MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

lunes, 29 de junio de 2015

JUAN BOSCH : EL FRACASO DEL SITEMA

JUAN BOSCH : EL FRACASO DEL SITEMA

JUAN BOSCH EN 1969  DECÍA :"NO ES EL PUEBLO DOMINICANO QUE HA FRACASADO, ES EL SISTEMA EN QUE HA VIVIDO EL QUE HA FRACASADO"

No nos hagamos ilusiones. No es con ayuda norteamericana como nosotros podemos solucionar nuestros problemas. Nuestros pueblos han llegado a la situación que dicen los números copiados en este trabajo en los años que más grande ha sido la expansión del bienestar en otros países del mundo, especialmente en los Estados Unidos.

Lo que tenemos que prever es lo que sucederá cuando en esos países se presente una crisis económica. No hay soluciones extranjeras. Esas soluciones han fracasado completamente. Este fracaso fue reconocido por el presidente Nixon cuando al hablar en la sede de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Washington, el 15 de abril, en ocasión de la celebración del Día de las Américas, dijo que el crecimiento de la economía latinoamericana no era más grande que cuando se inició ocho años atrás el programa de la Alianza para el Progreso. “La proporción de crecimiento [económico de la América Latina] es menor que la de los países no comunistas del Asia”, declaró Nixon en esa oportunidad (ver “Nixon Cast Doubt on Future of the Alliance for Progress”, en International Herald-Tribune, Paris, April 16, 1969, p.1). Pero antes de que el presidente de los Estados Unidos admitiera el fracaso de la Alianza para el Progreso había sido admitido en los centros directores de aquel país el fracaso total de toda la política elaborada para el desarrollo de la América Latina. Durante años y años los expertos en el asunto estuvieron hablando de que había que cambiar las estructuras, pero de pronto comenzaron a hablar de otra cosa; empezaron a decir que la causa del atraso latinoamericano era el aumento de la población, y luego empezó a decirse que si no se contenía ese aumento no podría haber desarrollo.

En 1968 se había generalizado en los Estados Unidos y en los círculos sociales y económicos más altos de nuestros países la idea de que para que la América Latina progresara era necesario evitar que siguieran naciendo tantos latinoamericanos. Esa era la manera más falsa de decir que los planes habían fracasado, que las perspectivas hacia el porvenir indican que éste será peor que el pasado. Nada es más absurdo que la idea de confiar la solución de los problemas latinoamericanos al control de la natalidad, pues si es verdad que el ser humano que va a nacer consumirá más comida, más ropa, más electricidad, más vehículos, más medicinas y más libros, también es verdad que sólo el ser humano produce esas cosas, y en consecuencia lo que hay que hacer no es evitar que el ser humano se multiplique; lo que debe hacerse es poner al ser humano en condiciones de que multiplique los bienes que necesita para producir los artículos que él consume. Ahora bien, ¿por qué se cree que debe suprimirse el nacimiento de más latinoamericanos? Porque se cree que el latinoamericano es un hombre que no tiene condiciones para enfrentar las tareas del desarrollo, y ésa es una idea racista y discriminatoria, que los latinoamericanos tenemos que rechazar con energía.

 No somos nosotros los que hemos fracasado; ha sido el sistema social, económico y político en que hemos vivido. En vez de suprimir la vida de los latinoamericanos que van a nacer debemos dedicarnos a crear para nosotros y para ellos una sociedad más libre, más rica y más justa, en la que con el esfuerzo de todos aseguremos la libertad, la riqueza y la justicia para todos, no para una minoría. Pues el sistema ha fracasado para los pueblos, no para las minorías privilegiadas, y mientras ese sistema no sea destruido y pongamos otro en su lugar, las minorías seguirán gozando de privilegios y las mayorías seguirán siendo esclavas, seguirán padeciendo miseria y seguirán sufriendo injusticias. El sistema en que hemos vivido hasta ahora ha sido el mismo que establecieron en nuestras tierras los españoles, los portugueses, los ingleses, los franceses, los holandeses; ese sistema evolucionó en otras partes de América y del mundo pero no en nuestros países, y dados los cambios que se han hecho en la Humanidad, ya no podrá evolucionar en la América Latina tal como evolucionó en otras partes. Nuestra organización social se quedó en una etapa atrasada debido precisamente a que el progreso en otras regiones de América produjo fuerzas que ahogaron en la América Latina el desarrollo capitalista e impidieron que nuestras estructuras sociales se formaran según el modelo de la sociedad capitalista. Las estructuras sociales dependen de la forma en que se relacionan los hombres y los medios de producción.

 En los países donde toda la sociedad, a través de sus organismos superiores gobiernos y otras instituciones—, es la dueña de todos los medios de producción, el sistema económico y social se llama socialista; aquellos donde la dueña de los medios de producción es una clase llamada burguesía, el sistema económico se llama capitalista y el sistema político es la democracia representativa, organizada generalmente en repúblicas, federales o unitarias, y algunas veces monarquías de las llamadas constitucionales, en las que los reyes representan al país, pero no lo gobiernan. En el caso de la América Latina hay repúblicas que se llaman a sí mismas democracias representativas, pero no lo son, pues aunque vivimos dentro del sistema capitalista los medios de producción no pertenecen en su totalidad a las burguesías nacionales. ¿Quiénes, pues, dominan los medios de producción en la América Latina? Los dominan las oligarquías, y éstas son frentes formados por clases y sectores de clases, que resultan económicos, sociales y políticamente más fuertes que los grupos burgueses debido a que en esos frentes oligárquicos figuran los intereses norte-americanos, cuyo poder es más grande que el de todos los demás componentes de las oligarquías juntos. Los grupos burgueses latinoamericanos son arrastrados por esos frentes oligárquicos y conviven con ellos, especialmente con el componente norteamericano de esos frentes, situación a que los obliga su debilidad; pero no forman parte de ellos, y desde luego no los dirigen.

Las oligarquías latinoamericanas están dirigidas por el antiguo imperialismo, que ha sido sustituido ahora por el Pentagonismo. Es éste el que en todos los casos de crisis decide en última instancia qué debe hacerse en cada uno de nuestros países. Cuando no ha llegado la hora de la crisis, la vida de los pueblos latinoamericanos es dirigida por los sectores nacionales de las oligarquías, y dado que estos tienen métodos e ideas precapitalistas, aunque viven en países capitalistas, no están capacitados para llevar a cabo el desarrollo latinoamericano. Hemos oído durante años y años decir que la burguesía de la América Latina es una aliada del imperialismo norteamericano y que ésa es la causa de nuestro atraso. Eso puede ser verdad en aquellos países donde la oligarquía fue destruida y su lugar en la composición social pasó a ser ocupado por una burguesía nacional, como ocurrió en México; en los que disponen de dinero suficiente para impulsar la formación de una burguesía con fondos del Estado, como Venezuela.

Pero en la mayoría de nuestros países la situación es otra; los grupos burgueses no se hallan aliados al imperio-pentagonismo; son arrastrados por los frentes oligárquicos, y estos a su vez son dirigidos por el imperio-pentagonismo. Análisis de las sociedades de la América Latina Lo primero que nota cualquier observador de los fenómenos sociales es que la América Latina se halla organizada según las leyes del sistema capitalista y sin embargo no ha podido desarrollarse ni siquiera lo indispensable para mantener el grado de estabilidad política que ese sistema necesita. ¿Cómo se explica eso? ¿Dónde están las causas del atraso y de la consecuente inestabilidad política de la América Latina? En el sistema capitalista el desarrollo es dirigido y realizado por la burguesía, y en países donde la burguesía no tiene el mando político, social y económico total no puede haber desarrollo capitalista.

 El espectáculo de la falta de desarrollo en la América Latina debió llevar a los entendidos en la materia a la conclusión de que faltaba la clase que dirige al desarrollo capitalista o si esa clase existía no se hallaba al frente de la sociedad; y esa conclusión debió haber conducido también a los expertos a preguntarse tres cosas; primera, por qué esa clase faltaba o por qué no se hallaba al frente de la sociedad; segunda, quién ocupaba su lugar; y tercera, cómo estaban organizadas nuestras sociedades, en vista de que siendo capitalistas no lo estaban según el modelo europeo o norteamericano. Responder a esas preguntas requiere hacer un poco de historia, aunque sea de manera rápida. En la mayoría de los países de la América Latina las fuerzas sociales determinantes a principios de este siglo eran las oligarquías terratenientes, comerciales y bancarias; en los más retrasados eran el comercio exportador e importador, que se hallaba en muchos casos en manos extranjeras, y a él se aliaban la alta y la mediana pequeña burguesía y los grupos latifundistas. Desde las guerras de la independencia, iniciadas hacia el 1810, las luchas de los sectores oligárquicos entre sí, o las de las pequeñas burguesías en los países más retrasados, mantuvieron a América Latina en constante desorden; fue la época de las llamadas “revoluciones” y de los generales-presidentes y dictadores, y sólo había paz cuando un sector oligárquico se le imponía a otro mediante una dictadura —por ejemplo el sector comercial al latifundista, o viceversa— o cuando de la baja o la mediana pequeña burguesía surgía un hombre fuerte que se proponía establecer en su país las reglas de las sociedades burguesas. En el último caso, la dictadura se veía obligada a asociarse a un sector oligárquico, o bien al comercial o bien al latifundista, y acababa siempre destruida para dar paso a un gobierno de la oligarquía o a situaciones de luchas armadas que hacían retroceder al país a sus niveles anteriores.

 Ejemplos de este caso fueron las dictaduras de Ulises Heureaux en la República Dominicana y la de Santos Zelaya en Nicaragua. A principios de este siglo la burguesía no había podido desarrollarse más allá de la etapa del comercio exportador e importador, y éste no tenía capacidad para salirse del frente oligárquico porque se hallaba estrechamente unido por un lado a los grandes propietarios, pues vendía en el extranjero lo que ellos producían —café, cacao, algodón—, y por el otro lado al capital industrial extranjero, puesto que también vivía de importar los artículos industriales extranjeros. Esa doble alianza convertía a la llamada burguesía comercial en un dependiente de latifundistas y productores extranjeros, y un dependiente no dirige nunca; a él lo dirigen. Cuando comenzó la penetración de los capitales imperialistas norteamericanos en la América Latina movimiento que en algunas partes del Caribe y de México se inició antes de 1890—, el imperialismo halló que no tenía en nuestros países burguesías competidoras y que le era fácil y beneficioso aliarse a los frentes oligárquicos, puesto que estos dominaban generalmente los gobiernos, de manera que a través de ellos el imperialismo podía obtener las concesiones gubernamentales que necesitaba. Esa alianza resultaba lógica porque al penetrar en la América Latina el imperialismo lo hizo también como latifundista, en el sentido de que necesitaba grandes extensiones de tierra para producir bananos en América Central, azúcar en Cuba y Santo Domingo, o para explotar minas en México. Los grandes propietarios de nuestros países tenían necesariamente que entenderse con los grandes propietarios norteamericanos, y como estos llegaban a establecer explotaciones capitalistas en sus latifundios, mientras nuestros latifundistas seguían explotando sus tierras con mentalidad pre-capitalista, los últimos caerían rápidamente, como cayeron, al nivel de servidores políticos, sociales y económicos de los primeros, y tras ellos cayeron también sus aliados, los comerciantes exportadores-importadores. Desde el primer momento, pues, se inició un proceso casi natural de colonización, mediante el cual los sectores dominantes de las sociedades latinoamericanas reconocieron como su jefe al imperialismo norteamericano. Esto llegó a tales extremos que en algunos países —Cuba en 1908, Nicaragua en 1909— los componentes nacionales de las oligarquías llamaron a los norteamericanos a intervenir militarmente en sus países. El proceso no se desarrolló al mismo tiempo en toda la América Latina.

En algunos lugares se dieron condiciones especiales que permitieron cierto grado de capitalización y con él la ampliación comercial y la aparición de algunos débiles grupos burgueses, e incluso hasta la formación de bancos. Por ejemplo, Chile fue en el siglo pasado un fuerte exportador de nitratos para Europa; Argentina y Uruguay vendían también desde el siglo pasado carnes y lanas a Europa. En otros países, la capitalización que más influyó en la composición social fue la que produjo la Primera Guerra Mundial. La acumulación de capitales provocada por la Primera Guerra Mundial dio lugar a la formación de grupos burgueses, pero casi siempre asociados al sector comercial exportador-importador, y como éste se encontraba ya dentro del frente oligárquico y el imperialismo era quien tenía el mando de ese frente, esos grupos burgueses nacieron sometidos al imperialismo. En ciertas regiones de América Latina los capitales imperialistas eran europeos, y especialmente ingleses; en otras eran norteamericanos, pero en líneas generales actuaban en forma igual o parecida. En algunos países, sin embargo, se había formado burguesía en el siglo XIX, y ésta se alió a las oligarquías antes de la penetración imperialista, y así se vio el caso de Chile, por ejemplo, donde esa alianza produjo un régimen de democracia formal, con gobiernos estables, o el de Uruguay, con una democracia urbana bastante avanzada.

En otros la lucha entre la burguesía y la oligarquía se planteó en forma sangrienta, como sucedió en México en 1910. En otros los débiles sectores burgueses fueron representados en el terreno político por partidos cuyos líderes pro-cedían de la pequeña burguesía. La época de los golpes de Estado militares, que vino a sustituir la de las revoluciones, fue una etapa de luchas entre las oligarquías que no aceptaban su derrota política, y los débiles grupos burgueses, que pretendían conquistar el poder político. Esa etapa de luchas se inició hacia el 1930 y no había terminado todavía en 1968, año en que se dieron golpes de Estado en el Perú, Panamá y Brasil; en este último país, el golpe de 1968 fue dado dentro de las fuerzas que habían dado el de 1964, de manera que fue un golpe militar dentro de otro golpe militar. En lo que podríamos llamar su forma más clara, el mecanismo de los golpes ha sido el siguiente: La burguesía ha conquistado el poder mediante elecciones a través de un partido dirigido por pequeños burgueses y la oligarquía la ha derrocado mediante un golpe de Estado militar. A partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya el imperialismo se había convertido en el integrante más poderoso de las oligarquías latinoamericanas, o por lo menos de la mayoría de ellas, los golpes de Estado militares contra los regímenes que pretendían desarrollar burguesías fueron decididos por los agentes imperialistas en favor de las oligarquías. ¿Qué llevaba al imperialismo a actuar así? Su decisión de impedir que en la América Latina se formaran grupos, sectores o clases que pudieran competir con él, que pudieran arrebatarle un territorio donde las empresas imperialistas ganan dinero con más seguridad, más facilidad, más rapidez y menos limitaciones que en su propio país. Para impedir la formación de esos grupos, sectores o clases, el imperialismo necesitaba aliados en la América Latina, gente que actuara bajo sus órdenes, y esos aliados eran los frentes oligárquicos. Un estudio de la gente que ha organizado los golpes de Estado en la América Latina arrojaría mucha luz en el terreno social y económico. Los golpes de Estado han sido organizados por las oligarquías, con muy pocas excepciones; en cambio, las revoluciones fueron organizadas o por burgueses —Francisco Madero, en México; José Figueres, en Costa Rica— o por pequeños burgueses —Acción Democrática de Venezuela en 1945, Fidel Castro en Cuba—, y el proceso electoral era encabezado en todos los casos por partidos pequeños burgueses de ideología democrática. Los bancos centrales, instituciones típicamente burguesas, comenzaron a organizarse después que empezaron a formarse burguesías. Por eso no había ninguno antes de 1923. Ese año se fundó el de Colombia; los de Chile y México se fundaron en 1925; el de Ecuador en 1927, el de Bolivia en 1929, el de Perú en 1931, el de El Salvador en 1934, el de Argentina en 1935, el de Venezuela en 1939. En la mayoría de esos bancos centrales tenían representantes los bancos privados de las oligarquías, que se habían desarrollado financiando el comercio exportador-importador. Los restantes bancos centrales se fundaron a partir de 1945, cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial, y ese sólo hecho da idea de que nuestros países no eran sociedades en cuya cúspide estaban las burguesías nacionales, como se ha venido asegurando durante años. El Banco Central de Guatemala se fundó en 1945, el de la República Dominicana en 1947, el de Cuba en 1949, el de Costa Rica en 1950, el de Honduras en 1951, el de Paraguay en 1952, el de Nicaragua en 1960, el de Brasil en 1965, el de Uruguay en 1967. Costa Rica había nacionalizado la banca, que era toda costarricense, a raíz de la revolución de 1948. Un análisis de las sociedades latinoamericanas demuestra que nuestros países han estado dominados por frentes oligárquicos, no por burguesías, y que en esos frentes oligárquicos figura el imperialismo, ahora sustituido por el gran capital pentagonista, y por tanto las luchas de los pueblos debieron ser llevadas a cabo contra los frentes oligárquicos, no contra burguesías que por su estado de debilidad frente a las oligarquías no eran fuerzas enemigas determinantes.


Juan Bosch
Tomado del libro "Dictadura con Respaldo Popular"

JUAN BOSCH: LA HISTORIA DEL CONFLICTO HISTÓRICO RD. Y HAITI.


EN SU 106 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO. ¡JUAN BOSCH UN HOMBRE DE SIEMPRE!













A continuación presentaremos la historia de un conflicto entre la República Dominicana y la República de Haití, precisamente en el gobierno del Profesor Juan Bosch,en el año 1963. El conflicto pudo devenir en una guerra entre los dos Estados. Dejemos al propio Profesor Juan Bosch que nos narre los pormenores de esa historia. 

TOMADO DEL CAPITULO XVII  DEL LIBRO: "CRISIS DE LA DEMOCRACIA DE AMÉRICA EN LA REPÚBLICA DOMINICA" 

  XVII-- EL CONFLICTO CON HAITÍ  
Hoy se le llama a Cuba la “Perla de las Antillas”; ese sobrenombre, sin embargo, había sido originalmente dado a la isla Española, antigua Santo Domingo o Saint-Domínguez.

En realidad, la altura de sus montañas, la densidad y la riqueza de sus bosques, la abundancia de aguas, la extensión, el número y la asombrosa fertilidad de sus valles justificaba que se le llamara así. Fue un hecho político lo que la degradó a los ojos de los viajeros y los estudiosos; y ese hecho político consistió en la división de la isla en dos países de historia, lengua y origen diferentes: Haití y la República Dominicana. Cuando la isla quedó dividida, dejó de llamarse la “Perla de las Antillas”.

La presencia de Haití en la parte occidental de la isla Española equivalió a una amputación del porvenir dominicano. Lo que era el porvenir visto desde mediados del siglo XVI es, en la segunda mitad del siglo XX, un pasado de más de trescientos años. Así, los dominicanos no podemos escribir nuestra historia ignorando ese pasado, pues todo el curso de la vida de nuestro pueblo en las tres últimas centurias ha sido configurado por ese hecho: la existencia de Haití al lado nuestro, en una isla relativamente pequeña.
La existencia del Pueblo dominicano fue el resultado de la expansión española hacia el oeste; la de Haití, el resultado de las luchas de Francia, Inglaterra y Holanda contra el imperio español. De manera que al cabo de los siglos, los dominicanos somos un pueblo amputado a causa de las rivalidades europeas. Nuestra amputación no se refiere al punto concreto de que una parte de la tierra que fue nuestra sea ahora el solar de otro pueblo; es algo más sutil y más profundo, que afecta de manera consciente o inconsciente toda la vida nacional dominicana. Los dominicanos sabemos que a causa de que Haití está ahí, en la misma isla, no podremos desarrollar nunca nuestras facultades a plena capacidad; sabemos que un día u otro, de manera inevitable, Haití irá a dar a un nivel al cual viene arrastrándonos desde que hizo su revolución. En aquellos años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX, nadie quiso invertir un peso en desarrollar, por ejemplo, la industria azucarera dominicana, por miedo a las invasiones de Haití. El azúcar y el café de Haití habían dejado de fluir a los mercados de Europa y de los Estados Unidos, y aunque ninguna tierra era más apropiada para producirlos que la de Santo Domingo, los capitales para suplir la producción haitiana prefirieron ir a Cuba. El desarrollo de Cuba comenzó entonces; en cambio, el de nuestro país se estancó, primero, y descendió luego, pues la gente más capaz y más acomodada económicamente abandonó la parte española de la isla por miedo a la revolución haitiana.

La isla Española tenía frente a su costa noroccidental una pequeña isla adyacente, La Tortuga; el Gobierno colonial español abandonó La Tortuga porque le era costoso en hombres y en dinero defenderla de incursiones inglesas y francesas, y así fue como La Tortuga pasó a manos de piratas franceses y más tarde a manos del Gobierno francés. Desde La Tortuga, poco a poco, los blancos franceses fueron acomodándose en los pequeños valles fértiles de la parte norte del oeste de la Española; fueron llevando esclavos y organizando plantaciones de caña y de índigo, de manera que cuando España vino a darse cuenta, ya había en su colonia una población de franceses que se consideraban por derecho de conquista colonos franceses, parte del imperio colonial de Francia, sin deber de obediencia al Gobierno español. Al principio, esa colonia francesa de facto se llamaba Saint-Domínguez; después pasó a llamarse Haití. Al principio, España la dejó estabilizarse por indolencia; después, tuvo que reconocer su existencia, y al cabo, en el siglo XVIII, debilitada por su continuo guerrear en Europa, España admitió que Haití era de derecho colonia de un poder extranjero.

He contado con ciertos detalles lo que pasó en la colonia de Haití cuando los esclavos se rebelaron contra sus amos a consecuencia de la agitación que produjo en la colonia la Revolución Francesa; lo hice en mi libro Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo. No voy, pues, a repetirme; pero sucintamente explicaré que de esa rebelión surgió, al comenzar el siglo XIX, la República de Haití, y que ésta tenía ya dieciocho años de vida cuando los dominicanos se declararon independientes de España y protegidos de Colombia.

Menos de dos meses después de esa acción política dominicana, los ejércitos de Haití cruzaron la frontera y extendieron su gobierno a toda la isla. Así se explica por qué la República Dominicana, establecida en 1844, surgió en guerra contra Haití y no contra España, que había sido su metrópoli original.

Esa guerra, que en la historia dominicana se conoce con el nombre de “guerra de independencia” —aunque en los días en que se llevaba a cabo se llamaba, con mayor propiedad, “de separación”— fue la culminación de una lucha larga, que se había iniciado desde el siglo XVII, que se mantuvo prácticamente todo el siglo XVIII, y que tuvo a principios del siglo XIX páginas sombrías con las invasiones de Toussaint, de Dessalines y de Cristóbal. Los dominicanos, pues, formaron su sentimiento nacional peleando, primero contra los franceses de la región occidental, y después contra sus herederos, los haitianos.

Me veo en el caso de repetir ahora lo que dije en mi libro sobre Trujillo acerca de la revolución haitiana: ha sido la única revolución en la historia moderna que fue a la vez guerra de independencia —de colonia contra metrópoli—, guerra social —de esclavos contra amos— y guerra racial —de negros contra blancos—. La violencia de esas tres guerras en una resultó devastadora; en términos absolutos, no relativos, los antiguos esclavos destruyeron toda la riqueza acumulada en Haití durante la colonia, y esa riqueza era mucha. Sin embargo —y esto no lo dije en aquel libro porque estaba haciendo el análisis de un problema dominicano, no haitiano— sucede que en cierta medida, el aspecto destructor de la revolución haitiana ha sido continuo; de hecho, Haití ha seguido, a lo largo de su vida independiente, en guerra constante contra todo núcleo humano y social que pudiera convertirse, por cualquier vía, en sustituto de los colonos franceses.

Esa especie de guerra social perpetua, que en su origen fue de negros contra blancos —debido a que los negros eran los esclavos y los blancos los amos—, derivó después hacia la matanza de los mulatos y se ha conservado como lucha sin cuartel de los negros contra los mulatos. Las carnicerías de los tiempos de Soulouque, en que los mulatos eran las víctimas, encogen el ánimo del que estudia la historia de Haití. Ahora bien, sucede que los mulatos eran los que —tal vez por ser hijos de blancos, y por tanto disponían de más medios— se preparaban para ser burócratas, comerciantes, profesionales; formaban élites que al principio no tenían sustancia económica pero que al final adquirían bienes, con lo cual amenazaban convertirse en minorías con poder económico. Al mismo tiempo que esas matanzas, con sus naturales consecuencias de inestabilidad política, retardaban el desarrollo del país, los gobernantes usaban el poder para hacer negocios, para enriquecerse y sacar dinero hacia Europa o —más recientemente— hacia Estados Unidos; de donde resultaba que se expoliaba a un pueblo pobre, se le robaba a la miseria. Y al tiempo que eso iba sucediendo década tras década, la población haitiana crecía, su tierra se erosionaba, los medios del Estado eran cada vez menos de los que se necesitaban para darle al Pueblo educación y salud. Fue así como de manera natural, como rueda una bola por un plano inclinado, Haití vino a caer bajo la tiranía de François Duvalier, quien tenía ya años gobernando cuando se estableció en la República Dominicana el régimen democrático que me tocó presidir.

Duvalier corresponde a un tipo psicológico que se halla en las sociedades primitivas; el hombre que a medida que va adquiriendo poder de cualquier clase va llenándose por dentro de una soberbia que lo transforma día a día físicamente, lo envara, le da insensiblemente la apariencia de un muñeco que se yergue y se yergue hasta que parece que va a caerse de espaldas o que va a volar; al mismo tiempo, los párpados bajan, la mirada se torna fría y adquiere un brillo como de hechicería, el rostro se inmoviliza gradualmente y la voz va haciéndose cada vez más imperativa y sin embargo más baja y escalofriante. En esos seres, la conciencia del poder se traduce en transformaciones físicas; crean en torno suyo una atmósfera que es como una emanación de brujos, y como sucede que a esos cambios van correspondiendo otros en el seno de su alma, mediante los cuales se hacen gradualmente insensibles a todo sentimiento humano hasta llegar a ser puros receptáculos de pasiones sin control, esos hombres acaban siendo peligrosos porque se niegan a aceptar que son simples seres humanos, mortales y falibles, y no delegados vivos de las oscuras fuerzas que gobiernan los mundos.

El que desee comprobar la verdad de lo que acabo de decir no tiene sino que tomar una fotografía  de François Duvalier hecha en 1955, por ejemplo, y otra hecha en 1964. Son dos hombres diferentes, versión haitiana de los dos Dorian Gray de Oscar Wilde.
En el lado sur de la frontera que divide a la República Dominicana de Haití se ven de tarde en tarde tipos a lo Duvalier; labriegos que eran gente corriente y moliente hasta la hora en que se sintieron poseídos por un poder que ellos llaman “religioso”, y empezaron a dictar recetas, a recomendar curaciones, a crear ritos propios, y con ello comenzaron a cambiar de aspecto hasta convertirse en estampas de caudillos de pueblos de la selva. Son locos con poderío, como en un nivel más alto lo fue Hitler.

Ignoro debido a qué, tan pronto resulté electo Presidente,  Duvalier resolvió matarme. Tal vez soñó conmigo e interpretó el sueño como una orden de quitarme la vida; quizá en un acceso de hechicería vudú uno de sus espíritus protectores le dijo que yo sería su enemigo. Es el caso que escogió un antiguo agente del espionaje de Trujillo, que había sido Cónsul de Haití en Camagüey —Cuba— y le encargó mi muerte. Durante toda la campaña política, yo no me había referido ni una sola vez a Duvalier. La Unión Cívica hizo varias declaraciones acerca de su tiranía, y si no recuerdo mal el doctor Fiallo se refirió también a él. Pero yo no lo hice porque no me parecía prudente meter en Santo Domingo problemas ajenos y además, porque si yo resultaba elegido Presidente de la República, no era cuerdo que llegara a esa posición comprometido en el orden internacional por declaraciones hechas al calor de la campaña política. Yo no me había ganado, pues, enemistad de Duvalier; era gratuita, aunque debe presumirse que de origen extrahumano. Por todo lo que he dicho acerca de la actitud del Pueblo dominicano en relación con la existencia de Haití, y por lo que he relatado brevemente sobre las largas hostilidades entre dominicanos y haitianos, debe presumirse cuál fue la reacción de los dominicanos cuando de buenas a primeras llegó a Santo Domingo, dada a través de una estación de radio, la noticia de que fuerzas policíacas de Duvalier habían asaltado el local de nuestra embajada en Puerto Príncipe, capital de Haití. En una hora, el Pueblo estaba agitado, los partidos políticos se reunían, las estaciones de radio lanzaban boletines al aire y al Palacio Nacional llegaban montones de telegramas denunciando la agresión.

Hacía algunas semanas que en Haití se producían actos de terrorismo contra el Gobierno de Duvalier; éste había solicitado el retiro de la misión militar norteamericana; altos jefes militares eran depuestos y encarcelados; un señor Barbot, que había sido el fundador de la milicia armada de Duvalier —los tonton macutes, asesinos tenebrosos— daba asaltos aquí y allá, en los alrededores de Puerto Príncipe; civiles y militares perseguidos se asilaban en las representaciones diplomáticas de la América Latina, y la dominicana tenía varios asilados.

Un día llegó a la embajada de nuestro país un teniente haitiano de apellido Benoit y pidió asilo, que se le concedió, desde luego; al día siguiente, los hombres de Barbot dispararon contra el automóvil de Duvalier, que llevaba a los hijos del dictador a la escuela. La respuesta de Duvalier fue instantánea: mandó asaltar la Embajada dominicana y al mismo tiempo sus matones entraron en la casa de la familia de Benoit, dieron muerte a todos los que había allí —incluyendo la madre de Benoit y una niña— y quemaron la vivienda. Duvalier, pues, había agredido a la República Dominicana en su representación diplomática.

Ese día era domingo, y si no recuerdo mal, estábamos a principios de mayo. De súbito comenzaron a llegar noticias que daban indicios de que Duvalier tenía un plan: familiares de Trujillo estaban arribando a Haití, guardias haitianos armados rodeaban la Embajada dominicana, los correos diplomáticos dominicanos habían sido detenidos antes de llegar a la frontera, el Cónsul nuestro en la villa fronteriza de Belladere, estaba preso.

En la noche hablé por radio y televisión y denuncié ante el Pueblo todos esos actos de locura que estaba realizando Duvalier, y mientras en la Cancillería se trabajaba redactando cables a Puerto Príncipe y a la OEA y notas para la prensa, yo elaboraba, después de haber hablado, un plan de acción que podía librar a haitianos y a dominicanos de los peligros que podía desatar sobre ambos países un gobernante que no estaba en sus cabales. El plan era simple y no costaría una gota de sangre: la República Dominicana movilizaría tropas y las concentraría en la frontera del sur, en el punto más cercano a la capital de Haití, y la movilización se haría en tal forma que diera la impresión indudable de que esas fuerzas iban a avanzar por Haití; una vez creado el clima adecuado, la aviación militar dominicana volaría sobre Puerto Príncipe y dejaría caer hojas sueltas en francés pidiendo al Pueblo de la capital vecina que evacuara los alrededores del Palacio Presidencial, porque los aviones dominicanos iban a bombardear en un plazo de horas. Yo estaba seguro de que, dado el estado de agitación que había en Haití y la preparación del ambiente que estábamos haciendo en Santo Domingo, Duvalier huiría sin que hubiera necesidad de disparar un tiro.

Pero este plan tenía un punto débil: yo no podía confiárselo a nadie, ni siquiera a los jefes militares que iban a participar en él. Si le decía a alguien que todos los movimientos dominicanos serían aparentes, que no íbamos a llegar a la guerra, no tardaría en saberse, y había que contar con la irresponsabilidad de la mayoría de los líderes de la llamada oposición; uno de ellos, tal vez dos, quizás tres, se plantarían, con toda seguridad, frente a un micrófono y me acusarían de comediante y denunciarían el plan. De hecho, en medio de la crisis, uno de esos líderes dijo que todo aquello lo había inventado yo porque quería figurar en la historia como el conquistador de Haití, valiente majadería, pues el día que los dominicanos hagan la conquista de Haití —si ello fuere posible alguna vez— lo que harían sería comprar a precio alto los problemas de Haití para sumarlos a los problemas dominicanos.

Los campesinos dominicanos dicen, cuando algo no está completamente terminado, que “falta el rabo por desollar”, con lo cual aluden al rabo del cerdo muerto, y en el caso de mi plan había un rabo por desollar: ¿qué podía suceder si el dictador haitiano no emprendía la fuga? No había sino una respuesta: las tropas dominicanas debían avanzar sobre Haití; pero avanzar poco, unos kilómetros, lo suficiente para dar la sensación de que iban a atacar de veras. Yo estaba seguro de que la población haitiana de la región fronteriza no haría resistencia; si se hacía indispensable, la aviación dispararía dos o tres bombas en sitios donde no causaran bajas.
En ese punto, ocurrió un misterio: los generales dominicanos llegaron a decirme que los camiones del ejército no tenían repuestos de llantas, que no estaban en condiciones de transportar las tropas. ¿Quién les había aconsejado que usaran esa coartada? Hasta la noche antes habían estado muy entusiasmados con la movilización, y de pronto, “los camiones militares no servían”.

El embajador Martin fue a verme, alarmado, y era la primera vez que le veía alarmado. La posibilidad de una guerra domínico-haitiana lo había inquietado, sin duda porque había inquietado al Departamento de Estado. En esos mismos momentos, Moscú, Pekín, La Habana y el MPD en Santo Domingo me acusaban de ser un muñeco en manos del  “imperialismo yanqui” para agredir a Haití. La situación era tristemente cómica, pues era precisamente el llamado “imperialismo yanqui” el que obstaculizaba la decisión dominicana de resolver el problema haitiano.

De pronto, unos días después, el embajador Martin me visitó en mi casa para decirme que su Gobierno esperaba en pocas horas la salida de Duvalier de Haití; me dijo que ya estaba en el aeropuerto de Puerto Príncipe un avión de la KLM en el cual Duvalier viajaría hasta Idlewild, de ahí a Amsterdam y de Ámsterdam a Argelia, donde Ben Bella le había ofrecido asilo. Le expresé mis dudas al embajador Martin.

“Duvalier no se va”, le dije; él me aseguró que sí. Durante el día me visitó otra vez, en la noche me telefoneó dos veces para mantenerme informado de lo que estaba sucediendo en Haití; por la mañana fue a verme a las cinco, convencido de que Duvalier se iría. En todos los casos le respondí lo mismo: “No se va”. Y no se fue.
Pocos días después, por un cubano exiliado me enteré de que en una zona militar, en el interior del país, oficiales dominicanos estaban entrenando haitianos. ¿Cómo era posible que estuviera haciéndose tal cosa sin mi conocimiento? Llamé al Ministro de las Fuerzas Armadas, lo interrogué, me dijo que era verdad y le ordené disolver el campamento.

Una cosa era librarse de Duvalier en una coyuntura favorable, a la luz del sol, como debe operar siempre una democracia, y otra cosa era preparar fuerzas de haitianos para lanzarlos a una invasión; esto último era violar el principio de no intervención, lo cual podía quitarnos autoridad si en esa hora convulsa del Caribe algún Gobierno decidía hacer lo mismo con nosotros. A partir de ese momento, decidí esperar una oportunidad propicia para buscarle solución al problema que planteaba la presencia de Duvalier en el Gobierno de Haití.

Sin embargo, he aquí que un buen día, al leer la prensa en las primeras horas de la mañana me enteré de que el general León Cantave había invadido Haití por la costa norte.

El general Cantave había estado a verme para pedirme ayuda y yo le había respondido que el Gobierno dominicano no podía hacerlo. ¿De dónde salió la expedición de Cantave; quién la armó, quién la respaldó? Eso era un misterio que debía aclararse. Hice una reunión de jefes militares, les interrogué sobre todas las posibilidades que se me ocurrían; pedí detalles acerca de los tipos de armas que usó Cantave. Nadie sabía nada. De acuerdo con sus informes, Cantave no había salido de territorio dominicano, no había recibido la menor ayuda de las fuerzas armadas dominicanas, y en los depósitos dominicanos no había armas similares a las que había llevado Cantave a Haití.

Algo andaba mal. Si el general Cantave no había salido de Santo Domingo, había salido de alguna de las islas vecinas —Las Bahamas, de bandera inglesa—, y si había salido de esas islas, ¿quién lo ayudaba? Le hice la pregunta, de manera abierta, al embajador Martin. Me respondió que él no sabía, que su Gobierno no sabía, pero que algunos de sus ayudantes presumían que Cantave había contado con la ayuda de Venezuela. Eso me pareció imposible; primero, porque el presidente Betancourt tenía encima las guerrillas comunistas y no iba a autorizar, con esa acción, un acto parecido al de Fidel Castro contra su Gobierno; segundo, porque si Betancourt hubiera tenido que ver en la invasión de Cantave, me lo hubiera hecho saber. “¿Hay en la Florida algún lugar que se llame Venezuela?”, le pregunté riendo al embajador Martin. “No, no lo hay”, respondió él, riendo también.

Pocos días antes del golpe de Estado, quizá tres días antes, me hallaba en mi despacho del Palacio Presidencial cuando a eso de las seis de la mañana me dijo el jefe de los ayudantes militares que los haitianos estaban atacando Dajabón, villa dominicana en la frontera del norte. Efectivamente, en las calles de Dajabón caían balas que procedían del lado haitiano, de la Villa de Juana Méndez —Ouanaminthe, en el patois de Haití—, que queda frente a Dajabón, a menos, tal vez, de dos kilómetros. Cuando la situación se aclaró, unas horas después, se supo la verdad: el general Cantave había entrado en Haití de nuevo y había atacado la guarnición de Juana Méndez.

El combate fue bastante largo, con abundante fuego de fusilería y de ametralladoras. ¿De dónde había sacado Cantave, otra vez, armas y municiones?  Al día siguiente, con asombro de mi parte, vi en la prensa una foto de Cantave en un cuartel de Dajabón. Había cruzado la frontera, como la habían cruzado otros haitianos, algunos de ellos heridos; pero Cantave estaba vestido como quien iba a un baile de gala, no como quien llegaba de un combate; y eso indicaba que el general haitiano tenía ropa en Dajabón o en algún lugar cercano. Por primera vez, mis sospechas hallaban un hilo que podía seguirse hasta dar con el ovillo. Hice llamar al Ministro de Relaciones Exteriores y al de las Fuerzas Armadas. “Tenga la bondad de solicitar de la OEA que envíe una comisión para que pruebe sobre el terreno que la agresión a Haití no partió de la República Dominicana”, le dije al primero.

¿Tuvo esa decisión alguna parte en el golpe de Estado? 
A menudo pienso que sí; pues si la OEA investigaba —y mi plan era que investigara a fondo— yo llegaría a saber qué mano oculta manejaba los hilos de una intriga que nos ponía en ridículo como Gobierno, que restaba autoridad al Presidente de la República, el responsable ante el país y ante los organismos internacionales de la política exterior dominicana, y que nos exponía a los dislates de un tirano que era capaz de todo.

Espero que algún día se aclare el misterio en que están envueltos los repetidos y extraños incidentes domínico haitianos de 1963.

domingo, 28 de junio de 2015

Los cuatro grandes bancos y las ocho familias que gobiernan el mundo

Los cuatro grandes bancos de Wall Street y las ocho familias que gobiernan el mundo


Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada

A los multimedia rusos les ha dado por expurgar y señalar en forma específica a los cuatro oligopolios financieristas –los cuatro grandes megabancos– que controlan el mundo, como es el caso de una perturbadora investigación de Russia Today: Black Rock, State Street Corp., FMR (Fidelity), Vanguard Group (http://goo.gl/UjlfE3).

Resulta también que la privatización global del agua es desplegada por los mismos megabancos de Wall Street, al unísono del Banco Mundial (http://goo.gl/DG6d3d), lo cual beneficia en su conjunto al nepotismo dinástico de los Bush que buscan controlar el Acuífero Guaraní en Sudamérica, uno de los mayores de agua dulce del planeta (http://goo.gl/yROqaW).

Ya desde 2012 el anterior legislador texano Ron Paul –padre del candidato presidencial Rand, uno de los creadores del apóstata Partido del Te, venido a menos, pero uno de los mejores fiscalistas de EEUU– había señalado que “los Rothschild poseen acciones de las principales 500 trasnacionales de la revista Fortune (http://goo.gl/D71NjX)” que son controladas por “los cuatro grandes (The Big Four)”: Black Rock, State Street, FMR (Fidelity) y Vanguard Group.

Ahora Lisa Karpova, de Pravda.ru, penetra los dédalos de las finanzas globales y comenta que se trata de “seis, ocho o quizá 12 familias las que verdaderamente dominan el mundo, a sabiendas de que es un misterio difícil de descifrar (http://goo.gl/jSYc84)”.

¿Cómo puede existir en el siglo XXI ultratecnificado y transparentemente democrático, como pregonan sus turiferarios también y tan bien controlados, tanta opacidad para conocer quiénes son los plutocráticos megabanqueros oligopólicos/oligárquicos que controlan las finanzas del planeta?

Karpova sentencia que las ocho reducidas familias, que han sido ampliamente citadas en la literatura, no se encuentran lejos de la realidad: Goldman Sachs, Rockefeller, Loeb Kuhn y Lehman (en Nueva York), los Rothschild (de París/Londres), los War­burg (de Hamburgo), los Lazard (de París), e Israel Moses Seifs (de Roma). ¡Vaya lista polémica donde, a mi juicio, ni son todos los que están, ni están todos los que son!

Karpova emprendió el inventario de los mayores bancos del mundo y se percató de la identidad de sus principales accionistas, así como de quienes toman las decisiones. Alguien podrá criticar, no sin razón, que el inventario de Karpova no alcanza la sofisticación de Andy Coghlan y Debora MacKenzie, de la revista New Scientist, quienes develan la plutocracia bancaria y sus redes financieristas –el uno por ciento que gobierna el mundo–, basados en una investigación de tres teóricos de los sistemas complejos (http://goo.gl/AHSRWb), pero que al final de cuentas coincide en forma sorprendente, pese a su sencillez indagatoria.

Karpova descubrió que los siete megabancos de Wall Street controladores de las principales trasnacionales globales son: Bank of America, JP Morgan, Citigroup/Banamex, Wells Fargo, Goldman Sachs, Bank of New York Mellon y Morgan Stanley. Karpova encuentra que los megabancos de marras son controlados a su vez por el núcleo de “cuatro grandes (the big four)”: Black Rock, State Street Corp., FMR (Fidelity) y Vanguard Group. Estos son sus hallazgos de los controladores de cada uno de los siete megabancos: 1) Bank of America: State Street Corp., Vanguard Group, Black Rock, FMR (Fidelity), Paulson, JP Morgan, T. Rowe, Capital World Investors, AXA, Bank of NY Mellon; 2) JP Morgan: State Street Corp., Vanguard Group, FMR (Fidelity), Black Rock, T. Rowe, AXA, Capital World Investor, Capital Research Global Investor, Northern Trust Corp., y Bank of Mellon; 3) Citigroup/Banamex: State Street Corp., Vanguard Group, Black Rock, Paulson, FMR (Fidelity), Capital World Investor, JP Morgan, Northern Trust Corporation, Fairhome Capital Mgmt y Bank of NY Mellon; 4) Wells Fargo: Berkshire Hathaway, FMR (Fidelity), State Street, Vanguard Group, Capital World Investors, Black Rock, Wellington Mgmt, AXA, T. Rowe y Davis Selected Advisers; 5) Goldman Sachs: los cuatro grandes, Wellington, Capital World Investors, AXA, Massachusetts Financial Service y T. Rowe; 6) Morgan Stanley: los cuatro grandes, Mitsubishi UFJ, Franklin Resources, AXA, T. Rowe, Bank of NY Mellon e Jennison Associates, y y 7) Bank of NY Mellon: Davis Selected, Massachusetts Financial Services, Capital Research Global Investor, Dodge, Cox, Southeatern Asset Mgmt. y los cuatro grandes.

De los cuatro grandes que dominan a los siete megabancos y gozan de traslapes e interacciones solamente desglosa a quienes controlan State Street y Black Rock.

A) State Street: Massachusetts Financial Services, Capital Research Global Investor, Barrow Hanley, GE, Putnam Investment y … los cuatro grandes (¡ellos mismos son accionistas!), y B) Black Rock: PNC, Barclays e CIC. Da el ejemplo de traslapes/interacciones, como PNC, que es controlado por tres de los cuatro grandes: Black Rock, State Street y FMR (Fidelity).

En su libro Guerra de divisas, el autor chino Song Hongbing (http://goo.gl/kg27vS), en ese entonces catalogaba a los Rothschild como la familia más rica del planeta, con un descomunal capital de 5 billones de dólares (http://goo.gl/oXKTds). Si los Rothschild fueran país, habrían tenido entonces, el quinto sitial del ranking global detrás del PIB de 7.3 billones de dólares de India (cuarto lugar) y mayor que Japón de 4.8 billones de dólares (quinto) y antes que Alemania (sexto), Rusia (séptimo), Brasil (octavo) y Francia (noveno).

Ya había citado (http://goo.gl/T56NYH) un artículo del mismo The Economist –también propiedad, como The Financial Times, del grupo Pearson–: todos controlados por la matriz Black Rock, uno de los cuatro grandes –en el que se demostraba a las trasnacionales que controla Black Rock (http://goo.gl/LTmC6O): principal accionista de Apple, Exxon Mobil, Microsoft, GE, Chevron, JP Morgan, P&G, Shell, Nestlé (http://goo.gl/G0NLuj), sin contar su tenencia de 9 por ciento de acciones de Televisa. Según Karpova, los cuatro grandes controlan además a las mayores trasnacionales anglosajonas: Alcoa; Altria; AIG; AT&T; Boeing; Caterpillar; Coca-Cola; DuPont; GM; H-P; Home Depot; Honeywell; Intel; IBVM; Johnson&Johnson; McDonald’s; Merck; 3M; Pfizer; United Technologies; Verizon; Wal-Mart; Time Warner; Walt Disney; Viacom;Rupert Murdoch’s News; CBS; NBC Universal. ¡Los dueños del mundo!

Como si lo anterior fuera poco, Karpova comenta que la Reserva Federal (la Fed) comprende 12 bancos, representados por un consejo de siete personas, y representantes de los cuatro grandes. Al final del día la Fed está controlada por los cuatro grandes privados: Black Rock, State Street, FMR (Fidelity) y Vanguard Group. A mi juicio, es muy probable que existan imprecisiones que serían producto de la propia opacidad de los megabanqueros.

En la fase de la “guerra geofinanciera (http://goo.gl/mJJLYn)”, lo que cuenta es la percepción de los analistas financieros de China y Rusia que sentencian la existencia de cuatro grandes y ocho familias, entre las que destacan los banqueros esclavistas Rothschild: controladores en su conjunto de otro tanto de megabancos y de la Fed.

¡Los amos del universo!


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sábado, 27 de junio de 2015

Núñez Polanco defiende elección de Manuel Núñez para hablar sobre Henríquez Ureña

Por Servicios de Acento.com.do.

No responde directamente los reclamos de Miguel D. Mena, sino que envía carta al ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez
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Foto: Acento.com.do/archivo./El director de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, Diómedes Núñez Polanco
SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El director de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, Diómedes Núñez Polanco, respondió a las críticas de Miguel D. Mena sobre la elección de Manuel Núñez para hablar sobre Pedro Henríquez Ureña enviando una carta al ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, en la cual defiende su elección y rechaza la objeción.
El Dr. Miguel D. Mena había objetado la escogencia del Dr. Manuel Núñez como conferencista acerca de la vida y la obra de Pedro Henríquez Ureña, argumentando que es un intelectual que no representa el legado del gran humanista dominicano, cuyo nombre lleva la Biblioteca Nacional.
En respuesta a esas críticas, expuestas por D. Mena en una carta a Núñez Polanco, el director de la Biblioteca Nacional envió una carta al ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, explicándole los hechos y reiterando su defensa de Manuel Núñez, además de asegurar que esa institución no censura ni excluye a los intelectuales por su pensamiento político.
Dr. Manuel Núñez
Dr. Manuel Núñez
A continuación la carta:
Santo Domingo, D. N.
26 de junio de 2015.
Señor
José Antonio Rodríguez
Ministro
Ministerio de Cultura
Sus Manos
Distinguido Ministro:
Hemos leído con sorpresa la carta que enviara el Sr. Miguel D. Mena a nuestra atención, lamentando, a su juicio, la “muy poco atinada elección” del Dr. Manuel Núñez Asencio como ponente de la conferencia que se efectuará el lunes 29 de junio de 2015, en celebración del 131 aniversario del natalicio de Pedro Henríquez Ureña, efeméride que nos corresponde evocar, no sólo porque en su honor es nombrada la Biblioteca Nacional de nuestro país, sino por la responsabilidad institucional de velar por la “divulgación cultural del patrimonio bibliográfico que contribuya a fortalecer la identidad nacional”1.
Dr. Miguel D. Mena
Dr. Miguel D. Mena
Las Bibliotecas Nacionales del mundo son reconocidas como centros culturales abiertos al debate libre de las ideas, sin censura de ninguna índole, de manera que reiteramos la pertinencia de nuestra elección, sustentada por las instituciones auspiciantes de esta celebración2, del Dr. Manuel Núñez Asencio como expositor de la conferencia “Dimensión dominicana y latinoamericana de Pedro Henríquez Ureña“, a quien por lo demás, consideramos como un distinguido intelectual y escritor dominicano que ha dedicado innúmeras horas de estudio a la vida y obra del “Maestro y Humanista de América” y que gracias a su labor de investigador, ha legado a la bibliografía dominicana importantes títulos.
La Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña no descalifica a ningún ciudadano o ciudadana que, independientemente de si estamos o no de acuerdo con sus planteamientos, hace uso de su inalienable derecho de expresar con libertad su pensamiento, exponiendo sus pareceres y criterios de índole política o ideológica, lo cual, de paso, es un “requisito indispensable para la
existencia misma de una sociedad democrática”3.
Muy Atentamente,
Diómedes Núñez Polanco
Director
  • Ley 502/08 del Libro y Bibliotecas (Art. 29, Núm. 5)
  • Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Fundación Corripio Inc., Academia Dominicana de la Lengua, Instituto Dominicano de Aviación Civil.
  • Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión (Organización de los Estados Americanos)
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