MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

domingo, 5 de abril de 2020

El mundo después de la pandemia

por Thierry Meyssan

Las reacciones políticas ante la pandemia de coronavirus se han caracterizado por una ‎serie de sorprendentes carencias de las democracias occidentales, desde la existencia de ‎graves prejuicios hasta la más flagrante ignorancia. Mientras tanto, China y Cuba ‎se han visto mucho mejor preparadas y capaces para enfrentar el futuro. ‎
RED VOLTAIRE 


El presidente de la República Popular China, Xi Jinping, recibe al presidente de Cuba, Miguel ‎Díaz-Canel, en noviembre de 2018. Cuba facilitó a China la instalación del laboratorio ‎ChangHeber, en la ciudad china de Jilin, para producir Interferón Alfa 2B (IFNrec), un medicamento cubano utilizado con ‎éxito en la lucha contra el coronavirus. El hecho es que los presidentes de China y Cuba, ‎clasificados como “dictadores comunistas” protegen a sus conciudadanos mucho mejor que los ‎dirigentes de las “democracias liberales”.‎

El brusco cierre de las fronteras y, en muchos países, el cierre también de las escuelas, las ‎universidades, las empresas y los servicios públicos, así como la prohibición de festividades, ‎conmemoraciones y otras actividades colectivas, modifican profundamente las sociedades, que, ‎en unos meses, ya no serán lo que fueron antes de la pandemia. ‎

Esta realidad modifica, en primer lugar, nuestra concepción de la Libertad, concepto alrededor del ‎cual se centró la fundación de Estados Unidos. Según la visión estadounidense –visión defendida ‎sólo por Estados Unidos– la Libertad no puede tolerar límites. Todos los demás Estados admiten –‎por el contrario– que no hay Libertad sin Responsabilidad, y estiman por ende que ‎no es posible ejercer las libertades sin definir sus límites. Hoy en día, la cultura estadounidense ‎ejerce una influencia determinante a través de casi todo el mundo. Pero la pandemia acaba de ‎contradecir su visión de la libertad. ‎

El fin de la sociedad totalmente abierta

Para el filósofo Karl Popper (1902-1994), en una sociedad la libertad se mide en términos de ‎apertura. Supuestamente, la libre circulación de personas, mercancías y capitales es característica ‎de la modernidad. Esta manera de ver las cosas prevaleció durante la crisis de los migrantes ‎registrada en 2015. Por supuesto, algunos han subrayado desde hace tiempo que ese discurso ‎permite a especuladores como George Soros explotar a los trabajadores de los países ‎más pobres. Soros predica la desaparición de las fronteras y por ende de los Estados, ‎desde ahora y para favorecer la instauración futura de un gobierno supranacional. ‎

La lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados ‎están ahí para proteger a sus ciudadanos. En el mundo postcoronavirus, las «ONGs sin fronteras» ‎tendrían por ende que ir desapareciendo y los partidarios del liberalismo político tendrían que recordar que ‎sin Estado «el hombre es el lobo del hombre», según la fórmula del filósofo británico Thomas ‎Hobbes (1588-1679). Por ejemplo, la Corte Penal Internacional (CJI) acabaría siendo algo absurdo ‎a la luz del Derecho Internacional. ‎

El giro de 180 grados del presidente francés Emmanuel Macron es una muestra de esa toma de ‎conciencia. Hasta hace poco, el presidente Macron denunciaba la «lepra nacionalista» ‎asociándola a los «horrores del populismo», pero ahora canta loas a la Nación, único marco ‎legítimo de movilización colectiva. ‎

El interés general

La noción de «interés general», cuestionada por la cultura anglosajona desde la traumatizante ‎experiencia de Oliver Cromwell, se hace indispensable cuando se trata de protegerse de una ‎pandemia. ‎

En el Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson, está teniendo dificultades para imponer las ‎medidas que se hacen necesarias ante la situación sanitaria, medidas de carácter “autoritario” ‎que los británicos sólo admiten en caso de guerra. En Estados Unidos, el presidente Donald ‎Trump, no puede decretar el confinamiento de la población para todo el territorio nacional ‎por ser esta una prerrogativa exclusiva de los diferentes Estados que conforman la Unión. ‎Así que el presidente de los Estados Unidos de América se ve obligado a “torcer” los textos de ‎leyes anteriores, como la famosa Stafford Disaster Relief and Emergency Assistance Act. ‎

El fin de la libertad sin límites para el sector empresarial

En el plano económico, después de haber decretado el cierre de todo tipo de negocios, desde los ‎restaurantes hasta los estadios de fútbol, ya no será posible seguir imponiendo la teoría de Adam ‎Smith sobre la necesidad supuestamente imperiosa de dejar que el mercado sea el rector de la ‎actividad económica. Habrá que reconocer por fin límites a la sacrosanta libre empresa. ‎

La lucha contra la pandemia ha venido a recordarnos que el interés general puede justificar la ‎imposición de límites a cualquier actividad humana. ‎

Las carencias

La crisis del coronavirus tambíen ha puesto de relieve las carencias y fallos de nuestras ‎sociedades. Por ejemplo, el mundo entero sabe que China fue la primera nación en ‎sufrir los efectos de la pandemia… y sabe también que acabó controlándola y levantando las ‎medidas autoritarias que había tenido que adoptar para lograrlo. Pero pocos saben cómo ‎lograron los chinos derrotar el coronavirus. ‎

La prensa internacional ha optado por ignorar los agradecimientos que el presidente chino Xi ‎Jinping expresó, el 28 de febrero, al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel. La prensa ‎internacional también ha preferido no hablar de la importancia que tuvo para China el uso del ‎medicamento cubano denominado Interferón Alfa 2B (IFNrec). Por supuesto, esa prensa sí ‎ha hablado del uso de la cloroquina, que ya se utilizaba contra el paludismo. Pero ‎ha guardado silencio sobre las investigaciones destinadas a encontrar una vacuna contra el ‎coronavirus: China ya está en condiciones de realizar los primeros ensayos con humanos a finales ‎de abril y el laboratorio del Instituto de Investigación sobre Vacunas y Sueros de San Petersburgo ‎ya tiene preparados 5 prototipos de vacunas contra el coronavirus. ‎

Esos “olvidos” denotan la “selectividad informativa” que practican las grandes agencias ‎de prensa. Nos repiten constantemente que vivimos en una «aldea planetaria» (Marshall ‎McLuhan), pero sólo nos informan sobre el microcosmo occidental. ‎

Esa ignorancia resulta muy útil a los grandes laboratorios occidentales, entregados a una ‎competencia desenfrenada en el sector de las vacunas y las ventas de medicamentos. Sucede ‎exactamente lo mismo que en los años 1980. En aquella época, una epidemia de «neumonía de ‎los gays», identificada como SIDA en 1983, provocaba una hecatombe entre los homosexuales ‎de San Francisco y Nueva York. Cuando la enfermedad llegó a Europa, el entonces ‎primer ministro de Francia, Laurent Fabius, retrasó el uso del test de diagnóstico elaborado en ‎Estados Unidos para que el Instituto Pasteur tuviera tiempo de elaborar y patentar un test ‎francés. Estaban en juego ganancias ascendentes a miles de millones de dólares… que costaron ‎miles de fallecimientos innecesarios. ‎
La geopolítica después de la pandemia

La epidemia de histeria que acompaña la expansión del coronavirus está desviando la atención de ‎la actualidad política. Cuando esta se termine y los pueblos recuperen el sosiego, el mundo será ‎quizás muy diferente. La semana pasada dedicábamos este espacio a la amenaza que ‎el Pentágono hace pesar actualmente sobre la existencia de Arabia Saudita y de Turquía, ‎dos países que se hallan en la mira de Estados Unidos [1]. ‎Las respuestas, por separado, de Arabia Saudita y de Turquía fueron dos apuestas ‎muy peligrosas: Arabia Saudita inició un ataque contra la industria estadounidense del petróleo de ‎esquistos mientras que Turquía amenazó con implicar a Estados Unidos en una guerra ‎contra Rusia. Son dos amenazas tan graves que habrán de tener respuestas muy rápidamente, ‎el mundo no podrá darse el lujo de esperar tres meses para enfrentarlas. 
Thierry Meyssan


Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las "primaveras árabes" (2017).



Maniobras estratégicas detrás de la crisis ‎del coronavirus

«EL ARTE DE LA GUERRA»‎
por Manlio Dinucci

Todos los Estados europeos se reorganizan para enfrentar la epidemia de coronavirus. ‎Todos los sectores de la vida y la actividad de cada país europeo se ven afectados por esa ‎reorganización. Todos menos uno… 
la cooperación con la OTAN. ‎
RED VOLTAIRE 


‎Mientras que la crisis del coronavirus paraliza sociedades enteras, fuerzas muy poderosas ‎se dedican a sacar el máximo de ventaja de la situación. El 27 de marzo la OTAN, bajo las ‎órdenes de Estados Unidos, se amplió pasando de 29 países miembros a 30, con la ‎incorporación de Macedonia del Norte. ‎

Al día siguiente, mientras continuaba el ejercicio estadounidense denominado «Defender Europe ‎‎2020» –con un poco menos de soldados pero con la misma cantidad de bombarderos nucleares– ‎comenzó en Escocia el ejercicio aeronaval de la OTAN «Joint Warrior», con la participación de ‎fuerzas de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, entre otros países. «Joint Warrior» ‎se prolongará hasta el 10 de abril e incluirá una serie de maniobras terrestres. ‎

Mientras tanto, Washington advirtió a los países miembros de la OTAN que, sin importar las ‎pérdidas económicas que pueda provocar la crisis del coronavirus, tendrán que seguir ‎incrementando sus presupuestos militares para «conservar la capacidad de defenderse», ‎por supuesto, de la «agresión rusa». ‎

El 15 de febrero pasado, en la Conferencia de Seguridad de Munich, el secretario de Estado ‎estadounidense Mike Pompeo anunció que Estados Unidos solicita a sus aliados de la OTAN que ‎desembolsen 400 000 millones de dólares suplementarios para incrementar el presupuesto de ‎la alianza atlántica, que ya sobrepasa ampliamente los 1 000 millones de dólares anuales. ‎

Eso significa que Italia tendría que incrementar su presupuesto militar, que ya se eleva a más de ‎‎26 000 millones de euros anuales, cifra superior a la suma que el parlamento italiano autorizó ‎específicamente para enfrentar la crisis del coronavirus (25 000 millones de euros). ‎

La OTAN gana así más terreno en una Europa ampliamente paralizada por la crisis del coronavirus, ‎una Europa donde Estados Unidos –hoy más que nunca– puede hacer lo que le venga en ganas. ‎En la Conferencia de Seguridad de Munich, Mike Pompeo arremetió duramente no sólo ‎contra Rusia sino también contra China, acusándola de utilizar varias de sus compañías –como ‎Huawei– como «caballo de Troya de la inteligencia», o sea como herramientas para su ‎espionaje. Con esas acusaciones, Estados Unidos endurece su presión sobre los países europeos ‎para que rompan sus acuerdos económicos con Rusia y con China y refuercen las sanciones ‎contra Rusia. ‎

‎¿Qué tendría que hacer Italia?, si contara con un gobierno que quisiese defender nuestro ‎verdaderos intereses nacionales. ‎Tendría que negarse a incrementar el presupuesto militar, ya artificialmente “inflado” a causa de ‎la fake news de la «agresión rusa». Incluso debería someter el actual presupuesto a una revisión ‎radical para reducir el despilfarro de fondos públicos en sistemas de armas como el avión de ‎guerra estadounidense F-35. Tendría que suprimir inmediatamente las sanciones contra Rusia y ‎desarrollar al máximo el intercambio con ese país. Tendría que sumarse al pedido –presentado ‎el 26 de marzo en la ONU por China, Rusia, Irán, Siria, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte ‎y Cuba– para que la ONU exija a Washington el levantamiento de todas las sanciones, ‎principalmente las que más daño hacen en momentos en que los países víctimas de esas ‎sanciones luchan contra el coronavirus. ‎

El levantamiento de las sanciones contra Irán implicaría beneficios económicos para Italia, cuyos ‎intercambios con la República Islámica se han visto prácticamente bloqueados por las sanciones ‎estadounidenses. Esa medida y otras más aportarían una bocanada de oxígeno principalmente a ‎pequeñas y medianas empresas que están en peligro de desaparecer por el cierre forzoso, ‎aportarían fondos que podrían destinarse a resolver la crisis, favoreciendo sobre todo a ‎los italianos más desfavorecidos, sin endeudar por ello el país. ‎

El mayor peligro que hoy corremos es encontrarnos al final de esta crisis con que tenemos ‎al cuello el nudo corredizo de una deuda externa que pondría a Italia en una situación económica ‎como la de Grecia.

Las fuerzas de la gran finanza internacional, que están utilizando la crisis del ‎coronavirus en una ofensiva de envergadura mundial con las armas más sofisticadas de la ‎especulación, son más poderosas que las fuerzas militares ya que también controlan las ‎decisiones del complejo militaro-industrial. Esas fuerzas son capaces de llevar millones de ‎ahorristas a la ruina y pueden utilizar la deuda para apoderarse de sectores económicos enteros. ‎

En esta situación, es decisivo el ejercicio de la soberanía nacional. No de esa que tanto se invoca ‎en la retórica política sino de la soberanía nacional real y verdadera, la que pertenece al pueblo ‎y garantiza nuestra Constitución. ‎

Fuente

Hezbollah lucha contra el coronavirus

RED VOLTAIRE



El gobierno del nuevo primer ministro libanés, Hassan Diab, proclamó un toque de queda y la ‎adopción de medidas sanitarias drásticas para luchar contra la epidemia de coronavirus en un país ‎donde prácticamente todas las instalaciones sanitarias pertenecen al sector privado y los partidos ‎confesionales libaneses proestadounidenses acusan al Hezbollah de ser culpable de la llegada de ‎la epidemia al Líbano desde Irán. ‎

En ese contexto, el Hezbollah ha decidido espontáneamente hacerse cargo de la salud pública en ‎el sur del Líbano, región donde la población es mayoritariamente de confesión chiita. ‎El Hezbollah dispone allí de sus propios hospitales, considerados entre los mejores del Medio ‎Oriente, y anunció la movilización de 1 500 médicos, 3 000 enfermeros y socorristas y 5 000 ‎cuadros sanitarios y de servicios. El Hezbollah está trabajando además en la desinfección de ‎las ciudades y se encarga de proporcionar a la población la información sobre las medidas ‎necesarias ante la epidemia. ‎

La demostrada competencia del Hezbollah en materia de salud pública le ha valido en numerosas ‎ocasiones verse asignar el ministerio de Salud, cartera actualmente en manos del profesor ‎Hamad Hassan. ‎

En sus contactos con la población, el Hezbollah recuerda que antes tuvo que asumir el papel del Estado frente al agresor israelí ‎para defender a todos los libaneses y señala que hoy asume nuevamente ese papel en la defensa de los libaneses ante la epidemia de coronavirus. ‎

Mientras tanto, Estados Unidos sigue acusando al Hezbollah de ser una organización terrorista, ‎respalda la agresión israelí contra el Líbano y no aporta ningún tipo de ayuda al país en la lucha ‎contra la epidemia. ‎

El neoliberalismo en crisis mundial por el covid-19


Hedelberto López Blanch, Rebelión

Una de las grandes verdades que ha demostrado la enorme pandemia de coronavirus que recorre ya todos los continentes, es que el neoliberalismo ha llevado a los países que adoptaron ese sistema a una crisis social de incalculables dimensiones.

El corolario que se desprende de esa realidad es que el neoliberalismo ha entrado en crisis mundial al ser incapaz de resolver los problemas socio-económicos de las grandes mayorías pues sus beneficiarios son una pequeña capa de la sociedad y las multimillonarias compañías transnacionales.

El caso más significativo resulta el de Estados Unidos, país impulsor del neoliberalismo donde más de 30 millones de personas no cuentan con seguro médico y otros 40 millones solo acceden a planes deficientes, con copagos y seguros de costos tan elevados que solo les sirve para pequeñas atenciones por los enormes costos de los servicios de salud.

El negocio de las privatizaciones ha dejado desamparadas a millones de personas en el gigante del norte pues la premisa en las clínicas y hospitales resulta completamente discriminatoria: Si no tiene dinero no lo atienden, si cuenta con un buen seguro las puertas se abren.

Antes de la pandemia del covid-19 Raúl Garnica llegó al hospital de Kendall, en Miami, porque presentaba fiebre y continencia urinaria. Los análisis preliminares determinaron que padecía una posible insuficiencia renal. Debió pagar 455 dólares solo por los análisis y como su seguro no cubría los gastos de atención por esa enfermedad el hospital no lo siguió tratando. Ahora se encuentra en compás de espera sin tratamiento médico.

En un país con más de 328 millones de habitantes donde no existe control sanitario generalizado y los servicios médicos y farmacéuticos están controlados por particulares o empresas transnacionales, solo funcionan 79 laboratorios estatales para detectar infectados por coronavirus.

Desde enero, cuando se detectaron los primeros casos, hasta marzo, cada Estado debía enviar las muestras de posibles contagios por correo postal a la sede del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) en Atlanta, único lugar autorizado para realizar pruebas, y no fue hasta mediados de ese mes que los 50 Estados contaron con capacidad técnica autónoma.

Se espera que al incrementarse los análisis, el número de contagiados se incremente estrepitosamente y la infraestructura de salud quedará colapsada, lo cual aumentará el número de enfermos graves y de muertos.

Otro factor que impulsa la proliferación de la enfermedad es el miedo de los ciudadanos a no poder sufragar las costosas consultas y tratamientos por lo que no concurren a los lugares de atención. O sea, un círculo vicioso pues la infección se expande con mayor celeridad.

El presidente estadounidense, acostumbrado a mentir, ha sido centro de numerosas críticas por el mal manejo de la situación.

En sus primeras declaraciones afirmó que el coronavirus era solo una influenza pasajera y acusó a los demócratas y a los medios de comunicación de aupar el temor; después insistió en que todo estaba bajo control, se autovanaglorió de su “inteligencia” para enfrentar la enfermedad; subrayó que ya se habían reducido los niveles de infestación y que toda la culpa la tenían China y los países europeos. Semanas después tuvo que declarar una emergencia nacional.

Las nuevas medidas tomadas por Washington aseguran que los CDC ofrecen gratis el examen de coronavirus, siempre que el individuo esté autorizado por un médico, pero esa supuesta bondad federal esconde el resto de las dificultades, como reportó al The Miami Herald el cubanoamericano Osmel Martínez Azcue.

Osmel contó al periódico que al volver con síntomas de gripe de un viaje a China acudió a un hospital de Miami a hacerse las pruebas de coronavirus. Resultó que tenía solo gripe, pero apenas llegó a su casa se encontró con una factura de 3.270 dólares. Y se preguntaba: ¿Cómo podremos contribuir a reducir el contagio si los hospitales nos van a cobrar más de 3.000 dólares solo por un análisis de sangre y una muestra nasal?

Un reporte del Departamento de Viviendas y Desarrollo Urbano de Estados Unidos indicó que en 2019, más de 560.000 ciudadanos viven como desamparadas en todo el país. Cálculos conservadores aseguran que solo en Miami-Dade, alrededor de 1.300 personas deambulan por las calles, sin contar las que viven en refugios.

El director del Homeless Trust, informó de que la mayoría de las personas están yendo a dormir a las calles pues tienen miedo de contagiarse en los refugios.

En Estados Unidos el número de infestados aumenta diariamente y al 31 de marzo se contabilizaban más de 190.000 personas contagiadas y 4.000 fallecidos. Otros países con políticas neoliberales donde la salud pública primordialmente esta privatizada, también se encuentran en un caos sanitario. Por ejemplo, en esa misma fecha, Italia reportó 105.792 afectados y 12.428 fallecidos; España, 95.923 y 8.464 muertos; Francia, 52.128 y 3.523; Brasil, 5.812 y 201.

Pero esas cifras no son solo resultado de la pandemia, sino también de las decisiones políticas y económicas que imponen las leyes del neoliberalismo en contra del bienestar social de sus pueblos. China (donde comenzó y azotó con mayor fuerza el virus) Cuba, Rusia y Venezuela, por citar algunos, con sistemas públicos de salud, han logrado tener bajo control la epidemia.

Los datos mostrados por la ONG inglesa Oxfam son patéticos: El 1% más rico de la población mundial posee más del doble de la riqueza que 6.900 millones de personas. ¿El covid-19 ayudará a disminuir esas cifras al abrir los ojos a los indolentes?

Europa asoló con su austeridad, hoy recoge los cadáveres

La UE asoló el sur de Europa con su austeridad, hoy recoge los cadáveres del austericidio


El sistema económico mundial colapsó, hace una década, víctima de su propia voracidad, de la concentración salvaje del capital y la demolición del aparato estatal. Podría haber sido un punto de inflexión, la oportunidad de levantar un nuevo edificio de las ruinas de un sistema que ya provocó la mayoría de los desastres del siglo XX. Sin embargo, la Unión Europea, como el resto de Occidente, entregado al neoliberalismo, ese virus resiliente y letal como ningún otro que se haya conocido en la historia, prefirió apostar por la austeridad pública. 
La crisis 

La crisis que explosionó entre 2006 y 2008 fue provocada básicamente por la avaricia: se empezaron a vender los inmuebles lo más caro posible. La idea era obtener el mayor beneficio con la mayor rapidez y sin importar nada más. A ello contribuyó que los bancos quisieran, como siempre, sacar tajada del negocio. De la estafa piramidal, porque aquello era una especulación tan bárbara que solo puede ser calificada como estafa, aunque fuera legal. Los unos vendían y compraban muy por encima del que debería ser el precio real, muchas veces para vender por más y obtener jugosos y rápidos beneficios, y los otros daban créditos a personas que realmente no podían pagarlos. Ello hizo que la economía mejorara, los salarios aumentaran y el desempleo bajara. Todo funcionó hasta que reventó: era una ficción. 

La espiral no solo fue responsabilidad de los actores privados, ya que los estados podrían haber intervenido y frenado la esquizofrenia inmobiliaria e hipotecaria, pero para entonces ya solo eran títeres, sin estructuras ni medios, en manos de los grandes capitales y empresas. En manos de los intereses privados. El castillo de naipes de desplomó víctima del pánico de los mismos avaros que lo levantaron. 

Occidente no aprendió nada; la Unión Europea, tampoco. Las élites mundiales, incluidas las europeas, tan partidarias de la no intervención estatal, en lugar de dejar caer a los que habían errado, hicieron todo lo contrario. Lo hicieron porque, en teoría, dejarlos caer hubiera sido un drama. Mentira. El drama estaba cerca de acontecer. 
El austericidio europeo 

En Estados Unidos se rescataron a los bancos con 700.000 millones de euros. Fue el principio del fin. En España el rescate a los bancos se quedó en 60.000 millones de euros y en Italia 17.000 millones solo en 2019. Ello se debió a que Europa decidió rescatar a los bancos en lugar de a los ciudadanos. O mejor dicho, a costa de los ciudadanos. Y a quien se opuso le puso un revólver en la cabeza. 

Grecia fue el primero en plantarse. Por momentos pareció que lo conseguiría, pero fracasó. Su movimiento era clave para el resto de países europeos, pendiente de si aquella pequeña rebelión surtía efecto, por lo que durante semanas el Viejo Continente contuvo el aliento. Lo contuvo entre amenazas propias de mafiosos, pues la Unión Europea puso sobre la mesa la opción de asfixiar a Grecia. Dejarlos morir, literalmente, de hambre. Conmigo o muertos. Los griegos doblaron las rodillas y suplicaron a su maltratador europeo que el castigo no fuera muy severo. 

Perdieron un 20% la renta por habitante solo entre 2010 y 2015, aumentaron el desempleo hasta el 27%, la pobreza llegó a niveles insoportables y la deuda pública se disparó.

En Italia se aprobó un primer ajuste presupuestario de 79.000 millones de euros en 2011 y un segundo de 30.000 millones de euros en 2013. La deuda quedó pagada, pero Italia, literalmente, contempló la escasa belleza de la ruina moderna: 40% de desempleo juvenil, tasas de crecimiento escasas y auge de la ultraderecha. Ultraderecha que ya cabalga en la Unión Europea con serias aspiraciones a tomar las riendas. 

El problema que se vive en España o Italia, casualmente dos de los países más afectados por las medidas de austeridad, no es ni siquiera el número de muertos y enfermos, sino la incapacidad para controlarlo

España recortó a nivel estatal en diferentes sectores 44.448 millones de euros solo entre 2009 y 2014, incluida la sanidad pública y tras diez años de recortes, España estaba invirtiendo en Sanidad el 5,9% de su PIB, mientras que en Europa se invertía el 7,5%, lo que provocó escasez de personal sanitario, como enfermeras (5,7 por cada mil habitantes, mientras que la media europea es de 8,5 y hay países como Noruega que tienen 17). 

El Sur de Europa vivía una de las situaciones más ruinosas de las últimas décadas, pero los bancos franceses y alemanes cobraron, que era el objetivo de la Unión Europea, las bolsas volvieron a funcionar y la prima de riesgo desapareció de la escena.

Por estas medidas, entre 2010 y 2018 solo Alemania creció en la Unión Europea por encima del 2% –Irlanda y Luxemburgo, también, pero por ser paraísos fiscales-–, el resto de países quedó estancado en niveles de crecimiento inferiores al 2%. El parón de la economía no fue la única consecuencia del austericidio, pues los niveles de desigualdad y pobreza alcanzaron niveles que ya casi ni se recordaban.

En España había en 2019 2,2 millones de niños en riesgo de pobreza, uno de cada tres; en Italia había 1,2 millones de niños, uno de cada cuatro; y en Grecia más de medio millón, uno de cada tres. La mayoría de estas cifras se obtuvieron tras los recortes provocados por la crisis entre 2008 y 2014: Grecia pasó de 104.000 a 597.000 de niños en riesgo de pobreza y España aumentó su cifra en 800.000. No es casualidad que Grecia, Italia y España ocupen en la actualidad los puestos tercero, cuarto y sexto en el poco digno ranking europeo de pobreza infantil. 
Los muertos 

Hasta ahora, los que sufrían los recortes eran solo los pobres o los hijos de los pobres, ese Tercer Mundo que convive en el mismo vecindario que las élites. Los que esperan para recoger bolsas de comida en centros de caridad o acuden a comedores sociales mientras los más pudientes arrojan al cubo de la basura aquello que ya ni son capaces de comer. 

Sin embargo, el virus lo cambió todo. El sistema ha sido tan esquilmado que no ha sido capaz de soportar ni siquiera un virus muy contagioso, pero escasamente letal, porque el problema real no es el virus, sino la falta de medios para controlar, soportar y curar. El problema que se vive en España o Italia, casualmente dos de los países más afectados por las medidas de austeridad, no es ni siquiera el número de muertos y enfermos, sino la incapacidad para controlarlo y el número de personas que enferman y fallecen a la vez (en España han muerto más de 10.000 personas, pero durante 2019 fallecieron más de 420.000). Muchas de ellas porque no tienen medios suficientes para ser tratados.

El desmantelamiento ha provocado que los países europeos, especialmente los rescatados, los conocidos como PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) carezcan de recursos económicos y capacidad estatal para afrontar este virus

Se levantan hospitales de campaña y se contrata personal sanitario y se intenta desesperadamente comprar material sanitario o respiradores mientras millones de personas malviven sin ayudas. 

Esta situación ha provocado que España e Italia amenacen, ahora sí, con incluso romper la baraja si la Unión Europea no cede en su pretensión de no mutualizar el daño económico causado. Postura a la que se ha sumado recientemente Portugal de forma explícita cuando su primer ministro, António Costa, calificó a Holanda como "repugnante" por afirmar que el problema de los países del Sur de Europa era que no estaban suficientemente preparados y no contaban con recursos. Algo por lo que, después, el primer ministro holandés se disculpó. 

Pero lo cierto es que los niveles de desigualdad económica, pobreza e infraestructuras educativas y sanitarias son muy dispares, tanto entre los estados como dentro de los estados, lo que ha sido provocado en gran parte por las medidas austericidas que perjudicaron a los países de la Europa Meridional, recortaron su gasto público y social y ayudaron al desmantelamiento del aparato estatal en favor de concierto y privatizaciones. Desmantelamiento que comenzó durante los años noventa. 

Ello ha provocado que los países europeos, especialmente los rescatados, los conocidos como PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) carezcan de recursos económicos y capacidad estatal para afrontar este virus, a diferencia, por ejemplo, de Alemania, con mejores niveles sanitarios y económicos para afrontar con mayores garantías la pandemia. 

Así, mientras España no llega a 5.000 camas de cuidados intensivos antes de la crisis, Alemania con menos del doble de población contaba con seis veces más camas para cuidados intensivos (28.000); y mientras España solo hacía unas decenas de miles de pruebas de detección a la semana, Alemania realizaba un millón. Debido a ello, seguramente, la letalidad del virus en uno y otro país son casi antagónicas (España, 10%; Alemania, 1%), igual que la situación de su sistema sanitario: colapsado en España, pero en situación normal en Alemania. 

La Unión Europea asoló el Sur de Europa con su austeridad, hoy recoge los cadáveres del austericidio.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

Colapsa el sistema de salud mundial


O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana

Leer este artículo es más que necesario en estas horas de pandemia y confinamiento. Estamos obligados a reflexionar acerca de las causas de las insuficiencias de los sistemas de salud y acerca de las cosas que no resuelve un modelo de Mercado salvaje .

Empezare aclarando que no soy comunista; los reaccionarios, ultraconservadores le tienen mucho terror a estos títulos; y casi siempre ante la falta de argumentos sólidos, terminan repitiendo y adjudicándonos calificativos que solo han escuchado, pero que en la mayoría de los casos, desconocen su significado. Soy un Demócrata con ideas Republicanas.

Todo el mundo habla del libro “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, el escoses que logro articular con sus ideas, los pilares de la Economía Moderna y le dio paso al Capitalismo Moderno; sin embargo muy pocos hablan sobre el otro libro del mismo autor, "Teoría de los sentimientos morales”; que hace una crítica muy puntual a la conducta de la avaricia humana. Conociendo ya la historia desde la Secundaria, vemos que el prólogo de la misma, tuvo su origen cuando el feudalismo fue sustituido por este nuevo modelo económico.

La configuración Social, de la “Teoría de los sentimientos morales”; y “la armonía del mercado” de las riquezas de las naciones; es en sí una dicotomía que se concatena con la sociedad; esto sin olvidar la famosa “mano invisible” que mueve ese mercado.

El 20 de enero del año 2009, *Barack Obama* es juramentado Presidente número 44 de Estados Unidos; recuerdo muy bien su discurso.

Obama recibía un país en bancarrota, epicentro de una gran recesión mundial; he aquí un pequeño fragmento de su gran discurso: *“Pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede salirse de control; y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando solo favorece a los que ya son prósperos”*. Más que un discurso, fue una gran reflexión; el mercado había quedado a las sanchas de los hombres que no tienen sentimientos morales, ni empatía por la Humanidad; el mundo entero fue estremecido por el flagelo de la avaricia humana; y la economía mundial cayó de rodillas ante una dura recesión. La obsesión del oro negro, llevo a *George W. Bush* invadir y a atacar medio oriente, la zona donde se encuentran las mayores reservas de petróleo; el mundo jamás olvida la causa barata por la que justificaron la invasión a Irak; aseguraban que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva; la ONU, de forma deliberada avalo la invasión. Sin embargo, en el 2010, Julian Assange, fundador de Wiki Leaks, reveló la verdad de lo sucedido; y dejo al desnudo la colosal mentira tarifada que los medios de comunicación le habían contado y hecho creer al mundo; en los archivos que se filtraron, registraba la muerte de más de 100 mil personas, de los cuales el 70% eran civiles. Jamás olvidare las palabras de Assange: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Ese 22 de octubre de 2010, se caía ante el mundo la muralla de la mentira tarifada.

En los últimos doscientos años, nos hemos consumido la energía fósil concentrada de nuestro planeta desde sus orígenes. La danza del capitalismo salvaje va dejando por su paso, la destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta; la explotación inhumana del hombre; y la manipulación de la mente humana para que este de forma sistemática se convirtiera en un rehén de las sociedades de consumo, que sin darse cuenta se convierta en el arma de su propia autodestrucción.

La nueva pandemia ha quitado el velo ilusionista, y el maquillaje hipócrita de la Civilización; la Italia de Rómulo y Remo, de los Cesares, de Marco Polo, de Leonardo Da Vinci, de Galileo Galilei, de Luciano Pavarotti, de Benito Mussolini, de Silvio Berlusconi, de Andrea Bocceli, de Roberto Baggio, de Paolo Maldini, de Gennaro Gattuso*; la Italia que pago el fichaje más caro de su historia por el portugués Cristiano Ronaldo, 122 millones de euros; si esa misma Italia que tuvo que desconectar la respiración artificial de sus ancianos, para luego verlos morir; y que no pudo responder de la misma forma como cuando organizaron el mundial de Italia 90; porque su sistema de salud expiro en los brazos del capital privado, haciendo de la salud una mercancía; lo mismo está sucediendo con España, un país que presume de una monarquía; que se ha convertido en un adorno costoso para un país que no tiene camas para atender a sus pacientes.

La pandemia ya llego a la gran nación del Norte; pero en los 100 primeros días de Gobierno, el Presidente número 45 de Estados Unidos, Donald J. Trump*, destruyo el sistema de salud que había dejado su antecesor. Las consecuencias ya se están sintiendo; los arrebatos de un líder que anda por el vecindario de la aldea global, ufanándose de su “hegemonía o supremacía”; así como se llama el libro de *Noam Chomsky*, están llevando a la gran nación del Norte, como lo expreso hace unos días el *Premio Nobel de Economía, Paul Krugman*: “A que su Democracia y Economía estén amenazadas por un segundo periodo presidencial de Trump en la Casa Blanca”. La crisis del coronavirus ha puesto en aprietos a Trump, ya que el haber minimizado esta pandemia le está pasando una factura en la economia, porque la bolsa de valores se ha desplomado en estas dos últimas semanas; y existe un alto riesgo que la factura se extienda al mes de noviembre, en las elecciones.

La pandemia quito el antifaz del modelo económico de las naciones más poderosas del Planeta (Estados Unidos y China); y en el caso de Italia y España; ambos países miembros de la *OTAN*, que maneja un presupuesto de casi 2 mil millones de dólares, se vieron como los más pobres del barrio, que fingían ser ricos, pero no tenían ni donde caer muertos. La realidad ha quitado el efecto de la anestesia del capitalismo salvaje; y ha tirado sus cartas sobre la mesa. Ha llegado la hora de replantear y de humanizar este modelo económico; y hacernos el siguiente planteamiento: *¡O muere el Capitalismo Salvaje, o muere la Civilización Humana!* Como decía *Albert Einstein:* *“Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes”*.

No podemos seguir viviendo en un planeta donde más del 80% de la riqueza, está concentrada en un 1% de la población. Me resisto a defender con mi silencio un indefendible y despiadado statu quo que concentra la riqueza de nuestros recursos naturales, y medios de producción en pocas manos, capaces de derramar sangre inocente por mantener intacto ese statu quo. Yo no puedo defender este statu quo que privatiza el agua, la salud, la educación, el viento, el sol; Derechos Humanos Universales que se han convertido en mercancías, que se encuentran solo al alcance de una minoría rapaz, voraz e insaciable; mientras las grandes mayorías invisibles; solo son visibles en los procesos electorales, disfrazados de Democracia. Una gran realidad de todo lo que pasa a nivel mundial es que nos quieren tener controlados a los más vulnerables del planeta tierra porque la avaricia, la ambición y ansias de poder los tiene enfermos.

Tomado de jaque al neoliberalismo

EEUU en descomposición

EEUU en descomposición: La movilización que ha de empezar ahora

Con el coronavirus hundiendo nuestra economía, debemos desplegar ahora todos nuestros recursos para sobrevivir. Así, un día podremos florecer

James K. Galbraith (The Nation)

Muy simple: se ha desmoronado el castillo de naipes. Un mundo entero de ilusiones, autoengaños y sofismas ha muerto. Hemos llegado al final de una larguísima cadena, una cadena que se lleva desenrollando desde los triunfos de Milton Friedman y Friedrich von Hayek, popularmente relacionados con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero semejantes también a Jimmy Carter y Bill Clinton, a Tony Blair y Gordon Brown, a Bush y Obama, y a otras figuras menores. Una catastrófica coalición binacional y bipartidista en el orden de ideas anglosajón. Donald Trump y Boris Johnson son consecuencias, no causas, de esta catástrofe conceptual.

El espejismo es la economía tal y como la conocemos. Aquí han primado dos conceptos: la auto-organización y el velo monetario (veil of money). El primero aboga porque los mercados y toda la sociedad esté sujeta a la ley de la oferta y la demanda. Sus supuestas virtudes eran la competencia, la flexibilidad, los incentivos, la eficiencia; la realidad es una frágil red tejida con hebras de cristal. El segundo sumergió el sistema financiero (bancos, inversores o especuladores), convirtiendo a estas personas e instituciones en simples mensajeros sin importancia e invisibles.

Los más ilusos son los que peor salen parados. En un primer momento, el aturdido gobierno británico, un país dirigido por banqueros, inversores y oradores de la Oxford Union, se inclinó por dejar arder el fuego. Darwinismo social al nivel de la Gran Hambruna irlandesa. Mientras malgastaban el tiempo, el incendio se fue desmadrando. El 16 de marzo, cambiaron de rumbo: en Reino Unido empezaba la guerra. En Estados Unidos, nuestros líderes planean inyectar dinero como “estímulo”, y creen que con eso el mercado se auto-organizará. Es otro espejismo.

Europa se ha disuelto. Un amigo, encerrado solo en su apartamento en Roma, me corrigió: Europa en realidad nunca ha existido. Igual que la ficción de una sociedad organizada por el mercado, el espejismo de una unión gestionada por ministros de economía y por bancos centrales se ha evaporado. Macron habla solo para Francia; Merkel para Alemania y para ningún otro sitio. No hubo auxilio sanitario alemán para Italia en esos momentos de necesidad. La respuesta del Banco Central Europeo (la compra de algunos bonos) quedó eclipsada por el torpe comentario de Madame Lagarde.

Cuando colapsó la Unión Soviética, los Estados que la sucedieron sufrieron seis años en un infierno de privación, violencia, desesperación y suicidios. El problema no era, como muchos pensaron, un asunto de capacidad interna. Las fábricas existían, pero estaban inactivas; los campos existían, pero quedaron abandonados. La causa fue una parálisis con aspecto de shock: la incapacidad de soportar saqueos internos, privatización y la apertura a suministros extranjeros. La recuperación empezó en 1998 bajo el mandato del primer ministro Yevgeny Primakov, con un impago de la deuda, una devaluación y con una vuelta a un semisocialismo modernizado, ahora ampliamente desarrollado, como ha podido apreciar cualquiera que haya visitado Rusia últimamente.

Mientras tanto, en China hemos podido ver el poder del Estado, apoyado por una ciudadanía muy comprometida y cooperativa. Dígase lo que se quiera sobre los medios, que incluyeron vigilancia digital, control social, una cuarentena de 60 millones de personas y la cruda decisión de sacrificar a miles para salvar a cientos de miles. Así es la guerra. Pero China parece haber controlado el brote y quedado socialmente intacta. El caso de Corea no es tan claro pero resulta esperanzador por su competencia, su organización, su capacidad productiva y sus cortas cadenas de suministro.


La situación en Estados Unidos
¿Y Estados Unidos? También está en descomposición. Las autoridades federales, salvo contadas excepciones, son abusivas, indiferentes o simplemente estúpidas. Los líderes del Congreso parecen bloqueados. Las únicas manos dispuestas son las de algunos gobernadores –de ambos partidos–, de muchos alcaldes, de jueces de condado y de otras autoridades locales.

Para la población es una prueba de carácter. El estadounidense medio suele tener vocación de servicio, estar preparado para seguir instrucciones y hacer lo correcto, si el resto hace lo mismo. A mi alrededor, en Austin, la gente está restringiendo sus actividades mientras continúan yendo a sus trabajos en medio del riesgo creciente. Las piscinas, los parques infantiles y las bibliotecas están cerradas, según nos dicen, por varias semanas. Todos sabemos que pueden ser meses y meses.

En California, se ha instado a casi 6 millones de ancianos a quedarse en casa. Muchos viven solos o en pareja. ¿Quién les alimentará? El gobernador respondió: 'Buena pregunta'

Todos sabemos también que no se han hecho las suficientes pruebas. No hay reservas de camas ni equipos hospitalarios. Las cadenas internacionales de suministro están rotas, y faltarán medicinas de todo tipo. La única ventaja posible de estar en Estados Unidos ahora mismo es que es un país grande, por lo que la mayoría de las personas vive con más espacio y podrá aislarse más fácilmente por un tiempo. Lo cual no es consuelo para los pobres, ni para los neoyorquinos, ni para aquellos que dependen de una asistencia que no podrán obtener.

Es duro vislumbrar el colapso del sistema de salud, pero hay otros desastres más profundos en el camino. En California, se ha instado a casi 6 millones de ancianos a quedarse en casa. Muchos de ellos viven solos o en pareja. ¿Quién les alimentará? A esto el gobernador respondió: “Buena pregunta”. La realidad es que en este país hemos hecho un buen trabajo manteniendo a muchas personas ancianas y frágiles vivas, uno pésimo en mantenerlas sanas y nos encontramos sin ningún sistema para alimentarlas. Puede que ni sepamos dónde están.

Nos dicen que hay comida de sobra en el país. ¿Llega a las tiendas? Por ahora sí, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo seguirá habiendo gente para colocar, vender, cobrar en caja y mantener la seguridad? La distribución y la seguridad son los puntos débiles de la industria alimentaria. Si bien el mercado nos ha dado eficiencia y altos estándares de vida, la otra cara de la moneda es la falta de resiliencia, de capacidad extra, de coordinación o de liderazgo, es decir, nos ha dado también fragilidad. Una red de cristal. El pánico es así tanto la respuesta racional como el enemigo. Si el pánico toma el control acabará con todo lo que quede.


¿Qué hacer?
La economía norteamericana debe ponerse a luchar contra la pandemia inmediatamente y con todas sus fuerzas. Sería necesaria ahora una institución pública, al estilo de la Corporación de Reconstrucción Financiera de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, con poder para tomar prestado y redistribuir, así como para afrontar los problemas que lleguen. Se deben desplegar los cuerpos de seguridad del Estado y todos sus recursos, así como todos los recursos civiles. Todos los seres humanos disponibles deben ser alistados.

Las necesidades sanitarias inmediatas son suministros, camas y personal. Hemos aprendido que se pueden construir hospitales en días. Los espacios pueden ser requisados; los hoteles y las residencias están vacíos. Se dice que el Ejército sabe lidiar con sucesos graves y masivos. La Ley de Producción para la Defensa otorga la autoridad necesaria para producir mascarillas, tanques de oxígeno o respiradores. Hay empleos ilimitados, como limpiar y realizar otras funciones básicas. Son trabajos que implican riesgos, por lo que deben estar decentemente pagados. Si se garantiza el trabajo, la población lo hará. China dirigió todo esto, y muchas personas se presentaron voluntarias.

La siguiente necesidad es estabilizar los suministros básicos civiles: alimentos, medicinas, limpieza. El sistema existente puede aguantar un poco más. Lo esencial es atarlo a lo local, apoyando a los trabajadores para que puedan seguir: conductores, reponedores, vendedores, limpiadores, cocineros y ayudantes de cocina. Si los productos básicos siguen viniendo, la población continuará tranquila y en paz con los demás. Como en Corea, se podría movilizar a los taxistas y otros conductores profesionales para que desinfecten los automóviles y repartan comida o medicinas. De repente, todos estos trabajadores son esenciales y deben ser tratados como tal.

Deberán repensarse todos los servicios de información y, mientras esto dure, se tendrán que suspender los pagos de las correspondientes facturas domésticas: teléfono, internet, móvil. Que los gobiernos federales compensen a las empresas por los costes básicos. Asegurar la comunicación y el entretenimiento alentará a las personas a quedarse en sus casas. El aumento de los ingresos disponibles ayudará en proporción inversa a la riqueza: aquellos que dejen de percibir sus salarios son los que más se beneficiarán.

Entre las grandes empresas más necesarias del momento están aquellas que llevan redes de distribución masiva: Amazon, Walmart, FedEx, UPS, así como las farmacias y las principales cadenas de supermercados. Deberían ser gestionadas como servicios públicos por ahora. Esto significa hacer envíos de productos de primera necesidad a precio de coste y cancelar todas las florituras. Los altos ejecutivos deben contribuir con su tiempo, mientras que los trabajadores deberían percibir aumentos de sueldo, atención sanitaria, equipos de protección y sindicatos. A cambio de continuar en su trabajo durante la emergencia, esos trabajadores también deberían salir de esta situación en una posición totalmente distinta a la que tenían hasta el momento.

Muchos empleadores grandes, pequeños y medianos están en las últimas y quizás se enfrenten pronto a la bancarrota: aerolíneas, cadenas hoteleras, centros comerciales, centros de convenciones. Es imposible enumerarlos todos. El capital desaparecerá, por lo que será necesario usar la financiación para mantener las operaciones esenciales y asegurar la estabilidad de los activos físicos y de ingeniería. Es fundamental para mantener a raya a los prestamistas y a los buitres establecer una moratoria en el pago de créditos. Obviamente, los desahucios, las ejecuciones hipotecarias y los cortes de luz, agua y otros recursos básicos deben detenerse inmediatamente. Si fuera necesario, es mejor racionar los suministros. Al desmoronarse las empresas, los banqueros también. Cuando pase la tormenta, habrá que ver qué se puede reconstruir.

Durante todo este proceso las personas deben ser reconfortadas. Debemos cuidar a aquellos que están en casa. Y a los que sigan sanos se les deberá proveer con trabajos útiles. Solidaridad, organización, determinación. Estas son nuestras palabras ahora.
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Tomado de ctxt. Traducción de Blanca Planells Merchán

Carta desde New Yor


Roberto Brodsky

Se viene la noche en Nueva York. Hoy es día 26 de marzo. Ayer, en un solo día, el Elmhurst Hospital, ubicado en Queens, reportó la muerte de 81 personas afectadas por el coronavirus. Algunos fallecieron en las salas de emergencia, otros en los pasillos esperando ser atendidos. Un médico del hospital describió la situación como apocalíptica: no había respiradores, faltaban camas, las enfermeras se preguntaban cuál de ellas moriría esa noche o la siguiente. En Elmhurts y en el Bellevue Hospital de Manhattan, también de la red pública, se improvisaron morgues de campaña para dejar los cuerpos y liberar rápido las camas de los fallecidos. La situación se repite hoy en el Brooklyn Hospital.

La primera economía del planeta cruje como una galleta vieja y se derrumba a los pies de un virus de un tamaño no superior a unas diez milésimas de diámetro. El sueño americano hace agua con la crisis sanitaria. O acaso es el perverso sueño latinoamericano de ver al Imperio padecer por una vez el mismo tipo de carencia y vulnerabilidad que, de forma por demás rutinaria, golpea a los países del sur. Lo que sea, el evento en los hospitales de Nueva York grita a los cuatro vientos su condición de acontecimiento. La situación es impresionante.

“No se puede creer lo que está pasando en NY en estos momentos”, escribí esa tarde-noche en un tweet, apenas supe lo que estaba ocurriendo en Queens, el foco más agresivo de los cinco condados en que se divide Nueva York. Era un mensaje bastante hermético, y de inmediato se produjo la duda: qué está pasando, cuenta, de qué hablas. Pero el tweet no permite explicar nada, ni siquiera dialogar: es una máquina de pensamiento hablado y de mentiras echadas al vuelo, no de hechos. Twitter es a las ideas lo mismo que las encuestas son al voto: una propaganda disfrazada, dice Jill Lepore. Y tiene razón, de modo que voy a resumir aquí lo que está pasando en NY en estos momentos y que apenas se puede creer.

Dos días antes, el lunes 23, cuando ya la cuarentena voluntaria regía para toda la ciudad, el gobernador Andrew Cuomo había iniciado su conferencia de prensa, habitual desde que se declaró la emergencia en la ciudad, con una advertencia: “La ola es más grande y llegará más pronto de lo que pensábamos”. Los números oficiales eran aterradores pero Cuomo tuvo el coraje y la serenidad de entregarlos sin transmitir pánico: el sistema público estaba sobrepasado y no sería capaz de afrontar la carestía de insumos, personal médico, infraestructura necesaria y tecnología sanitaria suficiente para enfrentar los hechos: Nueva York era ya el epicentro de la pandemia, pero la red de salud estaba colapsada. Y Cuomo agregó: hablo de hechos, no de opiniones. Hasta hace muy poco hemos vivido y nos hemos dividido en un mundo de opiniones, pero estos son los hechos. No les voy a mentir, dijo; tampoco voy a exagerar: la mitad de la ciudad, es decir, cerca de cuatro millones de personas se contagiará en las semanas que vienen. No lo podremos evitar. Lo que podemos hacer es extender el tiempo de propagación, la curva de la infección. Para eso pedimos que todos se queden en sus casas. No para que no se infecten, porque se infectarán igual; no porque nadie vaya a morir, porque algunos morirán igual; sino para que den tiempo a los hospitales y albergues de emergencia para responder. La idea es dar atención de urgencia a todos los que la requieran, pero esto no podrá hacerse si llegan todos al mismo tiempo, eso no va a ser posible. Y concluyó: no pedimos que se queden en las casas por la salud de cada uno, sino por la salud de los otros.

Impresionante para una declaración pública. En ese momento Cuomo tomó el liderazgo nacional que todos estaban esperando, y cuya patética caricatura hasta ese instante no era otra que la figura grotesca y frívola de Donald Trump, atrincherado en la ignorancia de un negacionismo infantil, primero, y luego en la bravuconería del narciso que todo lo puede y todo lo responde porque se refiere sólo a él mismo. Un perfecto tuitero el Presidente de Estados Unidos. Imposible saber si las palabras finales de la intervención de Cuomo iban dirigidas a Trump, pero calaron hondo en la opinión de una mayoría angustiada: veinticuatro horas después su intervención ya se había vuelto viral en las redes sociales y las portadas de los diarios hablaban de una nueva carta presidencial para noviembre. Ojalá que así sea: ni Biden tiene las agallas y la claridad para enfrentar semejante crisis, ni Bernie tiene el temple que se requiere para empatizar con la población y negociar con el gobierno federal. Pero Cuomo puede hundirse de la noche a la mañana de la misma forma que se hunde el país y la ciudad bajo la acción de una catástrofe que es tanto sanitaria como moral. Ya lo escribió Camus en La peste: la rehumanización de un mundo que ha extraviado su norte sólo podrá sobrevenir con una catástrofe. Es lo que deja al descubierto el “virus chino”, como lo ha llamado Trump con su xenofobia habitual, sabiendo acaso que en esta pasada el liderazgo mundial ya viajó al Oriente y no volverá; que en China no sólo surgió el virus sino también que allí se le derrotó, y que a nivel de liderazgo global ese es el futuro que le espera a su consigna “Make America Great Again”.

Un imperio que no logra proveer a sus ciudadanos con mascarillas de 75 centavos para protegerse no puede llamarse grande. “Miserable” es acaso la palabra adecuada, aunque demasiado fuerte para aplicarlo sobre la desgracia de un país. “Decadente” se adecua bien a lo que los propios norteamericanos escogieron hace tres años. La decadencia ya estaba aquí antes, en efecto, pero se infatuó con la presidencia de Trump. Después de tres años de manipulación de las instituciones, ataques a la prensa, criminalización de los inmigrantes, desprecio a los aliados europeos en el plano internacional, desregulación medioambiental, desarticulación y ataques a la red social instituida desde hace casi un siglo por Franklin D. Roosevelt, transgresiones flagrantes a la independencia del poder judicial, cesarismo y arrogancia mediática, Estados Unidos enfrenta el colapso sanitario como una sociedad desprovista de dirección y sentido, hambrienta de soluciones colectivas que no sean las del lucro y la acumulación de poder. No sin razón la población joven, entre 20 y 35 años ha sido la tierra firme de la candidatura de Bernie Sanders: hoy el frenesí inmobiliario de la opulencia es incapaz de frenar una epidemia que esta semana superó el umbral del millar de muertos en tan sólo unos pocos días.

Se viene la noche sobre Nueva York. Tres semanas atrás, crucé con la vista a una señora de mediana edad en el Barrio Chino. Llevaba una mascarilla para protegerse de una infección en la remota ciudad de Wuhan, al sur de Beijing, donde siete millones de personas habían quedado confinadas en sus casas con el fin de detener la propagación del virus. La señora caminaba rápido, ansiosa por dejar la populosa calle Canal, y en sus rasgos asiáticos adiviné una exageración. El Barrio Chino, en la parte baja de Nueva York, queda a una distancia superior a los 12 mil kilómetros de Wuhan, casi el doble de la existente entre Nueva York y Santiago. La mujer parecía estar convencida de su proceder y del atuendo profiláctico que la enmascaraba. ¿Acaso tenía miedo de un enemigo tan distante como invisible, o sólo estaba bien informada? De seguro, ambas cosas a la vez. El signo por excelencia de la decadencia son los espectros, presencias de lo que no está, y hoy en la calle Canal no hay nadie que camine con mascarilla porque no hay nadie que camine por la calle Canal, sencillamente, ni por ninguna otra calle en toda la ciudad.

Nueva York es una ciudad vacía.

No, miento: una ciudad vacía es aquella donde sus habitantes se han ido transitoria o permanentemente, porque llegó el verano o porque pasó la peste. Nueva York en cambio es una ciudad fantasma, suspendida, vacilando entre las luces nocturnas que iluminan como un escalofrío a los espectros que han hecho de ella su hogar, su casa habitación. Los espectros son muertos vivos, imágenes que sobreviven a los seres de carne y hueso, y deambulan a su aire en una especie de suspensión ilocalizable sobre la realidad de las calles y costumbres. Detrás de las paredes que ayer se levantaron, la gente de Nueva York respira todavía. Nadie se ha ido, o muy pocos, porque la isla de Manhattan es ya también una isla de la pandemia global y tiene restricciones de entrada y salida. Nadie tampoco sale a la calle. La densidad de la ciudad no lo permite. No sólo las clases en universidades y colegios son por Internet, también los nacimientos y los entierros. Cuando despertemos, el mundo será otro.

Por ahora, todo es inmovilidad, espera, detención, como mudarse a vivir un tiempo al interior de las novelas de Di Benedetto. Antes de ayer, un hombre de 64 años se lanzó desde el décimo sexto piso de un edificio en Chambers. Su muerte sorprendió a los vecinos de Tribeca. Robert Herman era fotógrafo, y dejó un mensaje: “¿Cómo disfrutas la vida?” Enigmático, en cualquier caso. Por la noche, la Avenida de las Américas es un túnel frío y desértico, con algunas balisas policiales encendidas en las esquinas. Es la hora de las ratas, que hacen de la cuarentena un festín: ya nadie las persigue, nadie intenta espantarlas, a nadie se le ocurre ningún nuevo plan para exterminarlas ni un insecticida industrial para acabar con los dos millones de roedores que pueblan las alcantarillas de la ciudad; hoy nadie las ve siquiera, y la comida es abundante como nunca antes al pie de los edificios. Su velocidad de reproducción es inquietantemente igual al del coronavirus: por cada persona infectada, hay tres que se contagian. En poco tiempo, el crecimiento exponencial de estos tres infectados hace que por cada contagio existan 59 mil nuevos casos, que es el rango de reproducción de cada rata de la ciudad. Cada una significa diez crías. Al cabo de doce meses ya hay 56 mil dando vueltas en busca de comida.

NY ya no es el epicentro del mundo, sino la metáfora de un mundo que enfermó.

Me quedaré aquí. Quiero ser parte de su sanación en la resiliencia de la catástrofe.

sábado, 4 de abril de 2020

Pánico, desigualdad o estilo de vida

Fuentes: Rebelión



El alarmismo, los rumores y el sensacionalismo venden muy bien. El caos crea beneficios empresariales y financieros. Con el coronaviros bautizado como COVID-19 la histeria cotidiana es portada en todos los medios de comunicación. Muerto a muerto, el que más y el que menos acumula cada día una pequeña y nueva dosis de miedo a la ya vieja de ayer. A mayor miedo, mayor vulnerabilidad individual, social y política.

Se habla a media voz de conspiración de las elites internacionales, de arma biológica en periodo de prueba clínica. Las Bolsas caen entre el 5 y el 10 por ciento de su valor. Italia aísla comarcas y ciudades enteras; España, barrios. Francia y Alemania estudian prohibir reuniones públicas cuyo aforo previsto sobrepase las 1.000 personas. Se filtra que expertos científicos que asesoran al gobierno de Boris Johnson auguran que COVID-19 matará directa o indirectamente entre 100.000 y 500.000 personas en el Reino Unido.

Ahora se registran 100.000 infectados a escala internacional y alrededor de 3.500 muertos. La histeria y el miedo que subyacen es muy similar al que afloró con la expansión del SIDA. Según la revista Nature, de las pocas cosas ciertas que se conocen es que COVID-19 comparte el 96 por ciento del genoma del coronavirus propio de los murciélagos, esto es, parece claro su origen animal que ha mutado al alojarse dentro del cuerpo humano.

El neoliberalismo de las últimas décadas está dejando un panorama internacional convulso y devastador. Tantas son las amenzas geopolíticas (globalidad que provoca mayor desigualdad e indigencia, calentamiento climático que pone en entredicho el crecimiento capitalista sin cordura ni cortapisas legales, el imperio USA a la deriva dando coletazos guerreros a diestra y siniestra, ascenso brutal de China adoptando los peores defectos del capitalismo clásico) que esta crisis pandémica de la rabiosa actualidad servirá por acción u omisión para reconfigurar el mundo del inmediato futuro. Otra vez, una vez más, bajo el patrocinio del Capital.

Las crisis y el caos son vías extraordinarias para controlar socialmente las poblaciones, para desvirtuar o condenar sus reivindicaciones más urgentes o radicales y para derechizar las políticas estatales. Las elites siempre sacan partido de los malos momentos: una pandemia también ofrece a los mercados oportunidades para elaborar productos ad hoc y crear servicios mágicos de una chistera fantástica obteniendo así réditos nuevos de dolores y necesidades ajenos, tal es el leit motiv del catecismo capitalista: donde hay necesidad (creada artificialmente mediante mercadotecnia o de origen natural) siempre existe la posibilidad de un yacimiento de explotación y pingüe beneficio. Privatizar el caos y la necesidad humanos es la máxima de la inversión en capital.

Morirse de viejo cada vez resulta más complicado. Completar una vida feliz en ausencia de riesgos eludibles está al alcance de cada vez menos individuos en el mundo. Empieza a ser habitaul en el régimen instaurado por la globalidad, sin contar guerras o conflictos bélicos endémicos, llámese capitalismo o neoliberalismo, morir de causas evitables o arrastrar enfermedades más o menos incapacitantes desde la mitad de la vida (o incluso mucho antes; ser paciente es una categoría que puede adquirise en el mero hecho de nacer) hasta el adiós definitivo. Lo normal es que todos estemos enfermos de alguna patología oficial u oficiosa: depresiones, neurosis, ludopatías, síndromes, sobrepeso, filias y fobias sexuales y otras a montones, dependencias psicológicas o físicas varias, afecciones de nuevo cuño… El etcétera es asombroso gracias a un sobrediagnóstico médico fabuloso y a un caldo de cultivo publicitario sideral: tener buena salud es una rareza bajo sospecha. La medicina privada y los emporios farmacéuticos reciben este caudal de malestar con los brazos abiertos.

Lo que no es noticia cotidiana, salvo ráfagas de titular que duran un suspiro, es que la desigualdad mata a millones de personas cada año, cada día, cada segundo. Lo vemos de pasada, a contracorriente: ni cognitiva ni emocionalmente nos entra en la conciencia activa más allá de una limosna para justuficar la ansiedad privada o una lágrima furtiva.

Los datos de UNICEF, el organismo de la ONU de ayuda a la infancia, son escalofriantes; tal vez su dimensión tan dramática sea inasumible para el cerebro humano normal y normalizado por el sistema. Muy cerca de 9 millones de personas mueren anualmente en el mundo por enfermedades o causas asociadas al hambre y la malnutrición severa: 24.000 óbitos al día, de los cuales 5 millones y medio son niños y niñas menores de 5 años. Echemos esta cuenta macabra de modo más impactante: cada 24 horas mueren por hambre y sed 15.000 infantes; el cómputo de bebés que nunca llegarán a cumplir un mes es de 7.000 día a día. ¿Hay responsables o culpables de esta situación? En efecto, el silencio es atronador.

La violencia de género se cobra al año 50.000 vidas de mujeres y niñas, 137 al día. Son estimaciones de ONUDD, Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. La mitad de las víctimas de este feminicidio mundial son asesinadas por sus parejas o familiares próximos. El hogar suele ser la tumba de esta lacra machista que, a pesar de la lucha feminista al alza, no cede de manera significativa en muchas sociedades colonizadas por el neoliberalismo central preconizado por Washington-Bruselas y tampoco se erradica del todo en países occidentales de costumbres en apariencia más avanzadas. La mente colectiva machista sigue anidando en parajes y hábitats muy diversos del mundo global, por tanto, estamos ante una pandemia de contacto cultural extremadamente nociva que se actualiza tanto en palacios de alta alcurnia como en arrabales de la periferia. ¿Por qué los medios de comunicación no informan en cada telediario de las muertes anuales que se producen a nivel internacional bajo el rubro violencia de género?

Otro vector de muerte actual con incidencia colosal son los fallecimientos ligados al estilo de vida impuesto por el capitalismo unipolar de nuestra época. La OMS, Organización Mundial de la Salud, informa que el binomio tabaco y alcohol tomado en su conjunto provoca unas 10 millones de muertes anualmente en todo el mundo. Ni más ni menos que 27.000 personas masacradas al día por un hábito social histórico. Acostumbrados al humo y al trago desde edades muy tempranas, por transmisión y apego cultural, el hábito hace al monje fumador y bebedor. Lo contrario, ser abstemio y/o no furmador era hasta hace pocas décadas inusual o mirado con cierto sesgo de reproche silencioso, sobre todo en conductas maculinas.

Otrosí: datos confeccionados por European Heart Journal en un estudio reciente consideran a través de modelos matemáticos complejos que al año se registran en el mundo cerca de 9 millones de muertes prematuras por respirar el aire contaminado de nuestras ciudades, 24.000 fallecimientos diarios. El negacionismo visceral y los intereses corporativos censuran este tipo de noticias para poner a buen recaudo sus paraísos fiscales y márgenes de beneficio astronómicos. El capitalismo jamás podrá refundarse desde las alturas políticas financieras ni desde los Davos o Wall Street de turno.

Los nazis ponían a la entrada de sus campos de exterminio el lema Arbeit macht frei, el trabajo os hace libres. Ya sabemos lo que escondía esa falsa filosofía. Es menos conocido popularmente que los accidentes laborales y las enfermedades catalogadas como profesionales agregan a la montonera estadística de la letalidad internacional otros 2,8 millones de trabajadores y trabajadoras, unos 7.600 decesos cada jornada. Son números de la OIT, Organización Internacional del Trabajo. El trabajo continúa matando, más aún donde los derechos laborales brillan por su ausencia. La crisis económica manifestada con estrépito en 2008 ha empeorado asimismo la seguridad en países del orbe opulento.

Otro capítulo casi marginal de este obituario singular son los suicidios. Los datos de la OMS apuntan a que cada año se quitan la vida 800.000 personas en los cinco continentes, a un promedio de 2.200 por día. Son personas que no desean vivir. Se desconoce sus porqués y sus deudos en general llevan con vergüenza y culpabilidad a esos occisos que han levantado la mano sobre su propia integridad. El estigma social que conlleva ser allegado de un suicida hunde sus raíces en atávicas simas de la mente humana, aunque también es verdad que muchas religiones como el cristianismo han proscrito a estos individuos que atentan contra la voluntad suprema de su dios omnipotente: él da la vida, él se la lleva. En cambio, si es en guerra santa contra el infiel la inmolación de los musulmanes es un honor que recibirá su preciosa compensación en la eternidad. Los famosos kamikazes japoneses de la segunda conflagración mundial eran también figuras positivas en la cultura nipona. Por tanto, el suicidio puede ser causado por causas múltiples: impotencia íntima, malestar psíquico, motivaciones religiosas, tradiciones ancestrales, causas irracionales…

Prosigamos con la contabilidad mortal vinculada al modus vivendi capitalista. Un gesto tan vulgar como llevarse una vianda a la boca entraña igualmente riesgos muy elevados. La OMS estima que las intoxicaciones alimentarias son responsables de más de 400.000 muertes anuales o lo que es lo mismo, alrededor de 1.100 al día. Un bocado nefasto puede surgir en cualquier cadena alimentaria y sortear entramados legales demasiado laxos con la mínima seguridad en los procesos de producción de alimentos frescos de consumo inmediato o para envasados de uso diferido. El malvado microbio patógeno es un protagonista subliminal encarnado en roles muy específicos del cine futurista. El microbio siempre es el otro, el extraño que aguarda agazapado su ocasión de hacerse con el orden establecido: de ahí la xenofobia, el racismo, el clasismo.

Tampoco viene mal asomarse a las epidemias en vigor, las otras epidemias alternativas, que no ocupan espacio, excepto en noticias de consumo rápido sin soporte analítico, en los media de gran alcance internacional. Son informaciones procedentes de bancos de datos de la OMS recogidas a vuelapluma en la prensa o en internet. Citamos solo algunas epidemias o pandemias para contrastarlas con el coronavirus COVID-19 de ahora mismo. Son números a escala mundial. De gripe común muren 650.000 personas al año, casi 1.800 diarias. De paludismo, cada año 400.000 seres humanos, por encima de 1.000 cada día; de cólera, 100.000 anualmente, más de 270 al día; y, como colofón de esta secuencia aleatoria, del mítico sarampión, se cuentan 90.000 fallecidos al año y muy cerquita de 245 decesos diarios. Son informaciones que se hurtan a la opinión pública sistemáticamente.

Con todo lo expuesto, es probable que aún nos queden dudas acerca de qué se muere la gente en el mundo cada día. La lectura crítica de tanta estadísitica mortuoria resulta clamorosa y escandalosa: en el siglo XXI se sigue muriendo de pobreza, por ser mujer, por ser niña o niño, por racismo, por explotación laboral, porque el capitalismo tiene sed insaciable de beneficios monetarios pero no hambre genuina de igualdad ni de justicia. Este aspecto transversal y multifacético de la muerte universal no suele aparecer en los principales media mundiales: los emporios transnacionales de comunicación forman parte del problema, son empresas que viven de la alarma, el caos y el miedo colectivo. Sus accionistas participan en otras industrias que necesitan todas ellas distorsionar la realidad a su medida ideológica: la presunta libertad de mercado como mantra y la democracia de la propaganda teledirigida como único método o modelo de viabilidad política.

Elija (es un mal-decir adrede, purita retórica de aliño) a la carta su propia muerte: morirse de miedo, fallecer por desigualdad manifiesta o palmarla a la última moda neoliberal. El libre mercado hace negocio de cualquier nicho de necesidad, cuanta más necesidad-demanda el negocio-oferta será más redondo.

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

De  Juan Pablo Duarte  solo se conoce una fotografía hecha en  Caracas  en 1873 cuando el patricio contaba con 60 años de edad.  A...