Por Guillermo Castro H.
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
“En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de esta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples. Federico Engels, 1876
Las alteraciones en las modalidades de relación de los seres humanos entre sí y con su entorno natural conducen a cambios en sus condiciones de salud.
Cuando esas alteraciones alcanzan la complejidad de una transición entre distintas formaciones económico-sociales, tres casos han sido objeto de interés a este respecto:
Primero fue el del desplome demográfico que acompañó el proceso de desintegración de la romanidad. Aquí, la expresión más conocida de ese proceso fue la llamada Plaga de Justiniano -probablemente, peste bubónica- de la que se calcula que, entre 541 y 750, causó la muerte de entre 25 y 50 millones de personas, equivalente a entre el 13 y el 26% de la población estimada en el siglo VI.
Segundo, el de la llamada Peste Negra, -bubónica, también- que se propagó desde Mongolia a Europa en el siglo XIV a lo largo de las rutas de comercio que anunciaban la formación del mercado mundial. En Europa, la epidemia ocasionó la muerte de al menos 25 millones de personas -cerca del 30% de la población- entre 1347 y 1353, y contribuyó a acelerar la descomposición de las condiciones sociales, económicas e ideológicas de una feudalidad que ya ingresaba en la que sería su crisis terminal a partir del siglo XVI.
Tercero, el de las consecuencias demográficas de la conquista europea de nuestra América. Aquí, la destrucción de las formaciones económico-sociales originarias provocó una catástrofe sanitaria que se extendió a lo largo de los siglos XVI y XVIII. En lo general, se estiman extinciones de entre el 70 y el 90% de la población originaria-, estimada a su vez entre 30 y 120 millones de personas, asociadas a un complejo de enfermedades que incluía, entre otras, la viruela y el tifus.
Hoy, la pandemia de COVID 19 hace parte de una compleja transición en el desarrollo del mercado mundial.
La primera, como sabemos, dio lugar a la formación de un mercado colonial hegemonizado por la Gran Bretaña.
Tras la crisis provocada por la disputa por la hegemonía sobre ese mercado entre 1914 y 1945, ocurrió la transición a un mercado internacional, organizado en torno al intercambio entre mercados nacionales tutelados por sus respectivos Estados.
De fines del siglo XX acá, hemos ingresado en un tercer período de transición entre ese mercado internacional y otro -tutelado por el capital financiero a través de grandes corporaciones transnacionales -, al que llamamos proceso de globalización.
La globalización, en este sentido, define un proceso, pero aún no un estado. La conducción inicial de ese proceso por parte de Estados neoliberales ha conducido a la humanidad a una situación de crecimiento económico incierto, inequidad social persistente, degradación ambiental constante y deterioro institucional creciente. Así, la crisis social, económica y política asociada a la pandemia del coronavirus.
Se ha acentuado, también, el conflicto entre la vieja democracia liberal y las nuevas doctrinas de seguridad nacional, justificadas mediante la invocación a la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, la criminalidad informática y los desórdenes migratorios.
La pandemia del COVID 19 nos avisa que la globalización -con todo su extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas- ha ingresado en una fase en la cual las relaciones de producción vigentes impiden producir las transformaciones ambientales y sociales necesarias para hacer de la Humanidad la patria de todos los humanos. La crisis civilizatoria debe ser aprovechada como una oportunidad para que prevalezca lo mejor de nuestra especie: de otro modo, por el camino en que vamos, prevalecerá lo peor de ella.
Esa superestructura mundial ha sido puesta en crisis por el desarrollo de las fuerzas productivas generado por la III Revolución Industrial, y el paso a la IV. La I, como se recordará, ocurrida a partir de fines del siglo XVIII, permitió la mecanizar la producción y el surgimiento de la verdadera industria a partir de la máquina de vapor. La II permitió masificar la producción mediante la incorporación de la electricidad, y la III permitió automatizarla mediante la incorporación de la informática a la producción de bienes y servicios. La IV, hoy en curso, apunta a integrar y acelerar los procesos de producción, circulación y consumo mediante el recurso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación y el desarrollo de nuevas aplicaciones como la tecnología 5G.
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