MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

sábado, 4 de octubre de 2014

Cuento de Juan Bosch: “Todo un hombre"


Yeyo va a explicar su caso. Tiene gestos parcos y voz sin importancia. La gente se asombra de verle tan humilde. Es de cuerpo mediano, de manos gruesas y cortas, de ojos dulces. La verdad es que parece avergonzado de la importancia que le da el público. El juez le mira con fijeza y la gente se agolpa y se pone de pie. Yeyo está contando su caso con una tranquilidad desconcertante.
El había oído hablar de Vicente Rosa, claro. En la región nadie ignoraba su fama; además, lo había visto con frecuencia. Vicente Rosa era lo que muchos llaman un hombre de sangre pesada. ¿Antipático? No; a él, Yeyo, no le caían los hombres ni mal ni bien; cada uno es como es y eso no tiene remedio. Pero si le preguntaran qué clase de hombre le parecía ser Vicente Rosa diría que un abusador. , Cuando estaban construyendo la carretera de Jima le dieron a Vicente un cargo de capataz y estableció una casa de juego. Los peones, campesinos ignorantes, muchos de ellos haitianos, perdían allí el escaso jornal; después caían desfallecidos de hambre sobre el camino que construían, y Vicente tos arreaba a planazos. Un día los infelices se negaron a seguir siendo explotados. ¡Mala idea! Vicente montó en cólera y empezó a repartir machetazos. Algunos quisieron defenderse, pero aquel hombre era un torbellino. Abrió cráneos, tumbó brazos, seguido de los seis o siete amigos que les salen siempre a tales fieras, y entre alaridos de mujeres y de niños echaba por tierra los bohíos y les prendía fuego. Hasta los montes vecinos persiguió a los aterrorizados peones, y después se las arregló tan bien con la gente del pueblo que hasta presos fueron algunos de los perseguidos. Siempre sucede igual, claro, y también le parecía a Yeyo que tal cosa no tiene remedio.
Lo malo estuvo en que Vicente Rosa abusó de su fama de guapo. En la gallera nadie se atrevía a cobrarle si perdía, y cuando entraba en una pulpería el pulpero rogaba a Dios que se fuera pronto. Lo mismo si estaba una hora que si estaba diez bebiendo, decía tranquilamente que le apuntaran lo que fuera y nunca se acordaba de la deuda. En las fiestas le quitaba a los hombres las parejas sin decir palabra… Un hombre sangrudo, lo que se dice sangrudo.
El caso con Yeyo ocurrió así:
Por las vueltas de Pino Arriba vivía Eleodora. Toda la gente que llenaba la sala del tribunal vio a Eleodora. Bajo el pelo de brillante negrura mostraba la frente trigueña; después, las cejas finas, los ojos pequeños, y la nariz y la boca. ¡Qué boca, Dios! Sonrió dos veces y la gente se moría porque lo hiciera de nuevo. Era una boca menuda, de labios carnosos y dientes macizos. Cuando el juez le ordenó levantarse para jurar, muchos hombres la miraron alelados. ¡Eso sí era mujer! Eleodora miraba a Yeyo con simpatía y la gente no quería admitir que hubiera algo entre dos seres tan distintos.
Yeyo era muy firme hablando. El juez preguntó:
—¿Estaba usted enamorado de la joven?
—Me gustaba —dijo resueltamente.
—Yo le pregunto a usted si estaba enamorado.
—Eso de enamorarse no es asina, señor. A uno le gusta lo bonito, pero enamorarse viene de adentro y asigún las condiciones de la mujer. Tal ve andaba por enamorarme… No se lo puedo asegurar, pero si el señor me lo permite le diré que lo que pasó hubiera pasao manque ella hubiera sido vieja y fea.
Descontando todos los circunloquios de la tramoya judicial, el caso puede sintetizarse así: Vicente Rosa, con su fama de guapo y sus ojos atravesados, estaba un día dándose tragos en la pulpería de Apolonio Torres, y allí mismo, sentado sobre una pila de aparejos, fumaba pacíficamente su cachimbo Yeyo Ramírez. Por dos veces estuvo Vicente mirándole con sorna. Yeyo, tranquilo, indiferente, le devolvía las miradas. Parece que Vicente perdió los estribos. Ordenó un trago de cuatro dedos y se dirigió con él hacia Yeyo.
—iBeba, decolorío! —ordenó.
El joven no movió un músculo. Simplemente respondió:
—No bebo, amigo.
—¡Beba, le digo! —tronó el guapo.
—Le he dicho que no bebo.
—¡Beba! ¿O no sabe quién le habla?
—Sí, yo lo sé; usté es Vicente Rosa, pero yo no bebo.
Los tres o cuatro hombres que estaban en la pulpería se apresuraron a intervenir. Un viejo negro explicó:
—No puede, amigo; ta enfermo.
Yeyo rectificó fríamente:
—Unq unq, no toy enfermo na. Lo que pasa es que no me da la gana de complacer al amigo.
Vicente Rosa hizo ademán de irle arriba, pero se le echaron encima los demás y lo contuvieron. Tenía los ojos fulgurantes como candelas y soplaba como animal.
—Váyase, Yeyo —rogaba el viejo negro.
—No puedo —explicaba Yeyo—, porque ta al caer una jarina y si me mojo me da catarro.
Hecho un ciclón, Vicente Rosa luchaba por desasirse de los otros, y hacía temblar toda la pulpería.
—Aquiétese, Vicente, aquiétese —suplicaba el pulpero.
Sólo Yeyo estaba tranquilo allí. Seguía fumando con escalofriante serenidad y sus ojos dulces parecían ver el tumulto desde lejos. Por segundos volvía la mirada hacia el camino real, como si no tuviera que ver nada con lo que sucedía. El color azul de las lomas presagiaba lluvia.
—Vea que viene gente, Vicente —dijo el pulpero.
Y en efecto, llegó gente. Al ver la brega Eleodora se detuvo un instante, pero en seguida alzó la voz para pedir media libra de azúcar y un centavo de jabón, y esa voz, que parecía un canto de ruiseñor, aplacó la reyerta. Fue un toque mágico. Vicente Rosa abrió la boca y desendureció los ojos. La muchacha, cortada, se volvió a Yeyo. Había percibido el ambiente de violenta admiración que había estallado a su presencia y parecía avergonzada.
Yeyo se levantó y se dirigió a ella.
—¿Ha visto? Ya empezó la jarina.
La muchacha se lamentó:
—Anda la porra, dique llover agora—. Y miró hacia el camino.
El que no quiso ver la llovizna fue Vicente Rosa. Ni se movía ni hablaba ni parecía recordar su reciente furia. Eleodora se puso de espaldas al mostrador. En el inicio de sonrisa que le llenaba et rostro de gracia se le veía el placer que le daba tanta admiración, aunque pareciera estar solamente interesada en el leve caer de la llovizna que iba haciendo brillar las hierbas y que empezaba a engrosar imperceptiblemente, cubriendo en la distancia la masa negruzca de las lomas.
De súbito aquella calma se rompió con unos pasos felinos de Vicente Rosa. Sus ojos volvieron a tener el brillo de antes y su boca volvió a mostrar el mismo gesto desdeñoso. Echó el cuerpo sobre el mostrador, mientras Eleodora simulaba estar tranquila. Vicente Rosa se le acercó más. Eleodora hizo un movimiento inapreciable, rehuyendo al hombre, y cruzó los brazos. Poco a poco su cara iba haciéndose pálida y dura.
Con una insultante sonrisa de media cara, Vicente Rosa preguntó:
—¿Cómo te llamas, lindura?
—Eleodora —contestó ella secamente.
—Tú vas a ser mujer mía —aseguró el.
Ella le cortó de arriba abajo con una mirada relampagueante y se apartó más. Entonces Vicente Rosa levantó una mano y la asió por la muñeca. La muchacha se revolvió y empezó a injuriarle. Yeyo Ramírez puso el cachimbo en el mostrador.
—Suéltela, amigo —dijo con voz serena.
Vicente soltó una palabra gruesa y se le fue encima a Yeyo. Pero Yeyo no esperó el ataque. Del mostrador, sin que nadie supiera cuándo, tomó la botella de ron con que el pulpero servía a Vicente. Los hombres corrieron, dando voces, a meterse entre los dos, y Eleodora lanzó un grito al ver la botella hecha pedazos y la sangre salir a chorros. Vicente Rosa quiso levantarse y sacar el cuchillo que llevaba a la cintura, pero Yeyo le sujetó el brazo, se lo torció hasta hacerle soltar el arma y después le pegó con el pie en la cara. El pulpero se llevaba las manos a la cabeza. Yeyo se volvió a la muchacha. Estaba un poco pálido, pero la voz no se le había alterado.
—Venga, que la voy a llevar a su casa —dijo.
La sentía temblar a su lado y veía gente correr hacia la pulpería. Cuando llegaba a la puerta del bohío de Eleodora, dijo:
—Anda… Se me quedó el cachimbo en la pulpería. Déjeme ir a buscarlo.
Eleodora estaba tan asustada que no trató de impedirlo.
Cuando los pocos amigos de Yeyo se enteraron de lo que había pasado, se presentaron en su casa. Yeyo vivía solo. Tenía un conuquito bien cuidado, que desde el mismo bohío iba en suave pendiente hasta las orillas del arroyo. Aislado en aquel campo de viviendas desperdigadas, forjaba su vivir pacientemente, sin meterse con nadie. Un compadre suyo quiso dormir con él esa noche.
—No me ofenda, compadre —dijo secamente.
El compadre se fue cuando ya la noche confundía los árboles y las piedras, las alambradas y el camino.
Yeyo no se durmió en seguida. Apagó la luz y estuvo fumando su cachimbo y pensando en lo ocurrido. Recordaba fijamente cada movimiento de Vicente Rosa, y recordaba también, no sabia por qué, el caballito que tenía estampado la etiqueta del ron. Percibió un aire fresco.
—Qué calamidá —se dijo—, presentarse tiempo de agua con el arroz madurando.
El aire indicaba que la lluvia seguiría. Había llovido hasta medio día, pero después paró de llover y el agua caída apenas reblandeció los caminos.
No le daba sueño a Yeyo. ¿Le gustaba Eleodora? Sí, le gustaba. Ahora, que para casarse… eso había que verlo. El sospechaba que a la muchacha le agradaba más de la cuenta que los hombres la galantearan.
Los amigos decían que Vicente Rosa iba a cobrarse la herida. Bueno, que lo hiciera. A él no le preocupaba eso gran cosa. Le molestó un poco darse cuenta de que estaba atento a los rumores de afuera. El silencio del campo, sostenido bajo el pausado ronronear de la brisa, hacía que la noche fuera grande e impresionante. Acaso tremolaban las hojas de un mango, tal vez una yagua vieja del techo se levantaba y tornaba a caer. El oído de Yeyo sabía distinguir cada ruido. Dejó de fumar, golpeó el cachimbo contra la palma de una mano, se puso de lado y se cubrió lo mejor que pudo.
El sueño empezó a llegar lentamente. Al principio era como una remota sordera que apagaba los rumores más fuertes al tiempo que hacía perder la noción de ciertas partes del cuerpo; después el mundo fue reduciéndose, haciéndose más pequeño, más diminuto, hasta que llegó el momento en que los ruidos de afuera, el frió, la aspereza del catre, se esfumaron del todo. Pero todavía quedaba un punto imperceptible, una línea inapreciable, que duraría menos que todo lo que puede medirse. Iba a pasar ya al sueño completo. Y ahí fue cuando Yeyo alzó de golpe la cabeza. Había oído pasos. Sonaban apagados y lentos, pero eran pasos. Yeyo aguzó su atención. Se oían unas voces casi no dichas. Le pareció que alguien recomendaba irse por detrás del bohío. Creyó oír que decían:
-Yo me quedo aquí.
—Vicente Rosa —dijo Yeyo, en un susurro.
Con extraordinario sigilo, cuidándose de que el catre no hiciera ruido, se fue echando afuera y le parecía que nunca iba a lograrlo. De la silla cogió la ropa y sujetó el cinturón por la hebilla, para que no sonara; después se puso la camisa, pero sin abotonarse. Todavía tuvo tiempo de llevarse el sombrero a la cabeza, pues se preparaba como si fuera a salir. Andaba buscando a tientas el cuchillo sobre la silla cuando llamó una voz desconocida:
— iYeyo, Yeyo, alevántese!
No respondió. Aún no daba con el cuchillo. La voz sonaba por un lado del bohío. ¿Quién sería ese perro? Algún amigote de Vicente Rosa. Y Vicente Rosa debía estar en la puerta, acechando que él saliera para asesinarlo.
—iYeyo, Yeyo, alevántese!
Buscaba aún. Iba a ponerse nervioso. Lo mejor era desentenderse de todo y hacer luz, qué caray. De todas maneras iban a matarlo. Le había llegado su hora; eso era todo. Pero en ese momento, cuando ya estaba buscando en el bolsillo del pantalón la caja de fósforos, recordó que había puesto el cuchillo en el catre, bajo la almohada.
La voz llamó de nuevo. ¿Quién sería el condenado ése?
Yeyo se pegó a la pared, y con pasos cuidadosos se arrimó a la puerta; después, empleando la mano izquierda, fue levantando la aldaba sin que se produjera el menor sonido; y de golpe abrió la puerta y avanzó.
—Vide una sombra —explica— y le metí el cuchillo. Asina fue el asunto.
La gente alza la cabeza para ver el rostro de Yeyo. El no dice una palabra más y el silencio de la sala se hace palpable. El juez levanta la mirada.
Dígame, acusado: ¿por qué sabiendo usted que quien estaba en la puerta era Vicente Rosa, y que iba a matarlo, no se quedó en su catre, con lo cual hubiera podido evitarse la tragedia?
Yeyo pone cara de persona que no entiende y mira en redondo hacia el público como buscando que alguien le explique tan extraña pregunta.
Le he preguntado —insiste el juez— ¿por qué no se quedó acostado, con lo cual se hubiera evitado la tragedia?
Yeyo parece comprender entonces. Tranquilo, con su voz dulce y sus ojos inocentes, se vuelve hacia el magistrado y dice:
—Porque cuando a uno van a llamarlo a su casa, manque uno sepa que es pa matarlo, su deber ta en atender al que lo llama.

LOS POTENCIALES MILITARES DE COREA DEL NORTE Y COREA DEL SUR


Nota curiosa o mas bien a observar. La superioridad de Corea del Norte, militarmente hablando, es mas que superior que la de Corea del Sur, basta con observar las cifras en lo que compete a lo militar que continuación presentamos. Veremos que el presupuesto militar de Corea del Sur triplica al presupuesto militar de Corea del Norte. Este ultimo dato de presupuesto militar de ambas Corea permite hacer muchos análisis, reflexiones  y comparaciones. La ultima, Corea del Sur, creemos que sus socios o aliados occidentales les cobran muy caro, es decir un alto costo económico, por su ayuda y protección de sus vecinos del norte. En buen dominicano podríamos decir que a Corea del Sur le sale mas cara la sal que el chivo.    




Texto completo en: http://actualidad.rt.com/actualidad/view/142323-corea-norte-renovacion-negociaciones-sur

Fidel: Los héroes de nuestra época


Mucho hay que decir de estos tiempos difíciles para la humanidad. Hoy, sin embargo, es un día de especial interés para nosotros y quizá también para mu­chas personas.
A lo largo de nuestra breve historia revolucionaria, desde el golpe artero del 10 de marzo de 1952 promovido por el imperio contra nuestro pequeño país, no pocas veces nos vimos en la necesidad de tomar importantes decisiones.
Cuando ya no quedaba alternativa alguna, otros jóvenes, de cualquier otra nación en nuestra compleja situación, hacían o se proponían hacer lo mismo que nosotros, aunque en el caso particular de Cuba el azar, como tantas veces en la historia, jugó un papel decisivo.
A partir del drama creado en nuestro país por Estados Unidos en aquella fecha, sin otro objetivo que frenar el riesgo de limitados avances sociales que pudieran alentar futuros de cambios radicales en la propiedad yanki en que había sido convertida Cuba, se engendró nuestra Revo­lución Socialista.
La Segunda Guerra Mundial, finalizada en 1945, consolidó el poder de Estados Unidos como principal potencia económica y militar, y convirtió ese país —cuyo territorio estaba distante de los campos de batalla— en el más poderoso del planeta.
La aplastante victoria de 1959, podemos afirmarlo sin sombra de chovinismo, se convirtió en ejemplo de lo que una pequeña nación, luchando por sí misma, puede hacer también por los demás.
Los países latinoamericanos, con un mínimo de honrosas excepciones, se lanzaron tras las migajas ofrecidas por Estados Unidos; por ejemplo, la cuota azucarera de Cuba, que durante casi un siglo y medio abasteció a ese país en sus años críticos, fue repartida entre productores ansiosos de mercados en el mundo.
El ilustre general norteamericano que presidía entonces ese país, Dwight D. Eisenhower, había dirigido las tropas coaligadas en la guerra en que liberaron, a pesar de contar con poderosos medios, solo una pequeña parte de la Europa ocupada por los nazis. El sustituto del presidente  Roosevelt, Harry S. Truman, resultó ser el conservador tradicional que en Estados Unidos suele asumir tales responsabilidades políticas en los años difíciles.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —que constituyó hasta fines del pasado siglo XX, la más grandiosa nación de la historia en la lucha contra la explotación despiadada de los seres humanos— fue disuelta y sustituida por una Federación que redujo la superficie de aquel gran Estado multinacional en no menos de cinco millones 500 mil kilómetros cuadrados.
Algo, sin embargo, no pudo ser disuelto: el espíritu heroico del pueblo ruso, que unido a sus hermanos del resto de la URSS ha sido capaz de preservar una fuerza tan poderosa que junto a la República Popular China y países como Brasil, India y Sudáfrica, constituyen un grupo con el poder necesario para frenar el intento de recolonizar el planeta.
Dos ejemplos ilustrativos de estas realidades los vivimos en la República Popular de Angola. Cuba, como otros mu­chos países socialistas y movimientos de liberación, colaboró con ella y con otros que luchaban contra el dominio portugués en África. Este se ejercía de forma administrativa directa con el apoyo de sus aliados.
La solidaridad con Angola era uno de los puntos esenciales del Movimiento de Países No Alineados y del Campo So­cialista. La independencia de ese país se hizo inevitable y era aceptada por la co­munidad mundial.
El Estado racista de Sudáfrica y el Go­bierno corrupto del antiguo Congo Belga, con el apoyo de aliados europeos, se preparaban esmeradamente para la conquista y el reparto de Angola. Cuba, que desde hacía años cooperaba con la lucha de ese pueblo, recibió la solicitud de Agostinho Neto para el entrenamiento de sus fuerzas armadas que, instaladas en Luanda, la capital del país, debían estar listas para su toma de posesión oficialmente establecida para el 11 de noviembre de 1975. Los soviéticos, fieles a sus compromisos, les habían suministrado equipos militares y esperaban solo el día de la independencia para enviar a los instructores. Cuba, por su parte, acordó el envío de los instructores solicitados por Neto.
El régimen racista de Sudáfrica, condenado y despreciado por la opinión mundial, decide adelantar sus planes y envía fuerzas motorizadas en vehículos blindados, dotados de potente artillería que, tras un avance de cientos de kilómetros a partir de su frontera, atacó el primer campamento de instrucción, donde varios instructores cubanos murieron en heroica resistencia. Tras varios días de combates sostenidos por aquellos valerosos instructores junto a los angolanos, lograron detener el avance de los sudafricanos hacia Luanda, la capital de Angola, adonde había sido enviado por aire un batallón de Tropas Especiales del Ministerio del Interior, transportado desde La Habana en los viejos aviones Britannia de nuestra línea aérea.
Así comenzó aquella épica lucha en aquel país de África negra, tiranizado por los racistas blancos, en la que batallones de infantería motorizada y brigadas de tanques, artillería blindada y medios adecuados de lucha, rechazaron a las fuerzas racistas de Sudáfrica y las obligaron a retroceder hasta la misma frontera de donde habían partido.
No fue únicamente ese año 1975 la etapa más peligrosa de aquella contienda. Esta tuvo lugar, aproximadamente 12 años más tarde, en el sur de Angola.
Así lo que parecía el fin de la aventura racista en el sur de Angola era solo el comienzo, pero al menos habían podido comprender que aquellas fuerzas revolucionarias de cubanos blancos, mulatos y negros, junto a los soldados angolanos, eran capaces de hacer tragar el polvo de la derrota a los supuestamente invencibles racistas. Tal vez confiaron entonces en su tecnología, sus riquezas y el apoyo del imperio dominante.
Aunque no fuese nunca nuestra intención, la actitud soberana de nuestro país no dejaba de tener contradicciones con la propia URSS, que tanto hizo por nosotros en días realmente difíciles, cuando el corte de los suministros de combustible a Cuba desde Estados Unidos nos habría llevado a un prolongado y costoso conflicto con la poderosa potencia del Norte. De­sa­parecido ese peligro o no, el dilema era decidirse a ser libres o resignarse a ser esclavos del poderoso imperio vecino.
En situación tan complicada como el acceso de Angola a la independencia, en lucha frontal contra el neocolonialismo, era imposible que no surgieran diferencias en algunos aspectos de los que po­dían derivarse consecuencias graves para los objetivos trazados, que en el caso de Cuba, como parte en esa lucha, tenía el derecho y el deber de conducirla al éxito. Siempre que a nuestro juicio cualquier aspecto de nuestra política internacional podía chocar con la política estratégica de la URSS, hacíamos lo posible por evitarlo. Los objetivos comunes exigían de cada cual el respeto a los méritos y experiencias de cada uno de ellos. La modestia no está reñida con el análisis serio de la complejidad e importancia de cada situación, aunque en nuestra política siempre fuimos muy estrictos con todo lo que se refería a la solidaridad con la Unión Soviética.
En momentos decisivos de la lucha en Angola contra el imperialismo y el racismo se produjo una de esas contradicciones, que se derivó de nuestra participación directa en aquella contienda y del hecho de que nuestras fuerzas no solo luchaban, sino que también instruían cada año a miles de combatientes angolanos, a los cuales apoyábamos en su lucha contra las fuerzas pro yankis y pro racistas de Sudáfrica. Un militar soviético era el asesor del gobierno y planificaba el empleo de las fuerzas angolanas. Discrepábamos, sin embargo, en un punto y por cierto importante: la reiterada frecuencia con que se defendía el criterio erróneo de emplear en aquel país las tropas angolanas mejor entrenadas a casi mil quinientos kilómetros de distancia de Luanda, la capital, por la concepción propia de otro tipo de guerra, nada parecida a la de carácter subversivo y guerrillera de los contrarrevolucionarios angolanos. En realidad no existía una capital de la UNITA, ni Savimbi tenía un punto donde resistir, se trataba de un señuelo de la Sudáfrica racista que servía solo para atraer hacia allí las mejores y más suministradas tropas angolanas para golpearlas a su antojo. Nos oponíamos por tanto a tal concepto que más de una vez se aplicó, hasta la última en la que se demandó golpear al enemigo con nuestras propias fuerzas lo que dio lugar a la batalla de Cuito Cuanavale. Diré que aquel prolongado enfrentamiento militar contra el ejército sudafricano se produjo a raíz de la última ofensiva contra la supuesta “capital de Savimbi” —en un lejano rincón de la frontera de Angola, Sudáfrica y la Namibia ocupada—, hacia donde las valientes fuerzas angolanas, partiendo de Cuito Cuanavale, antigua base militar desactivada de la OTAN, aunque bien equipadas con los más nuevos carros blindados, tanques y otros medios de combate, iniciaban su marcha de cientos de kilómetros hacia la supuesta capital contrarrevolucionaria. Nuestros audaces pilotos de combate los apoyaban con los Mig-23 cuando estaban todavía dentro de su radio de acción.
Cuando rebasaban aquellos límites, el enemigo golpeaba fuertemente a los valerosos soldados de las FAPLA con sus aviones de combate, su artillería pesada y sus bien equipadas fuerzas terrestres, ocasionando cuantiosas bajas en muertos y heridos. Pero esta vez se dirigían, en su persecución de las golpeadas brigadas angolanas, hacia la antigua base militar de la OTAN.
Las unidades angolanas retrocedían en un frente de varios kilómetros de ancho con brechas de kilómetros de separación entre ellas. Dada la gravedad de las pérdidas y el peligro que podía derivarse de ellas, con seguridad se produciría la solicitud habitual del asesoramiento al Presidente de Angola para que apelara al apoyo cubano, y así ocurrió. La respuesta firme esta vez fue que tal solicitud se aceptaría solo si todas las fuerzas y medios de combate angolanos en el Frente Sur se subordinaban al mando militar cubano. El resultado inmediato fue que se aceptaba aquella condición.
Con rapidez se movilizaron las fuerzas en función de la batalla de Cuito Cuanavale, donde los invasores sudafricanos y sus armas sofisticadas se estrellaron contra las unidades blindadas, la artillería convencional y los Mig-23 tripulados por los audaces pilotos de nuestra aviación. La artillería, tanques y otros medios angolanos ubicados en aquel punto que carecían de personal fueron puestos en disposición combativa por personal cubano. Los tanques angolanos que en su retirada no podían vencer el obstáculo del caudaloso río Queve, al Este de la antigua base de la OTAN —cuyo puente había sido destruido semanas antes por un avión sudafricano sin piloto, cargado de explosivos— fueron enterrados y rodeados de minas antipersonal y antitanques. Las tropas sudafricanas que avanzaban se toparon a poca distancia con una barrera infranqueable contra la cual se estrellaron. De esa forma con un mínimo de bajas y ventajosas condiciones, las fuerzas sudafricanas fueron contundentemente derrotadas en aquel territorio angolano.
Pero la lucha no había concluido, el imperialismo con la complicidad de Israel había convertido a Sudáfrica en un país nuclear. A nuestro ejército le tocaba por segunda vez el riesgo de convertirse en un blanco de tal arma. Pero ese punto, con todos los elementos de juicio pertinentes, está por elaborarse y tal vez se pueda escribir en los meses venideros.
¿Qué sucesos ocurrieron anoche que dieron lugar a este prolongado análisis? Dos hechos, a mi juicio, de especial trascendencia:
La partida de la primera Brigada Mé­dica Cubana hacia África a luchar contra el Ébola.
El brutal asesinato en Caracas, Vene­zuela, del joven diputado revolucionario Robert Serra.
Ambos hechos reflejan el espíritu heroico y la capacidad de los procesos revolucionarios que tienen lugar en la Patria de José Martí y en la cuna de la libertad de América, la Venezuela heroica de Simón Bolívar y Hugo Chávez.
¡Cuántas asombrosas lecciones encierran estos acontecimientos! Apenas las palabras alcanzan para expresar el valor moral de tales hechos, ocurridos casi simultáneamente.
No podría jamás creer que el crimen del joven diputado venezolano sea obra de la casualidad. Sería tan increí­ble, y de tal modo ajustado a la práctica de los peores organismos yankis de inteligencia, que la verdadera casualidad fuera que el repugnante hecho no hubiera sido realizado intencionalmente, más aún cuando se ajusta absolutamente a lo previsto y anunciado por los enemigos de la Revolución Venezolana.
De todas formas me parece absolutamente correcta la posición de las autoridades venezolanas de plantear la necesidad de investigar cuidadosamente el carácter del crimen. El pueblo, sin embargo, expresa conmovido su profunda convicción sobre la naturaleza del brutal hecho de sangre.
El envío de la primera Brigada Médica a Sierra Leona, señalado como uno de los puntos de mayor presencia de la cruel epidemia de Ébola, es un ejemplo del cual un país puede enorgullecerse, pues no es posible alcanzar en este instante un sitial de mayor honor y gloria. Si nadie tuvo la menor duda de que los cientos de miles de combatientes que fueron a An­gola y a otros países de África o América, prestaron a la humanidad un ejemplo que no podrá borrarse nunca de la historia humana; menos dudaría que la acción heroica del ejército de batas blancas ocupará un altísimo lugar de honor en esa historia.
No serán los fabricantes de armas letales los que alcancen merecido honor. Ojalá el ejemplo de los cubanos que marchan al África prenda también en la mente y el corazón de otros médicos en el mundo, especialmente de aquellos que poseen más recursos, practiquen una religión u otra, o la convicción más profunda del deber de la solidaridad humana.
Es dura la tarea de los que marchan al combate contra el Ébola y por la supervivencia de otros seres humanos, aun al riesgo de su propia vida. No por ello debemos dejar de hacer lo imposible por garantizarle, a los que tales deberes cumplan, el máximo de seguridad en las ta­reas que desempeñen y en las medidas a tomar para protegerlos a ellos y a nuestro propio pueblo, de esta u otras enfermedades y epidemias.
El personal que marcha al África nos está protegiendo también a los que aquí quedamos, porque lo peor que puede ocurrir es que tal epidemia u otras peores se extiendan por nuestro continente, o en el seno del pueblo de cualquier país del mundo, donde un niño, una madre o un ser humano pueda morir. Hay suficientes médicos en el planeta para que nadie tenga que morir por falta de asistencia. Es lo que deseo expresar.
¡Honor y gloria para nuestros valerosos combatientes por la salud y la vida!
¡Honor y gloria para el joven revolucionario venezolano Robert Serra junto a la compañera María Herrera!
Estas ideas las escribí el dos de octubre cuando supe ambas noticias, pero preferí esperar un día más para que la opinión internacional se informara bien y pedirle a Granma que lo publicara el sábado.
Artículo Los héroes de nuetra época






Fidel Castro Ruz
Octubre 2 de 2014
8 y 47 p.m.

viernes, 3 de octubre de 2014

Juan Bosch: La verdad sobre la historia de la República Democrática de Corea


La historia escrita de Corea tiene miles de años, de manera que la lengua de sus pobladores es vieja. En esa lengua, que ya se hablaba cuando todavía no se había formado Roma, Corea se llama “el país de los amaneceres luminosos”. Hubiera podido llamarse también “el país de la gente que sonríe”, porque el coreano reacciona ante cualquier estímulo con una sonrisa franca; pero yo recordaré siempre a Corea como “el país de los niños alegres”. Kim Il Sung, el padre…. de la patria, dijo una frase que es a la vez profunda y conmovedora; dijo: “En Corea, el niño es ley”. Tómese esa frase por dondequiera y como quiera, y el resultado será siempre uno: El pueblo coreano está dedicado a sus niños; vive y muere, trabaja, lucha y crea por sus niños. De alguna manera, con esa extraña sensibilidad que tienen los niños en todas partes, los de Corea se dan cuenta de eso, porque donde ellos están —sea en la escuela, en las calles, en los parques—, sus risas y sus gritos de júbilo dan la impresión de una enorme pajarera colmada de cantos. En mis años, que no son pocos, jamás había visto nada igual.
Kim Il Sung sabía lo que decía al afirmar que en Corea el niño es ley, pues los países perduran en la medida en que sus ciudadanos los amen y los defiendan, y los niños de hoy serán los ciudadanos de mañana. El mismo Kim Il Sung era apenas algo más que un niño cuando a los trece años de edad comenzó a cumplir misiones de los grupos de patriotas que estaban luchando contra los japoneses —que habían ocupado el país en 1910—, y se hallaba en la flor de la vida cuando hacia 1932, acabando de cumplir los veinte años, inició la guerra de guerrillas por la liberación de Corea.
“¿Cuántos eran sus hombres en ese momento?”, le pregunté, entre cucharada y cucharada de una sabrosa sopa coreana que él mismo me servía con la naturalidad conque se comporta alguien con un hermano.
Kim Il Sung sonrió. Como todos sus compatriotas, es de sonrisa fácil y expresiva. Pero en esa ocasión la sonrisa del líder de Corea quería decir muchas cosas; quería decir, según me pareció: “Usted no va a creerlo”.
“Dieciocho”, dijo.
¿Y por qué no debía yo creerlo? ¿No se había quedado Fidel Castro con sólo doce seguidores poco después de haber desembarcado al pie de la Sierra Maestra? Fidel Castro había bajado de la Sierra, convertido en vencedor, a los dos años de haber subido a ella, y Kim Il Sung estuvo guerrilleando trece años, y los dos tomaron el poder al cumplir los treintidos. ¡Extraña similitud de destinos entre el líder de un viejo pueblo oriental y el de un pueblo nuevo del Caribe! Pero si el destino de Kim Il Sung y el de Fidel Castro se parecen, en cambio el de Corea y el de Cuba son distintos, porque a Corea le ha tocado ser uno de esos países a los que Norteamérica les ha aplicado la fórmula que ensayó con Colombia en Panamá, la de dividir las naciones y de cada una hacer dos: dos Coreas, dos Chinas, dos Vietnam. A lo mejor, en esa historia de país dedicado a dividir pueblos hallaron los negros norteamericanos la idea de dividir ellos a su vez a los Estados Unidos en una nación para los blancos y otra para los negros.

Corea quedó liberada en agosto de 1945 y el día 15 de ese mes fue proclamada república bajo un gobierno encabezado por el joven que había estado trece años dirigiendo las guerrillas antijaponesas, esto es, por el mismo Kim Il Sung de quien vengo hablando. Unas semanas después de establecida la república, los norteamericanos desembarcaban en el sur al mando de Douglas MacArthur, y éste proclamaba, con su conocida arrogancia: “… Todos los poderes del gobierno sobre el territorio de Corea, al sur del paralelo 38 de latitud Norte, y sobre el pueblo que lo habita, serán… ejercidos bajo mi autoridad”; y fue así como Corea, un país con más de tres mil años de historia escrita, quedó cercenado como un cuerpo al que le cortan la mitad.
Cinco años después de eso comenzó el ataque norteamericano contra Corea del Norte. Al cabo de tres años de guerra, todas las ciudades coreanas habían sido destruidas, o dicho con más propiedad, habían sido demolidas por los bombardeos yanquis. Dieciséis años después, ningún extranjero que visite el país verá las huellas de esa destrucción masiva, pues una por una, todas las ciudades han sido levantadas otra vez, y aun-que cualquiera se da cuenta de que son nuevas porque sus avenidas están trazadas y sus edificios concebidos según los conceptos característicos de la arquitectura más moderna, parece que tienen siglos de habitadas, porque a primera vista se nota que entre sus habitantes y ellas hay esa coherencia y esa intimidad que son propias de las ciudades antiguas.
Debido a que en los años de la vida de Kim Il Sung su país pasó de colonia a república, y en la lucha para hacer ese cambio él fue durante trece años el líder de la resistencia patriótica; debido a que a causa de su papel como líder de la resistencia él pasó automáticamente a ser el jefe del primer gobierno libre de Corea; y dado que debido al ataque norteamericano las ciudades del país quedaron demolidas y fueron reconstruidas bajo ese gobierno del antiguo guerrillero, la historia de la república de Corea y su renacimiento se ha confundido con la de Kim Il Sung. Decir Corea del Norte es, pues, decir Kim Il Sung; o si se prefiere expresado al revés, Kim Il Sung es Corea del Norte. Mi impresión es que para los coreanos no hay diferencia alguna entre el país y su líder, y que ellos se imaginan a Kim Il Sung como una parte esencial de Corea y a Corea como una obra de Kim Il Sung.
Esa identidad entre líder y país es un fenómeno poco común en la historia humana, y gracias a ella el poder de Kim Il Sung va más allá del campo político y alcanza una calidad que no puede ser apreciada fácilmente; no es un poder que descansa en la autoridad, en el terror, en el carisma del líder, en los bienes que éste distribuye. Nada de eso. Es algo más profundo. Para el pueblo coreano, Corea y Kim Il Sung son una sola y misma cosa.
Ese hombre que es a la vez su pueblo se presenta de improviso en una escuela de párvulos, se sienta en un pupitre y comienza a hacer preguntas como otro escolar; o se va al campo y se pone a vivir en una cooperativa para ayudar a los campesinos en su trabajo. Héctor Aristy y yo estábamos alojados en una residencia que tiene el gobierno para sus huéspedes y se suponía que antes de irnos de Corea visitaríamos a Kim Il Sung, y sucedió lo contrario: una mañana Kim Il Sung se presentó en la residencia, comenzó a hablar conmigo y se quedó a comer con nosotros. Como yo estaba a su derecha en la mesa, él mismo me servía la comida. Iba vestido con la sencillez característica de los líderes socialistas de Asia: un traje simple, pantalón y chamarra negros, y una gorra de tela, de ésas que en Santo Domingo no usaría un campesino porque le parecería pobre. Lo que hablamos en más de tres horas de conversación fue mucho, variado y bueno, y me sorprendió lo bien informado que está acerca de América Latina y sus problemas. Pero también tiene a flor de labios las estadísticas de su país.
“En comparación con 1948, hasta 1967 la producción industrial de Corea había aumentado 22 veces, y la fabricación de maquinarias, 100 veces, a pesar de la guerra; en 1946, la proporción de la industria en el Producto Nacional Bruto era de 28 por ciento y en 1964 era de 75 por ciento; en 1965, la producción de tejidos había aumentado 195 veces en comparación con la de 1944; en ese año de 1944, la producción de tejidos per cápita era de 14 centímetros y en 1965, de 25 metros”.
Todo eso lo dijo de un tirón, a pesar de que las comparaciones son tan dispares en lo que se refiere a los años que es difícil retenerlas en la memoria. De todos modos, no era necesario que lo dijera, pues el que visita Corea del Norte se da cuenta inmediatamente de que es un país con un desarrollo económico vertiginoso. Los que conocen Alemania del Este dicen que es el país cuya economía crece más de prisa en el campo socialista. Yo no he estado en Alemania del Este, pero me asombraría que su ritmo de crecimiento superara al de Corea. Corea produce el 98 por ciento de lo que consume, desde maquinaria pesada hasta fósforos, y lo que consume es mucho a juzgar por el nivel en que vive el pueblo.
La totalidad de las familias usa electricidad. Por la vivienda se paga sólo 57 centavos por cada 100 pesos de salario, de manera que la persona que gane, digamos, 200 pesos, paga 1 peso y 14 centavos. Actualmente está construyéndose una casa para cada familia campesina, y ya hay 600 mil familias campesinas con casas nuevas. Todo lo que se refiere a medicinas, médico, hospital, operaciones y tratamiento es gratuito y según pude ver visitando hospitales, el servicio es como para tutumpotes de nuestro país. La cuarta parte de la población está estudiando en 9,260 establecimientos escolares y no hay un solo analfabeto; el teatro, el ballet y el circo —que es muy popular en el país— son de primera categoría; su cine y su televisión, excelentes.
Corea tiene que destinar una suma enorme al mantenimiento de sus fuerzas armadas, lo que se explica porque vive esperando de un día a otro el ataque norteamericano. A eso se debe que la parte más importante de su industria pesada —y según algunos, toda su industria de guerra— se halle bajo tierra, dotada además de hospitales, escuelas, viviendas, almacenes de provisiones y agua, luz eléctrica y hasta vías de comunicación subterráneas. Ya es un esfuerzo grande mantener un ejército en pie de guerra, pero estar preparado para la guerra nuclear es un esfuerzo extraordinario para cualquier país, cuanto más para uno pequeño que en quince años ha rehecho todas sus ciudades y todas sus industrias, y las ha multiplicado. Si Corea pudiera dedicar a su desarrollo todos los recursos que tiene que destinar a defenderse, sería el asombro del mundo. Para los partidarios del régimen socialista, ese poder de progreso será fruto del socialismo; para mí, al socialismo hay que sumar las condiciones naturales del pueblo coreano y la circunstancia de que cuenta con un líder —desde luego, socialista— que es a la vez resuelto y prudente; de una prudencia exquisita, al grado que en Corea no se ha impuesto a la fuerza ninguna medida socialista: todas han sido llevadas a la práctica después que han sido clara y metódicamente explicadas al pueblo y después que éste ha decidido aceptarlas. En cuanto al pueblo, es sobrio, disciplinado, trabajador, ardientemente patriota, y muy inteligente, y muy fino. De lo último da prendas abundantes su actitud ante la obra artística. El coreano es un artista nato.

Volviendo de Pammunjong —el punto donde se celebran desde hace años las conversaciones de paz— llegamos a media tarde a Kessong, y allí, en el Palacio de los Pioneros, se improvisó una fiesta de teatro infantil. Toda la vida recordaré aquellos diminutos artistas de 6 y 7 años; sus cantos, sus danzas, sus pequeñas piezas de teatro, y sobre todo el final del acto. Los niños coreanos no me dejaban salir. Me abrazaban, me besaban; cada uno de ellos era un surtidor de alegría. Yo tenía los ojos puestos en ellos, pero a quienes veía era a los niños de mi país.

jueves, 2 de octubre de 2014

Histórica comunicación de Napoleón a Fouche cancelandolo del Ministerio de Policía.

NAPOLE11Este texto es enviado por Napoleón a Fouché, para comunicarle su despido del Ministerio de Policía, donde Fouché era el ministro, luego de que Fouché se pusiera a negociar la paz con los ingleses a escondidas de Napoleón, cuando este se encontraba fuera Francia.
Señor Duque de Otranto:
Sé qué servicios me ha prestado y confío en su lealtad a mi persona y creo en el celo que ha puesto en servirme. Sin embargo, me es imposible conservarle en el cargo de ministro; me expondría con ello demasiado. El cargo de ministro de Policía requiere confianza plena e ilimitada, y esta confianza no puede persistir desde el momento que expuso, en una cuestión importante, mi tranquilidad y la del Estado, lo que a mis ojos no se puede excusar ni con motivos loables. 
Su opinión extraña de los deberes de un ministro de Policía no está de acuerdo con el bien del Estado. Sin dudar de su lealtad y fidelidad, tendría que someterle, a pesar de ello, a una vigilancia constante y molesta que no se me puede exigir. 
Sería necesario vigilarle por las muchas cosas que usted hace por su propia cuenta, sin saber si corresponden a mi voluntad e intención… No puedo esperar que ha de cambiar usted de actitud, ya que desde hace años mis observaciones ostensibles de descontento no consiguieron en usted cambio alguno. 
Basado en la pureza de sus propósitos, no ha querido usted comprender cuanto mal se puede originar con la intención de hacer el bien. Mi confianza en su talento y en su fidelidad es inquebrantable. Espero tener pronto ocasión para demostrar lo primero y utilizar lo segundo en mi servicio.
Atentamente,
Napoleón Bonaparte.
FUENTE:Elgeniotenebroso/Stefen Sweig

miércoles, 1 de octubre de 2014

Hoy vivimos, no una época de cambios sino un cambio de época.

                           LA MODERNIDAD ESTA EN CRISIS


El nuevo fetiche

La modernidad, período que se extendió durante los últimos cinco siglos, está en crisis. Hoy vivimos, no una época de cambios sino un cambio de época. En este milenio que comienza emerge algo impropiamente llamado posmodernidad, que parece muy diferente de todo cuanto nos ha precedido, conformando un nuevo paradigma.
En la Edad Media la cultura giraba en torno a la figura divina, en torno a la idea de Dios.  En la modernidad se centra en el ser humano, en la razón y en sus dos hijas preferidas: la ciencia y la tecnología.
  Uno de los símbolos que mejor expresa este paso es la pintura de Miguel Ángel “La creación de Adán”, que está en el techo de la Capilla Sixtina: Dios Padre, con una larga barba, recubierto de vestimentas, representa el teocentrismo de la época ante el hombre desnudo, fuertemente atraído hacia la Tierra.  El hombre extiende el dedo para no perder el contacto con lo trascendente, con lo divino. La desnudez de Adán traduce la llegada del antropocentrismo y de la revolución que la modernidad representa en nuestra cultura.
  El episodio característico de la modernidad sucedió en 1682, cuando el señor Halley, basado exclusivamente en cálculos matemáticos -pues no disponía de instrumentos ópticos-, previó que un cometa volvería a aparecer en el cielo de Londres dentro de 76 años.  Muchos le tomaron por loco.  ¿Cómo, encerrado en su gabinete, basado en cálculos hechos sobre un papel, iba a poder predecir el movimiento de los astros en el cielo?  ¿Quién sino Dios domina la bóveda celeste?
  El señor Halley murió en 1742, antes de que se cumplieran los 76 años previstos.  En 1758 el cometa, que hoy lleva su nombre, volvió a iluminar los cielos de Londres.  ¡Era la gloria de la razón!
  “Si es así -dijeron-, si la razón es capaz de prever los movimientos de los astros, como demostraron Copérnico y Galileo, y después Newton, uno de los pilares de nuestra cultura, entonces ella podrá resolver todos los dramas humanos. Pondrá fin al sufrimiento, al dolor, al hambre, a la peste.  ¡Creará un mundo de luces, progreso y felicidad!”.
  Cinco siglos después, el saldo no es de los más positivos.  Muy al contrario. Los datos son de la FAO: somos 7 mil millones de personas en el planeta, de las que la mitad vive por debajo del nivel de pobreza, y 852 millones sobreviven con hambre crónica.
  Hay quien afirma que el problema del hambre es causado por el exceso de bocas.  Y por eso propone el control de la natalidad.  Yo me opongo al control, aunque estoy de acuerdo con la planificación familiar.  El primero es impositivo, el segundo respeta la libertad de la pareja.  Y no acepto el argumento de que hay excesivas bocas; ni que faltan alimentos.  Según la FAO, el mundo produce lo suficiente para alimentar 11 mil millones de bocas.  Lo que hay es falta de justicia, de compartimiento y excesiva concentración de la riqueza.
  Por atravesar un período de mucha inseguridad, las personas buscan respuestas fuera de lo razonable.  Obsérvese, por ejemplo, el fenómeno del esoterismo: nunca Dios estuvo tan en boga como ahora.  Suscita pasiones y fundamentalismos, a favor y en contra.
  La crisis de la modernidad culmina en el momento en que el sistema capitalista alcanza su suprema hegemonía con el fin del socialismo, y adquiere un nuevo carácter, llamado neoliberal.
  ¿Cuáles son las claves de lectura de dicho cambio del liberalismo al neoliberalismo?  Bajo el liberalismo se hablaba mucho de desarrollo.  En la década de 1960 surgió la teoría del desarrollo, que incluía también la noción de subdesarrollo; y se creó la Alianza para el Progreso, destinada a “desarrollar” América Latina.
  La palabra “desarrollo” tiene cierto componente ético porque al menos se imagina que todos deben resultar beneficiados.  Hoy el término es “modernización”, que no tiene contenido humano sino una fuerte connotación tecnológica.  Modernizar es equiparse tecnológicamente, competir, lograr que mi empresa, mi ciudad, mi país, se aproximen al paradigma primermundista, aunque ello signifique sacrificio para millones de personas.
  El Mercado es el nuevo fetiche religioso de la sociedad en que vivimos.  Antes por la mañana nuestros abuelos consultaban la Biblia.  Nuestros padres el servicio de meteorología.  Hoy se consultan los índices del Mercado.
  Ante una catástrofe o un acontecimiento inesperado dicen los comentaristas económicos: “Veamos cómo reacciona el Mercado”.  Y yo imagino un señor, el señor Mercado, encerrado en su castillo y gritando por el celular: ”No me gustó el discurso del ministro. Estoy enojado”.  Y a esa misma hora los telediarios destacan: “El mercado no reaccionó bien ante el discurso ministerial”.
  El mercado ahora es internacional, globalizado, se mueve según sus propias reglas, y no de acuerdo con las necesidades humanas. De hecho predomina la globocolonización, la imposición al planeta del modelo anglosajón de sociedad. Centrado en el consumismo, en la especulación, en la transformación del mundo en un casino global.
  Ante la crisis financiera que afecta al capitalismo, y en especial a los derechos sociales conquistados en los últimos dos siglos, es hora de preguntarse cuál será el paradigma de la posmodernidad.  ¿Mercado o “globalización de la solidaridad”, en expresión del papa Juan Pablo II? (Traducción de J.L.Burguet).
Frei Betto (ALAI)
- Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros.http://www.freibetto.org/>    twitter:@freibetto.

Amy Goodman Periodista Norteamericana que le dio pudor al ejercicio del periodismo

Entrevista a Amy Goodman, directora de Democracy Now!




Los ojos de Amy Goodman (Nueva York, 1957) siempre conservan un halo de tristeza por más que ella sonría. La mirada de este icono del periodismo independiente estadounidense, intensa pero serena, esconde secretos de guerra, de miseria y de injusticia. Con docenas de premios a sus espaldas, quizás uno de los mayores reconocimientos a su trabajo fue el que le brindó Bill Clinton al definirla como una periodista “hostil y combativa”.Los inicios fueron duros, pero la autora de la frase “No se puede llevar a cabo nada sin un poco de idealismo”, retó a quienes intentaban desalentarla en su camino de búsqueda de una nueva forma de hacer periodismo, alejada de los gigantes mediáticos. Desde la llamada ‘capital del mundo’, Amy Goodman, junto a su equipo, lanzan al mundo sesenta minutos diarios de información nacional e internacional sin tapujos, con la libertad que da estar financiado íntegramente a través de sus oyentes y espectadores. 

Democracy Now! lleva dieciséis años en antena sin aceptar publicidad ni donaciones empresariales o gubernamentales.
La periodista, que ha visitado España este año durante el 12M-15M, y en el 75 aniversario del bombardeo de Guernica, recibe a La Marea en una iglesia congregacionista de Oberlin (Ohio, EEUU) después acabar su discurso como siempre lo hace: al grito de “Democracy Now” y con el puño en alto.
Cuando nació este proyecto, lo bautizasteis como Democracy Now! (DN), y ahora, 16 años después, un movimiento global clama por una Democracia Real. ¿Tanto ha empeorado nuestra democracia en este tiempo?
Ya lo creo que sí. Necesitamos una mejor democracia ya, y para ello nos tenemos que esforzar más que nunca. Todos, empezando por los medios de comunicación, que son la forma que tenemos para ver el mundo, y también como el mundo ve a EEUU, por lo que su actitud debe ser algo más que la respuesta a una hoja de ruta marcada por las grandes corporaciones. Yo imagino a los medios de comunicación como una mesa de cocina enorme que se extiende por el mundo, donde los periodistas nos sentamos a debatir y razonamos sinceramente sobre las cosas más importantes del día: guerra y paz, vida y muerte. Cualquier cosa diferente a esto es un flaco favor a la sociedad democrática.
Pero estamos muy lejos de esa mesa de cocina…
Bueno, en este momento hay dos tendencias claramente diferenciadas. Por una parte están los medios corporativos, que cada vez están más concentrados y en pocas manos. Pero por otro, existen algunos medios que están haciendo crecer sus iniciativas, especialmente en Internet, pues ahí no necesitan una gran inversión inicial.
Medios independientes, se refiere…
Exactamente. Medios de comunicación libres de intereses políticos y empresariales, con periodistas libres de verdad. Nuestro rol como periodistas es enseñar cómo es el mundo, qué está pasando, sin medias tintas, para que la gente sea libre de decidir, tenemos que hablar abiertamente de guerra, pobreza y desigualdad. También tenemos que luchar contra el tipo de “experto” que han consolidado los medios corporativos, es decir, esas personas que saben muy poco pero de muchas cosas y que diariamente nos explican el mundo sin enterarse de nada.
Pero, ¿cómo ha llegado DN a competir con los ‘grandes’?
¡Somos más grandes que algunos de ellos! Retransmitimos a través de un conglomerado de 900 emisoras de radio y televisión públicas, comunitarias y universitarias de todo el mundo. El poder del periodismo independiente es el de contar las historias de las personas anónimas, de la gente corriente. Situaciones reales contadas en primera persona. Por ejemplo, el año pasado nosotros pudimos retransmitir desde el centro de la plaza Tahrir en la Primavera Árabe. Le dimos a la gente una vía para expresarse por sí misma. De esta manera, los oyentes, desde EEUU, pensaban que el protagonista de esa historia podía ser él, o su tío, o su hijo. Se trata de evitar que sean los medios pagados por las compañías de seguros, grandes petroquímicas, industria armamentísticas, etcétera, los que al final emitan los mensajes que están educando a nuestros hijos, esas empresas que no tienen nada que decir y todo que vender.
Hay quien insiste en que la publicidad en los medios de comunicación no da acceso a los contenidos del mismo. ¿Realmente tienen las grandes empresas una influencia real?
Fíjate que son estas empresas las que deciden y mandan sobre qué tiene que saber cada ciudadano. ¿Cómo vamos a ser críticos en un tema como el medio ambiente si nos pagan las compañías petroleras? ¿Cómo vamos a organizar un debate sobre la sanidad si nuestro canal lo financian las grandes farmacéuticas y las aseguradoras? Además, los medios independientes muchas veces no llegan a la gente por la oposición de estas corporaciones. Al final, todo lo que obtenemos es un velo de mentiras, distorsión y medias verdades que oscurecen la realidad. Lo que necesitamos de los medios es que sean críticos, hacer oposición e interferir en la vida política. Necesitamos medios que cubran al poder, no que cubran para el poder, contarlo todo. El juramento hipocrático del periodista debería ser: “we will not be silent” (no nos callaremos).
De lunes a viernes hacen un programa de una hora, ¿cuál es su motivación día a día?
Parte de nuestra misión es estar presentes en todos los rincones del país: cada plaza, cada rincón que refleje la comunidad o los barrios, ahí debemos estar. Eso es lo que es un buen medio de comunicación, no el que ejecuta órdenes que vienen de arriba. La información está abajo y hay que sacar las voces de la gente que son expertos en sus propios asuntos, que muchas veces son globales. El que refleja la comunidad es el buen tipo de medio. Ahí es adonde nos tenemos que dirigir.
Sin embargo, los medios de comunicación y los movimientos sociales, en ocasiones, tienen relaciones complicadas.
El problema es que los medios de comunicación corporativos denigran el activismo. El caso más claro es el ejemplo de Rosa Parks, a quien los medios han dibujado históricamente como una persona común que llegó cansada. Ella se sentó conscientemente, y por primera vez, en un autobús y no cedió el asiento a los blancos. Rosa sabía perfectamente lo que estaba haciendo, formaba parte de varias organizaciones que practicaban la desobediencia civil. Tú nunca sabes cuando ese momento mágico llega, pero cuando estás involucrado en el cambio social estás ayudado a construir la historia. Y yo creo que eso es lo que está pasando con Occupy en este momento.
Ahora que habla del movimiento Occupy, ¿qué ha cambiado en EEUU en su primer año?
Claramente ha invitado a mucha gente a pensar de otra manera, empezando por su eslogan. Hablar del 99% de la población es señalar, y evidenciar, la gran desigualdad que hay en EEUU. Es muy importante que ese debate esté en el día a día de los americanos.
¿Considera Occupy y 15M dos movimientos sociales hermanos?
Tienen muchas cosas en común, pero en el caso norteamericano, además, Wikileaks fue determinante. Se descubrieron muchas cosas. Por ejemplo, salió a la luz que dos soldados americanos dispararon y mataron a dos periodistas internacionales que viajaban en una furgoneta en la guerra de Irak. De haberse sabido en su momento, posiblemente esta causa podría haber llegado a juicio, pero se ocultó y cuando la sociedad se enteró, le dolió. Todo esto abrió los ojos a muchísima gente sobre las acciones de nuestro gobierno en el extranjero, sobre todo en causas como la guerra.
¿Movimiento social es igual a influencia real?
En EEUU, muchas de las personas que pasean por el despacho Oval se paran y le susurran al oído al presidente. Él siempre encuentra un momento para atenderles. Pero si él es capaz de escuchar a los poderosos señalando a la ventana y diciendo “si hago lo que me pides, ellos crearán una tempestad” todo será diferente.
¿Quiere decir que el presidente de EEUU gobierna con un ojo en los movimientos sociales?
Quiero decir que el poder nunca ha hecho nada sin una demanda, sin una reivindicación previa. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará, eso lo tenemos que tener claro. No se puede cuestionar que Obama ha escuchado las demandas de los movimientos sociales y ha respondido, incluso ha creado un calendario para cumplirlas. Piensa en los movimientos que arroparon a Obama: movimiento anti-guerra, movimiento por la justicia económica y social, ecologistas, lesbianas y gays, feministas, y tantos otros. Les ha escuchado, les ha hecho caso, pero también es cierto, por ejemplo, que Guantánamo no se cerró y ese es uno de los puntos en los que ha fallado. En parte, ha decepcionado a su gente.


La Marea



Fuente: http://www.lamarea.com/2012/12/29/amy-goodman-el-poder-nunca-ha-hecho-nada-sin-una-reivindicacion-previa/

lunes, 29 de septiembre de 2014

La Izquierda que queremos

Ánalisis desde la Izquierda Ciudadana (IC)




Si no puedo bailar, tu revolución no me interesaEmma Goldman

Partamos por lo obvio. El Chile del 2014 no es el mismo país que el de hace unos años atrás. Ese lugar común repetido hasta volverse cliché se enuncia en diversos discursos de las izquierdas y el progresismo; nos convoca a comprender que a través de la irrupción de nuevos actores socioculturales se desmontaron y reordenaron los encuadres que hasta entonces delimitaban las estrechas fronteras de la deliberación pública. Nuevos o silenciados discursos atiborraron la escena público/mediática, abriendo importantes posibilidades de transformación social y política. En un sentido inmediato, se cambió la agenda y, en un sentido de más largo aliento, se produjo una ruptura o giro epistemológico que reordenó las cartografías cognoscitivas que diagramaban lo posible y lo imposible y, por tanto, dibujaban los límites de la acción política. En breve, lo que ayer se hubiese signado como poco realista o incluso demencial, hoy muchas veces aparece como lo razonable.
Si bien estas transformaciones en el plano de lo deliberativo por sí mismas no aseguran los cambios en la textura social, no cabe duda de que el hecho que se pongan en circulación nuevos “sentidos políticos” resulta positivo para quienes apuestan por transformar el país.
No obstante, ante la irrupción de esta nueva escena, las izquierdas lamentablemente han tenido dificultades tanto para diagnosticar como para actuar en un territorio que se les ha revelado ignoto y plagado de incertidumbres. Aún, y es sano reconocerlo, nos encontramos a tientas, palpando y asimilando las profundidades de las nuevas grietas. Sin duda, esta situación se ve reforzada por el crónico conservadurismo de nuestras identidades , por la tozudez de querer leer al nuevo Chile con las herramientas teórico-políticas de tiempos pretéritos y porque aún no somos capaces de leer, primero, la hondura y, segundo, las lógicas de los cambios. Y, como es obvio, difícilmente lo haremos con las herramientas de siempre cuando se trata de un paisaje distinto. El nuevo Chile también exige nuevos marcos de comprensión. Y las izquierdas parecen moverse como un péndulo entre dos polaridades. Una, inscrita en la comodidad “y pureza” de la política de minoría, que tratando de eludir todo riesgo, lee todos estos nuevos fenómenos desde una desconfianza destructiva y, con ribetes de pesadilla Orweliana, imaginan que todo lo nuevo sería una reedición del viejo orden sistémico. Y otra, aquellos que en la borrachera del entusiasmo, simplifican lo complejo, aplicando viejas claves de aproximación a la contingencia y, desde una perspectiva celebratoria del nuevo ciclo político, se conforman con ser una mayoría electoral y no una mayoría político-cultural; o, en el paroxismo de la ingenuidad, sostienen que la mera acumulación de movilización y desconfianza hacia el sistema lo derrumbará.
Más allá de las diferencias que pueden haber entre estas dos polaridades, unos y otros comparten la vieja matriz de representación: la idea de hablar/representar a otros, al pueblo; que deviene en una noción de soberanía delegada, tanto el que piensa que el cambio se producirá (sólo) por un pacto electoral “desde arriba”, como el que piensa que la revolución la hará la vieja vanguardia leninista, es decir, un pequeño grupo de iluminados que “se pone el proyecto transformador en el hombro” y que “conduce” al pueblo, a pesar de su “ignorancia”, hacia la victoria.
A pesar de lo anterior, los demócratas sabemos que cuando algo no sirve, hay que cambiarlo. Y debemos partir de una vez por hacer los esfuerzos de imaginar una izquierda con vocación de mayorías que supere lo meramente testimonial, que dibuje un plan de poder que no sólo la limite a influenciar, que entienda la heterogeneidad como una característica a relevar y no como un peso a cargar, que supere los anclajes culturales derrotados por la violencia reaccionaria de las décadas pasadas (¡que asuma la derrota!), que no caiga en el mesianismo que conllevan las verdades cerradas, sino que interpele y dialogue críticamente con la ciudadanía, que no sólo conecte con quiénes ya sabemos están con nosotros sino justamente con quiénes sin tener intereses en contra de una sociedad distinta no se muestran a favor. Es momento de superar la vieja fraseología izquierdista y salir a convencer, más que sólo a vencer. Debemos concentrar nuestros esfuerzos en una estructura organizativa y estratégica que pueda articular trabajo de base y eficacia, movimiento ciudadano y dirección, sin perder nunca el espíritu radicalmente democrático que guía a los socialistas del siglo XXI.
Señalar qué izquierda queremos, presupone una pregunta anterior: ¿Qué es la izquierda? Como dice Frédéric Lordon “ser de izquierda es una situación en relación con el capital. Ser de izquierda es situarse de cierta manera respecto del capital. Y más exactamente, de una manera que, habiendo planteado la idea de igualdad y democracia verdadera, habiendo reconocido que el capital es una tiranía potencial, y que la idea no tiene ninguna posibilidad de adquirir alguna realidad, entiende que su política consiste en rechazar la soberanía del capital. No dejar que el capital reine, eso es ser de izquierda”. Por tanto, una política de izquierda busca colocar las decisiones que monopoliza el capital en manos de la ciudadanía, es decir, democratizar la democracia, y desmercantilizar la vida, dar contenido material al ser ciudadanos. Pablo Iglesias, líder de la reciente formada organización española Podemos, lo expresa así: “la democracia es un movimiento expropiatorio que busca quitar poder a quienes lo ostentan, para repartirlo entre quienes carecen de él”. Mejor dicho, imposible.
La izquierda que queremos, esta situada en un contexto de crisis de la democracia representiva en manos del capitalismo neoliberal. En una trama de alto distanciamiento de la política y la “gente común”, diagnóstico que la “izquierda tradicional” realiza muchas veces, pero sigue reproduciendo esa separación desde sus estructuras orgánicas (y creencias políticas trascendentales), arguyendo una inflexión naturalizada entre formas y fondos. No obstante, como lo demostró contundentemente el siglo XX, las estéticas enuncian las éticas. Lo que no quiere decir, por supuesto, que construir mayorías no implique cabalgar en las contradicciones. Pero, y a estas alturas, es ineludible para una fuerza política, como lo es la (nueva) izquierda, que pretende democratizar profundamente la sociedad, articularse internamente de una sola manera: la más democrática.
La izquierda que queremos no puede convertirse en una estructura político-orgánica más que generé esa división entre los que hacen política y el conjunto de los ciudadanos, tenemos que esforzarnos (y mucho) en dotarnos de instrumentos de participación que aseguren alto niveles de protagonismo ciudadano, que no desconozcan las actuales tecnologías de la información y comunicación, las redes sociales, la telemática, el papel de la televisión en la construcción de las identidades y textos sociales, el de la sociedad civil no organizada, de los nuevos actores y movimientos sociales.
No sólo debe abordar las luchas por la redistribución, sino también reconocer desde nuevas construcciones no coloniales ni patriarcales, todos los tránsitos políticos disidentes al monólogo del capital. Las izquierdas deben defender y darle valor a las diferencias y pulsiones diferenciadoras; la izquierda que queremos atiende a las experiencias de América Latina y la originalidad de las mismas. Comprende que nuestros procesos no deben ser “calco ni copia” de los proyectos metropolitanos.
Sabemos que la política es demasiado importante para que esté en manos de una autodenominada clase política. De la política depende que haya hospitales y escuelas que funcionen, las condiciones materiales en las cuales se trabaja o estudia, en rigor de la política depende la estrategia de sobrevivencia de un colectivo humano, por lo mismo decimos que todo es política. Debemos convencernos de que el cambio en nuestro país, aprendida las lecciones de los últimos años y las distintas irrupciones sociales tiene su ritmo puesto “desde abajo” y va a dibujarse en directa relación con el aumento de los niveles de protagonismo ciudadano, por lo mismo la noción de soberanía delegada es insuficiente y no va en la dirección del progreso societal y espiritual que se requiere. Debemos ser una izquierda que valore los esfuerzos reformistas del actual gobierno, que dispute el carácter de las reformas, ampliando las convocatoria detrás de las mismas, por lo tanto, que las entiende en un horizonte de más largo aliento, que inscriba en un país con una cultura “institucionalista” como el nuestro, una dialéctica de poderes constituyentes y constituidos. La izquierda que queremos debe ser capaz de construir una voluntad colectiva nueva que se vuelva institución, cotidianidad.
La izquierda que queremos defiende la fiesta como una acción política y el afecto como la mejor estrategia orgánica, supera el desprecio por las formas de “expresión de las masas” incluyéndolas a su orden del día, una izquierda que no lee como “alienación” la risotada desbordada o las estéticas “kitsch”, que disputa la palabra p/matria, y potencia los métodos movimientistas. Entiende que lo atractivo no es monopolio de la derecha o de la sociedad del espectáculo. Facilita las formas de participar en política, de acceder a ella. Prefigura en su vida interna elementos del futuro, constituye nodos de presencia de lógicas sociales otras en la contingencia, maneja herramientas políticas configurativas y reconfigurativas. Otorga más autonomía e independencia a las regiones (es regionalista), mayores márgenes de maniobra, sin rebasar los criterios lógicos de coordinación, coherencia y responsabilidad en una comunidad de escala nacional.
La propuesta es muy humilde, estamos convencidos de que la clave para que cambien muchas cosas en un país que (informe Auditoría a la Democracia del PNUD) “explica su desigualdad socioeconómica producto de las desigualdades políticas”, pasa por la ciudadanización de la política, por el protagonismo de la gente. Las condiciones para proponer un nuevo programa de empoderamiento ciudadano -de relaciones entre las personas e instituciones- están, fueron abiertas y empujadas estos últimos años por la movilización tanto de movimientos sociales, como de presencias colectivas. Una revolución ciudadana para Chile es posible; un carnaval democrático que subvierta las jerarquías e imprima una energía refundacional de/en los cuerpos, un rito de renovación de lo público que tenga su fuente originaria en la restitución del poder en el soberano y la hechura de una nueva constitución vía una asamblea constituyente.
Parafraseando a nuestra Gabriela Mistral, la izquierda que queremos es un proyecto con voluntad de ser.
Matías M Valenzuela Comisión Política de la IC y Francisca Muñoz Presidenta CNJ de la IC
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

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