la anexión el 23 de marzo de 1861 en San Francisco de Macorís, lo que organizaron y participaron en el levantamiento de Moca el 2 de mayo de ese año, los aprestos de levantamiento encabezados por Mella y los que acompañaron a Sánchez en sus acciones en el Cercado fueron, todos, hechos organizados e impulsados por hombres de excepción, que son los que actúan motivados “por pasiones como el patriotismo y la sensibilidad social”.
En cambio, “lo que lleva a actuar políticamente a los hombres comunes, que forman la inmensa mayoría de la población en cualquier país, son sus condiciones materiales de existencia; a unos porque no aceptan que se las transformen en su perjuicio y a otros porque no se las cambian cuando ellos han esperado cambios favorables en esas condiciones materiales de existencia” (ob. cit. p. 56). Y de inmediato agrega Bosch:
“El rico o la persona acomodada se revuelve como una fiera si se le despoja de sus bienes; el obrero está siempre dispuesto a irse a una huelga para conseguir mejores salarios, y los bajos pequeños burgueses, sobre todo los bajos pobres y los muy pobres, son capaces de lanzarse a las acciones más violentas cuando hallan cerrados todos los caminos que puedan conducir a la solución de sus problemas materiales inmediatos”.
Por eso tiene razón el profesor Juan Bosch cuando afirma que “las grandes mayorías del pueblo, que estaban compuestas por bajos pequeños burgueses, bajos pequeños burgueses pobres y bajos pequeños burgueses muy pobres, entre los que descollaban por su alto número los campesinos, aceptaron la Anexión con la misma naturalidad con que aceptaban la llegada de las lluvias de agosto. Para ellos, cuyas vidas no podían ser más monótonas —trabajo constante sin estímulo de ninguna clase, salvo cuando se trataba de cosecheros de tabaco que podían recibir a cambio de su hoja algún dinero destinado a comprar tela para hacerse ropa, machetes y cuchillos, alguna loza, hilo y agujas—, lo que significaba la Anexión era que España los sacaría (o podría sacarlos, dn) del estado de miseria general en que vivía el país…”
Don Juan llega a esas conclusiones sobre la base de un profundo estudio de la situación económica. Y es bueno decirlo porque, como siempre acontece, algunos podrían considerar que las cosas se les ocurren a los investigadores de la talla de Bosch como por arte de magia, y así, como por arte de magia, pretenden esos ocurrentes invalidar las tesis y conclusiones de estos. Bosch analizó numerosas estadísticas sobre la situación económica de los años 1850-1865 así como testimonios de intelectuales de la época. Por ejemplo, Bosch cita a Alejandro Ángulo Guridi, a quien ya había citado en “Composición social dominicana”, en la parte en que Guridi afirma:
“Yo llegué (a la capital, el paréntesis es de Juan Bosch) en septiembre de 1852, y voy a decir en pocas palabras el aspecto que ofrecía… las calles llenas de surcos, cubiertas de yerbas, muchas, muchísimas casas en ruinas… había muchísimas casas, la mayor parte con gran ausencia de aseo en sus puertas, pisos y paredes; con algunos taburetes viejos, y una o dos hamacas en las salas, habitadas por familias pobrísimas… De esas, gran número ofrecían a la vista del transeúnte el cuadro de un comercio humildísimo, efecto de la haraganería consistiendo en un reducido número de frutos del país, y algunas bagatelas colocadas unas en el suelo y otras en una tabla que descansaba sobre dos barriles, todo ello cerca de la puerta de la calle”.
Como puede verse, ocho años y seis meses antes de la Anexión la situación del país era muy mala. Y de muy mala pasó luego a peor. En primer lugar porque ni Pedro Santana ni Buenaventura Báez hicieron nada para mejorarla; por el contrario, la empeoraron. Por ahora solo mencionaremos la desacertada política monetaria de Báez, quien en 1857 puso en circulación “una cantidad tan alta de papeletas que de 60 y 70 por peso oro fuerte que valían pasaron a 3 mil y 4 mil, y cuando los comerciantes compradores de tabaco vinieron a darse cuenta, en vez de pesos fuertes o tabaco lo que tenían en las manos eran montones de papeletas que no valían nada, mientras que con una parte del oro y la plata que había recibido a cambio de esas papeletas el gobierno se había quedado, a través de intermediarios de su confianza, con el producto más valioso del país por esos años, que era el tabaco…” (ob cit p 18, dc).
Sin la participación en masa de la baja pequeña burguesía, en los sectores que la integran, a saber, la baja propiamente dicho, la baja pobre y la baja muy pobre, era imposible que los dominicanos de excepción pudieran iniciar y desarrollar con éxito, y en la forma aplastante en que lo hicieron, la Guerra de la Restauración.
¿Qué pasó en esos casi 19 meses que mediaron entre la muerte de Sánchez el 4 de julio de 1861 y el inicio de febrero de 1863?
Lo ha adivinado. Aunque parezca imposible, la situación económica del país empeoró con nuevos ingredientes como el prejuicio racial con que las autoridades española trataban a oficiales dominicanos negros, la irritación causada por el privilegio con que los oficiales españoles cobraban sus sueldos puntualmente y el atraso con que los recibían muchos oficiales dominicanos, porque otros ni siquiera los recibían tarde; también la demora en el pago de víveres y alquileres de casas a los funcionarios del gobierno. Además, la situación económica se vio agravada por la Guerra civil o de Secesión de Estados Unidos, que se desarrollaba desde abril de 1861. La parálisis que la guerra produjo en la economía de Estados Unidos afectó el comercio que sostenía con nuestro país.
En esa situación, de por sí muy mala, España empeoró nuestra economía porque tomó medidas que afectaron nuestro comercio. De esas medidas habla el agente comercial de los Estados Unidos, Jonathan Elliott, en una carta dirigida a su gobierno, de la que da cuenta el historiador Jaime de Jesús Domínguez, en “La Anexión de la República Dominicana a España”, páginas 246-247, de la que se hace eco don Juan en la obra que venimos comentando. ¿Qué le dice Elliott a su gobierno? Que los “Barcos españoles pagaban 62 y medio centavos por tonelada americana; los barcos extranjeros pagan 1 peso por tonelada. Todos los productos extranjeros, o manufacturas, en barcos extranjeros pagan un derecho máximo de un 30 por ciento. Los mismos productos en barcos españoles pagan un 6 por ciento menos. Productos españoles, o manufacturas, en barcos españoles, pagan un derecho de un 9 por ciento. Los mismos productos en barcos americanos o extranjeros, de un 21 y medio por ciento”.
Pero no solo eso; también se crearon impuestos, como el de 4% sobre los alquileres anuales de propiedades urbanas en el municipio de la capital, y al parecer en otros. Otra media que causó disgusto a los dominicanos fue la de imponer a los habitantes la obligación de prestar a las tropas el servicio de bagajes siempre que tuvieran que marchar de un sitio a otro y la de dar alojamiento a los oficiales. El servicio de bagaje consistía en cargar los equipos de los militares.
Si a todo eso le sumamos medidas como las de perseguir a los masones, prohibir los ritos protestantes, que conforme informa Bosch “estaban muy extendidos en los lugares donde se establecieron inmigraciones de antiguos esclavos norteamericanos traídos al país en tiempos de la ocupación haitiana, como Samaná y Puerto Plata”. Además, los españoles pretendieron “imponer el matrimonio según los rigores de la Iglesia católica en un país donde eran muy pocas las personas que se casaban y esas pocas lo hacían casi siempre por lo civil”. Pero ni la Iglesia se escapó del disgusto. Sobre la base de cita de José de la Gándara, autor de “Anexión y Guerra de Santo Domingo”, don Juan dice que el clero dominicano cobraba sus servicios como le fuera posible, pero el gobierno español le impuso “una dotación fija”, dando a los curas 250 pesetas mensuales, unos 50 pesos, según Bosch, con lo que de fervorosos partidarios de España, los curas dominicanos se convirtieron en ardientes enemigos de España, conforme opinión de De la Gándara.
Lo dicho hasta ahora es suficiente para hacernos una idea del grado de desilusión que experimentaron todos los sectores sociales que se habían ilusionado, o se habían dejado ilusionar, con la idea de que su situación iba a cambiar para mejor con la Anexión a España. La Iglesia, los pequeños burgueses en sus niveles bajos, partidarios de Báez; los comerciantes, los militares dominicanos que servían a España, discriminados por su color y peor pagado que sus iguales españoles; los hateros, seguidores de Santana; casi todos tenían motivo para estar contra España a la altura de los inicios del año 1863. Y no podía acontecer cosa diferente, pues con sus medidas las autoridades españolas habían logrado lo que nadie estaba en condiciones de lograr: la unificación contra España de los baecistas y los santanistas en apenas casi dos años y medio.
Hemos dicho “casi todos” en relación con los integrantes de los sectores sociales mencionados porque como muy bien dice Juan Bosch en ningún movimiento político y social las clases sociales ni los sectores sociales actúan en bloque. Siempre hay algunos de sus integrantes que se apartan del movimiento general de su clase o sector social. Eso pasó en la Guerra Restauradora. Pero sin la participación de la inmensa mayoría de cada grupo social del lado de los restauradores ese movimiento no hubiera tenido el desarrollo aplastante y el desenlace que tuvo.
Lo que mejor demuestra lo que acabamos de decir es el hecho de que la Guerra arranca el 16 de agosto de 1863 y seis días después, es decir el 22 de agosto, caían en mano de las fuerzas restauradoras Guayubín, Dajabón, Monte Cristi, Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez); el 28 caían en poder de los restauradores el ayuntamiento y el cuartel de Puerto Plata, La Vega, San Francisco de Macorís, Cotuí; el 30, Moca, y Gaspar Polanco llevaba a Santiago mil hombres con los que iba a librar ese mismo día la batalla conocida con el nombre de esa ciudad (Juan Bosch, obra citada, p 9). Era un ciclón revolucionario el que se había desatado. Y no podía ser de otro modo, porque, como lo afirma don Juan con sobrada razón: “La guerra de la Restauración brotó de las entrañas del pueblo dominicano con el vigor de un torrente impetuoso que se llevaba por delante todo lo que se le interponía”.
Ese torrente fue el que se desató, por las causas, entre otras, que hemos mencionado, un día como el 16 de este mes, pero del año 1863, cuando se dio el célebre grito de Capotillo, el que todavía retumba en los oídos de los dominicanos y dominicanas amantes de su pueblo.
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