MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

viernes, 3 de octubre de 2014

Juan Bosch: La verdad sobre la historia de la República Democrática de Corea


La historia escrita de Corea tiene miles de años, de manera que la lengua de sus pobladores es vieja. En esa lengua, que ya se hablaba cuando todavía no se había formado Roma, Corea se llama “el país de los amaneceres luminosos”. Hubiera podido llamarse también “el país de la gente que sonríe”, porque el coreano reacciona ante cualquier estímulo con una sonrisa franca; pero yo recordaré siempre a Corea como “el país de los niños alegres”. Kim Il Sung, el padre…. de la patria, dijo una frase que es a la vez profunda y conmovedora; dijo: “En Corea, el niño es ley”. Tómese esa frase por dondequiera y como quiera, y el resultado será siempre uno: El pueblo coreano está dedicado a sus niños; vive y muere, trabaja, lucha y crea por sus niños. De alguna manera, con esa extraña sensibilidad que tienen los niños en todas partes, los de Corea se dan cuenta de eso, porque donde ellos están —sea en la escuela, en las calles, en los parques—, sus risas y sus gritos de júbilo dan la impresión de una enorme pajarera colmada de cantos. En mis años, que no son pocos, jamás había visto nada igual.
Kim Il Sung sabía lo que decía al afirmar que en Corea el niño es ley, pues los países perduran en la medida en que sus ciudadanos los amen y los defiendan, y los niños de hoy serán los ciudadanos de mañana. El mismo Kim Il Sung era apenas algo más que un niño cuando a los trece años de edad comenzó a cumplir misiones de los grupos de patriotas que estaban luchando contra los japoneses —que habían ocupado el país en 1910—, y se hallaba en la flor de la vida cuando hacia 1932, acabando de cumplir los veinte años, inició la guerra de guerrillas por la liberación de Corea.
“¿Cuántos eran sus hombres en ese momento?”, le pregunté, entre cucharada y cucharada de una sabrosa sopa coreana que él mismo me servía con la naturalidad conque se comporta alguien con un hermano.
Kim Il Sung sonrió. Como todos sus compatriotas, es de sonrisa fácil y expresiva. Pero en esa ocasión la sonrisa del líder de Corea quería decir muchas cosas; quería decir, según me pareció: “Usted no va a creerlo”.
“Dieciocho”, dijo.
¿Y por qué no debía yo creerlo? ¿No se había quedado Fidel Castro con sólo doce seguidores poco después de haber desembarcado al pie de la Sierra Maestra? Fidel Castro había bajado de la Sierra, convertido en vencedor, a los dos años de haber subido a ella, y Kim Il Sung estuvo guerrilleando trece años, y los dos tomaron el poder al cumplir los treintidos. ¡Extraña similitud de destinos entre el líder de un viejo pueblo oriental y el de un pueblo nuevo del Caribe! Pero si el destino de Kim Il Sung y el de Fidel Castro se parecen, en cambio el de Corea y el de Cuba son distintos, porque a Corea le ha tocado ser uno de esos países a los que Norteamérica les ha aplicado la fórmula que ensayó con Colombia en Panamá, la de dividir las naciones y de cada una hacer dos: dos Coreas, dos Chinas, dos Vietnam. A lo mejor, en esa historia de país dedicado a dividir pueblos hallaron los negros norteamericanos la idea de dividir ellos a su vez a los Estados Unidos en una nación para los blancos y otra para los negros.

Corea quedó liberada en agosto de 1945 y el día 15 de ese mes fue proclamada república bajo un gobierno encabezado por el joven que había estado trece años dirigiendo las guerrillas antijaponesas, esto es, por el mismo Kim Il Sung de quien vengo hablando. Unas semanas después de establecida la república, los norteamericanos desembarcaban en el sur al mando de Douglas MacArthur, y éste proclamaba, con su conocida arrogancia: “… Todos los poderes del gobierno sobre el territorio de Corea, al sur del paralelo 38 de latitud Norte, y sobre el pueblo que lo habita, serán… ejercidos bajo mi autoridad”; y fue así como Corea, un país con más de tres mil años de historia escrita, quedó cercenado como un cuerpo al que le cortan la mitad.
Cinco años después de eso comenzó el ataque norteamericano contra Corea del Norte. Al cabo de tres años de guerra, todas las ciudades coreanas habían sido destruidas, o dicho con más propiedad, habían sido demolidas por los bombardeos yanquis. Dieciséis años después, ningún extranjero que visite el país verá las huellas de esa destrucción masiva, pues una por una, todas las ciudades han sido levantadas otra vez, y aun-que cualquiera se da cuenta de que son nuevas porque sus avenidas están trazadas y sus edificios concebidos según los conceptos característicos de la arquitectura más moderna, parece que tienen siglos de habitadas, porque a primera vista se nota que entre sus habitantes y ellas hay esa coherencia y esa intimidad que son propias de las ciudades antiguas.
Debido a que en los años de la vida de Kim Il Sung su país pasó de colonia a república, y en la lucha para hacer ese cambio él fue durante trece años el líder de la resistencia patriótica; debido a que a causa de su papel como líder de la resistencia él pasó automáticamente a ser el jefe del primer gobierno libre de Corea; y dado que debido al ataque norteamericano las ciudades del país quedaron demolidas y fueron reconstruidas bajo ese gobierno del antiguo guerrillero, la historia de la república de Corea y su renacimiento se ha confundido con la de Kim Il Sung. Decir Corea del Norte es, pues, decir Kim Il Sung; o si se prefiere expresado al revés, Kim Il Sung es Corea del Norte. Mi impresión es que para los coreanos no hay diferencia alguna entre el país y su líder, y que ellos se imaginan a Kim Il Sung como una parte esencial de Corea y a Corea como una obra de Kim Il Sung.
Esa identidad entre líder y país es un fenómeno poco común en la historia humana, y gracias a ella el poder de Kim Il Sung va más allá del campo político y alcanza una calidad que no puede ser apreciada fácilmente; no es un poder que descansa en la autoridad, en el terror, en el carisma del líder, en los bienes que éste distribuye. Nada de eso. Es algo más profundo. Para el pueblo coreano, Corea y Kim Il Sung son una sola y misma cosa.
Ese hombre que es a la vez su pueblo se presenta de improviso en una escuela de párvulos, se sienta en un pupitre y comienza a hacer preguntas como otro escolar; o se va al campo y se pone a vivir en una cooperativa para ayudar a los campesinos en su trabajo. Héctor Aristy y yo estábamos alojados en una residencia que tiene el gobierno para sus huéspedes y se suponía que antes de irnos de Corea visitaríamos a Kim Il Sung, y sucedió lo contrario: una mañana Kim Il Sung se presentó en la residencia, comenzó a hablar conmigo y se quedó a comer con nosotros. Como yo estaba a su derecha en la mesa, él mismo me servía la comida. Iba vestido con la sencillez característica de los líderes socialistas de Asia: un traje simple, pantalón y chamarra negros, y una gorra de tela, de ésas que en Santo Domingo no usaría un campesino porque le parecería pobre. Lo que hablamos en más de tres horas de conversación fue mucho, variado y bueno, y me sorprendió lo bien informado que está acerca de América Latina y sus problemas. Pero también tiene a flor de labios las estadísticas de su país.
“En comparación con 1948, hasta 1967 la producción industrial de Corea había aumentado 22 veces, y la fabricación de maquinarias, 100 veces, a pesar de la guerra; en 1946, la proporción de la industria en el Producto Nacional Bruto era de 28 por ciento y en 1964 era de 75 por ciento; en 1965, la producción de tejidos había aumentado 195 veces en comparación con la de 1944; en ese año de 1944, la producción de tejidos per cápita era de 14 centímetros y en 1965, de 25 metros”.
Todo eso lo dijo de un tirón, a pesar de que las comparaciones son tan dispares en lo que se refiere a los años que es difícil retenerlas en la memoria. De todos modos, no era necesario que lo dijera, pues el que visita Corea del Norte se da cuenta inmediatamente de que es un país con un desarrollo económico vertiginoso. Los que conocen Alemania del Este dicen que es el país cuya economía crece más de prisa en el campo socialista. Yo no he estado en Alemania del Este, pero me asombraría que su ritmo de crecimiento superara al de Corea. Corea produce el 98 por ciento de lo que consume, desde maquinaria pesada hasta fósforos, y lo que consume es mucho a juzgar por el nivel en que vive el pueblo.
La totalidad de las familias usa electricidad. Por la vivienda se paga sólo 57 centavos por cada 100 pesos de salario, de manera que la persona que gane, digamos, 200 pesos, paga 1 peso y 14 centavos. Actualmente está construyéndose una casa para cada familia campesina, y ya hay 600 mil familias campesinas con casas nuevas. Todo lo que se refiere a medicinas, médico, hospital, operaciones y tratamiento es gratuito y según pude ver visitando hospitales, el servicio es como para tutumpotes de nuestro país. La cuarta parte de la población está estudiando en 9,260 establecimientos escolares y no hay un solo analfabeto; el teatro, el ballet y el circo —que es muy popular en el país— son de primera categoría; su cine y su televisión, excelentes.
Corea tiene que destinar una suma enorme al mantenimiento de sus fuerzas armadas, lo que se explica porque vive esperando de un día a otro el ataque norteamericano. A eso se debe que la parte más importante de su industria pesada —y según algunos, toda su industria de guerra— se halle bajo tierra, dotada además de hospitales, escuelas, viviendas, almacenes de provisiones y agua, luz eléctrica y hasta vías de comunicación subterráneas. Ya es un esfuerzo grande mantener un ejército en pie de guerra, pero estar preparado para la guerra nuclear es un esfuerzo extraordinario para cualquier país, cuanto más para uno pequeño que en quince años ha rehecho todas sus ciudades y todas sus industrias, y las ha multiplicado. Si Corea pudiera dedicar a su desarrollo todos los recursos que tiene que destinar a defenderse, sería el asombro del mundo. Para los partidarios del régimen socialista, ese poder de progreso será fruto del socialismo; para mí, al socialismo hay que sumar las condiciones naturales del pueblo coreano y la circunstancia de que cuenta con un líder —desde luego, socialista— que es a la vez resuelto y prudente; de una prudencia exquisita, al grado que en Corea no se ha impuesto a la fuerza ninguna medida socialista: todas han sido llevadas a la práctica después que han sido clara y metódicamente explicadas al pueblo y después que éste ha decidido aceptarlas. En cuanto al pueblo, es sobrio, disciplinado, trabajador, ardientemente patriota, y muy inteligente, y muy fino. De lo último da prendas abundantes su actitud ante la obra artística. El coreano es un artista nato.

Volviendo de Pammunjong —el punto donde se celebran desde hace años las conversaciones de paz— llegamos a media tarde a Kessong, y allí, en el Palacio de los Pioneros, se improvisó una fiesta de teatro infantil. Toda la vida recordaré aquellos diminutos artistas de 6 y 7 años; sus cantos, sus danzas, sus pequeñas piezas de teatro, y sobre todo el final del acto. Los niños coreanos no me dejaban salir. Me abrazaban, me besaban; cada uno de ellos era un surtidor de alegría. Yo tenía los ojos puestos en ellos, pero a quienes veía era a los niños de mi país.

jueves, 2 de octubre de 2014

Histórica comunicación de Napoleón a Fouche cancelandolo del Ministerio de Policía.

NAPOLE11Este texto es enviado por Napoleón a Fouché, para comunicarle su despido del Ministerio de Policía, donde Fouché era el ministro, luego de que Fouché se pusiera a negociar la paz con los ingleses a escondidas de Napoleón, cuando este se encontraba fuera Francia.
Señor Duque de Otranto:
Sé qué servicios me ha prestado y confío en su lealtad a mi persona y creo en el celo que ha puesto en servirme. Sin embargo, me es imposible conservarle en el cargo de ministro; me expondría con ello demasiado. El cargo de ministro de Policía requiere confianza plena e ilimitada, y esta confianza no puede persistir desde el momento que expuso, en una cuestión importante, mi tranquilidad y la del Estado, lo que a mis ojos no se puede excusar ni con motivos loables. 
Su opinión extraña de los deberes de un ministro de Policía no está de acuerdo con el bien del Estado. Sin dudar de su lealtad y fidelidad, tendría que someterle, a pesar de ello, a una vigilancia constante y molesta que no se me puede exigir. 
Sería necesario vigilarle por las muchas cosas que usted hace por su propia cuenta, sin saber si corresponden a mi voluntad e intención… No puedo esperar que ha de cambiar usted de actitud, ya que desde hace años mis observaciones ostensibles de descontento no consiguieron en usted cambio alguno. 
Basado en la pureza de sus propósitos, no ha querido usted comprender cuanto mal se puede originar con la intención de hacer el bien. Mi confianza en su talento y en su fidelidad es inquebrantable. Espero tener pronto ocasión para demostrar lo primero y utilizar lo segundo en mi servicio.
Atentamente,
Napoleón Bonaparte.
FUENTE:Elgeniotenebroso/Stefen Sweig

miércoles, 1 de octubre de 2014

Hoy vivimos, no una época de cambios sino un cambio de época.

                           LA MODERNIDAD ESTA EN CRISIS


El nuevo fetiche

La modernidad, período que se extendió durante los últimos cinco siglos, está en crisis. Hoy vivimos, no una época de cambios sino un cambio de época. En este milenio que comienza emerge algo impropiamente llamado posmodernidad, que parece muy diferente de todo cuanto nos ha precedido, conformando un nuevo paradigma.
En la Edad Media la cultura giraba en torno a la figura divina, en torno a la idea de Dios.  En la modernidad se centra en el ser humano, en la razón y en sus dos hijas preferidas: la ciencia y la tecnología.
  Uno de los símbolos que mejor expresa este paso es la pintura de Miguel Ángel “La creación de Adán”, que está en el techo de la Capilla Sixtina: Dios Padre, con una larga barba, recubierto de vestimentas, representa el teocentrismo de la época ante el hombre desnudo, fuertemente atraído hacia la Tierra.  El hombre extiende el dedo para no perder el contacto con lo trascendente, con lo divino. La desnudez de Adán traduce la llegada del antropocentrismo y de la revolución que la modernidad representa en nuestra cultura.
  El episodio característico de la modernidad sucedió en 1682, cuando el señor Halley, basado exclusivamente en cálculos matemáticos -pues no disponía de instrumentos ópticos-, previó que un cometa volvería a aparecer en el cielo de Londres dentro de 76 años.  Muchos le tomaron por loco.  ¿Cómo, encerrado en su gabinete, basado en cálculos hechos sobre un papel, iba a poder predecir el movimiento de los astros en el cielo?  ¿Quién sino Dios domina la bóveda celeste?
  El señor Halley murió en 1742, antes de que se cumplieran los 76 años previstos.  En 1758 el cometa, que hoy lleva su nombre, volvió a iluminar los cielos de Londres.  ¡Era la gloria de la razón!
  “Si es así -dijeron-, si la razón es capaz de prever los movimientos de los astros, como demostraron Copérnico y Galileo, y después Newton, uno de los pilares de nuestra cultura, entonces ella podrá resolver todos los dramas humanos. Pondrá fin al sufrimiento, al dolor, al hambre, a la peste.  ¡Creará un mundo de luces, progreso y felicidad!”.
  Cinco siglos después, el saldo no es de los más positivos.  Muy al contrario. Los datos son de la FAO: somos 7 mil millones de personas en el planeta, de las que la mitad vive por debajo del nivel de pobreza, y 852 millones sobreviven con hambre crónica.
  Hay quien afirma que el problema del hambre es causado por el exceso de bocas.  Y por eso propone el control de la natalidad.  Yo me opongo al control, aunque estoy de acuerdo con la planificación familiar.  El primero es impositivo, el segundo respeta la libertad de la pareja.  Y no acepto el argumento de que hay excesivas bocas; ni que faltan alimentos.  Según la FAO, el mundo produce lo suficiente para alimentar 11 mil millones de bocas.  Lo que hay es falta de justicia, de compartimiento y excesiva concentración de la riqueza.
  Por atravesar un período de mucha inseguridad, las personas buscan respuestas fuera de lo razonable.  Obsérvese, por ejemplo, el fenómeno del esoterismo: nunca Dios estuvo tan en boga como ahora.  Suscita pasiones y fundamentalismos, a favor y en contra.
  La crisis de la modernidad culmina en el momento en que el sistema capitalista alcanza su suprema hegemonía con el fin del socialismo, y adquiere un nuevo carácter, llamado neoliberal.
  ¿Cuáles son las claves de lectura de dicho cambio del liberalismo al neoliberalismo?  Bajo el liberalismo se hablaba mucho de desarrollo.  En la década de 1960 surgió la teoría del desarrollo, que incluía también la noción de subdesarrollo; y se creó la Alianza para el Progreso, destinada a “desarrollar” América Latina.
  La palabra “desarrollo” tiene cierto componente ético porque al menos se imagina que todos deben resultar beneficiados.  Hoy el término es “modernización”, que no tiene contenido humano sino una fuerte connotación tecnológica.  Modernizar es equiparse tecnológicamente, competir, lograr que mi empresa, mi ciudad, mi país, se aproximen al paradigma primermundista, aunque ello signifique sacrificio para millones de personas.
  El Mercado es el nuevo fetiche religioso de la sociedad en que vivimos.  Antes por la mañana nuestros abuelos consultaban la Biblia.  Nuestros padres el servicio de meteorología.  Hoy se consultan los índices del Mercado.
  Ante una catástrofe o un acontecimiento inesperado dicen los comentaristas económicos: “Veamos cómo reacciona el Mercado”.  Y yo imagino un señor, el señor Mercado, encerrado en su castillo y gritando por el celular: ”No me gustó el discurso del ministro. Estoy enojado”.  Y a esa misma hora los telediarios destacan: “El mercado no reaccionó bien ante el discurso ministerial”.
  El mercado ahora es internacional, globalizado, se mueve según sus propias reglas, y no de acuerdo con las necesidades humanas. De hecho predomina la globocolonización, la imposición al planeta del modelo anglosajón de sociedad. Centrado en el consumismo, en la especulación, en la transformación del mundo en un casino global.
  Ante la crisis financiera que afecta al capitalismo, y en especial a los derechos sociales conquistados en los últimos dos siglos, es hora de preguntarse cuál será el paradigma de la posmodernidad.  ¿Mercado o “globalización de la solidaridad”, en expresión del papa Juan Pablo II? (Traducción de J.L.Burguet).
Frei Betto (ALAI)
- Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros.http://www.freibetto.org/>    twitter:@freibetto.

Amy Goodman Periodista Norteamericana que le dio pudor al ejercicio del periodismo

Entrevista a Amy Goodman, directora de Democracy Now!




Los ojos de Amy Goodman (Nueva York, 1957) siempre conservan un halo de tristeza por más que ella sonría. La mirada de este icono del periodismo independiente estadounidense, intensa pero serena, esconde secretos de guerra, de miseria y de injusticia. Con docenas de premios a sus espaldas, quizás uno de los mayores reconocimientos a su trabajo fue el que le brindó Bill Clinton al definirla como una periodista “hostil y combativa”.Los inicios fueron duros, pero la autora de la frase “No se puede llevar a cabo nada sin un poco de idealismo”, retó a quienes intentaban desalentarla en su camino de búsqueda de una nueva forma de hacer periodismo, alejada de los gigantes mediáticos. Desde la llamada ‘capital del mundo’, Amy Goodman, junto a su equipo, lanzan al mundo sesenta minutos diarios de información nacional e internacional sin tapujos, con la libertad que da estar financiado íntegramente a través de sus oyentes y espectadores. 

Democracy Now! lleva dieciséis años en antena sin aceptar publicidad ni donaciones empresariales o gubernamentales.
La periodista, que ha visitado España este año durante el 12M-15M, y en el 75 aniversario del bombardeo de Guernica, recibe a La Marea en una iglesia congregacionista de Oberlin (Ohio, EEUU) después acabar su discurso como siempre lo hace: al grito de “Democracy Now” y con el puño en alto.
Cuando nació este proyecto, lo bautizasteis como Democracy Now! (DN), y ahora, 16 años después, un movimiento global clama por una Democracia Real. ¿Tanto ha empeorado nuestra democracia en este tiempo?
Ya lo creo que sí. Necesitamos una mejor democracia ya, y para ello nos tenemos que esforzar más que nunca. Todos, empezando por los medios de comunicación, que son la forma que tenemos para ver el mundo, y también como el mundo ve a EEUU, por lo que su actitud debe ser algo más que la respuesta a una hoja de ruta marcada por las grandes corporaciones. Yo imagino a los medios de comunicación como una mesa de cocina enorme que se extiende por el mundo, donde los periodistas nos sentamos a debatir y razonamos sinceramente sobre las cosas más importantes del día: guerra y paz, vida y muerte. Cualquier cosa diferente a esto es un flaco favor a la sociedad democrática.
Pero estamos muy lejos de esa mesa de cocina…
Bueno, en este momento hay dos tendencias claramente diferenciadas. Por una parte están los medios corporativos, que cada vez están más concentrados y en pocas manos. Pero por otro, existen algunos medios que están haciendo crecer sus iniciativas, especialmente en Internet, pues ahí no necesitan una gran inversión inicial.
Medios independientes, se refiere…
Exactamente. Medios de comunicación libres de intereses políticos y empresariales, con periodistas libres de verdad. Nuestro rol como periodistas es enseñar cómo es el mundo, qué está pasando, sin medias tintas, para que la gente sea libre de decidir, tenemos que hablar abiertamente de guerra, pobreza y desigualdad. También tenemos que luchar contra el tipo de “experto” que han consolidado los medios corporativos, es decir, esas personas que saben muy poco pero de muchas cosas y que diariamente nos explican el mundo sin enterarse de nada.
Pero, ¿cómo ha llegado DN a competir con los ‘grandes’?
¡Somos más grandes que algunos de ellos! Retransmitimos a través de un conglomerado de 900 emisoras de radio y televisión públicas, comunitarias y universitarias de todo el mundo. El poder del periodismo independiente es el de contar las historias de las personas anónimas, de la gente corriente. Situaciones reales contadas en primera persona. Por ejemplo, el año pasado nosotros pudimos retransmitir desde el centro de la plaza Tahrir en la Primavera Árabe. Le dimos a la gente una vía para expresarse por sí misma. De esta manera, los oyentes, desde EEUU, pensaban que el protagonista de esa historia podía ser él, o su tío, o su hijo. Se trata de evitar que sean los medios pagados por las compañías de seguros, grandes petroquímicas, industria armamentísticas, etcétera, los que al final emitan los mensajes que están educando a nuestros hijos, esas empresas que no tienen nada que decir y todo que vender.
Hay quien insiste en que la publicidad en los medios de comunicación no da acceso a los contenidos del mismo. ¿Realmente tienen las grandes empresas una influencia real?
Fíjate que son estas empresas las que deciden y mandan sobre qué tiene que saber cada ciudadano. ¿Cómo vamos a ser críticos en un tema como el medio ambiente si nos pagan las compañías petroleras? ¿Cómo vamos a organizar un debate sobre la sanidad si nuestro canal lo financian las grandes farmacéuticas y las aseguradoras? Además, los medios independientes muchas veces no llegan a la gente por la oposición de estas corporaciones. Al final, todo lo que obtenemos es un velo de mentiras, distorsión y medias verdades que oscurecen la realidad. Lo que necesitamos de los medios es que sean críticos, hacer oposición e interferir en la vida política. Necesitamos medios que cubran al poder, no que cubran para el poder, contarlo todo. El juramento hipocrático del periodista debería ser: “we will not be silent” (no nos callaremos).
De lunes a viernes hacen un programa de una hora, ¿cuál es su motivación día a día?
Parte de nuestra misión es estar presentes en todos los rincones del país: cada plaza, cada rincón que refleje la comunidad o los barrios, ahí debemos estar. Eso es lo que es un buen medio de comunicación, no el que ejecuta órdenes que vienen de arriba. La información está abajo y hay que sacar las voces de la gente que son expertos en sus propios asuntos, que muchas veces son globales. El que refleja la comunidad es el buen tipo de medio. Ahí es adonde nos tenemos que dirigir.
Sin embargo, los medios de comunicación y los movimientos sociales, en ocasiones, tienen relaciones complicadas.
El problema es que los medios de comunicación corporativos denigran el activismo. El caso más claro es el ejemplo de Rosa Parks, a quien los medios han dibujado históricamente como una persona común que llegó cansada. Ella se sentó conscientemente, y por primera vez, en un autobús y no cedió el asiento a los blancos. Rosa sabía perfectamente lo que estaba haciendo, formaba parte de varias organizaciones que practicaban la desobediencia civil. Tú nunca sabes cuando ese momento mágico llega, pero cuando estás involucrado en el cambio social estás ayudado a construir la historia. Y yo creo que eso es lo que está pasando con Occupy en este momento.
Ahora que habla del movimiento Occupy, ¿qué ha cambiado en EEUU en su primer año?
Claramente ha invitado a mucha gente a pensar de otra manera, empezando por su eslogan. Hablar del 99% de la población es señalar, y evidenciar, la gran desigualdad que hay en EEUU. Es muy importante que ese debate esté en el día a día de los americanos.
¿Considera Occupy y 15M dos movimientos sociales hermanos?
Tienen muchas cosas en común, pero en el caso norteamericano, además, Wikileaks fue determinante. Se descubrieron muchas cosas. Por ejemplo, salió a la luz que dos soldados americanos dispararon y mataron a dos periodistas internacionales que viajaban en una furgoneta en la guerra de Irak. De haberse sabido en su momento, posiblemente esta causa podría haber llegado a juicio, pero se ocultó y cuando la sociedad se enteró, le dolió. Todo esto abrió los ojos a muchísima gente sobre las acciones de nuestro gobierno en el extranjero, sobre todo en causas como la guerra.
¿Movimiento social es igual a influencia real?
En EEUU, muchas de las personas que pasean por el despacho Oval se paran y le susurran al oído al presidente. Él siempre encuentra un momento para atenderles. Pero si él es capaz de escuchar a los poderosos señalando a la ventana y diciendo “si hago lo que me pides, ellos crearán una tempestad” todo será diferente.
¿Quiere decir que el presidente de EEUU gobierna con un ojo en los movimientos sociales?
Quiero decir que el poder nunca ha hecho nada sin una demanda, sin una reivindicación previa. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará, eso lo tenemos que tener claro. No se puede cuestionar que Obama ha escuchado las demandas de los movimientos sociales y ha respondido, incluso ha creado un calendario para cumplirlas. Piensa en los movimientos que arroparon a Obama: movimiento anti-guerra, movimiento por la justicia económica y social, ecologistas, lesbianas y gays, feministas, y tantos otros. Les ha escuchado, les ha hecho caso, pero también es cierto, por ejemplo, que Guantánamo no se cerró y ese es uno de los puntos en los que ha fallado. En parte, ha decepcionado a su gente.


La Marea



Fuente: http://www.lamarea.com/2012/12/29/amy-goodman-el-poder-nunca-ha-hecho-nada-sin-una-reivindicacion-previa/

lunes, 29 de septiembre de 2014

La Izquierda que queremos

Ánalisis desde la Izquierda Ciudadana (IC)




Si no puedo bailar, tu revolución no me interesaEmma Goldman

Partamos por lo obvio. El Chile del 2014 no es el mismo país que el de hace unos años atrás. Ese lugar común repetido hasta volverse cliché se enuncia en diversos discursos de las izquierdas y el progresismo; nos convoca a comprender que a través de la irrupción de nuevos actores socioculturales se desmontaron y reordenaron los encuadres que hasta entonces delimitaban las estrechas fronteras de la deliberación pública. Nuevos o silenciados discursos atiborraron la escena público/mediática, abriendo importantes posibilidades de transformación social y política. En un sentido inmediato, se cambió la agenda y, en un sentido de más largo aliento, se produjo una ruptura o giro epistemológico que reordenó las cartografías cognoscitivas que diagramaban lo posible y lo imposible y, por tanto, dibujaban los límites de la acción política. En breve, lo que ayer se hubiese signado como poco realista o incluso demencial, hoy muchas veces aparece como lo razonable.
Si bien estas transformaciones en el plano de lo deliberativo por sí mismas no aseguran los cambios en la textura social, no cabe duda de que el hecho que se pongan en circulación nuevos “sentidos políticos” resulta positivo para quienes apuestan por transformar el país.
No obstante, ante la irrupción de esta nueva escena, las izquierdas lamentablemente han tenido dificultades tanto para diagnosticar como para actuar en un territorio que se les ha revelado ignoto y plagado de incertidumbres. Aún, y es sano reconocerlo, nos encontramos a tientas, palpando y asimilando las profundidades de las nuevas grietas. Sin duda, esta situación se ve reforzada por el crónico conservadurismo de nuestras identidades , por la tozudez de querer leer al nuevo Chile con las herramientas teórico-políticas de tiempos pretéritos y porque aún no somos capaces de leer, primero, la hondura y, segundo, las lógicas de los cambios. Y, como es obvio, difícilmente lo haremos con las herramientas de siempre cuando se trata de un paisaje distinto. El nuevo Chile también exige nuevos marcos de comprensión. Y las izquierdas parecen moverse como un péndulo entre dos polaridades. Una, inscrita en la comodidad “y pureza” de la política de minoría, que tratando de eludir todo riesgo, lee todos estos nuevos fenómenos desde una desconfianza destructiva y, con ribetes de pesadilla Orweliana, imaginan que todo lo nuevo sería una reedición del viejo orden sistémico. Y otra, aquellos que en la borrachera del entusiasmo, simplifican lo complejo, aplicando viejas claves de aproximación a la contingencia y, desde una perspectiva celebratoria del nuevo ciclo político, se conforman con ser una mayoría electoral y no una mayoría político-cultural; o, en el paroxismo de la ingenuidad, sostienen que la mera acumulación de movilización y desconfianza hacia el sistema lo derrumbará.
Más allá de las diferencias que pueden haber entre estas dos polaridades, unos y otros comparten la vieja matriz de representación: la idea de hablar/representar a otros, al pueblo; que deviene en una noción de soberanía delegada, tanto el que piensa que el cambio se producirá (sólo) por un pacto electoral “desde arriba”, como el que piensa que la revolución la hará la vieja vanguardia leninista, es decir, un pequeño grupo de iluminados que “se pone el proyecto transformador en el hombro” y que “conduce” al pueblo, a pesar de su “ignorancia”, hacia la victoria.
A pesar de lo anterior, los demócratas sabemos que cuando algo no sirve, hay que cambiarlo. Y debemos partir de una vez por hacer los esfuerzos de imaginar una izquierda con vocación de mayorías que supere lo meramente testimonial, que dibuje un plan de poder que no sólo la limite a influenciar, que entienda la heterogeneidad como una característica a relevar y no como un peso a cargar, que supere los anclajes culturales derrotados por la violencia reaccionaria de las décadas pasadas (¡que asuma la derrota!), que no caiga en el mesianismo que conllevan las verdades cerradas, sino que interpele y dialogue críticamente con la ciudadanía, que no sólo conecte con quiénes ya sabemos están con nosotros sino justamente con quiénes sin tener intereses en contra de una sociedad distinta no se muestran a favor. Es momento de superar la vieja fraseología izquierdista y salir a convencer, más que sólo a vencer. Debemos concentrar nuestros esfuerzos en una estructura organizativa y estratégica que pueda articular trabajo de base y eficacia, movimiento ciudadano y dirección, sin perder nunca el espíritu radicalmente democrático que guía a los socialistas del siglo XXI.
Señalar qué izquierda queremos, presupone una pregunta anterior: ¿Qué es la izquierda? Como dice Frédéric Lordon “ser de izquierda es una situación en relación con el capital. Ser de izquierda es situarse de cierta manera respecto del capital. Y más exactamente, de una manera que, habiendo planteado la idea de igualdad y democracia verdadera, habiendo reconocido que el capital es una tiranía potencial, y que la idea no tiene ninguna posibilidad de adquirir alguna realidad, entiende que su política consiste en rechazar la soberanía del capital. No dejar que el capital reine, eso es ser de izquierda”. Por tanto, una política de izquierda busca colocar las decisiones que monopoliza el capital en manos de la ciudadanía, es decir, democratizar la democracia, y desmercantilizar la vida, dar contenido material al ser ciudadanos. Pablo Iglesias, líder de la reciente formada organización española Podemos, lo expresa así: “la democracia es un movimiento expropiatorio que busca quitar poder a quienes lo ostentan, para repartirlo entre quienes carecen de él”. Mejor dicho, imposible.
La izquierda que queremos, esta situada en un contexto de crisis de la democracia representiva en manos del capitalismo neoliberal. En una trama de alto distanciamiento de la política y la “gente común”, diagnóstico que la “izquierda tradicional” realiza muchas veces, pero sigue reproduciendo esa separación desde sus estructuras orgánicas (y creencias políticas trascendentales), arguyendo una inflexión naturalizada entre formas y fondos. No obstante, como lo demostró contundentemente el siglo XX, las estéticas enuncian las éticas. Lo que no quiere decir, por supuesto, que construir mayorías no implique cabalgar en las contradicciones. Pero, y a estas alturas, es ineludible para una fuerza política, como lo es la (nueva) izquierda, que pretende democratizar profundamente la sociedad, articularse internamente de una sola manera: la más democrática.
La izquierda que queremos no puede convertirse en una estructura político-orgánica más que generé esa división entre los que hacen política y el conjunto de los ciudadanos, tenemos que esforzarnos (y mucho) en dotarnos de instrumentos de participación que aseguren alto niveles de protagonismo ciudadano, que no desconozcan las actuales tecnologías de la información y comunicación, las redes sociales, la telemática, el papel de la televisión en la construcción de las identidades y textos sociales, el de la sociedad civil no organizada, de los nuevos actores y movimientos sociales.
No sólo debe abordar las luchas por la redistribución, sino también reconocer desde nuevas construcciones no coloniales ni patriarcales, todos los tránsitos políticos disidentes al monólogo del capital. Las izquierdas deben defender y darle valor a las diferencias y pulsiones diferenciadoras; la izquierda que queremos atiende a las experiencias de América Latina y la originalidad de las mismas. Comprende que nuestros procesos no deben ser “calco ni copia” de los proyectos metropolitanos.
Sabemos que la política es demasiado importante para que esté en manos de una autodenominada clase política. De la política depende que haya hospitales y escuelas que funcionen, las condiciones materiales en las cuales se trabaja o estudia, en rigor de la política depende la estrategia de sobrevivencia de un colectivo humano, por lo mismo decimos que todo es política. Debemos convencernos de que el cambio en nuestro país, aprendida las lecciones de los últimos años y las distintas irrupciones sociales tiene su ritmo puesto “desde abajo” y va a dibujarse en directa relación con el aumento de los niveles de protagonismo ciudadano, por lo mismo la noción de soberanía delegada es insuficiente y no va en la dirección del progreso societal y espiritual que se requiere. Debemos ser una izquierda que valore los esfuerzos reformistas del actual gobierno, que dispute el carácter de las reformas, ampliando las convocatoria detrás de las mismas, por lo tanto, que las entiende en un horizonte de más largo aliento, que inscriba en un país con una cultura “institucionalista” como el nuestro, una dialéctica de poderes constituyentes y constituidos. La izquierda que queremos debe ser capaz de construir una voluntad colectiva nueva que se vuelva institución, cotidianidad.
La izquierda que queremos defiende la fiesta como una acción política y el afecto como la mejor estrategia orgánica, supera el desprecio por las formas de “expresión de las masas” incluyéndolas a su orden del día, una izquierda que no lee como “alienación” la risotada desbordada o las estéticas “kitsch”, que disputa la palabra p/matria, y potencia los métodos movimientistas. Entiende que lo atractivo no es monopolio de la derecha o de la sociedad del espectáculo. Facilita las formas de participar en política, de acceder a ella. Prefigura en su vida interna elementos del futuro, constituye nodos de presencia de lógicas sociales otras en la contingencia, maneja herramientas políticas configurativas y reconfigurativas. Otorga más autonomía e independencia a las regiones (es regionalista), mayores márgenes de maniobra, sin rebasar los criterios lógicos de coordinación, coherencia y responsabilidad en una comunidad de escala nacional.
La propuesta es muy humilde, estamos convencidos de que la clave para que cambien muchas cosas en un país que (informe Auditoría a la Democracia del PNUD) “explica su desigualdad socioeconómica producto de las desigualdades políticas”, pasa por la ciudadanización de la política, por el protagonismo de la gente. Las condiciones para proponer un nuevo programa de empoderamiento ciudadano -de relaciones entre las personas e instituciones- están, fueron abiertas y empujadas estos últimos años por la movilización tanto de movimientos sociales, como de presencias colectivas. Una revolución ciudadana para Chile es posible; un carnaval democrático que subvierta las jerarquías e imprima una energía refundacional de/en los cuerpos, un rito de renovación de lo público que tenga su fuente originaria en la restitución del poder en el soberano y la hechura de una nueva constitución vía una asamblea constituyente.
Parafraseando a nuestra Gabriela Mistral, la izquierda que queremos es un proyecto con voluntad de ser.
Matías M Valenzuela Comisión Política de la IC y Francisca Muñoz Presidenta CNJ de la IC
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

La izquierda en América Latina

Debate entre Juan Carlos Monedero y Mike González
La Hiedra



Pensamos que hoy es más importante que nunca aprender de los aciertos y desaciertos de la izquierda latinoamericana por las similitudes en el contexto en que surgió (de crisis económica y política y de grandes movimientos sociales) y por su experiencia dentro de las instituciones –algo deseado por varios proyectos interesantes a lo largo del Estado español.
Hemos preguntado qué se puede aprender de las experiencias latinoamericanas a dos expertos en la materia: Juan Carlos Monedero -@MonederoJC- y Mike González, ambos intelectuales inmersos en la realidad política latinoamericana y activistas en sus respectivos ámbitos. Hemos dejado que cada uno desarrollara sus ideas en paralelo, primero introduciendo sus propias visiones personales y luego respondiendo a las del otro. El intercambio subsiguiente reveló confluencias, pero también contrastes, como no podía ser de otra manera con un tema tan amplio y tan complejo.
Primera ronda: Mike González


Mike González, autor de una nueva biografía sobre Hugo Chávez (Pluto Press, 2014), Catedrático Emérito de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Glasgow y miembro de la corriente internacional de En Lucha / En Lluita.
El gran pensador marxista peruano, José Carlos Mariátegui, decía que había aprendido a ver y conocer su propio país en Italia entre 1919-1923. Allí participó en la política revolucionaria al lado de Gramsci. Se podría decir que en los noventa, después del desmoronamiento del llamado “bloque socialista”, Europa dirigió su mirada hacia América Latina, para plantearse la cuestión del método revolucionario. Desde Chiapas, donde las y los zapatistas se levantaron en enero de 1994, llegó un grito de protesta y rebeldía y una crítica feroz al neoliberalismo desde las márgenes. Como demostró el MST brasileño en los ochenta, los sin tierra tenían visión y capacidad de lucha, desde la conciencia y el conocimiento. El grito zapatista –¡Ya basta!– se oía en las calles de Europa –desde los y las Tute Bianche de Italia, hasta “los camioneros y las tortugas” que asediaron la Organización Mundial de Comercio en Seattle a finales de 1999 y desenmascararon los mecanismos de explotación detrás de la globalización.
La década de los noventa empezó con un triunfalismo encarnado de Fukuyama, que pronunciaba “el fin de la historia” y la victoria del capitalismo global. El fin de la historia, según él, era el fin de la resistencia, pues el derrumbe del muro de Berlín dejó en los escombros el sueño de un mundo auténticamente democrático, justo y humano. Para principios del siglo XXI, Fukuyama se tragaría sus palabras.





El nuevo siglo empezó con muestras claras del impulso revolucionario que estaba presenciando América Latina. En Cochabamba la llamada “guerra del agua” del 2000 generó prácticas y formas de organización que señalaron el resurgir de la posibilidad de un mundo sin explotación ni opresiones. Desde las bases se formó un frente de lucha que abarcaba a obreros, comunidades, vecinos, grupos de mujeres, vendedores ambulantes, escolares y comunas indígenas. La misma experiencia, aunque menos conocida, marcó la extraordinaria lucha de los pueblos indígenas del Ecuador. Tumbaron tres veces a gobiernos que intentaron imponer las prioridades neoliberales. El Argentinazo de diciembre de 2001 produjo una nueva consigna –“que se vayan todos”– y se crearon allí nuevos organismos de resistencia y autonomía, como las asambleas populares en los barrios, al igual que en Bolivia los “cabildos abiertos” –asambleas del pueblo en plazas públicas. Cada caso tenía su particularidad, sus expresiones locales. Pero los valores que encarnaban atravesaban fronteras y hacían eco de las reivindicaciones que lanzaba, desde Gotemburgo a Génova, el movimiento anticapitalista.
Desde ambos lados del mundo, en aquellos años de principios del nuevo siglo se reclamaba democracia, solidaridad, justicia social, respeto al planeta, solidaridad con la gente oprimida y un sistema económico-social que produzca para el bien de las mayorías. Eran los principios fundamentales del socialismo que Marx propuso en los albores del capitalismo. Ahora, aunque había producido los medios capaces de satisfacer las necesidades de todos, el mundo estaba más lejos que nunca de la soñada igualdad.




La fuerza moral de esos nuevos valores era avasalladora; pero no se traducía en fuerza política. Para eso había que tratar la cuestión del poder y de quién lo manejaba y ejercía para que siguieran beneficiándose los reducidos sectores de los dueños del capital. Era cierto que la caída del muro había revelado la realidad del “socialismo realmente existente” cuyo motor era la explotación y cuyos dirigentes constituyeron una clase que se enriqueció a expensas de las y los trabajadores y reprimía al pueblo en cuyo nombre reinaban. Y tanto como la clase dirigente occidental, ellos disponían de la violencia del estado.
¿Era posible otro tipo de poder? Otra vez América dio respuesta –o más bien dos. Desde Chiapas el reto era (según John Holloway) “cambiar el mundo sin tomar el poder” –realizar una transformación moral y cultural sin necesidad de enfrentar el poder del capital. Los movimientos sociales y las ideas revolucionarias son, o pueden ser, una fuerza material. Pero desde Cochabamba, Ecuador y Oaxaca se decía que había que transformar también el poder, que los estados debían estar bajo el control y la autoridad de los movimientos de masas que habían arrasado con los viejos poderes. Se veía surgir en América embriones de ese poder alternativo.
Parecía que quien más representaba esta nueva propuesta era Hugo Chávez. La revolución bolivariana y la personalidad de su máximo dirigente sedujeron a la izquierda del mundo entero. Su irreverencia, su celebración de la cultura popular y su manejo de los símbolos del proceso independentista sumaron un nuevo discurso político que parecía fundir en una visión nueva las demandas de las resistencias de Europa y América Latina. Un nuevo mundo es posible, decía, apropiándose la consigna central del Foro Social Mundial. En el Foro de enero de 2005, Chávez presentó su nuevo concepto y cautivó a un público mundial:
“Cada día estoy más convencido, sin ninguna duda en mi mente […] de que es necesario trascender el capitalismo. Pero no puede ser trascendido desde dentro del propio capitalismo, sino a través del socialismo, el verdadero socialismo, con igualdad y justicia. Pero también estoy convencido de que es posible hacerlo bajo la democracia, pero no el tipo de democracia impuesta desde Washington”.




Los hechos en Venezuela respaldaban esa posibilidad. En 2002-03 un intento de golpe fue derrotado por la movilización en masa del pueblo venezolano. De diciembre de 2002 hasta marzo de 2003 la huelga empresarial, el llamado “paro petrolero”, intentó destruir la industria petrolera, cuyos ingresos, en el proyecto chavista, financiaban el bienestar de las mayorías. Derrotada en aquel momento, la derecha seguiría empleando su poder económico para minar el proyecto –con la especulación sobre todo. La respuesta eran las Misiones, programas en cierto sentido asistencialistas pero anclados en el control y la administración desde las bases, que parecían ejemplos de un nuevo tipo de poder, respaldadas a su vez por un ejército progresista y un nuevo sistema latinoamericano de cooperación –el ALBA.
Las palabras de Chávez resonaron a través de América. Nuevos dirigentes de izquierda llegaron a los palacios presidenciales bajo el impulso de los movimientos sociales. Fue el caso de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay y, de hecho, Lula en Brasil (aunque el proyecto de Lula resultó ser básicamente neoliberal). Las nuevas constituciones de esos países defendían la democracia, el control nacional de los recursos de cada país y su distribución equitativa, además de la base plurinacional de los nuevos estados, imitando la nueva Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999.
Hasta allí se podía hablar del éxito del proyecto de la conquista de la soberanía, de la independencia nacional. El ALBA daba la posibilidad de crear un bloque antiimperialista que rompía con la dependencia de EEUU. El proyecto bolivariano ocupaba el primer lugar en ese proceso. Pero quizás por eso no se atendía a las señales de sus contradicciones internas. A finales de 2006 Chávez creó un nuevo partido, el Partido Socialista Unido de Venezuela. Se convirtió de la noche a la mañana en un partido de masas –bastaba la convocatoria de Chávez. Pero ¿qué tipo de socialismo representaría el nuevo partido? Sus estructuras eran absolutamente centralizadas, su creación no fue producto de una discusión en las masas, ni lo fueron sus reglas y estatutos. Se parecía mucho más al partido comunista cubano que a un nuevo tipo de organización donde el pueblo ejerciera su poder democrático directamente sobre el estado. Y no era simplemente una cuestión organizativa. Sin la intervención directa de los órganos de democracia directa, ¿cómo se podía asegurar que las prioridades del estado siguieran siendo las de la mayoría? ¿Y cómo impedir que surgiera en su seno una dirección del partido y del estado que se alejara de las bases y empezara a defender su poder y no el poder popular?
La verdad es que no se hablaba lo suficiente ni dentro ni fuera de Venezuela sobre el carácter del socialismo bolivariano. La experiencia de aquel otro socialismo obsoleto rendía más que suficientes lecciones sobre lo que podía significar el capitalismo de estado (específicamente descartado por Chávez en Porto Alegre). En años recientes se ha visto que el capital nunca descansa en sus esfuerzos por subvertir este proyecto, sea militarmente (como en Honduras) o económicamente (como en Venezuela). Hoy Venezuela está en una crisis profunda tanto económica como social precisamente porque la ausencia de esa democracia auténtica hizo posible que se estableciera en el poder una burocracia que al no enfrentar esta amenaza y buscar su propio enriquecimiento, torció y traicionó las promesas del socialismo del siglo XXI (aun si nunca se definieran realmente). Han puesto en jaque no sólo su estado sino todo el proyecto socialista para América y el mundo.
¿Qué hacer? Lo primero es rescatar el proyecto socialista, aclarando por qué hoy en día los gobiernos de izquierda del continente están tratando de nuevo con las multinacionales petroleras y mineras, y cómo la corrupción ha podido aparecer en el seno de un proyecto arraigado en un proyecto de poder popular y democrático. Que de la soberanía nacional a una propuesta revolucionaria internacionalista hay todavía un gran salto. Pero para que este se realice, será la clase trabajadora en toda su multiplicidad la protagonista de cualquier proceso que se llame socialista. Es a ella a la que hay que apoyar y defender y no a quienes se arrogan el derecho de representarla. Nuestra democracia es participativa, diversa, opuesta a todo imperialismo y enemiga a ultranza del capitalismo, cualquiera que sea la forma que toma.
Juan Carlos MonederoJuan Carlos Monedero, profesor de ciencia política de la Universidad Complutense de Madrid, fundador de Podemos y asesor del gobierno venezolano dirigido por Hugo Chávez entre 2005 y 2010.
Uno de los principales rasgos del capitalismo es su voluntad global. Por su propia lógica, no puede dejar de pedalear sin caerse, de manera que la expansión más allá de las fronteras de los países europeos donde se inició está inscrita en su código genético. Es importante entenderlo porque nos da una clave: lo que ha ocurrido en otros países puede igualmente ocurrir en los nuestros. Es cierto que las estructuras sociales son distintas, como distintos son sus estados y la fortaleza de su sociedad civil. Esto no permite comparaciones simples, pues las bases compartidas para ejemplarizar no están dadas. Pero las tres grandes autopistas que nos han traído hasta la actualidad –el Estado nacional, el desarrollo capitalista y el pensamiento de la Modernidad– se caracterizan por su carácter homogeneizador. Cuando las lógicas de estas tres autopistas tienen dificultades para reproducirse (por culpa de una crisis económica, por protestas sociales o por tensiones de cualquier tipo que también pueden provenir de fuera), las herramientas para volver a recuperarse son las mismas en todos sitios.
Por eso se parecen tanto las guerras, los ajustes y los recortes, el papel de la ciencia, el machismo o el trato a los inmigrantes sin papeles. Hay una suerte de “macdonalización” del mundo que tiene que ver con la hegemonía occidental desde, al menos, el siglo XIX. Al final, el comportamiento capitalista es muy similar en Venezuela, España o China; un inmigrante considerado ilegal tiene una suerte similar en Ceuta, Texas, Argentina o Libia (donde las diferencias van a estar en virtud de la magnitud de la crisis en cuestión y la fortaleza del estado de derecho) y el estado responde igual cuando la razón última de su existencia (la defensa de la propiedad privada) se ve amenazada. De la misma manera se parecen los procesos de toma de conciencia, las herramientas que usan los desposeídos para salir de su postración, las movilizaciones populares a la búsqueda de la exigencia de derechos, los procesos constituyentes, el papel de la policía o del ejército o el comportamiento de los medios de comunicación cuando los intereses de los poderosos se ven desafiados.
Con todas estas salvedades hechas, claro que se pueden sacar enseñanzas de la manera en que América Latina entró y salió de la fase neoliberal de la que ayer se benefició el norte (y que hoy sufre cuando la lógica capitalista ha hecho del territorio europeo un lugar de garantía de la tasa de ganancia empresarial que tiene más dificultades para realizarse en otros lugares del mundo). La lógica neoliberal es idéntica en todos sitios, si bien no se va a aplicar de la misma manera en todos los rincones del planeta. De la misma manera que en todos lados cobra contornos parecidos la crisis del Estado nacional (desafiado por la globalización) y los problemas ligados a la modernidad (en especial el eurocentrismo, el machismo, el productivismo y la confianza ciega en la idea de progreso que tan contraria es al respeto medioambiental). Pero no se van a expresar de la misma manera en todos sitios. Es conocida la conversación entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet donde la primera ministra inglesa le respondía al dictador chileno que pareciéndole muy apropiadas las decisiones tomadas tras el golpe contra Salvador Allende con la izquierda política y sindical, ella no podía hacer lo mismo en Inglaterra al ser diferentes las condiciones sociales, políticas y constitucionales (aunque cuando vemos que en España se vuelve a encarcelar a trabajadores por defender el derecho a la huelga, debemos entender el retroceso que está sufriendo la democracia en el continente europeo).
Hay al menos cinco enseñanzas que la izquierda europea debiera aprender de la izquierda latinoamericana.
1. La construcción de un nuevo sujeto político y un nuevo marco ideológico El encarcelamiento, represión y prohibición de los partidos políticos de la izquierda en América Latina (especialmente de los más fuertes en todos los países que sufrieron procesos autoritarios, incluso bajo situaciones formalmente democráticas, como fue el caso de Venezuela), obligaron a buscar otros sujetos para enfrentar los ataques a la democracia. De la misma manera, lo que se llama “cartelización de los partidos políticos” y su conversión en empresas políticas señalaba el agotamiento de la democracia representativa para, efectivamente, representar a la ciudadanía. De esta manera surgieron sujetos plurales ajenos a las discusiones tradicionales en la izquierda acerca del papel a desempeñar por el reformismo, la revolución o la rebeldía. Apareció en el lugar tradicional del “proletariado” el “pobretariado” (en expresión del brasileño Frei Betto). Los indígenas pudieron emerger como actor político (véase el caso de México o Bolivia), al igual que las mujeres, los movimientos sociales o los militares. La propia pluralidad del Foro Social Mundial, nacido en Porto Alegre en 2001, era una señal de la nueva configuración política que empezaba a desplegarse por el continente a partir de la victoria de Chávez en 1998. El discurso “izquierda-derecha” dejaba paso a una discusión “arriba-abajo” de mayor capacidad de inclusión. ¿A qué espera Europa para poner en marcha su Foro Social Mediterráneo o de los países del Sur?
2. La puesta en marcha de procesos constituyentes participados popularmente Ni la fase postneoliberal (puesta en marcha en Brasil, Argentina, Uruguay o, de manera más tímida, en Chile) ni la fase postcapitalista (intentada inicialmente en Venezuela, Bolivia o Ecuador, aunque sus resultados sean más bien magros en esa dirección) eran posibles sin unas nuevas reglas del juego. Estas pasan de manera clara o bien por un proceso constituyente que establezca la superación del modelo (que siempre será gradual y más moderado que radical) o por decisiones claras en el ámbito de la justicia, la propiedad de los hidrocarburos y las riquezas nacionales y el comportamiento de los medios de comunicación. Si las principales fuentes de riqueza están al margen de la gestión pública no son posibles los procesos de distribución de la renta (nótese que ni siquiera hablamos de “redistribución” de la renta). Sin una justicia que aplique los elementos de justicia social que siempre incluyen las constituciones es imposible ir más allá del gobierno de las oligarquías. Si los medios de comunicación imponen la hegemonía de esas oligarquías rompiendo todas las reglas deontológicas con el fin de provocar una salida violenta del gobierno de las fuerzas de cambio, es imposible mantener el apoyo de las mayorías. Jueces imparciales, medios de comunicación democráticos y capacidad fiscal y económica del gobierno son garantías para que no se posea únicamente el “poder” estatal al tiempo que se carece del poder real. O un proceso constituyente que garantice esos ámbitos.
3. Democracia participativa La frase “sólo el pueblo salva al pueblo” no es solamente un mantra movimentista. Se trata de implicar a las mayorías sociales en la solución de sus propios problemas, rompiendo con la lógica de delegación propia de la democracia representativa. Eso implica crear instancias de deliberación y decisión populares que salgan de la lógica burocrática de los partidos políticos. Pero como bien ha expresado el vicepresidente boliviano García Linera, el experimentalismo democrático no es posible si se carece del aparato del Estado, pues es la garantía de, en caso de fracasar los experimentos, no pagarse un precio demasiado alto que cierre la posibilidad de la transformación.
4. Apuesta decidida por los derechos sociales y por el mundo del trabajo El apoyo electoral a la izquierda latinoamericana no va a ningún lado si las mayorías no experimentan mejorías en sus condiciones de vida. En Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y Argentina los éxitos en sacar a millones de personas de la pobreza es garantía del posterior apoyo electoral. Aunque no hay que caer en la tentación de pensar fórmulas fáciles de “importación” de modelos. Hay más socialismo en la seguridad social de corte europeo –que es fruto de cien años de luchas obreras y ciudadanas exitosas– que en todas las misiones venezolanas, esenciales para rebajar a la mitad las tasas de pobreza y llevar educación, sanidad, vivienda y alimento a las mayorías empobrecidas pero que hay que pensar en el contexto de un Estado débil y en el ámbito americano sometido a las presiones del imperialismo norteamericano, del comportamiento excluyente de las élites y de la debilidad de la esfera pública en el conjunto del continente latinoamericano.
5. Nuevas alianzas continentales y mundiales regidas por otros principios El presidente Chávez entendió que era imposible la democracia en un solo país, de manera que buscó el desarrollo de democracias soberanas en todo el continente. De la misma manera, cambió la Organización de Estados Americanos, controlada por EEUU, por la UNASURi y la CELACii, donde por vez primera los países del sur eran soberanos. Igualmente desarrolló el ALBAiii y están en proceso de hacer del MERCOSURiv algo más que un ámbito de intercambio mercantil. Esto debiera servir en Europa para pensar fórmulas que revirtieran el modelo neoliberal impulsado desde el Acta Única (1986) y el Tratado de Maastricht (1992), pensando en formas de unión de los países del Sur y, al tiempo, pensando en alianzas mundiales que rompan la dependencia de la OTAN y EEUU.
Estos asuntos no agotan el aprendizaje que la izquierda europea puede sacar de la experiencia latinoamericana pero, es evidente, que sirven, por la función de espejo que significan, para darnos cuenta del agujero histórico en el que estamos en el viejo continente.
Notas
1 Unión de Naciones Suramericanas.
2 Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
3 Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.
4 Mercado Común del Sur.

Segunda ronda: Mike González Respuesta a Juan Carlos MonederoEs alentadora la coincidencia en muchas cosas que tenemos. Innegable ese fenómeno de la ‘macdonalización’ del mundo, si dondequiera que uno vaya la gran ‘M’ te sigue como una maldición. La globalización de la economía, pero además de la cultura, la experiencia social, los patrones de consumo y sus implicaciones son elementos comunes.
En mi colaboración quería hacer hincapié, sin embargo, en las particularidades de las sociedades, un poco para contrarrestar la sensación que mucha gente expresa de una u otra forma de que el capitalismo global lo acapara todo, penetra hasta en nuestras vidas más íntimas, nos desarma y apacigua. Lo uniforme de un mundo donde hay un Burger King en cada esquina (para variar las marcas) nos podría hacer pensar que la contradicción fundamental, aquella lucha de clases, se ha resuelto –y que lo que queda es una diferencia cuantitativa: tener más o menos.
Por eso yo cuestionaría el concepto del “pobretariado”. En los debates de la década pasada creo que existía el peligro de caer en definiciones sociológicas del sujeto global –“multitudes”, “precariado”, etc.– en vez de caracterizaciones políticas. Pero es esta última la que permite desarrollar instrumentos de lucha, basados en la fuerza de estos sectores. Es decir, “proletariado” se refería no solamente a una ubicación social sino a un papel esencial en la reproducción del capital, aunque este papel cambiara mil veces de apariencia y comportamiento –del mono a la bata blanca, de la fábrica a la oficina virtual, por ejemplo.
Creo, con Juan Carlos, que el Foro Social Mundial desempeñó un papel importantísimo en el proceso de definir el nuevo sujeto. Tuve el privilegio de asistir tres veces y era imposible evitar la sensación de que allí pasaba algo trascendente, empezando por el hecho de que en Porto Alegre se reunían comunidades y organizaciones que hasta entonces nunca se habían encontrado en un acto político –y en términos de igualdad. Sin embargo, el Foro descartaba explícitamente la política –aun si en el acto de clausura en 2005 se izaba la bandera “Otro mundo es posible” con una tela añadida que decía “pero sólo bajo el socialismo”. Fue una inspiración para Europa, justo en el momento en que, a pesar de la resistencia global, el imperialismo había logrado destruir Irak. Y además no era una simple consigna, era una referencia clara a nuevas prácticas políticas, cuya importancia radicaba en que se podían aplicar a los distintos sectores de la lucha y a la lucha en general.
Ese era el momento de ahondar en lo que se entendía por “el socialismo del siglo XXI”. Aun si el proceso político debía pasar por la etapa de establecer soberanía, control nacional sobre los hidrocarburos y los recursos minerales y la redistribución del ingreso, ¿hacia dónde iba dirigido a la larga? Aquí yo haría eco de los comentarios de Juan Carlos sobre el “proceso constituyente”. Es una experiencia que todas y todos debemos procesar y repensar a fondo. La ocupación de la nueva izquierda de los palacios presidenciales indudablemente representaba un salto hacia la independencia.
Pero, si como García Linera comenta en sus varios escritos y discursos, había que pasar por esa etapa ¿cuál era la garantía de que ella diera lugar a una fase socialista? Porque hemos visto como, en muy poco tiempo, los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Venezuela y Cuba tuvieron que buscar un lugar –un nuevo lugar por cierto– en el comercio capitalista global. Y ante las presiones de los nuevos compañeros de viaje –China, Rusia, Irán– se ha presenciado una sutil redefinición del proyecto del socialismo del siglo XXI en capitalismo de Estado con algunas nuevas variantes. Y lamentablemente, eso ha tenido una consecuencia siniestra: la criminalización de la protesta, contradiciendo los proyectos democráticos que los llevaron al poder.
Aquí es donde cobra su importancia lo que hemos llamado el proceso constituyente. Su tarea no es simplemente escribir constituciones. La constituyente, cobre la forma que cobre, es una expresión de la “imbricación de las mayorías populares en la solución de sus propios problemas, rompiendo con la lógica de delegación de la democracia representativa” (como dice Juan Carlos). Sus formas pueden variar, según la historia y cultura de cada sociedad, pero lo fundamental es que tenga absoluta independencia del Estado y un papel de vigilancia y crítica ante sus acciones. No puede tener representación permanente, ni exclusiones. En la asamblea para escribir la nueva constitución boliviana, por ejemplo, se impuso la regla de que todas y todos los delegados debían pertenecer a partidos políticos –excluyendo de esa manera a movimientos indígenas, comunales, etc. La constituyente puede en un momento ser asamblea nacional con delegados, en otro momento funcionar a nivel local, planteándose cuestiones que tengan que ver con el comportamiento del Estado, pero también creando espacios para enfrentar cuestiones como el machismo, el racismo, el medioambiente, el buen vivir.
Al mismo tiempo, la política, e inclusive los partidos políticos, deben tener el derecho de participar activamente. Desde luego hablar de política, en este nuevo contexto, rebasaría temas de ganar escaños o direcciones sindicales para plantearse qué tipo de sociedad queremos, cómo debían ser las relaciones humanas en una sociedad justa, cómo se realiza el buen vivir. Pero tarde o temprano eso nos enfrentará con el problema del poder, del Estado nacional que funciona al interior de un sistema internacional capitalista. Su transformación, por desgracia, sigue siendo la condición de una verdadera revolución, y habrá que prepararse para esto. Y más allá del internacionalismo concebido como la relación entre Estados, está aquel otro internacionalismo de base. Mientras el ALBA pueda servir como plataforma e instrumento de negociación en el mundo actual, Chávez siempre hablaba de la solidaridad como su motor fundamental. No se ha avanzado mucho más allá de la retórica en esa materia –pero un proceso constituyente partiría de allí.
Surgirán propuestas políticas no asociadas solamente con tomar el relevo del poder sino de ahondar en el proceso de transformación de todos y todas al luchar por el cambio en todos los niveles. Marx decía que la revolución es la coincidencia de la transformación del ser y la transformación de las circunstancias. Las dos van de la mano. En eso estamos.
Juan Carlos Monedero Respuesta a Mike GonzálezLa queja de Lenin a Kautsky en 1920 recordándole que los bolcheviques se habían hecho con el poder del Estado pero no con el poder real aún resuena en cualquier lugar donde las clases subalternas quieran revertir quinientos años de dominación capitalista y doscientos años de dominación política sobre la base de la democracia representativa liberal. Puede tenerse acceso al poder del Estado, pero las oligarquías siguen teniendo los medios de comunicación, el dinero, los jueces, los militares, las relaciones internacionales, los funcionarios, las universidades, la iglesia. Y siempre –siempre– el apoyo de las potencias hegemónicas que van a toda costa evitar el contagio de un poder popular que ponga en riesgo todos esos poderes concentrados en unas minorías.
En 1871, cuando estalló la Comuna de París, Bismarck decidió soltar a los soldados franceses presos para que pudieran combatir a los comuneros. En su lectura, eran más peligrosos quienes reclamaban “asaltar los cielos”, hacer revocatorios de mandatos, garantizar los bienes comunes, frenar el poder de la iglesia o echar a los reyes y a los banqueros que los sostenían, que los soldados que combatían por la burguesía de otro país. Alemania tuvo más miedo al contagio y decidió suspender la lógica de la guerra para ayudar a su un día antes enemigo a que combatiera a los insurrectos.
Este escenario –que en el siglo XIX determinó la discusión acerca de la lucha de clases– estuvo muy presente en la URSS y terminó justificando el estalinismo. En los gobiernos de cambio en América Latina, la lucha por la crítica, por la existencia de facciones, por la autogestión, por medios de comunicación que confrontaran, incluso desde el sector público, la tarea de los gobiernos, es una necesidad raramente cumplida. Desde que Chávez ganó las elecciones de 1998, los poderes tradicionales tanto venezolanos como latinoamericanos, estadounidenses y europeos empezaron a conspirar para desoír el resultado. En Venezuela se probaron todas las estrategias que habían resultado exitosas en otros lugares durante el siglo XX: desabastecimiento, huelgas, cierre patronal, manifestaciones, lucha callejera, intentos de inhabilitación jurídica, incitación al odio en los medios, magnicidio, golpe de estado por las fuerzas armadas. Y de todas resultó victoriosa.
Pero el comportamiento golpista de la oposición –como en tantos otros sitios en el continente– terminó enrocando al gobierno y haciéndose impermeable a las críticas. La universidad, los medios de comunicación y la oposición parlamentaria tienen como función construir una esfera pública virtuosa. Pero al entregarse a la mera desestabilización, incumplen su función y pasan a ser parte de las nuevas formas de golpismo que tienen una importante baza previa en la deslegitimación de los gobiernos.
Este comportamiento terminó por equiparar a todas las críticas como si provinieran de un mismo ánimo desestabilizador. Y eso ha debilitado mucho a los gobiernos de la izquierda latinoamericana. El primero, Cuba, pero después todos los países que no han asumido que la crítica es el oxígeno que alimenta los procesos de cambio y que revitaliza la savia revolucionaria de la ciudadanía (mientras que el ahogamiento de la crítica genera el resultado contrario).
Todos los gobiernos de cambio en América Latina durante los últimos diez años han cosechado enormes resultados en la lucha contra la pobreza. Han sacado a millones de personas de situaciones terribles de postración económica. Han ascendido en los índices de desarrollo humano de Naciones Unidas gracias, sobre todo, al gasto social desplegado en sanidad, educación, vivienda, alimentación, etc. Pero su agenda “postneoliberal” no ha pasado de ser eso. Dicho en otros términos, no han desarrollado una agenda genuinamente socialista, teniendo siempre abierta la posibilidad de, al no haber desterrado de manera definitiva las amenazas neoliberales, volver a caer en los mismos vicios de los noventas que cometieron los gobiernos a los que vinieron a sustituir. Los gobiernos de la izquierda latinoamericana han distribuido la renta, pero no la han redistribuido, pues los ricos cada vez son más ricos, pese a que se ha sacado a mucha gente de la pobreza.
Hacer una agenda socialista habiéndose asumido que la vía al poder es electoral (y no la lucha armada) detiene la posibilidad de hacer planes a medio y largo plazo que no reciban apoyo electoral en el corto. La única manera de que los gobiernos de la izquierda, urgidos por la necesidad de recursos, no caigan en esa trampa (por ejemplo, haciendo políticas extractivistas que resuciten la trampa de la dependencia de la exportación de recursos energéticos sin ningún valor añadido) pasa por mantener la tensión popular de manera que sea el propio pueblo, en su conjunto, quien reclame otro modelo. Y eso no es nada sencillo.
La única manera de no fracasar, en cualquier caso, pasa por construir un doble vector. Por un lado, un vector representativo que arme un Estado fuerte (no olvidemos que el neoliberalismo desmontó el Estado social desde el propio aparato del Estado). Ese vector hay que controlarlo con transparencia, limitación de mandatos, referéndum revocatorio y un tejido social denso y vivo. Al mismo tiempo, hay que armar un vector experimental, asambleario, horizontal, autogestionado que solvente los problemas históricos ligados a la forma estado. Los estados modernos, como bien vieron Marx y Engels, tienen el problema de que son “representativos”, es decir, que unos pocos siempre van a representar al conjunto. Y eso genera el riesgo, incluso en el mejor de los casos –donde haya una voluntad realmente democrática–, de que una minoría termine sustituyendo al conjunto y, por la propia estructura representativa del Estado, acabe siendo rehén de las oligarquías que tienen más facilidad para representarse a sí mismas (al Estado siempre le es más fácil reunirse con poca gente que con mucha).
Los gobiernos de la izquierda latinoamericana para poder llevar a cabo su tarea necesitan tener una base económica que sólo puede obtenerse bien por el control público de las riquezas nacionales –algo evidente en el caso de hidrocarburos, pero también de otros tipos de bienes– o por una base fiscal que cobre impuestos a los detentadores de la riqueza. El fracaso en la construcción de una base económica para llevar a cabo las transformaciones sociales implica caer, tarde o temprano, en las redes neoliberales, bien en forma de recursos en el FMI, en el Banco Mundial o en sectores financieros internacionales, Tratados de libre comercio, insistencia en el extractivismo, endeudamiento con países que demanden materias primas (es evidente el caso de China) o incrementos del déficit público y de la deuda pública que no sean manejables. En conclusión, la verdadera vacuna para poder superar el marco neoliberal pasa por sacar la conciencia neoliberal de las cabezas de la ciudadanía. Esa fue, principalmente, la tarea que se marcó el Presidente Chávez en Venezuela. Pero esa tarea reclama los lapsos de dos generaciones. Y ese tiempo no siempre se tiene.
Fuente: http://lahiedra.info/la-izquierda-en-america-latina-debate-juan-carlos-monedero-y-mike-gonzalez/

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

De  Juan Pablo Duarte  solo se conoce una fotografía hecha en  Caracas  en 1873 cuando el patricio contaba con 60 años de edad.  A...