Por Susana Merino
Fuentes: Rebelión
Fuentes: Rebelión
Nunca como hoy el mundo nos está demostrando que vivimos en un único planeta. Ningún tipo de barreras, de fronteras materiales o virtuales, ningún tipo de leyes, ni de reglamentos, ni de decretos puede detener esta imprevista invasión de esa especie de seres ultramicroscópicos, que parecen desdeñarlos y que tampoco respetan edad, color, raza ni religión. Creo que es la primera vez que la humanidad enfrenta un acontecimiento de esta naturaleza y de esta magnitud, esta invisible irrupción que llamamos pandemia, que está derrotando nuestra soberbia y nos está demostrando que algo de lo que estábamos convencidos y veníamos reiterando a lo largo de muchos siglos: nuestra superioridad humana, nuestra capacidad de dominar y usar de la naturaleza a nuestro gusto y placer se ha desmoronado como castillo de arena ante el embate de esa ola de terrorismo oculto que nos ha invadido y que se obstina en demostrarnos lo contrario: no somos los dueños del planeta, somos apenas sus huéspedes y como tales es hora de que comencemos a respetar las reglas que lo rigen y que también nos incluyen.
Sin embargo, a pesar de enfrentar tan difícil e insólito panorama, con pocas armas y escasa conciencia colectiva, aún nos queda la expectativa no solo de superarlo sino de descubrir suficientes reservas morales e intelectuales como para incorporar nuevos u olvidados valores que hagan posible no solo reconstituir el tejido social, sino lograr que esta insólita experiencia nos ayude a encontrar nuevos caminos de convivencia y de respeto hacia la naturaleza. Quiero decir en suma que si no somos capaces de reflexionar y de incorporar las enseñanzas que puede dejarnos esta aún no superada situación, inútiles serán los esfuerzos por minimizarla o tratar de olvidarla como podría suceder.
Muchos han sido. sin duda, los conocimientos biológicos que ha incorporado al acervo de los especialistas esta imprevista situación, pero sobre todo lo que es imprescindible analizar es si existe además un saldo positivo que de algún modo incida también en nuestra vida futura y yo creo que sí, si somos capaces de leer entrelíneas en las innumerables crónicas que más o menos también como la pandemia, nos cercan y nos bombardean permanentemente a través de los medios.
Aunque es de señalar que la mayor parte de ellos se refieren en forma casi exclusiva a la cantidad de nuevos casos infectados y de muertos por países, por el Corovid 19 y en menor medida a las precauciones adoptadas por sus gobernantes, medidas, en la mayor parte de los casos, orientadas a paliar el deterioro económico preexistente generado por las impiadosas especulaciones financieras que esta imprevisible pandemia ha puesto al descubierto y potenciado.
Sin embargo, al margen de la importancia que tiene paliar las consecuencias económicas de esta situación, lo que no parece surgir o por lo menos con la intensidad necesaria es el análisis de la incidencia que esta experiencia deja o debería dejar en la conciencia social. Es decir, se ha seguido procediendo como si cada país fuera un compartimiento estanco, aunque como dije anteriormente no hay ni habrá pandemia que respete la menor clase de límites legales ni territoriales y en consecuencia en lo que hay que comenzar a pensar es en la necesidad de establecer las bases de una conciencia mundial que posibilite la prevención planetaria y la adopción de medidas consensuadas orientadas a resolver o a prevenir problemas de esta naturaleza o de otros similares.
Algo de esto se viene intentando en el área ambiental, aunque también es cierto que poco se ha avanzado porque se percibe menos masivamente tal vez, de modo que es de esperar que una experiencia como la que estamos viviendo, que no deja de cobrar diariamente cientos de vidas humanas, genere mayor grado de concienciación y. en consecuencia, mayor y más profunda atención. Una toma de conciencia que debe fundarse en la evidencia de que no hay ni sistema ni poder político que pueda enfrentar en soledad este tipo de situaciones. Que los problemas de carácter universal deben ser resueltos cooperativa y solidariamente, que no hacerlo implica, como lo estamos comprobando, la pérdida de miles de seres humanos, sin discriminaciones políticas ni ideológicas de ningún tipo, pero además que los problemas humanos deben abordarse desde la prevención colectiva y no desde los manotones de ahogado de aquellos a quienes el deterioro económico importa más que la vida de sus conciudadanos.
Creo en principio que hay que comenzar a pensar seriamente en establecer puntos de partida, principios y lineamientos básicos en todas aquellas áreas que al margen de las opciones políticas afecten a la totalidad o a la mayor parte de la población. Y así como para que puedan funcionar algunas áreas del quehacer planetario, como por ejemplo la vinculación aeronáutica entre todos los países del orbe a través de reglamentaciones que nadie se atrevería a infringir o las interrelaciones radiales, televisivas e informáticas que responden a códigos y áreas debidamente establecidas, del mismo modo habrá que ir pensando en detectar sectores y formular normas que protejan al conjunto de la humanidad independientemente, insisto del color político de sus habitantes.
En el plano aeronáutico, para citar uno de los casos más representativos, fue a partir de la Segunda Guerra Mundial que el caótico crecimiento de la aviación comercial y la consiguiente proliferación de los vuelos internacionales pusieron de manifiesto la necesidad de llegar a acuerdos que los reglamentaran. Nació así la OACI (Organización de la Aviación Civil Internacional) cuya sede permanente está en Montreal y en la que están representados casi todos los países del mundo. Allí se discute, se decide y se reglamenta todo lo relacionado con el tránsito mundial de la aviación comercial y aunque lo que de allí surge son solo recomendaciones, sus resoluciones son respetadas como de estricto cumplimiento ya que de otro modo si se produjeran accidentes las empresas se verían obligadas a responder por los costos humanos, económicos y políticos que jurídicamente se generaren.
Algo similar sucede en el área de las comunicaciones y de la informática que se ha visto obligada a instalar regulaciones para poder funcionar. Surgió así la U.I.T (Unión Internacional de Comunicaciones) cuya sede es Ginebra pero que además forma parte de la Organización de las Naciones Unidas. Esta organización es la más antigua en su género porque fue creada en 1865 en oportunidad de instalarse los primeros telégrafos con el objeto de garantizar la interconexión internacional del nuevo servicio. Desde entonces ha contribuido al desarrollo y funcionamiento de las redes telefónicas, de la radio, de la radiodifusión satelital, de la televisión y más recientemente de toda la informática.
Imagino que la primera objeción o el primer “pero” se referirá al hecho de que al no tratarse de sectores directamente relacionados con el área económica como los anteriormente mencionados será más difícil conseguir que preocupen a los gobiernos y les sea exigido considerarlos básicos. No obstante, sería interesante que antes de que se diluya la influencia y la sensibilización colectiva que ha generado esta pandemia, se difundiera en la sociedad y asumiera la humanidad la importancia de establecer normas de protección colectiva, sanitaria, ecológica, de subsistencia básica y de otros sectores que la misma comunidad considerare prioritarios e inexcusablemente imperativos.
No es ni una tarea ni un camino fáciles, desde luego, pero sería lamentable que todo el dolor ocasionado por esta imprevista aparición pandémica no se aprovechara, no sirviera de inestimable experiencia para encontrar la manera de hallarnos en el futuro mejor preparados para enfrentar situaciones similares que sin lugar a duda podrían reiterarse.
La sociedad ha comenzado nuevamente a manifestarse ya en muchos países y podrá incorporar también esta inquietud en la medida en que quienes la comprendan colaboren en su difusión y puesta en marcha. Se habrá dado así el primer paso.