MORAL Y LUCES

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sábado, 23 de mayo de 2015

Martí visto por algunos revolucionarios cubanos del siglo XX



Por Rolando López del Amo

El pasado mes de enero se cumplieron ciento sesenta y un años del nacimiento de José Martí y realizamos las celebraciones tradicionales de tan importante fecha para nuestro pueblo. Ya en su tiempo, Máximo Gómez le escribió a Antonio Maceo una carta en la que le decía: “Esta guerra, General, la haremos usted y yo, pero será la guerra de Martí.” (1) Tal afirmación era el reconocimiento justo al esfuerzo incansable de Martí por unir a todos los cubanos patriotas en la aceptación de una inevitable guerra necesaria para lograr la independencia plena, de España y de los Estados Unidos, dirigida por el Partido Revolucionario Cubano, para dar paso a una república democrática con todos y para el bien de todos.

No es casual que el pensamiento martiano influyera de manera decisiva en las distintas generaciones de revolucionarios cubanos en el siglo XX desde fechas relativamente cercanas a su muerte en combate el 19 de mayo de 1895.

Comencemos a ilustrar lo antes mencionado con la figura de un joven excepcional a quien se deben obras fundacionales como el primer Partido Comunista de Cuba, la Federación Estudiantil Universitaria, la Liga Antiimperialista y la Universidad Popular José Martí. Se comprende que nos referimos a Julio Antonio Mella.

En diciembre de 1926, desde su exilio en México, Mella escribió un artículo titulado “Glosas al pensamiento de José Martí” en el que expresa su deseo de escribir un libro sobre el pensamiento revolucionario martiano que pudiera “desentrañar el misterio del programa ultra democrático del Partido Revolucionario, el milagro —así lo parece hoy— de la cooperación estrecha entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido Revolucionario, etc., etc.” Y más adelante, escribe: “Él, orgánicamente revolucionario, fue el intérprete de una necesidad social de transformación en un momento dado”. Y agrega: “Martí comprendió bien el papel de la república cuando dijo a uno de sus camaradas de lucha —Baliño— que era entonces socialista y que murió militando magníficamente en el Partido Comunista: ¿La revolución? La revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la república.” (2)

A propósito de la cita que Mella hace de Baliño, recordemos que Martí consideraba que “el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones.” (3) Y se refería a que esa revolución se hace para lograr una república definida así: “O la república tiene como base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí, y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás, la pasión, en fin, por el decoro del hombre, —o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos.” (4) “(…) Moriremos por la libertad verdadera; no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario. Se morirá por la república después, si es preciso, como se morirá por la independencia primero.” (5) “Ni la república es un nuevo modo de mantener sobre el pavés, a buena cama y mesa, a los perezosos y soberbios que, en la ruindad de su egoísmo, se creen carga natural y señores ineludibles de su pueblo inferior.” (6)

Estas citas confirman la validez de lo dicho por Baliño a Mella.

Mella destaca en sus glosas cómo se conjugan el patriotismo y el internacionalismo en Martí y su identificación con los trabajadores. Estas glosas son apenas un breve acercamiento que apunta al deseo de profundizar en el conocimiento del pensamiento revolucionario de nuestro Apóstol y destacarlo en su dimensión verdadera frente a la manipulación burguesa de su figura.

Once años después, en 1937, Raúl Roa García, con su estilo vibrante, enérgico y preciso, haría una síntesis admirable en una conferencia ofrecida el 15 de marzo de ese año en el Anfiteatro Municipal de La Habana y que tituló “Rescate y proyección de Martí”. “Por ser muy de su tiempo y de su medio —escribe Roa— es José Martí primogénito del mundo.” (7) “(…) Su pensamiento político tendrá mucho que hacer en América junto con la espada de Simón Bolívar y el rifle de Sandino.” Roa destaca la visión política martiana al “haber planteado la revolución de independencia nacional sobre bases que viabilizarían su ulterior desarrollo”, concepción que lo convierte en un pionero de la lucha antiimperialista. (8) Y emplea citas martianas definitorias que demuestran su posición contra el racismo y a favor de los trabajadores, la visión social de la república que Martí proponía: “ Martí quiere que la república cubana (…) satisfaga el anhelo y la necesidad de cada ciudadano, sin distinción de razas ni de clases, mediante la abolición de todas las desigualdades sociales y de una equitativa distribución de la riqueza (…) Martí encarna en América las esencias más puras y progresistas del pensamiento democrático.” (9)

Otra vez, once años después, Blas Roca escribiría su trabajo “José Martí: revolucionario radical de su tiempo.” Con su estilo razonado y didáctico, Blas Roca hace un resumen histórico de los procesos revolucionarios cubanos y sus fuerzas dirigentes y los problemas a resolver en cada etapa. Así, define a Martí como “el jefe, el personificador, el guía y el organizador del partido extremo de la revolución de 1895, el partido de la completa liberación nacional, el partido de la patria propia, de la república libre y democrática contra la colonia sometida y humillada (…) contra la amenaza del vasallaje económico y la dependencia disimulada.” (10) Martí es el gran forjador de la unidad nacional. Capaz de juntar en el Partido Revolucionario Cubano “al independentista sin más preocupaciones con el revolucionario radical que ve en la independencia la etapa necesaria para ulteriores conquistas, al rico y al obrero, al negro y al blanco, a las fuerzas nuevas de la revolución y a los representativos de la guerra del 68.” (11) También destaca Blas las posiciones martianas contra la expansión imperialista de los Estados Unidos y por la unidad latinoamericana.

En su exposición final, Blas explica que los comunistas cubanos asumen plenamente el ideario político martiano y luchan porque se cumpla. Son sus continuadores. Los dirigentes comunistas Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, sobre todo el primero, publicaron estudios importantes sobre el pensamiento y la obra de José Martí, lo que confirma lo dicho por Blas Roca.

Con el triunfo de la Revolución el 1ro de enero de 1959, Cuba cuenta con una figura nueva, no nacida en el país, que se convierte, por mérito propio, en uno de sus dirigentes principales: el Che. El 28 de enero de 1960, el Che les habla a jóvenes y niños cubanos en el aniversario del natalicio de nuestro Apóstol.

Al inicio de sus palabras dice que al llegar al acto oyó gritos que decían “¡Viva el Che Guevara!” Pero no escuchó a nadie decir “¡Viva José Martí!” Y a continuación añade que eso no está bien y explica por qué.

“Porque antes que nacieran el Che Guevara y todos los hombres que hoy lucharon, que dirigieron como él dirigió; antes que naciera todo este impulso libertador del pueblo cubano, Martí había nacido, había sufrido y había muerto en aras del ideal que hoy estamos realizando.” (12) El Che está confirmando lo que ya Fidel había dicho cuando el juicio por el asalto al cuartel Moncada, acerca de que Martí era su autor intelectual.

Se mantenía la tradición de los revolucionarios cubanos de proclamarse herederos de Martí.

Todos conocemos la frase martiana famosa de que hacer es la mejor manera de decir. Y en eso insistirá el Che: “Por eso nosotros tratamos de honrarlo haciendo lo que él quiso hacer.” (13) Para el Che hay un pensamiento martiano que le parece esencial y que explica su acción internacionalista que lo ha convertido en símbolo y paradigma mundial. La frase es: “Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.” (14) Y dice más el Che sobre Martí: “Nos enseñó que un revolucionario y un gobernante no puede tener ni goces ni vida privada, que debe destinarlo todo a su pueblo, al pueblo que lo eligió y lo manda a una posición de responsabilidad y de combate.” “Y también cuando nos dedicamos todas las horas posibles del día y de la noche a trabajar por nuestro pueblo, pensamos en Martí y sentimos que estamos haciendo vivo el recuerdo del Apóstol.” (15)

Y hacia el final de su charla el Che dice: “Las palabras de Martí de hoy no son de museo, están incorporadas a nuestra lucha y son nuestro emblema, son nuestra bandera de combate.” Y les hace esta recomendación a los niños y jóvenes: “Que se acerquen a Martí (…) sin pensar que se acercan a un dios, sino a un hombre más grande que los demás hombres, más sabio y más sacrificado que los demás hombres y pensar que lo reviven un poco cada vez que piensan en él y lo reviven mucho cada vez que actúan como él quería que actuaran.” (16)

Estas emotivas palabras que el Che improvisó en la ocasión, son el colofón de lo que el otro cubano no nacido en Cuba, el General en Jefe Máximo Gómez, le escribió a Maceo: de que ambos peleaban la guerra de Martí.

Desde este siglo XXI podemos repetir con Martí esta afirmación que caracteriza los objetivos internos y externos de la república que proponía: “Fundar en Cuba (…) una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos y de cumplir, en la vida histórica del continente, los deberes difíciles que su situación geográfica le señala.” (17)

TOMADO DE CUBADEBATE

Che: “A los héroes no se les puede convertir en estatuas”

Che Guevara en discurso por aniversario de Martí: “A los héroes no se les puede convertir en estatuas”

che guevara
En conmemoración del 107° aniversario del nacimiento del Héroe Nacional de Cuba, el Comandante Ernesto Che Guevara se dirige a la población reunida en el hemiciclo de la Cámara del Capitolio Nacional. Un año después de la victoria de la Revolución Cubana, el Che traza una línea de continuación histórica entre la gesta martiana de emancipación del colonialismo español y la lucha de liberación encabezada por Fidel Castro, contra la opresión del imperialismo norteamericano.
A 120 años de la caída en combate de nuestro Héroe Nacional José Martí recordamos, a través del homenaje que le rindiera Che Guevara en su natalicio, lo que su vida ha simbolizado para nuestro pueblo cubano.

Discurso en la conmemoración del natalicio de José Martí

28 de enero de 1960
Queridos compañeros: niños y adolescentes de hoy, hombres y mujeres de mañana; héroes de mañana, si es necesario, en los rigores de la lucha armada: héroes, sino, en la construcción pacífica de nuestra nación soberana:
Hoy es un día muy especial, un día que llama a la conversación íntima entre nosotros, los que de alguna manera hemos contribuido con un esfuerzo directo a la Revolución, y todos ustedes.
Hoy se cumple un nuevo aniversario del Natalicio de José Martí, y antes de entrar en el tema quiero prevenirles una cosa: he escuchado hace unos momentos: ¡Viva el Che Guevara!, pero a ninguno de ustedes se le ocurrió hoy gritar: ¡Viva Martí!… y eso no está bien…
Y no está bien por muchas razones. Porque antes que naciera el Che Guevara y todos los hombres que hoy lucharon, que dirigieron como él dirigió; antes que naciera todo este impulso libertador del pueblo cubano, Martí había nacido, había sufrido y había muerto en aras del ideal que hoy estamos realizando.
Más aún, Martí fue el mentor directo de nuestra Revolución, el hombre a cuya palabra había que recurrir siempre para dar la interpretación justa de los fenómenos históricos que estábamos viviendo y el hombre cuya palabra y cuyo ejemplo había que recordar cada vez que se quisiera decir o hacer algo trascendente en esta Patria… porque José Martí es mucho más que cubano: es americano; pertenece a todos los veinte países de nuestro continente y su voz se escucha y se respeta no sólo aquí en Cuba sino en toda América.
Cúmplenos a nosotros el haber tenido el honor de hacer vivas las palabras de José Martí en su Patria, en el lugar donde nació. Pero hay muchas formas de honrar a Martí. Se puede honrarlo cumpliendo religiosamente con las festividades que indican cada año la fecha de su nacimiento, o con el recordatorio del nefasto 19 de mayo de 1895. Se puede honrar a Martí citando sus frases, frases bonitas, frases perfectas, y además, y sobre todo, frases justas. Pero se puede y se debe honrar a Martí en la forma en que él querría que se le hiciera, cuando decía a pleno pulmón: «La mejor manera de decir, es hacer.»
Por eso nosotros tratamos de honrarlo haciendo lo que él quiso hacer y lo que las circunstancias políticas y las balas de la colonia se lo impidieron.
Y no todos, ni muchos -y quizás ninguno- pueda ser Martí, pero todos podemos tomar el ejemplo de Martí y tratar de seguir su camino en la medida de nuestros esfuerzos. Tratar de comprenderlo y de revivirlo por nuestra acción y nuestra conducta de hoy, porque aquella Guerra de Independencia, aquella larga guerra de liberación, ha tenido su réplica hoy y ha tenido cantidad de héroes modestos, escondidos, fuera de las páginas de la historia, y que, sin embargo, han cumplido con absoluta cabalidad los preceptos y los mandatos del Apóstol.
Yo quiero presentarles hoy a un muchacho que quizás muchos de ustedes conozcan ya, y hacer una pequeña historia de aquellos días difíciles de la Sierra.
¿Ustedes lo conocen o no lo conocen? Es el comandante Joel Iglesias, del Ejército Rebelde y el jefe de la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
Ahora les voy a explicar por qué razones está en ese puesto y por qué lo presento con orgullo en un día como hoy.
El comandante Joel Iglesias tiene 17 años. Cuando llegó a la Sierra tenía 15 años. Y cuando me lo presentaron no lo quise admitir porque era muy niño. En aquel momento había un saco de peines de ametralladora -la ametralladora que usaba en aquella época- y nadie lo quería cargar. Se le puso como tarea y como prueba el que llevara ese saco por las empinadas lomas de la Sierra Maestra. El hecho de que esté hoy aquí indica que lo pudo llevar bien.
Pero hay mucho más que eso. Ustedes no habrán tenido tiempo, por el poco espacio que caminó, de ver que cojea de una pierna; ustedes no han podido ver, no han podido oír tampoco, porque no los ha saludado, que tiene la voz ronca y que no se le escucha bien. Ustedes no han podido ver que tiene en su cuerpo 10 cicatrices de balas enemigas y que esa ronquera que tiene, esa cojera gloriosa, son los recuerdos de las balas enemigas, pues siempre estuvo en primer lugar en el combate y en los puestos de mayor responsabilidad.
Yo recuerdo que había un soldado -que después también fue comandante- que murió hace poco por una equivocación trágica.
Ese comandante se llamaba Cristino Naranjo. Tenía cerca de cuarenta años, y el teniente que lo mandaba era el teniente Joel Iglesias, de quince años. Cristino le hablaba de tú a Joel, y Joel, que lo mandaba, le hablaba de usted, Sin embargo, Cristino Naranjo nunca dejó de obedecer una orden, porque en nuestro Ejército Rebelde, siguiendo las orientaciones de Martí, no nos importaban ni los años, ni el pasado, ni la trayectoria política, ni la religión, ni la ideología anterior de un combatiente. Nos importaban los hechos en ese momento y su devoción a la causa revolucionaria.
Nosotros sabíamos también, por Martí, que no importaba el número de armas en la mano, sino el número de estrellas en la frente. Y Joel Iglesias, ya en aquella época, era de los que tenían muchas estrellas en la frente, no esa sola que hoy tiene como comandante del Ejército.
Por eso quería presentárselo en un día como hoy, para que supieran que el Ejército Rebelde se preocupa de la juventud, y de darle a esa juventud que hoy asoma a la vida, lo mejor de sus hombres, lo mejor de sus ejemplos combatientes y de sus ejemplos de trabajo. Porque creemos que así se honra a Martí.
Quisiera decirles a ustedes muchas cosas como esta hoy. Quisiera explicarles, para que me entiendan, para que lo sientan en lo más hondo de sus corazones, el porqué de esta lucha, de la que pasamos con las armas en la mano, de la que hoy sostenemos contra los poderes imperiales, y de la que quizás tengamos todavía que sostener mañana en el campo económico, o aún en el campo armado.
De todas las frases de Martí, hay una que creo que define como ninguna ese espíritu de Apóstol. Es aquella que dice: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.»
Eso era, y es, el Ejército Rebelde y la Revolución cubana. Un Ejército y una Revolución que sienten en conjunto y en cada uno de sus miembros, la afrenta que significa el bofetón dado a cualquier mejilla de hombre en cualquier lugar de la tierra.
Es una Revolución hecha para el pueblo y mediante el esfuerzo del pueblo, que nació de abajo, que se nutrió de obreros y de campesinos, que exigió el sacrificio de obreros y de campesinos en todos los campos y en todas las ciudades de la Isla. Pero que ha sabido también recordarlos en el momento del triunfo.
“CON LOS POBRES DE LA TIERRA QUIERO YO MI SUERTE ECHAR”, decía Martí,… y así mismo, interpretando sus palabras, lo hicimos nosotros.
Hemos venido puestos por el pueblo y dispuestos a seguir aquí hasta que el pueblo lo quiera, a destruir todas las injusticias y a implantar un nuevo orden social.
No le tenemos miedo a palabras, ni a acusaciones, como no tuvo miedo Martí. Aquella vez que en un primero de Mayo, creo que de 1872, en que varios héroes de la clase obrera norteamericana rendían su vida por defenderla y por defender los derechos del pueblo, Martí señalaba con valentía y emoción esa fecha, y marcaba el rostro de quien había vulnerado los derechos humanos, llevando al patíbulo a los defensores de la clase obrera. Y ese primero de Mayo que Martí apuntó en aquella época, es el mismo que la clase obrera del mundo entero, salvo los Estados Unidos, que tienen miedo de recordar esa fecha, recuerdan todos los años en todos los pueblos, y en todas las capitales del mundo, y Martí fue el primero en señalarlo, como siempre era el primero en señalar las injusticias. Como se levantó junto con los primeros patriotas y como sufrió la cárcel a los quince años; y como toda su vida no fue nada más que una vida destinada al sacrificio, pensando en el sacrificio y sabiendo que el sacrificio de él era necesario para la realidad futura, para esta realidad revolucionaria que todos ustedes viven hoy.
Martí nos enseñó esto a nosotros también. Nos enseñó que un revolucionario y un gobernante no pueden tener ni goces ni vida privada, que debe destinarlo todo a su pueblo, al pueblo que lo eligió, y lo manda a una posición de responsabilidad y de combate.
Y también cuando nos dedicamos todas las horas posibles del día y de la noche a trabajar por nuestro pueblo, pensamos en Martí y sentimos que estamos haciendo vivo el recuerdo del Apóstol…
Si de esta conversación entre ustedes y nosotros quedara algo, si no se esfumara, como se van las palabras, me gustaría que todos ustedes en el día de hoy… pensaran en Martí. Pensaran como en un ser vivo, no como un dios ni como una cosa muerta; como algo que está presente en cada manifestación de la vida cubana, como está presente en cada manifestación de la vida cubana la voz, el aire, los gestos de nuestro gran y nunca bien llorado compañero Camilo Cienfuegos. Porque a los héroes, compañeros, a los héroes del pueblo, no se les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual la dieron, El héroe popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un pueblo.
Así como ustedes recuerdan a nuestro Camilo, así deben recordar a Martí, al Martí que habla y que piensa hoy, con el lenguaje de hoy, porque eso tienen de grande los grandes pensadores y revolucionarios: su lenguaje no envejece. Las palabras de Martí de hoy no son de museo, están incorporadas a nuestra lucha y son nuestro emblema, son nuestra bandera de combate.
Esa es mi recomendación final, que se acerquen a Martí sin pena, sin pensar que se acercan a un dios, sino a un hombre más grande que los demás hombres, más sabio y más sacrificado que los demás hombres, y pensar que lo reviven un poco cada vez que piensan en él y lo reviven mucho cada vez que actúan como él quería que actuaran.
Recuerden ustedes que de todos los amores de Martí, su amor más grande estaba en la niñez y en la juventud, que a ellas dedicó sus páginas más tiernas y más sentidas y muchos años de su vida combatiendo.
Para acabar, les pido que me despidan como empezaron, pero al revés: con un Viva Martí, ¡que está vivo!

José Martí: De La Playita a Dos Ríos

Por: Luis Toledo Sande

Esta plumilla de Miguel Alexis Machado Valdés (1977-2003) recuerda la profecía de Martí en carta en versos a su amigo uruguayo Enrique Estrázulas: “¡Que ya verán mi cabeza/ Por sobre mi sepultura!”
Esta plumilla de Miguel Alexis Machado Valdés (1977-2003) recuerda la profecía de Martí en carta en versos a su amigo uruguayo Enrique Estrázulas: “¡Que ya verán mi cabeza/ Por sobre mi sepultura!”
…y a la vida futura con permanente utilidad de la virtud
El 25 de marzo de 1895, “en vísperas de un largo viaje”, como escribió desde Montecristi a la madre, José Martí se sabía “en el pórtico de un gran deber”. Lo expresó en otra de sus despedidas escritas ese día, la dirigida al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, a quien le dijo: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar”. Hacía todo para ocupar su sitio en la contienda, que había estallado el 24 de febrero de acuerdo con el plan que él decisivamente contribuyó a trazar como fundador y guía, Delegado, del Partido Revolucionario Cubano.
En la misma carta alude a criterios —no necesariamente nacidos todos de iguales intenciones— sobre si debía incorporarse a la gesta o permanecer en el exterior; pero él no duda: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”. Nada de vocación suicida, como algunos han conjeturado, ni concesión a quienes intentaran acusarlo de rehuir el peligro.
De lleno en el cumplimiento del deber, no tenía que responder a murmuraciones. Lo henchía un altísimo sentido de la responsabilidad y, por tanto, de los cuidados que sabía ineludibles para que la guerra fuera eficiente no solo en la táctica. Era vital que también lo fuese en los principios y las virtudes indispensables para que la república mereciera los sacrificios que costaría fundarla.
Poner la patria por encima de la vida propia no significaba renunciar inútilmente a vivir. Aunque, “hasta muertos, dan ciertos hombres luz de aurora” —como sostuvo a propósito de Sebastián Lerdo de Tejada—, se es especialmente útil estando vivo, y cuando era niño juró “lavar con su vida el crimen” de la esclavitud, no “con su muerte”, como a veces se ha citado erróneamente. Morir sería, en todo caso, una contingencia más de la lucha, y no la temía, ni la buscaba. Por más que hasta filosóficamente el final de la existencia física le fuera familiar, en 1879, en las honras fúnebres al poeta Alfredo Torroella, terminó exclamando: “¡Muerte, muerte generosa, muerte amiga! ¡ay! ¡nunca vengas!”

Pensar en la patria

Tampoco procuraba imponerse autoritariamente para hacer valer su voluntad, que por ese camino, aun siendo la mejor del mundo, encallaría en formas del egoísmo: “Quien piensa en sí, no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes pone al curso natural de los sucesos”. Ejemplo de voluntad activa y sacrificio propio, no de voluntarismo autoritario, el 20 de octubre de 1884 le escribió a Máximo Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
Si la patria le imponía, contra su más firme deseo, alejarse de la lucha armada, él acataría la decisión. De su actitud dio muestras desde que fundó el mencionado Partido, organización política entre cuyos fines sobresalía impedir, desde los preparativos de la nueva gesta, la prosperidad del caudillismo que se entronizó en otras tierras de América y en la misma Cuba contribuyó al fracaso de la Guerra de los Diez Años. A Henríquez y Carvajal le dijo: “De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”.
Como no apuesta a morir, le expresó al mismo amigo: “Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas”, y como la patria no es cuestión de títulos personales, por muy grandes virtudes que se tengan, en la citada carta a Gómez planteó: “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.
Su aspiración de servicio no solo a Cuba, sino a nuestra América toda, y al mundo, debía encarar desafíos tremendos: de fuera, en primer lugar, las voraces ambiciones de la nación imperialista que crecía en el Norte; de dentro, obstáculos varios, entre ellos los intereses de los poderosos. Estos, que, salvo honrosas excepciones, preferían tener un amo extranjero, yanqui o español, que les premiara sus servicios lacayunos, negaban su apoyo a la independencia y procurarían someter a sus compatriotas pobres empleando recursos similares a los implantados por la metrópoli colonial.
Valoraba esos males cuando en las Bases del Partido escribió que el objetivo cardinal de la organización era “fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.
Con motivo del aniversario 120 de su muerte, a esos peligros y a otros —vistos en relación con la actitud y las ideas de Martí para conjurarlos—, Bohemia ha venido publicando en lo que va de año textos sobre el tramo final de la vida del héroe. Este artículo se ciñe a su decisión de llegar a Cuba, y permanecer en ella, para contribuir a darle a la guerra una institucionalización que la hiciera fuerte y lo más breve posible. En esto lo guiaban su perspectiva humanitaria y el afán de no dar tiempo a que los Estados Unidos pusieran en práctica las maquinaciones orquestadas por sus gobernantes para apoderarse de Cuba.
Había protagonizado una ingente campaña unitaria para lograr una guerra emancipadora a la altura de los tiempos y de los peligros que urgía enfrentar, y sabía que debía estar en el campo de operaciones para cuidarla. Si a inicios de 1895 pudo ya salir de Nueva York e iniciar un intenso periplo rumbo a Cuba, no lo interrumpiría a mitad del camino para regresar al sitio donde las circunstancias lo habían obligado a permanecer.

Hacia la plenitud

“Todo me ata a New York, por lo menos durante algunos años de mi vida: todo me ata a esta copa de veneno”, le confesó a Manuel Mercado en carta del 22 de abril de 1886. Desde allí debía desplegar entonces la conspiración y la organización revolucionarias. En 1895, otros —como el propio Gómez, deseoso de cuidar la vida de quien había logrado lo que nadie en la unidad de las fuerzas patrióticas—, podían creer que él no debía participar en la guerra; pero no podrían impedírselo.
Para cumplir su propósito se valió incluso de una falsa información difundida en The New York Herald, y de la cual el 9 de marzo se hizo eco el periódico dominicano Listín Diario: Gómez y Martí se hallaban en Montecristi, pero esos diarios propalaron que ya estaban en Cuba. Martí —ha escrito el investigador Ibrahim Hidalgo Paz— valoró “la repercusión que tendría esta noticia”, y “con fuerza irrebatible” argumentó “que su presencia en el campo insurrecto” era “una necesidad política, razonamiento que sus futuros compañeros de expedición se vieron obligados a aceptar”.
Sus cartas del 25 se basaban, pues, en esa decisión, que en la noche del 11 de abril de 1895, después de una travesía llena de peligros, le permitió desembarcar junto a Gómez y otros compañeros expedicionarios —Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario—, por “La Playita, al pie de Cajobabo”. Así lo anotó en su Diario de campaña, empleando el nombre con que hoy los pobladores de la zona siguen identificando aquel paraje; y en el mismo Diario testimonió el significado que para él tuvo el desembarco: “Dicha grande”.
Desde ese momento, y hasta su caída en Dos Ríos el 19 de mayo, vivió lo que tuvo por más venturoso de su existencia: “Es muy grande, Carmita, mi felicidad, sin ilusión alguna de mis sentidos, ni pensamiento excesivo en mí propio, ni alegría egoísta y pueril”, le escribió el 16 de abril a Carmen Miyares, para añadir: “Solo la luz es comparable a mi felicidad”.
Tal sentimiento de plenitud se explica en carta de entre el 15 y el mismo 16 de abril a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, sus colaboradores en la emigración: “Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio”.
El 18 de mayo, en su carta póstuma a Manuel Mercado, con términos que precisan aún más lo escrito a Henríquez y Carvajal, expresó que disfrutaba la satisfacción de estar “todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber […] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Trasmitía su felicidad a los combatientes que lo oían hablar y lo veían marchar por las montañas con una resistencia que asombró al curtido general Gómez. También conversaba con los niños de la zona. Algunos de ellos, ancianos ya, lo testimoniaron en un libro entrañable: Martí a flor de labios, de Froilán Escobar. Uno, ciego desde años antes de ser entrevistado, declaró que él quería a sus ojos, porque habían visto a Martí. Lo vieron en la plenitud de su personalidad, que le permitía disfrutar la hermosura del paisaje, como se aprecia en esa página de su Diario en la cual plasmó la impresión de su alma estética ante la naturaleza de la patria: “La noche bella no deja dormir”.
Todo le daba fuerzas para encarar los desafíos que la revolución debía vencer, entre ellos las trabas de las contradicciones militarismo-civilismo heredadas de la Guerra de los Diez Años y de la Asamblea de Guáimaro. Esta, en 1869, abonó una civilidad que era indispensable asumir y desarrollar, sin poner estorbos innecesarios a la eficacia de las armas. No es casual que para proclamar la creación del Partido, en 1892, Martí escogiera el 10 de abril, fecha que rendía homenaje y superación a la imperfecta pero fundadora Asamblea, cuna de la Cuba republicana.
Nota de Martí para Máximo Gómez del 18 de mayo de 1895. Tal vez su último texto escrito.
Nota de Martí para Máximo Gómez del 18 de mayo de 1895. Tal vez su último texto escrito.

Vórtice fundacional

La primera tarea que Martí se planteó en campaña fue precisamente lograr la asamblea que crease la nueva República en Armas, contra la cual operaban prejuicios que venían de aquellas contradicciones. El 5 de mayo tuvo una fuerte evidencia de esa realidad: la tesitura de Antonio Maceo en La Mejorana. Sobre esa entrevista se han hecho especulaciones de todo tipo, aunque lo fundamental está plasmado en los diarios de campaña de Gómez y del propio Martí, y en las cartas escritas por este último a raíz de los hechos.
En esas páginas están claramente expresadas la admiración de Martí por Maceo y la discrepancia del héroe de Baraguá con el plan concebido por aquel. La envergadura de la divergencia, y el peso de un héroe como Maceo, le confirmaron a Martí la importancia de cuidar hasta el último detalle la campaña que él —así lo expresó en carta del 13 de noviembre de 1884 a Mercado— había preparado “como una obra de arte”. Ya en el terreno de operaciones ratificó, firme, que solo la asamblea constituyente tendría autoridad para decidir si él debía estar dentro o fuera de Cuba.
Lo más probable era que, limpiamente orientada y ordenada con toda la seriedad que se requería, y con Martí presente, la asamblea no confiara la dirección de la República a otro que a él, a quien las tropas mambisas llamaban el presidente. Sabía, incluso por reacciones del propio Gómez, que ese título suscitaba prejuicios, y expresó que lo rechazaba, porque no estaría bien ni en él ni en nadie. Pero no rechazaba de antemano una misión, y era capaz de crear nuevos títulos para una revolución nueva. Lo había demostrado cuando, para el mayor cargo en el Partido, que se le confió a él, escogió un título humilde y democrático: Delegado.
Con admiración, en la semblanza que el 23 de agosto de 1893 le dedicó a Gómez enPatria, narró que para entregarle al general el cargo de jefe del ramo de la guerra en el Partido —merecido rango para el cual había sido electo por votación entre relevantes veteranos mambises: lo más democrático en los preparativos de una guerra—, había ido a verlo “junto a su arado”. Y recordó evidencias de la humildad del hogar de Gómez, de su familia, y de su identificación con los pobres: “Para estos trabajo yo”, sostuvo el viejo combatiente frente a un “gentío descalzo”, y él lo citó en la semblanza.
Martí representaba una guerra de carácter popular, y ese mismo carácter esperaba del ejército de patriotas que la librarían. No le era indiferente ningún detalle, como que un héroe —ni siquiera alguien a quien admiraba por ser tan extraordinario, corajudo y fiel a la patria como Antonio Maceo— tuviera en campaña una silla de montar adornada con estrellas de plata.
Quien echaba su suerte “con los pobres de la tierra”, concibió métodos organizativos en función de los cuales escribió páginas como la circular fechada el 26 de abril: “Los poderes creados por el Partido Revolucionario Cubano, al entrar este en las condiciones más vastas y distintas en que le pone la guerra en el país, deben acudir al país y demandarle, como lo hace, que dé al gobierno que lo ha de regir formas adecuadas a las nuevas condiciones”.
Para ello, añadió, el Partido acudía “a todo el pueblo cubano revolucionario visible, y con derecho a elección”, que en las circunstancias de la guerra era “el pueblo alzado en armas, y a cada comarca de él pide un representante, para que reunidos, sin pérdidas de tiempo, los de las comarcas todas acuerden la forma hábil y solemne de gobierno que en sus actuales condiciones debe darse la revolución”.
Buscaba una solución política superior: no lo que podría entenderse como un “gobierno civil”, ni concesiones al militarismo. Lo ratificó en La Mejorana: “Insisto en deponerme”, no ante ninguna voluntad o capricho individual, sino “ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno”. Procuraba cerrar puertas al caudillismo; pero las sicologías individuales, trenzadas con el peso de las jerarquías, aun bien ganadas, suelen generar complicaciones.
En carta del 30 de abril escribió: en Gómez “ha ido cuajando el pensamiento natural, que es el de reunir representantes de todas las masas cubanas alzadas, para que ellos sin considerarse totales y definitivos, ni cerrar el paso a los que han de venir, den a la revolución formas breves y solemnes de república y viables, por no salirse de la realidad, y contener a un tiempo la actual y la venidera”. Pero, en La Mejorana, Maceo declaró no querer “que cada jefe de operaciones” mandara “el suyo, nacido de su fuerza: él mandará los cuatro de Oriente: ‘dentro de 15 días estarán con Vds.—y serán gentes que no me las pueda enredar allá el doctor Martí’”.

Raíz y permanencia

La discrepancia es clara, pero —fuera de ciertos textos— una revolución verdadera no se hace sin desavenencias; y Martí no transigía en lo que entendía vital: “Mantengo, rudo: el Ejército, libre,—y el país, como país y con toda su dignidad representado”, porque “la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército”, no debían quedar “como secretaría del ejército”.
En esas miras debe situarse lo que el 18 de mayo le escribe a Mercado: “seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas”.
Además de echar abajo desde la raíz ciertas conjeturas, de entonces y posteriores, según las cuales se preparaba para salir del país, esa declaración se corresponde con lo fundamental: “La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios”.
Antes que su propia autoridad, estaba para él la necesidad de que la patria contara con una estructura de poder válida para librarla de caudillismos y otras aberraciones. A Mercado le dice: “Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución”.
Los años de la incansable y ejemplar faena que lo llevaron a dirigir a sus compatriotas, no lo hacían creerse con derechos especiales para imponer su voluntad, aunque supiera que en ella estaba el mejor camino para la patria. El 14 de mayo, afanado en lograr la celebración de la asamblea, escribió en su Diario: “Escribo, poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener libertad de aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo”.
Táctica, ética y estrategia lo afirmaban en un juicio que había expresado en Patria el 3 de abril de 1892, en vísperas de la fundación del Partido Revolucionario Cubano: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere”. No bastaba que las ideas valieran: era necesario que las abrazara el pueblo. Por eso no cejó ni en su prédica para abonar las ideas emancipadoras, ni en la búsqueda de estructuras y formas de dirección que las sustentaran.
Sabía que en ese camino estaban la fuerza de la revolución, y de su propio pensamiento. No actuaba por demagogia oportunista, y sometió a prueba tanto sus criterios como la consistencia del proyecto que tanto esfuerzo le había costado poner en marcha. Firme y optimista, escribió en su última carta a Mercado con respecto a su voluntad de deponer ante la asamblea, sin temer a los riesgos, la autoridad que había ganado: “Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.—Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros”.
Deponer la autoridad no significaba abandonar la lucha ni ceder irresponsablemente el terreno que él debía cubrir. Solo la muerte lo sacó de la lucha; y desde el mismo día de esa tragedia —tan costosa para la patria, pero de la cual emergió él lleno de luz— no ha cesado de cumplirse su profecía: su pensamiento, lejos de desaparecer, ha seguido ganando en el valor de su claridad, y de su ejemplo, refrendado con cada acto de su vida. Si Maquiavelo, interpretando la política al uso, afirmó que el príncipe tiene el corazón en los labios, Martí demostró vivir con los labios en el corazón.
De la serie Imágenes en el tiempo, de Agustín Bejerano (1964). Col. de Araceli García-Carranza.
De la serie Imágenes en el tiempo, de Agustín Bejerano (1964). Col. de Araceli García-Carranza.
(Publicado en el número del 15 de mayo de 2015 de la revista Bohemia).

José Martí: el alma que aquí tengo no es la mía

Por: Fidel Díaz Castro

marti_jose_2Y te busqué por pueblos,
y te busqué en las nubes,
y para hallar tu alma
muchos lirios abrí, lirios azules.
 Y los tristes llorando me dijeron:
— ¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!—
Mas dime —¿cómo ha sido?
¿yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
y el alma que aquí tengo no es la mía.
José Martí
Hace exactamente 120 años cayó combatiendo en Dos Ríos José Martí; su arma apenas llegó a disparar, pero –increíblemente- su vida crece desde entonces, indetenible, como si hubiera sido inmune a los disparos. Cada día, desde aquel 19 de mayo de 1895, se van descubriendo y publicando escritos suyos, cada vez más se publican libros más libros sobre él, y son más los seres que lo buscan –y se buscan- en sus razones, dolores, pasiones y sueños, en las huellas de su espíritu. Llegó tan lejos su pensamiento, su proyección social, su manera de amar y de vivir, que todavía está distante en el futuro; sigue siendo un escalón muy alto de la especie humana.
Vengo amasando hace tiempo, un proyecto de libro-disco con doce canciones, cada una derivada de un relato que entreteje poemas con detalles de la vida de algunos de los más entrañables duendes que me acompañan: “Los amores del Diablo Ilustrado”. En ese camposanto uno de los más intensos amantes (y amado) es José Julián Martí Pérez, en este caso el muchachito que, con apenas 19 años, delira con la belleza de una mujer, con la belleza que emerge desde lo más hondo del alma de una mujer. Brindemos este día por una noche lluviosa de poético amor de nuestro Pepe.
Blanca
Mi Blanca: A las ocho y media empiezo a escribir para ti esta brevísima historia—feliz ya, porque nace de tu cariño y tu deseo.
Espacio estrecho es una hora, y cosa rápida y risible ha de ser todo lo que en ella precipitadamente escriba yo. Tiempo, papel… —todo es estrecho para este poderoso amor que vive en mí.
Llueve copiosísimamente; llueve sin cesar. Es, Blanca mía —y no te rías—, que el cielo mismo frunce el ceño, y se pone mohíno, y llora, porque no hemos podido hablarnos hoy. Tú eres el cielo.
Mi prólogo, extravagante en verdad, te dice aquí adiós.
Tú esperas un cuento; yo no puedo hacerte esperar: allá va a ti.
Escribo como en un torbellino de pasiones. Los relámpagos centellean constantemente tras los cristales y tras mi piel, donde se desata otra tempestad. Debo estudiar, pues tengo mañana examen de derecho romano en la universidad, pero no tengo cabeza para otra cosa que no seas tú. Tú que comprendes mis angustias.
—Ni patria ni amor. ¿Entiendes tú que un corazón lata en vano, y no sepa el miserable por qué late?¿Entiendes tú, que un alma se sienta repleta de vigor, ardiente para amar, henchida con intentos generosos, —y no sepa en qué ha de emplear su fortaleza ni encuentre cosa digna de poseer sus ansias ni halle dónde verter su generosidad?—Así vivo yo. Yo siento un mí una viva necesidad, un potente deseo, una voluntad indomable de querer; yo vivo para amar; yo muero de amores, —y he querido encarnarlos en la tierra, y una fue carne y otra vanidad, y otra mentira y otra estupidez, y entre tantas mujeres para los ojos, no halló el alma una sola mujer. La patria me ha robado para sí mi juventud.
Mi corazón se va lleno de ira de esas necias criaturas que lo usan, que lo desean, que lo aman quizás, pero que no son capaces de entenderlo.—Y vivo cadáver, encerrado en extraño país;—avergonzado de tanto necio amor. Y vivo muerto.
No puedo seguir escribiendo. Una ráfaga de viento abrió la ventana de un golpe, se ha apagado la vela. Cojo un paraguas —inútil ante las dimensiones del temporal— y salgo a buscarte. Ensopado llego al umbral de tu puerta. Abres, sonríes halagada, sin salir de tu asombro: ¡Estás loco, Pepe!
Ciertamente, parezco un desastre, tan flacucho, con mi viejo traje negro —al que le salen las desgarraduras con el agua— pegado al cuerpo. Me tomas de la mano y me acercas a la estufa, en lo que me buscas una toalla. Me secas primero la cabeza.
Me miras. Toda la vida de una mujer está en sus ojos y eran aquellos ojos más claros que la luz, más puros que el amor primero, más bellos que la flor de la inocencia.
Nos besamos. Hicimos el amor allí mismo, sobre la alfombra de tu sala. Luego de aquel primer acto desesperado nos acurrucamos en el sofá.
—¿Qué has visto en mí, José Julián?— Susurraste embriagada, y yo te contesté como por instinto: —Tu profunda elegancia.— Frunciste el seño, pidiendo explicación. Te dije entonces ideas algo vagas que años más tarde, ya lejos, escribiría:
La elegancia del vestido, —la grande y verdadera—, está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor.
Al amanecer aún lloviznaba. Ya era 30 de abril (de 1873). Apenas tenía veinte años. Tú, Blanca, presentías que muy pronto partiría de Zaragoza y de tu vida. Sabías que mi destino estaba en la lejana tierra mía, Cuba, desafiando las balas por salvar la dignidad humana. Pero en aquel instante era todo tuyo, y preferías ignorar el desenlace, apresar por unas horas todos los sueños posibles. Nuevamente tu cuerpo, ahora en la cama, emprendía sus juegos creativos. Esparcías tu cabello por mi pecho, escaló tu rostro a nuevos besos, luego las puntas de tus senos pasearon por mi frente y se deslizaron hasta mi boca; desenfreno y contención de saborearte saboreado; se fue perdiendo el mundo cabalgando contra el imposible de un después. Entre las caricias, de un nuevo regreso a la vida mortal, me provocabas para que disertara acerca de la eternidad de una relación. Ya en el balcón, tras un café, nos quedamos mirando el horizonte morado rojizo. Del techo caían algunas gotas, tu mirada, entrando en una de ellas. Susurraste un monólogo que me incluía: “¿será esta dicha de ahora los únicos momentos de plenitud que me dará la vida?… Pues bienvenido instante divino. Nos empecinamos en buscar el matrimonio eterno y… ¡total!, la rutina de los días va transformando la pasión en deber… ¿Es que la satisfacción del amor mata el amor?”
Vi el temor de la verdad que se impondría en tu aliento, besé tu naricita y traté de animarte:
—¡No! Es que el amor es avaricioso, insaciable, activo: es que no se contenta con los sacrificios hechos sino con los sacrificios que se hacen —es que es una gran fuerza inquieta que requiere grandes alimentos diarios, es que es el único apetito que no se sacia nunca. No es que anhele cuerpo que lo sacie: es que solo la solicitud incesante, tierna, visible y sensible, lo alimenta. —Creen las mujeres con error, y creen los hombres, que una vez dada la gran prenda, la prenda del cuerpo; el beso sacudidor, todo está dado y todo conseguido. ¡Oh! ¡no! El alma es espíritu, y se escapa de las redes de carne: —es necesario conquistarla con espíritu. —Un beso presente desarruga una frente que no basta a desarrugar el calor entibiado de muy amantes besos anteriores. (…) —Las atenciones amorosas que se dan son un cuerpo de resistencia que se hace en el alma del ser amado contra la invasión del amor ajeno. —Compensación inteligente, —premio sabroso— ¡dulcísimo trabajo! dando a otro ventura, fabricamos la nuestra. —Siendo tiernos, elaboramos la ternura que hemos de gozar nosotros. —Y sin pan se vive: —sin amor —¡no!— No ha de desperdiciarse ocasión alguna de consolar toda tristeza, de acariciar la frente mustia, de encender la mirada lánguida, de estrechar una mano caliente de amor.
—Perpetua obra, obra de todo instante es la ternura. —Si no, ¡el amor no satisfecho busca empleo! Hay una palabra que da idea de toda la táctica de amor: rocío-goteo. —Que haya siempre una perla en la hoja verde: —Una palabra en el oído, una mirada naciente en nuestros ojos; —en nuestra frente, un beso húmedo. —El que así no ame, no será jamás amado.  
Ha pasado siglo y medio de aquella hora de lluvia. Ya sé que no puedes ser Blanca de Montalvo. Ella es apenas un nombre sin siquiera una foto, un halo de pureza que inspiró a aquel muchacho que hoy la historia dimensiona como uno de sus grandes héroes, José Julián Martí Pérez. Pero aquella noche tormentosa fueron simple, e inmensamente, dos amantes. Yo tampoco puedo ser él, pero te extiendo mis manos con un santo y seña que ese mismo Pepe, siendo casi un niño, sugirió. Así que seguiré siendo para ti, mientras me quieras un poco… El Diablo Ilustrado   
Si brillan en tu faz tan dulces ojos 
que el alma enamorada se va en ellos, 
no los nublen jamás tristes enojos,
que todas las palabras de mis labios,
no son una mirada de tus ojos…
José Martí
Con la primavera
Poema de José Martí
Con la primavera
Vuelve el verso alado:
¿Qué hará mi corazón, que amar no quiere,
Si le asalta el amor por el costado?
Hará lo que hace el cielo
Cuando el fuego lo abrasa:
Brillárá como bóveda encendida
Hasta que el fuego pasé:
Todo pasa.
TOMADO DE CUBADEBATE

Martí, iniciador del antimperialismo latino-caribeño

Por: Angel Guerra Cabrera

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El 19 de mayo de 1895, hace 120 años, cayó en combate José Martí, no solo Apóstol de la independencia de Cuba sino el iniciador indiscutible del antimperialismo moderno en América Latina y el Caribe. Como también continuador de las ideas de plena soberanía, unidad e integración latino-caribeñas de Miranda y Bolívar, que enriqueció a lo largo de su fecunda vida.

Martí llegó a los veintidós años “al México republicano, liberal y juarista de Lerdo de Tejada, que le abrió los brazos y lo sentó al lado de Guillermo Prieto, Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez el Nigromante, Juan José Baz, Vicente Villada, Manuel Mercado, fogueados en las luchas contra la intervención francesa, y de hombres de la nueva generación como Justo Sierra y Juan de Dios Peza”, ha escrito el doctor Alfonso Herrera Franyutti, ilustre biógrafo de su relación con México y estudioso consagrado de su  vida y obra.
Aquí el cubano investigó muy en serio la civilización mesoamericana y comprendió que “cuando eche a andar el indio, echará a andar América”.   Idea presente en parte importante de su obra junto a la de que “no hay razas”, al defender la identidad universal del ser humano y criticar en su fundacional ensayo “Nuestra América”(1891) a las repúblicas oligárquicas surgidas de la primera independencia por haber marginado al indio, al negro y al mestizo.
En su primera estancia mexicana entre 1875 y 1876 Martí forjó una amistad para toda la vida con el michoacano Mercado, su anfitrión y confidente siempre. A él escribe la carta póstuma el día antes de ser alcanzado mortalmente por el fuego enemigo, considerada su testamento político, en la que expone de manera muy clara la naturaleza de su proyecto estratégico, que “en silencio ha tenido que ser”.
“Mi hermano queridísimo” inicia la misiva y dos líneas después sentencia:  ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.
Esta concepción martiana era fruto de haber vivido intensamente por más de una década en el “norte revuelto y brutal” durante los años de impetuoso desarrollo industrial, concentración capitalista, y gestación del imperialismo, que describe y disecciona magistralmente en sus “Escenas Norteamericanas”, publicadas en diarios  de México a Buenos Aires, además de otros muchos textos memorables. El desaparecido historiado marxista estadunidense Phillip Phoner le manifestó  a este cronista que ningún otro autor, incluidos los marxistas, había escrito con la profundidad de Martí sobre esa época en Estados Unidos.
El proyecto político, filosófico y cultural martiano plasmado en “Nuestra América” ha alcanzado un avance asombroso en los últimos años, como se acaba de demostrar en esa expresión de independencia y rebeldía ante el imperio que fue la VII Cumbre de las Américas.
Ello habría sido inconcebible sin más de medio siglo de resistencia de Cuba ante la hostilidad de Washington y los pujantes movimientos antineoliberales de los pueblos latino-caribeños. Esos que hicieron surgir presidentes y gobiernos cuyas políticas se han alejado del Consenso de Washington, que unidos por el genio y empuje de Hugo Chávez, consiguieron edificar  una cultura política y una arquitectura de unidad, integración e independencia regional en década y media como no se había alcanzado desde que estas ideas  fueran enarboladas por Bolívar y luego por Martí.
La Revolución Cubana liderada por Fidel y Raúl Castro tiene su cimentación principal en las recias luchas cubanas contra el colonialismo y el imperialismo  y en el pensamiento de Martí. Él se propuso frenar, con la independencia de Cuba y Puerto Rico, el expansionismo de Estados Unidos, iniciado por el despojo a México de más de la mitad de su territorio. Quien echó su suerte “con los pobres de la tierra” aspiraba a una república que uniera su destino al de sus hermanas de nuestra América, agrupadas en un solo haz para frenar las pretensiones neocoloniales estadunidenses y servir de contrapeso para lograr el “equilibrio del mundo”.
Raúl Roa dijo de él que “vio, previó y postvió”. Por eso es tan exacta la rotunda afirmación de Fidel de que Martí había sido el autor intelectual del ataque al cuartel Moncada(1953).
TOMADO DE CUBADEBATE

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

De  Juan Pablo Duarte  solo se conoce una fotografía hecha en  Caracas  en 1873 cuando el patricio contaba con 60 años de edad.  A...