Por: Diómedes Núñez Polanco
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Al conmemorarse en este 2017 el centenario de la presencia de la familia Corripio en la República Dominicana, se ha destacado su condición de testigo de la historia del siglo XX dominicano y de lo que va del XXI: la intervención estadounidense 1916-24, el gobierno de Horacio Vásquez, la dictadura de Rafael Trujillo y su ajusticiamiento en 1961, el triunfo de Juan Bosch, la Constitución de Abril de 1963 y el derrocamiento del gobierno constitucional, la Revolución de Abril y la Guerra Patria de 1965, los gobiernos de los Doce Años y de los Diez Años de Joaquín Balaguer, el triunfo escamoteado a Bosch en 1990, todas las administraciones del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y los gobiernos de Leonel Fernández y Danilo Medina.
Pero no solo la familia fue testigo de su tiempo: también actores de primerísima importancia en el proceso de transformación que se ha estado operando en la sociedad dominicana en las últimas décadas. El historiador Frank Moya Pons refiere el salto histórico que ha venido expresándose:
“Nuestro país ha venido experimentando una profunda revolución en los últimos cincuenta años. Una revolución capitalista que comenzó a finales del siglo XIX y que ha venido acelerándose según pasan los años hasta hacerse indetenible”.
Y declara, además, que “las cifras de crecimiento de la economía nacional son tan altas ( hacia 2013) que (…) muestran un agigantamiento de la base productiva nacional que nadie podía imaginar cuarenta años atrás”.
Así, el Presupuesto Nacional de 1917, cuando llegó Ramón Corripio al país, era de 7 millones 810 mil pesos, que eran dólares; era la moneda que circulaba con la ocupación militar estadounidense. El Presupuesto de este 2017 es de RD$ 624,407,045,081 pesos.
La familia Corripio ha estado muy consciente de ello: un fenómeno de manera integral: ellos son solo un eslabón de esa cadena de avances de la economía, el progreso y la modernidad nacionales, en los que la sociedad juega un rol fundamental, y señala la contribución del inmigrante en ese impresionante proceso. Como homenaje permanente, levantó el Monumento al Inmigrante, en el Distrito Nacional.
Ahora retomamos la relación entre Manuel Corripio y Juan Bosch. Comenzaron su vida laboral siendo adolescentes: Manuel empezó a trabajar a los 13 años, desde que llegó al país por primera vez; Bosch fue llevado a los 15 por su padre a la Casa Lavandero. Las crisis económicas y financieras impactaron sus vidas. Manuel viajó desde España a nuestro territorio a raíz de la gran recesión internacional (1920-21) que se produjo luego de la primera guerra mundial; esa misma recesión determinó que don José Bosch Subirats, el padre de Bosch, descontinuara en La Vega el negocio de compra y venta de productos agrícolas. Incluso, para entonces, el precio del azúcar se redujo de 22 dólares el quintal a menos de uno.
Ellos volvieron a ser tocados por otra gran crisis: la depresión de 1929. En ese año, los padres de Bosch lo enviaron donde sus parientes en Cataluña, España; poco después, la crisis se sentiría con mucha fuerza allá, por lo que perdió sus empleos. De ahí viajó a Venezuela, donde habría de pasar muchas dificultades, cuando fracasó la pequeña compañía de variedades teatrales que operaba; tras estar en varias islas del Caribe regresó a su tierra a mediados de 1931.
Manuel Corripio, por su parte, regresó a España, luego del paso devastador del ciclón San Zenón, en 1930. De nuevo en la patria chica, Arroes, Villaviciosa, en Asturias, donde había nacido el 8 de febrero de 1908, se reencontró con sus padres, Pedro Corripio Madiedo y Teresa García García, y sus hermanas Mercedes e Isolina. Ramón, su hermano mayor, se hallaba en Santo Domingo. Allá recordaba los gratos momentos de su niñez. Era la época en que asistía a la escuela en la mañana y en la tarde alimentaba los animales que representaban el reducido patrimonio familiar. Referiría con orgullo que agradecía a sus padres “que le enseñaran a trabajar desde pequeño”.
El 16 de julio de 1932, contrae matrimonio con Sara Estrada, a quien conocía desde la niñez. El 12 de marzo de 1934 nacería su unigénito, José Luis (Pepín). Huyéndole a la Guerra Civil Española, iniciada el 18 de julio de 1936, Manuel decidió volver a la República Dominicana. Pepín vendría en 1938, siendo un niño. Con los años, daría continuidad e impulso a la empresa familiar. Su padre lo definiría como “el bastión de la familia”, inteligente, capaz y talentoso para los negocios, que según él, “heredó de su madre”.
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